No sé cuánta gente oirá mi programa. A veces sospecho que no está oyéndolo nadie, lo que se dice nadie: cero personas en total, y eso me produce una sensación de afantasmamiento: la voz inútil que suena en la noche vacía. Y entonces me siento como un turista belga que tocase el acordeón o similar en mitad del desierto de Nafud o similar. (Felipe Benítez Reyes)
martes, 30 de junio de 2009
EL MISMO MAR DE TODOS LOS VERANOS
Tomo prestado el título de la magnífica novela de Esther Tusquets, lleno de resonancias y evocaciones, para encabezar la última entrega de Buscando leones en las nubes por este curso. En estos días veraniegos, de descanso vacacional, el mar es para mí la esencia de la vida deseada: sol, calor, cielo azul, el murmullo incesante de las olas, la maravilla de un pescado a la plancha y un vino blanco helado, la emoción de una buena compañía: todas esas manifestaciones, impregnadas de una inocencia primordial, retazos de una especie de paraíso primitivo, natural, muy sencillo, hecho de deseo y exaltación, de pereza y carnalidad, de sensaciones elementales, no pasadas por el filtro de la razón: la arena caliente, el agua fresquísima, el lujo de los sentidos, los cuerpos quemados por el sol, el tenue rastro de la sal sobre las pieles morenas, en fin… todos esos placeres modestos y sin embargo inconmensurables.
He querido, por todo ello, dedicar el programa al mar, por segunda vez en la historia de Buscando leones en las nubes (la primera fue hace muchos años, en noviembre de 2002, con ocasión de la terrible tragedia del Prestige; la semana próxima os ofreceré ese programa, ya sólo aquí, en el blog, las emisiones en directo han finalizado y no vuelven hasta el curso próximo). Y así, he escogido poemas y canciones en los que el mar es protagonista, de un modo directo o como metáfora versátil. Los poemas fueron escritos por Ángela Vallvey, Juan Manuel Villalba, Almudena Guzmán, Alexis Díaz-Pimienta, Martín López-Vega, José Mateos, Andrés Trapiello, Felipe Benítez Reyes, Álvaro Salvador, Miguel Sánchez Ostiz, Javier Rodríguez Marcos y Emilio García Montiel. Las canciones las interpretaron Isobel Campbell con Mark Lanegan, Souad Massi, Morcheeba, The Be Good Tanyas, Cesaria Evora con Marisa Monte, KT Tunstall, Silvia Comes con Lidia Pujol, Márcio Faraco, Coralie Clément, Mia Doi Todd, Richard Hawley y Eleni Karaindrou.
Aprovechando que una de las canciones del programa es la magnífica The sea de Morcheeba, y dado que se trata de un grupo que siempre me ha entusiasmado y que ha aparecido en Buscando leones en las nubes desde sus primeras emisiones, la sección de vídeos de esta semana está centrada en exclusiva en el grupo de los hermanos Godfrey. Gran festival Morcheeba, pues. En la mayor parte de los casos con la estupenda Skye Edwards al frente. Su marcha, hace unos años, ha dejado a Morcheeba sin su magia y sus dos últimos discos, salvo alguna pieza aislada, son más bien insustanciales. Podréis ver (en un nuevo y desmesurado exceso muy mío) The sea en directo, Otherwise, Rome wasn’t built in a day, Be yourself, Undress me now, Blindfold, World looking in y Wonders never cease, esta última con Daisy Martey en la voz principal.
La muy sugerente foto que acompaña esta entrada, mar y nubes, la he extraído de www.fijaciones.org, una página repleta de fotografías excepcionales debidas a Marta Pereyra.
El penúltimo programa de Buscando leones en las nubes por este curso se centra en Ana María Shua, la escritora argentina que pasa por ser una de las máximas exponentes, de las más destacadas figuras del microrrelato. El microrrelato es un género literario, si es que podemos llamarlo así -no sé si el término ‘género’ es algo desmesurado para nombrar una realidad que quizá no tenga tanta entidad-, con una consolidada tradición en la literatura. Prueba de ello es que de un modo u otro, con una denominación u otra, los mejores nombres de la historia literaria española (¡incluso Juan Ramón Jiménez!) han escrito microrrelatos (leed, en este sentido, el interesantísimo libro Mundos mínimos. El microrrelato en la literatura española contemporánea, publicado por la Editorial Libros del Pexe en Gijón, en el pasado 2007. La edición y el análisis preliminar corresponden a Teresa Gómez Trueba, a partir de los trabajos presentados en unas jornadas organizadas por la Cátedra Miguel Delibes en Valladolid). La voluntad de comunicar ideas, de transmitir emociones, de narrar historias de manera concentrada e intensa, es uno de los más nobles propósitos que ha movido a la literatura desde sus inicios, pensad en la poesía o en los cuentos como manifestaciones paradigmáticas de esta intención. Pero es que además, las fábulas y apólogos de la tradición oral, las máximas y aforismos, las frases lapidarias, con los que tantas concomitancias guardan los microcuentos, siempre han existido en la historia de la literatura y quizás los relatos hiperbreves sean su manifestación más actualizada, más acorde al sentir y al pensar del siglo XXI, de ahí su indiscutible éxito.
Por todo ello, por ese anclaje en algunas de las manifestaciones más destacadas de la expresión literaria universal, tienen razón quienes encuentran en el microrrelato mucho de estimable, de interesante, de fecundo. La ficción breve es, muy a menudo, emoción, es intensidad, es -casi siempre- humor, es investigación y recreación y reelaboración de pautas literarias tradicionales, es expresividad, es precisión. Hay muchos otros argumentos en favor de las narraciones hiperbreves, de los cuentos mínimos, de los microrrelatos, de la minificción, que de todas estas formas aparece denominado el género en foros diversos. El principal aliciente que ofrecen al lector estos cuentos brevísimos es que resultan ser un concentrado de alguna de las mejores virtudes que uno pide a los libros: intensidad, depuración estilística extrema, despojamiento, narración, belleza, en ocasiones mensaje o moraleja, siempre sencillez, ingenio, agudeza, poesía, imaginación, sorpresa, experimento.
Además, estas historias que se plantean, se desarrollan y se resuelven en un puñado de líneas encuentran acomodo, una ubicación natural, podríamos decir, en estos tiempos actuales de prisa, rapidez, fugacidad, velocidad, un mundo en el que no hay tiempo, aparentemente, para degustar novelas extensas y muy complejas, y en el que los lenguajes de la publicidad, del cine, de los videojuegos, de los sms, de la televisión, de Internet, están provocando, en cierto modo, dicho sea quizá con algo de exageración, un cambio antropológico en el que el cerebro del ser humano se convierte en un órgano multitarea (siempre lo fue, pero ahora la exigencia de la multifunción es desmesurada), con dificultades para la concentración, para la disciplina intelectual, pero muy diestro en cambio para ocuparse simultáneamente, signo de los tiempos, en enviar un correo, descargar una canción, consultar la prensa, mirar la televisión y, por qué no, leer un texto literario brevísimo. De tal manera, me atrevo a aventurar, que el extraordinario crecimiento y la muy notable difusión de los cuentos hiperbreves en las dos últimas décadas puede deberse, más que a una genuina fundamentación literaria, a los propios rasgos que definen, en cierto modo, el mundo actual, la rapidez, la brevedad, la inmediatez, la celeridad. Nuestras sociedades desarrolladas, en este frenético siglo veintiuno, ya no tienen tiempo para la reflexión en reposo, para la lectura demorada, para el sosiego y la tranquilidad. En nuestro mundo actual todo es urgente, todo cambia de continuo, nada persiste más allá de la efímera actualidad, que sólo dura dos días y se esfuma en un instante para dejar paso a otro acontecimiento igual de episódico, igual de irrelevante, igual de banal. Nada deja huella, nada se conserva, nada se mantiene, nada sucede realmente, pues todo pasa sin mostrar consistencia, sin arraigar, sin dejar estela de su veloz suceder. Y es en esta acelerada y fragmentaria realidad en donde el microrrelato encuentra su espacio natural. En estos días de pensamiento débil, de discursos poco elaborados, de argumentaciones supuestamente desarrolladas en tan sólo ’59 segundos’, el microrrelato florece, pues ofrece al lector de hoy píldoras de pensamiento, concentrados de emoción, síntesis de historias, en definitiva, un producto -y utilizo intencionadamente el término- de consumo sencillo y rápido, que guarda, a mi juicio, bastantes concomitancias con los engañosos cantos de sirena de los anuncios publicitarios; un producto, por tanto, de casi siempre fácil digestión, una opción literaria que se acomoda, que se pliega de un modo especialmente adecuado a estos oscuros y superficiales signos de nuestro tiempo.
Por ello es también verdad, y lo señala de un modo muy nítido, y muy combativo también, Andrés Ibañez en un polémico y muy contestado artículo publicado en el ABCD las letras y las artes el 22 de marzo de este año, es verdad, digo, que, salvo excepciones, muchos de los pequeños cuentos que se acogen a la denominación del género, y que se presentan bajo la etiqueta de minificción no son literatura, sino, en el mejor de los casos, meras frases ingeniosas, simples versos más o menos brillantes, ralos pensamientos supuestamente profundos, bromas literarias de dudoso gusto, y en el peor, burdas sucesiones de solecismos, clichés y sorpresas tontas, en palabras literales del crítico. Al modo en el que la permisividad artística imperante ha corrompido la misma noción de Arte y hoy cualquier estudiante de Bellas Artes, incapaz aún de dibujar en su cuaderno los trazos limpios de un rostro, perpetra ya instalaciones o inventa performances, cualquier mediocre aspirante a escritor, negado para construir un personaje, describir un paisaje, componer una trama, estructurar una historia, se atreve sin embargo a urdir en una tarde decenas de estos presuntos hallazgos literarios, y los presenta a certámenes varios… y así se multiplican los concursos, y los periódicos fomentan el género, y los medios de comunicación en general premian el cuento más breve, ocho líneas, cinco, dos, diez palabras, cuatro, una palabra… Hasta el punto de que, por qué no, estoy dispuesto a intentarlo yo mismo, aquí, sobre la marcha: Microrrelato. Autor: Alberto San Segundo. Título: Yo. Texto: ¡Egoísta! Et voilà, genial, heme aquí convertido en fiel representante del género de moda, intérprete genuino de ‘la esencia del arte literario’. Convendréis conmigo en que la tontería dominante ha contagiado también al muy digno territorio de la literatura.
Afortunadamente, cuando Ana María Shua se adentra en el universo de la minificción (ella ha escrito también novelas y poesía y cuentos y guiones y teatro) aprovecha todas las ventajas y no incurre en ninguno de los inconvenientes que acabo de reseñar. Sus microcuentos, recogidos recientemente en la inmensa (cerca de novecientas páginas) Cazadores de letras, publicado hace unos meses por la Editorial Páginas de Espuma, y que incluye sus cuatro libros de microrrelatos, la obra completa de minificción de la argentina, son, en general, espléndidos, llenos de referencias mitológicas, literarias, filosóficas; repletos de sabiduría, de humor; rezumando misterio, profundidad, poesía y belleza. De esos cuatro libros, el primero, de título La sueñera, contiene doscientos cincuenta brevísimos textos con los sueños como referente principal. De él he entresacado los relatos que constituyen el Buscando leones en las nubes de esta semana. De La sueñera ha escrito en El Cultural de El Mundo Ernesto Calabuig: La sueñera, primera obra de este volumen, un mundo de apariciones y evidencias privadas entre el duro insomnio, la vigilia, el sueño y el despertar: criaturas y temores de la noche, diálogo con quienes se fueron o con los objetos cotidianos que, en la oscuridad, cobran otra naturaleza: la silueta inquietante de la ropa en una silla, la rebelión de una sábana de poliéster, el crujido/lamento de una mesa, la bañera que parece tener vida propia, el rostro en el espejo, la cabeza de uno vuelta acuario donde se agitan y proliferan peces tropicales. Sueños que emparentan con raros mundos subacuáticos, cuya textura nos envuelve e inunda, maridos que, al despertar, forman parte de la pesadilla, cirujanos desconcertantes que nos tienen en sus manos, inquilinos que nos habitan, imposibilidad de huir, de ponerse a salvo...
Para acompañar los textos, como siempre, música preciosa y relajante, tranquila y con un punto de tristeza y melancolía. Canciones estupendas interpretadas por Melody Gardot, Kiran Ahluwalia, Neil Halstead, Eveline Hecker, Amos Lee, Eleni Mandell, Till Bronner, Rokia Traoré, Carol Duboc, Heather Nova, William Galison con Madeleine Peyroux y Holly Throsby.
En la sección de vídeos os dejo algunos de los artistas que han sonado en el programa. De Holly Throsby, un vídeo muy singular, grabado artesanalmente con una pequeña cámara, con la intimista y dulce voz de la cantante australiana creando una atmósfera muy recogida y agradable en la canción We're good people but why don't we show it? De la fascinante Kiran Ahluwalia, de origen hindú y canadiense de adopción y muchas veces invitada a pasearse por las nubes en nuestro programa, os ofrezco una muestra de su envolvente y seductora magia musical, Teray darsan. De otra de las chicas favoritas del programa, Heather Nova, el vídeo de River of life, una propuesta transparente y cristalina. De la maliense Rokia Traoré, Dunia, otra de sus muchas maravillas. Por último, otra chica, muy del estilo made in Buscando leones en las nubes, Melody Gardot, interpretando con intensidad Worrisome heart.
La propuesta literario-musical con Japón como protagonista principal, la miniserie nipona que inició Buscando leones en las nubes al comienzo de este curso 2008-2009, llega esta semana, con el año académico dando sus últimas boqueadas, a su término. El invitado estelar de nuestra emisión de ayer fue Haruki Murakami, el misterioso, fascinante, controvertido y genial escritor japonés.
Os contaré, antes de hablaros brevemente de la literatura de Murakami, mi peripecia personal en relación a su obra literaria. Siempre, desde que empezó a ser publicado en España, me había parecido un escritor demasiado raro. No soy yo un lector (ni una persona) dada a las fantasías, propendo al realismo, tengo poca imaginación y no me gusta demasiado (y por ello sobrellevo mal) la presencia en los libros y en mi vida de lo insólito, de las experiencias extrañas, de las aventuras algo místicas, de las apariciones fantasmagóricas (no me pronunciaré, por no llenar esta entrada de insultos, sobre las paparruchas paranormales). Por todo ello, por considerarlo peligrosamente ‘irreal’, me había negado reiteradamente a leerlo, pese a la cada vez más frecuente presencia de sus novelas en las librerías, en los suplementos culturales, en críticas y reseñas. Sólo la azarosa insistencia de mi amiga Elena Rodríguez (fiel seguidora del blog, aunque de escasas y muy medidas apariciones en él) me hizo decidirme por fin, hace unos tres años, a comprar Kafka en la orilla. No sólo superé mis reticencias antifantásticas, sino que me entusiasmó, desató en mí una auténtica fiebre Murakami (soy excesivo y apasionado: estos fenómenos de entrega ciega y algo alocada son muy frecuentes en mi vida). Compré y leí todos sus otros libros publicados en nuestro país (la iniciática y adolescente y musical Tokio blues, con su título original ‘beatleliano’: Norwegian wood; Al sur de la frontera, al oeste del sol; la monumental y desbordante Crónica del pájaro que da cuerda al mundo; After dark, la última que ha visto la luz en España, que describe una noche en la frenética y acelerada vida de Tokio; los sorprendentes cuentos de Sauce ciego, mujer dormida; y aún me reservo Sputnik, mi amor para saborearla este verano), permanezco atento a sus novedades, recojo información sobre su persona y su obra, hago acopio de todas las canciones que cita en sus novelas y cuentos (de ello os hablaré luego), incluso viajé a Japón (no sólo por su influjo, bien es verdad), reconociendo su espíritu en las calles de Tokio… en fin, me he convertido en un fan (casi) incondicional de Haruki Murakami.
Y creo que ello es debido, precisamente, a esa imbricación de lo sorprendente, de lo mágico, de lo aparentemente imposible, de lo extravagante, con el realismo más común y usual, ello es lo que me llama la atención y lo que me hace especialmente atractivas sus novelas. Porque en todos sus libros suele haber una narración de fondo que podríamos denominar convencional en tanto que se nos cuentan historias, se nos describen vidas con un sustrato narrativo clásico, con una progresión lineal. Pero esto es sólo una primera apariencia que no supone lo más destacado de los diferentes textos, en los que hay, sobre todo, a partir de este entramado básico, una sucesión de efectos, de situaciones, de tramas, de digresiones, de intercalados, de añadidos que ya no responden a la lógica más previsible y que entran en lo que constituye uno de los rasgos típicos del estilo de Murakami, la amalgama de mundos paralelos: se entrecruzan ficción y realidad, aparecen sueños y visiones oníricas, el pasado, el presente y el futuro se confunden, se intercambian espacios, surgen relatos increíbles: uno de sus protagonistas puede hablar con los gatos; en el medio de una situación aparentemente normal, llueven, de manera inopinada, sardinas, caballas y sanguijuelas; un personaje vive encerrado en un pozo; los pájaros hablan; aparecen como seres reales entes de ficción como Johnny Walker (llamado Walken en una novela) o el Coronel Sanders, el icono de Kentucky Fried Chicken; uno de sus personajes femeninos (importantísima y muy intensa y atractiva la presencia de las mujeres en la obra de Murakami) protagoniza episodios dotado de una existencia aparentemente real y simultánea a los quince y a los cincuenta años; hay muertes horribles que quizá ocurren tan sólo en sueños; bosques de alucinación, callejones oscuros que dan paso a mundos inexplorados y misteriosos; y tantas y tantas otras manifestaciones de lo fantástico, de lo imprevisto, de lo sorprendente, de lo (repetiré el término) mágico, de una existencia muy fecunda y atractiva que se vislumbra, casi inadvertidamente, al otro lado. Y todo ello se desarrolla casi siempre en un escenario urbano, cosmopolita, extremadamente moderno, con multitud de referencias a marcas, a relojes Rolex y Casio, a coches Toyota, un escenario inequívocamente japonés, con los signos distintivos de esa cultura, la mitología, los símbolos tradicionales, pero también las calles populosas, los altos edificios, los jardines recogidos, con la singular comida, la extraordinaria gastronomía nipona, omnipresente en las novelas, como uno de sus elementos característicos. Un territorio literario también lleno de menciones al mundo occidental (ha sido criticado por eso por alguno de sus compatriotas), las melodías del jazz, los grandes nombres del pop y el rock de los 60 y 70, la música y la literatura clásicas, las tragedias de Shakespeare o Esquilo, los mitos griegos. Todo ello, esta aparente desordenada amalgama de elementos heteróclitos constituye, como digo, una de las más destacadas señas de identidad (que ciertamente lo acercan a la obra de otro ‘raro’, que se desenvuelve también con soltura en estos universos oníricos y en las fantasías surrealistas, el director David Lynch), de los rasgos definitorios de Murakami, un escritor formidable, capaz de crear mundos fascinantes; unos mundos eficazmente recreados en las estupendas versiones que Lourdes Porta, traductora habitual de Murakami, hace para la editorial Tusquets, que ha venido publicando hasta el momento toda su obra en nuestro país.
Los temas principales de Murakami, el amor, el sexo, la muerte, la identidad, la adolescencia, los sueños, aparecen entre infinidad de referencias a canciones. He recogido, durante mis lecturas de sus obras, decenas de citas de piezas musicales, sobre todo, como digo, de jazz y del pop y el rock de los sesenta y setenta. De entre todas ellas, he escogido las que constituyen la banda sonora del programa, con canciones, relativamente apacibles, para concordar con la atmósfera habitual de Buscando leones en las nubes, de Ella Fitzgerald, Lovin’ Spoonful, Stan Getz con Tom Jobim y Astrud y Joao Gilberto, Fleetwood Mac, Nat King Cole, los Beatles, Sam Cooke, Henry Mancini, Bob Dylan, Benny Goodman, Marvin Gaye, Miles Davis, Brenda Lee, Frank Sinatra y Brook Benton.
En la sección de vídeos hoy seré relativamente austero, os dejo tan sólo dos, aunque el segundo tiene trampa. En primer lugar, con el título Por falta de palabras, una recreación, muy breve pero preciosa, de uno de los cuentos de Murakami, Sobre encontrarse a la chica 100% perfecta una bella mañana de abril, que concentra de manera ejemplar alguna de las manifestaciones más relevantes del espíritu y la atmósfera de la obra del escritor nipón. El vídeo es una de las muchas maravillas surgidas de Imaginantes, un programa de divulgación cultural de Televisa, la emisora mexicana, que nos recuerda a todos, con esta extraordinaria propuesta, que hay muchas formas de hacer televisión y que caben proyectos imaginativos y brillantes y poéticos y llenos de belleza en ese medio al que por nuestra cómoda inercia, pero sobre todo por la burda y zafia avaricia de los mercaderes que normalmente los dirigen solemos asociar a griterío, incultura, bazofia, ordinariez y basura. Entrad en la página de Imaginantes y disfrutad de lo que con propiedad podemos llamar televisión de calidad, la televisión del futuro (como se obstina en subrayarme mi optimismo natural).
Y hablando de calidad en televisión, mi segunda oferta del día se concentra en un programa emitido por Cuatro el veinticuatro de mayo pasado, una emisión de Callejeros viajeros en la que Tokio fue el protagonista principal de casi una hora de excelente televisión. Os dejo el programa íntegro en seis vídeos consecutivos que requieren tranquilidad y tiempo para degustarlos pero que transmiten, si os decidís a verlos, una imagen muy completa de lo que es Tokio, con la ventaja añadida de que la perspectiva de la vida tokiota la ofrecen ciudadanos españoles que viven en la capital nipona. Un visión fidedigna de Tokio, pues, y una fórmula estupenda para, desde vuestras casas, adentraros en los escenarios de la obra de Murakami.
El 13 de junio de 2005 moría en Oporto Eugénio de Andrade (mantengo, como parece obligado, la grafía portuguesa de su nombre) y Buscando leones en las nubes le dedicaba a los pocos días un programa de homenaje, recuperación de otra emisión, centrada en el poeta, que había salido al aire en enero de 2004. Hoy, cuatro años después de su fallecimiento, dejo aquí ese programa originario, a modo de celebración de su figura y como recordatorio de una obra inmensa. Eugénio de Andrade es otro de los poetas favoritos de nuestro programa, pero sobre todo es, ha sido, uno de los grandes exponentes de la lírica portuguesa de todos los tiempos. En octubre de 2001, la editorial Pretextos presentó, con el título de Todo el oro del día, una antología completísima del poeta portugués de la que extraje los versos leídos en el programa y que, reeditada y enriquecida con posterioridad, recoge lo mejor de su poesía. Una poesía limpia, luminosa, llena de sol, de paredes encaladas, una poesía de la infancia, del recuerdo de la madre, del verano, de las flores, del agua, del amor, del sexo, una poesía algo triste, melancólica, pero a la vez sensual y radiante, austera, vagamente primitiva, primordial, estremecedora, bellísima, que os recomiendo vivamente. En la primera edición del programa recogía, a modo de introducción, unas frases de Ángel Campos Pámpano, autor de la traducción, la selección y el prólogo al libro, muy esclarecedoras sobre el poeta y su obra: Escribir es, para el poeta, estar atento a las voces del mundo, a la luz que ilumina de pronto el cuarto oscuro de la infancia o el del amor o el del sexo, pues el cuerpo, la realidad del cuerpo, es un motivo recurrente en esa celebración del mundo que es toda la obra de Eugénio de Andrade. A su muerte, la ministra de Cultura de Portugal, Isabel Pires de Lima, glosaba la escritura de su paisano fallecido afirmando: Es una poesía blanca o casi blanca, hecha con recursos mínimos. Es tan nítida que parece venir de los elementos naturales, a los cuales apela continuamente: las manos, los frutos, la sangre, el amor físico. Y en esos días, también, el premio Nobel José Saramago, se pronunciaba sobre la poesía de su compatriota: Es una poesía del cuerpo en su esencia física, pero, al mismo tiempo, como una especie de ascensión a la luz.
Por cierto, Ángel Campos Pámpano, un estupendo escritor extremeño, otro poeta de la luz, que igualmente ha aparecido más de una vez en Buscando leones en las nubes, moría también a finales de 2008. Queden también aquí unos versos suyos como despedida: Deja tras de ti un enigma/si has de salvar la muerte.
Elegí entonces, hace cinco años, como acompañamiento musical para los poemas de Eugénio de Andrade, canciones recogidas, muy suaves, muy dulces, muy tristes, que ‘congeniaban’ muy bien con los versos del portugués. Canciones de Márcio Faraco, Tindersticks (¡¡¡más Tindersticks!!!; pero como os dije hace algunas semanas, han estado presentes en Buscando leones en las nubes desde las primeras temporadas), Milla Jovovich (sí, la modelo Milla Jovovich, en una versión impresionante, casi me atrevería a decir que mejor que la original, del Satellite of love de Lou Reed), Jazzamor, Jaume Sisa, Aster Aweke, The Be Good Tanyas, Stanley Turrentine y Sanne Salomonsen.
Eugénio de Andrade
martes, 9 de junio de 2009
TOM WAITS. MÁS ‘CLÁSICOS’
Tom Waits es uno de mis músicos favoritos. Lo lleva siendo durante más de tres décadas. A lo largo de todo un año, desde el pasado 7 de diciembre de 2008 hasta el próximo 7 de diciembre de 2009, fecha en la que se convertirá en sexagenario, Buscando leones en las nubes, quiere homenajear al genial artista californiano con algunos programas dedicados a su figura, a su personalidad, a su obra, a sus canciones. Ya han salido al aire cuatro emisiones de la serie. En las dos primeras, os ofrecía piezas extraídas de su último disco de estudio, el triple álbum Orphans, sonando entre los versos de un escritor, Raymond Carver, cuyo universo literario guarda muchas concomitancias con el peculiar mundo de Tom Waits. En la tercera, que se emitió en el primer trimestre de este curso, recogí canciones de la primera época de Waits, sus años en el sello discográfico Asylum, que constituyen ahora, casi seis lustros después, auténticos clásicos de la música popular. Ayer, para cerrar por ahora las entregas de la serie, Buscando leones en las nubes emitió un cuarto programa dedicado al cantante y compositor de Pomona (California), con una selección de grandes canciones pertenecientes a discos publicados entre 1980 y 2002. Las cuatro emisiones están disponibles aquí, en el blog, incluyendo ésta, la cuarta, que ahora os ofrezco. Ya para el curso próximo, y a medida que se vaya acercando la fecha en la que cumpla sus sesenta años, os prometo hasta tres programas más dedicados a Tom Waits, aunque entonces el planteamiento y el enfoque de las emisiones será distinto y muy novedoso y singular. Por cierto, y como medida del extraordinario talento del cantautor, pensad en que llevo ya ‘entregadas’ unas cuarenta canciones de su fecunda obra (no he repetido ninguna, hasta ahora), y todas las radiadas son excelentes… no creo que haya muchos músicos capaces de ofrecer cuarenta muestras de su actividad creativa que pasen -todas ellas- un mínimamente exigente rasero de calidad.
Un breve apunte, antes de presentaros algunos vídeos, sobre las complejas traducciones de las letras de Tom Waits. He seguido, en general, las versiones de Alberto Cajal recogidas en los dos libros de canciones de Tom Waits publicados por la editorial Fundamentos, en 2006 el primero y en este 2009 el segundo. He hecho, sobre esa base, algunos retoques menores justificados, a mi juicio, por la necesidad de mejorar la musicalidad de una frase o de eliminar algún término que personalmente me desagrada o de aclarar una cita más o menos oscura. Hay, sin embargo, algunas canciones emitidas que no están en la doble antología de Fundamentos. En esos casos he intentado por mí mismo la traducción, auxiliado (y en ocasiones el auxilio equivalió al trabajo total) por mis amigas Kili, fiel frecuentadora del blog, Mª Ángeles y Amparo, las tres expertas profesoras de inglés. No obstante, quiero dejaros alguna pista para trasladaros siquiera una mínima parte de la dificultad de la traducción de las letras de Tom Waits, llenas de referencias aparentemente inexplicables, repletas de metáforas algo abstrusas, punteadas por citas y menciones a realidades locales difíciles de captar para quien no es no ya norteamericano sino incluso californiano o, más aun, angelino. Por poner un único ejemplo representativo, en la canción On the Nickel, con la que abrimos el programa esta semana y que he presentado en su versión en castellano como En The Nickel, el nombre del título hace referencia, quizá, a una institución para indigentes que existía en la calle 5 de Los Ángeles, a la que acudía gente desamparada, mendigos, niños abandonados y tristes personajes sin lugar donde caerse muerto. Un nickel es, en su acepción popular, una moneda de cinco centavos y alude a la miseria, a la indigencia de quienes frecuentaban el lugar. En fin… ya me diréis cómo se mantiene en la traducción todo ese aluvión de alusiones.
Aprovechando la eficacia (por ahora) del nuevo sistema de exposición de los vídeos que he introducido hace algunas semanas en este blog, y teniendo en cuenta el entusiasmo que la belleza de las canciones de Tom Waits provoca en mí y que me hace compartir con vosotros mis hallazgos, os dejo varias muestras del arte del californiano (serán ocho... y porque me he frenado). En primer lugar, tres vídeos correspondientes a otras tantas canciones emitidas en el programa de ayer: una versión magnífica, en directo, de la preciosa y algo sombría Cold cold ground, precedida de un disparatado preámbulo muy estilo Waits; el clip, del año 1985 (¡¡casi veinticinco años ya!!), de otra maravilla, Downtown train, con una breve coda de nuevo ‘marca de la casa’; y una evocadora ilustración en imágenes de la estupenda y bastante triste Hold on. Además, otros cinco vídeos que ilustran piezas no escuchadas anoche, pero igualmente magníficas: Day after tomorrow, interpretada en un concierto en directo en el que la delicadeza, la dulzura incluso (aunque parezca paradoja) de la aguardentosa voz de Tom Waits sólo se ve perturbada por los gruñidos incontrolados de un auditorio más preocupado por hacerse notar, como suele ser desgraciadamente costumbre, que por la escucha intensa de una música deslumbrante; una versión, brevísima y rezumando sensibilidad, de You can never hold back spring en un concierto de la gira de Orphans en 2006; otro prodigio de delicadeza, la genial Time, en una emotiva y tiernísima versión; una especie de extraña mezcla, confeccionada con inquietantes imágenes de diversas etapas de su vida, de otra muy típica canción de Tom Waits, Down in the hole, en la que se reflejan algunos de los aspectos más histriónicos y excesivos de su personalidad; y para excesos, los luciferinos del I don’t want to grow up, en el que el eterno niño que es Tom Waits manifiesta abiertamente las razones por las que no quiere crecer.
Walt Whitman nació el 31 de mayo de 1819. Aprovechando el aniversario de su nacimiento Buscando leones en las nubes vuelve a emitir un programa que ya dedicamos en 2005 al inmenso poeta norteamericano, con ocasión de los ciento cincuenta años de la publicación de su extraordinaria Hojas de hierba.
Como mis exigencias laborales me tienen bastante atenazado en estas últimas semanas del curso no tengo demasiado tiempo para intentar en esta entrada una especial presentación de la emisión, por lo que me limitaré a repetir (un mero cortar y pegar, lo siento por quienes tengáis que soportarlo dos veces) lo que, si os decidís a escucharlo, vais a encontraros en el preámbulo del programa radiado ayer.
Hojas de hierba es una epopeya, una epopeya revolucionaria que transmite, que defiende el poder transformador del ser humano, su aventura creadora, genesíaca, inventora de mundos. Es una exaltación de la vida, de la igualdad, de la hermandad entre los hombres, es un canto iluminado, una celebración compartida -entre autor y lector- de la alegría de vivir. Es un grito intenso -al que las palabras no alcanzan- de afirmación de la existencia, de las fuerzas animales, de la naturaleza primigenia y fecunda, generadora de vida. Es una manifestación viviente del goce carnal, del sexo puro, del deseo elemental, de las ansias primitivas, de la proximidad, del encuentro noble, del abrazo inocente e intenso entre los cuerpos múltiples, iguales y múltiples. Es un alegato político, también, una proclamación exultante de la democracia originaria, la ingenua, la animosa, la entusiasta, la utópica y fraternal democracia de los pioneros americanos, la que fue capaz de concebir una Constitución que recoge el derecho a la vida, a la libertad e incluso … a la búsqueda de la felicidad. Es una obra coral, con múltiples voces, como señala Jorge Luis Borges, uno de sus destacados traductores al castellano, que habla de un personaje infinito: el modesto hombre que fue Walt Whitman y el que hubiera querido ser y no acabó de ser y también cada uno de nosotros y de quienes poblarán el planeta, todos nos hablan en sus poemas.
Para ilustrar musicalmente, para poner un fondo sonoro adecuado a esta obra que, en definitiva, tiene su protagonista principal en la plural naturaleza, en la comunión física y espiritual de todos los seres vivos, pájaros y plantas, gotas de lluvia y estrellas del cielo, ríos de poderoso caudal y ligeras abejas que multiplican la vida, caballos salvajes y leves briznas de hierba, para trasladaros, no sólo a través de los textos, sino con la seducción de las canciones, a ese paraíso original, a ese entorno salvaje y sin pecado, pensé que sería la proporcionada por la música country la ambientación más idónea para viajar hastaa las amplias praderas de aquel enorme territorio virgen en el que Walt Whitman construyó su canto ya universal. Y así, hemos escuchado canciones pertenecientes a ese género musical, en las voces de The Dixie Chicks, Stacey Earle, Clem Snide, Emmylou Harris, Pat Haney, Alison Krauss, Townes Van Zandt, The Be Good Tanyas, Lyle Lovett, Nancy Griffith, Delbert McClinton, Laura Cantrell y Johnny Cash.
Os dejo unos cuantos vídeos de algunos de estos artistas; bastantes, en tanto pueda seguir aprovechándome de las ventajas del estupendo sistema de pantalla única. En primer lugar, las magníficas y algo ‘ideologizadas’ Dixie Chics compartiendo escenario con James Taylor e interpretando el Sweet Baby James de este último en uno de esos conciertos reivindicativos tan obligadamente frecuentes en la etapa del ínclito postrer retoño de la saga Bush. Del enorme Townes Van Zandt, fallecido el uno de enero del 97, os dejo Marie, una de sus muchas joyas que hemos emitido en Buscando leones en las nubes en nuestros diez años de existencia, en los que el genial músico de Texas ha sido nuestro cantante country favorito (le debo un programa monográfico; lo haré, pero son tantas las deudas…). Al menos tres (así, recordando a bote pronto) de las canciones que han sonado en este especial dedicado a Walt Whitman y al country son obra de este impresionante compositor y muy sensible cantante, muerto repentinamente, con poco más de cincuenta años, de un ataque al corazón. De Alison Krauss, otro de los grandes nombres del género, quiero mostraros uno de los frutos de su exitosa colaboración con el incombustible ex-Led Zeppelin Robert Plant, esa maravilla titulada Please read the letter que se incluía en el muy premiado y magnífico Raising sand, del que también habéis tenido muestras suficientes en anteriores emisiones del programa. Tampoco podía faltar la frágil Laura Cantrell cantando en directo, en una versión delicadísima y muy sugerente del When the roses bloom again que también ha aparecido en el programa de esta semana. Y como hay que acabar, pese a que mi afán de trasladaros canciones preciosas no parece tener fin, cierro con dos actuaciones de la diva Emmylou Harris, la primera en un vídeo de 1978 en el que aparece jovencísima y muy guapa haciendo una versión con aires country del clásico de Chuck Berry You never can tell (tan conocido gracias a Tarantino), y el segundo en una actuación del año pasado, treinta años después pero aún guapísima, en el show de David Letterman, en la que canta Shores of white sand, del disco All I intended to be (que también emitimos en Buscando leones en las nubes, permitidme una vez más la reiteración autocomplaciente).
PD.- El programa que salió al aire ayer y el que ahora dejo aquí difieren ligeramente en su duración. La hora y diez minutos de su extensión original (que es la que os ofrezco en el blog) no encontraba acomodo en los estrictos sesenta minutos exigidos por la programación radiofónica. Quede constancia de ello por si algún fan (algún demasiado fan) escucha ambas versiones y se sorprende por la diferencia.