martes, 27 de septiembre de 2011


LA AMBIGUA BELLEZA DE LOS ANIMALES

Segunda semana ‘animal’ en Buscando leones en las nubes. Continuando la emisión de hace siete días vuelvo a ofreceros un programa centrado en el atractivo a la vez que algo enigmático mundo animal. La parte literaria de esta edición la conforman poemas por los que desfilan lobos, corzos, águilas, liebres, jabalíes, pájaros varios, chacales, serpientes, comadrejas, papagayos, caballos, ovejas, cabras, panteras, luciérnagas, perros, tigres, mariposas, delfines, gatos... Tal variopinto universo trae a mi memoria la maravilla desbordante de los cuadros de Henry Rousseau, el aduanero Rousseau, de cuya obra os dejo aquí algunas muestras. Los versos leídos los escribieron Chantal Maillard, Juan Manuel Villalba, Carlos Marzal, Rafael Pérez Estrada, Gabriel Celaya, Félix Grande, Justo Navarro, Juan Luis Panero, Jorge Luis Borges, Ángel Guache, Carlos Clementson y Luis Antonio de Villena.

Muchos animales también -como la semana anterior, muchos de ellos meramente metafóricos- en las canciones del programa: The snake interpretada por Al Wilson, Mockingbird, con Carly Simon y James Taylor al alimón, Tucán, creación de Esclarecidos, Wild horses, de los Rolling Stones, The lamb lies down on Broadway, del Genesis primero, el de Peter Gabriel, Cat people (putting on fire), la pieza principal que David Bowie compuso para la banda sonora de la película de igual título, un remake de La mujer pantera, Fireflies, de Lori Mckenna, Hounds of love en la estupenda voz de Kate Bush, Tiger in the night, cantada por la dulce Katie Melua, Sleeps with butterflies, con otra favorita de Buscando leones en las nubes, Tori Amos, la algo empalagosa Dolphins make me cry, de Martyn Joseph, y la estupenda versión del clásico de Roberto Carlos, El gato que está triste y azul, con la que Rosario Flores cierra de modo brillante la emisión.

Os ofrezco como colofón a esta entrada dos espléndidos poemas que por su extensión no ‘cabían’ en la emisión: Bestiario, de Pablo Neruda, e Introducción a las fábulas para animales, de nuestro Ángel González, ambos magníficos y extraordinariamente oportunos como ilustración al tema de la serie. Tras ellos, Katie Melua en vivo con su Tiger in the night.



Bestiario (Pablo Neruda)

Si yo pudiera hablar con pájaros,
con ostras y con lagartijas,
con los zorros de Selva Oscura,
con los ejemplares pingüinos,
si me entendieran las ovejas,
los lánguidos perros lanudos,
los caballos de carretela,
si discutiera con los gatos,
si me escucharan las gallinas.

Nunca se me ha ocurrido hablar
con animales elegantes:
no tengo curiosidad
por la opinión de las avispas
ni de las yeguas de carrera:
que se las arreglen volando,
que ganen vestidos corriendo.
Yo quiero hablar con las moscas,
con la perra recién parida
y conversar con las serpientes.

Cuando tuve pies para andar
en noches triples, ya pasadas,
seguí a los perros nocturnos,
esos escuálidos viajeros
que trotan viajando en silencio
con gran prisa a ninguna parte
y los seguí por muchas horas,
ellos desconfiaban de mí,
ay, pobres perros insensatos,
perdieron la oportunidad
de narrar sus melancolías,
de correr con pena y con cola
por las calles de los fantasmas.

Siempre tuve curiosidad
por el erótico conejo:
¿quiénes lo incitan y susurran
en sus genitales orejas?
Él va sin cesar procreando
y no hace caso a San Francisco,
no oye ninguna tontería:
el conejo monta y remonta
con organismo inagotable.
Yo quiero hablar con el conejo,
amo sus costumbres traviesas.

Las arañas están gastadas
por páginas bobaliconas
de simplistas exasperantes
que las ven con ojos de mosca,
que la describen devoradora,
carnal, infiel, sexual, lasciva.
Para mí esta reputación
retrata a los reputadores:
la araña es una ingeniera,
una divina relojera,
por una mosca más o menos
que la detesten los idiotas,
yo quiero conversar con la araña:
quiero que me teja una estrella.

Me interesan tanto las pulgas
que me dejo picar por horas,
son perfectas, antiguas, sánscritas,
son máquinas inapelables.
No pican para comer,
sólo pican para saltar,
son las saltarinas del orbe,
las delicadas, las acróbatas
del circo más suave y profundo:
que galopen sobre mi piel,
que divulguen sus emociones,
que se entretengan con mi sangre,
pero que alguien me las presente,
quiero conocerlas de cerca,
quiero saber a qué atenerme.

Con los rumiantes no he podido
intimar en forma profunda:
sin embargo soy un rumiante,
no comprendo que no me entiendan.
Tengo que tratar este tema
pastando con vacas y bueyes,
planificando con los toros.
De alguna manera sabré
tantas cosas intestinales
que están escondidas adentro
como pasiones clandestinas.

¿Qué piensa el cerdo de la aurora?
No cantan pero la sostienen
con sus grandes cuerpos rosados,
con sus pequeñas patas duras.

Los cerdos sostienen la aurora.

Los pájaros se comen la noche.

Y en la mañana está desierto
el mundo: duermen las arañas,
los hombres, los perros, el viento,
los cerdos gruñen, y amanece.

Quiero conversar con los cerdos.

Dulces, sonoras, roncas ranas,
siempre quise ser rana un día,
siempre amé la charca, las hojas
delgadas como filamentos,
el mundo verde de los berros
con las ranas dueñas del cielo.

La serenata de la rana
sube en mi sueño y lo estimula,
sube como una enredadera
a los balcones de mi infancia,
a los pezones de mi prima,
a los jazmines astronómicos
de la negra noche del Sur,
y ahora que ha pasado el tiempo
no me pregunten por el cielo:
pienso que no he aprendido aún
el ronco idioma de las ranas.
Si es así, ¿cómo soy poeta?
¿Qué sé yo de la geografía
multiplicada de la noche?

En este mundo que corre y calla
quiero más comunicaciones,
otros lenguajes, ocres signos,
quiero conocer este mundo.
Todos se han quedado contentos
con presentaciones siniestras
de rápidos capitalistas
y sistemáticas mujeres.
Yo quiero hablar con muchas cosas
y no me iré de este planeta
sin saber qué vine a buscar,
sin averiguar este asunto,
y no me bastan las personas,
yo tengo que ir mucho más lejos
y tengo que ir mucho más cerca.
Por eso, señores, me voy
a conversar con un caballo,
que me excuse la poetisa
y que el profesor me perdone,
tengo la semana ocupada,
tengo que oír a borbotones.
¿Cómo se llamaba aquel gato?



Introducción a las fábulas para animales (Ángel González)

Durante muchos siglos
la costumbre fue ésta:
aleccionar al hombre con historias
a cargo de animales de voz docta,
de solemne ademán o astutas tretas,
tercos en la maldad y en la codicia
o necios como el ser al que glosaban.
La humanidad les debe
parte de su virtud y su sapiencia
a asnos y leones, ratas, cuervos,
zorros, osos, cigarras y otros bichos
que sirvieron de ejemplo y moraleja,
de estímulo también y de escarmiento
en las ajenas testas animales,
al imaginativo y sutil griego,
al severo romano, al refinado
europeo,
al hombre occidental, sin ir más lejos.
Hoy quiero -y perdonad la petulancia-
compensar tantos bienes recibidos
del gremio irracional
describiendo algún hecho sintomático,
algún matiz de la conducta humana
que acaso pueda ser educativo
para las aves y para los peces,
para los celentéreos y mamíferos,
dirigido lo mismo a las amebas
más simples
como a cualquier especie vertebrada.
Ya nuestra sociedad está madura,
ya el hombre deja atrás la adolescencia
y en su vejez occidental bien puede
servir de ejemplo al perro
para que el perro sea
más perro,
y el zorro más traidor,
y el león más feroz y sanguinario,
y el asno como dicen que es el asno,
y el buey más inhibido y menos toro.
A toda bestia que pretenda
perfeccionarse como tal
-ya sea
con fines belicistas o pacíficos,
con miras financieras o teológicas,
o por amor al arte simplemente-
no cesaré de darle este consejo:
que observe al homo sapiens, y que aprenda.




La ambigua belleza de los animales

martes, 20 de septiembre de 2011


EL REY DE LA SELVA CONVOCA A SUS SÚBDITOS

La ejemplar revista malagueña Litoral, con más de ochenta años de fecunda trayectoria, ha sido -y sigue siendo- un referente esencial y una destacada fuente de inspiración en la pequeña historia de Buscando leones en las nubes. En sus páginas siempre he encontrado deslumbrantes ideas de las que me he nutrido para confeccionar algunos de los programas que han ido saliendo al aire en estos años de aventura radiofónica. Bastantes de los números monográficos de la revista han sido el desencadenante y han acabado dando lugar a las mejores de nuestras emisiones. Uno de los ejemplares publicado en el año 2005 se centraba, bajo la explícita rúbrica de Animalia, en el mundo de estos seres irracionales, tan cercanos, a menudo, y pese a nuestra ridícula soberbia, a la especie humana. Como muestra del espíritu que guía a la revista, del cuidado y rigor con el que se elabora cada nueva entrega, de la elegancia y el interés de sus propuestas, os transcribo aquí la presentación de ese número, el 240 de su larga y en ocasiones accidentada peripecia editorial (aunque resulte algo fatuo el citarse a uno mismo, os remito a mi otro blog, todosloslibrosunlibro.blogspot.com, para una mayor información sobre el apasionante pasado y la maravilla del presente de la revista Litoral):

A la manera de un álbum de cromos de nuestra infancia, de la A a la Z, desfilan por las páginas de este número de Litoral docenas y docenas de especies animales retratadas por el ojo y la palabra del hombre, convirtiendo la revista en un arca de Noé abundante en matices artísticos y poéticos.        

Desde sus orígenes, los humanos, distanciándose paulatinamente de sus hermanos los animales gracias al uso de la razón, se aplicaron en la observación y en el escudriñamiento del mundo en el que vieron la luz. La naturaleza, el cielo con sus soles y sus lunas, los mares y las tierras infinitas, la vegetación de las selvas y los seres que a su sombra nacían, crecían, se desarrollaban y morían fueron y son a lo largo de la Historia el fuego que ilumina la palabra y cualquier registro artístico de los hombres.     

En cuanto aprendieron a pensar, las cavernas se ilustraron con mágicas representaciones de bisontes o ciervos. Apenas empezaron a articular palabra, los cantos rituales sonorizaron las pisadas del oso sobre la nieve o el aullido de los lobos en la soledad de los tiempos. Seguramente, en ello les iba la subsistencia, pero también les iba la adoración por la belleza de sus compañeros de viaje en un planeta llamado Tierra. A partir de aquella noche oscura, el hombre de todas las épocas, mientras exterminaba sin piedad una especie tras otra, ha sido, sin embargo, muy sensible en el plano artístico a la vida ejemplar de las fieras. Porque el mundo del hombre no se entiende ni sería posible sin la maravillosa organización del reino animal.               

El Arte y la Literatura de todos los tiempos han reflejado con profusión la difícil existencia de esos seres que nos acompañan en el misterio de la vida. En este número de Litoral nos hacemos eco de su representación en la poesía hispana contemporánea -desde los poetas modernistas hasta hoy mismo- con aquellos ejemplos de más valor artístico, en los que los animales arrancan al escritor una mirada de emoción, de ternura, de camaradería, de misticismo, de armonía con el Cosmos... Y es también reflejo de los idénticos sentimientos que les han inspirado a grandes maestros de la pintura.

Pues bien, desde ese lejano 2005 he venido pensando en dedicar una emisión al reino animal. Y por fin, ahora (y aquí tenéis otra muestra de la lenta ‘cocción’ de muchos de los programas de Buscando leones en las nubes: ¡¡seis años de sosegada espera!!) salen al aire los dos monográficos (el emitido ayer y el del lunes próximo) aprovechando la cercanía del 4 de octubre, día mundial de los animales. En ambos casos, los textos están entresacados de la amplia muestra ofrecida por la revista malagueña: poemas de escritores españoles e hispanoamericanos que tienen a los animales como protagonistas. En la emisión de esta semana los autores de los versos leídos son Jesús Aguado, Francisco Ruiz Noguera, Miguel Hernández, Antonio Colinas, Gioconda Belli, José Santos Chocano, José Moreno Villa, Gonzalo Rojas, José Agustín Goytisolo, José Corredor-Matheos y Lorenzo Gomis, autor del muy triste y bellísimo poema final que, con un león como personaje principal, cierra esta edición (y hablo casi literalmente cuando me refiero al personaje, pues el felino de los conmovedores versos de Gomis resulta extraordinariamente humano). He querido subrayar la importante presencia del león, tan significativa -ya desde el nombre- en nuestro programa, no sólo de manera implícita en el título de esta entrada, El rey de la selva convoca a sus súbditos, sino también expresamente, con el muy atractivo montaje del artista peruano Musuk Nolte que ilustra este post.

Desde la perspectiva musical, y como es obvio teniendo en cuenta el eje temático de la emisión, os ofrezco canciones -unas cuantas con más ritmo y agitación de lo que es habitual en Buscando leones en las nubes- que hablan de animales (o al menos que contienen alguna referencia a ellos en título o letra, aunque sea una mención episódica y no sustancial en la canción; como ejemplo significativo, The year of the cat, que suena en el programa y en la que los gatos brillan por su ausencia). Sus intérpretes, Peter Gabriel, The Pretenders, Afrocubismo con Elíades Ochoa, Duran Duran, Al Stewart, Elton John, Rachel Yamagata, Paul Simon, John Hiatt, Prince y Dire Straits.

En la sección de vídeos, una de las canciones del programa, Walk like a panther, pero en una interpretación diferente: la de su autor original, Jarvis Cocker, con el grupo The All-Seeing I.



El rey de la selva convoca a sus súbditos

martes, 13 de septiembre de 2011


DIEZ AÑOS DEL 11 DE SEPTIEMBRE. DE VUELTA A NUEVA YORK

El pasado domingo, como todos sabréis, se cumplieron diez años del aciago 11 de septiembre de 2001, de la terrible destrucción de las Torres Gemelas y de la consecuente muerte de varios miles de ciudadanos de todo el mundo en Nueva York. Ya el septiembre pasado, hace ahora un año, recuperamos aquí una serie de programas que habíamos dedicado a la gran megalópolis al año de los infaustos atentados. En ellos, la música y la literatura se centraban en el universo, pues de un universo se trata, casi en sentido literal, neoyorquino. Ahora, una vez más, y con ocasión del tan redondo aniversario, volvemos a Nueva York, con una emisión que presenta una estructura y un enfoque parecidos a los que inspiraban esos cuatro programas pasados.

Desde el punto de vista de los textos, todos han sido extraídos de Diccionario de Nueva York, un estupendo libro escrito por el periodista vigués, colaborador de El País y ABC entre otros medios, Alfonso Armada, y publicado en 2010 por la editorial Península. Alfonso Armada tiene una amplia trayectoria como reportero, singularmente en el ámbito del periodismo de viajes, con interesantes publicaciones sobre Estados Unidos y, de manera destacada, sobre África, un continente que conoce bien y con el que mantiene una permanente relación de afecto y compromiso, como queda de manifiesto también en más de una ocasión a lo largo de este libro del que ahora os hablo.

Este Diccionario de Nueva York es, efectivamente, un diccionario, pues al menos en las tres cuartas partes del libro, la estructura es la habitual de este tipo de publicaciones, esto es, capítulos ordenados alfabéticamente en los que, de la A a la Z, se recorre el universo, en este caso el complejo y estimulante universo de Nueva York.

Y así, encontramos sugestivas entradas dedicadas a todo lo que podáis llegar a imaginar en relación a la inagotable y magnífica ciudad. Desde la primera, Afueras, que se ocupa del imposible extrarradio de una ciudad descomunal y aparentemente sin límites, hasta la última, Zona cero, que relaciona las consecuencias del impacto de los aviones mortales con la devastación producida por las bombas norteamericanas en Hiroshima y Nagasaki, recorreremos toda la geografía física y el paisaje moral de Nueva York. Todo Nueva York está aquí, las alcantarillas humeantes, los anuncios, los aparcamientos codiciados -en un ciudad en la que aparcar es lo único que importa- y los curiosos personajes que se hacen cargo de ellos, los ascensores, desapercibidos en su rutinaria actividad pero esenciales en la ciudad vertical -450.000 movimientos diarios los que atravesaban las malogradas Torres-, los abigarrados autobuses, la multiplicidad de bares, los baños públicos, las excelentes bibliotecas, los muchos cines y el Metropolitan Opera House, los bosques y los barrios, Brooklyn y Broadway y Harlem y el Bronx y el Soho y Times Square y Staten Island, y los transbordadores y la Isla de Ellis y la Estatua de la Libertad, y Central Park y Coney Island, y los edificios que han definido y representado la poderosa imagen de la ciudad, el Chrysler y el Empire State y las propias Torres Gemelas y las Naciones Unidas y el Carnegie Hall y el skyline definitivamente truncado y Grand Central Station, los dioramas del Museo de Historia Natural, el resto de excelentes pinacotecas, y los famosos apagones, el del 1965, el de 1977, el de 2003, con sus efectos y sus extraordinarias repercusiones, y los cementerios, y los puentes, y el metro, y los delis abiertos día y noche, y los depósitos de agua y las escaleras de incendio, y la sobrecarga de banderas patrióticas y las escuelas públicas y los homeless y los judíos ortodoxos con su peculiar estética y los establecimientos de comida kosher y los paseadores de perros y los mensajeros en bicicleta, y el Hudson y el Riverside y los taxis y sus chóferes paquistaníes, indios y de Bangla Desh, y el New York Times y el New Yorker, con sus trayectorias de siglos de rigor, independencia y calidad, emblemas perfectos de la ilusionada y algo adánica democracia norteamericana, y Tiffany’s, y las ventanas de Edward Hopper y tantos detalles más que definen una ciudad que conocemos aunque nunca hayamos estado allí, pues el cine y la televisión la han metido en nuestras casas, hasta el punto de que pertenece, es mi impresión, a la memoria, al inconsciente colectivo de el orbe entero.

Pero no es sólo lo tangible, lo material, la ‘carne’ de Nueva York, sus calles y plazas, sus edificios y monumentos, lo que vemos si nos adentramos en las páginas del libro de Alfonso Armada, es sobre todo el alma de la ciudad lo que conocemos, todo lo que no se toca, lo que no es tangible pero que igualmente nos permite proyectar la significativa imaginería neoyorquina, conformar el espíritu de esta urbe que es también un emblema de la humanidad del siglo XXI. Y así, en una enumeración apresurada, hay entradas con rúbricas aparentemente ajenas a Nueva York, pero en las que sin embargo está también su esencia: beatlemanía, Babel, capital del dolor, cerradura, un comentario sobre la exclusión, ciento dos minutos -el tiempo que tardaron las torres en desplomarse-, ciudad del deseo, ciudad romántica, cortinas de codicia, la gata Cristina -cuyo rabo se constituye en una especie de difusa metáfora de Nueva York, del egoísmo y la obsesiva religión del yo que rezuma la ciudad-, el diablo Cojuelo, dragón insaciable, eterno retorno, el éxito y el fracaso, el fin del mundo, gorilas, con King Kong como máximo exponente, el grito, indios sin vértigo, y por ello contratados para levantar los inmensos rascacielos, infancia al por mayor, infierno, lo que falta, locos, luz, manzana, multitud, el número 13 y su supersticiosa desaparición en plantas de hoteles y ascensores, los olores y las orquídeas y el opio y las ostras, las palomas y los perros, las campanas y los pescadores de monedas, la pureza y los puntos negros, los relojes, los rostros, el ruido, los seres invisibles, los suicidios y la soledad, las voces.

Y tanto en su dimensión externa como en la más íntima, el análisis de Alfonso Armada fluctúa entre reflexiones personales y datos objetivos, entre presente y pasado, con numerosas calas en la historia de la ciudad y con, sobre todo, una soberbia demostración de conocimiento de la literatura que sobre Nueva York se ha escrito. El libro incluye, en sus anexos finales, una extraordinaria bibliografía con más de doscientas cincuenta referencias de libros que, de un modo directo y expreso, central y protagonista o más episódico y circunstancial, se refieren a Nueva York. Y muchos de esos libros sirven de ejemplo o de contrapunto a la narración del autor, por lo que es fácil encontrarse, en la gozosa lectura, con fragmentos de Henry Roth, Truman Capote, Joseph Mitchell o Walt Whitman, de Lorca o Juan Ramón Jiménez. Y también de nuestros contemporáneos, Muñoz Molina, Eduardo Lago, Susana Fortes o Eduardo Mendoza, por citar sólo a algunos de los españoles entre otros muchos escritores de nuestros días, todos fascinados por la deslumbrante capital. Para el programa he elegido algunos fragmentos escritos por el propio Alfonso Armada, siendo el resto referencias de Brendan Behan, Paul Morand, J. D. Salinger, Siri Hustvedt, Esmeralda Santiago, Herbert Muschamp, Truman Capote y José Maria Conget que se citan el libro.

Pero además, la última parte del interesante volumen recoge cinco crónicas, que glosan los efectos del 11 de septiembre, publicadas por Alfonso Armada en el diario ABC entre octubre y diciembre de 2001, con los atentados aún muy recientes. Se cierra esta sección más estrictamente periodística con un poema que el autor, con varios libros de poesía publicados, dedica al vacío dejado por las Torres en la ciudad cosmopolita, en la ciudad del porvenir donde el futuro parecía infinito y la muerte era siempre la de los otros.

Hay, por fin, un completo índice onomástico, con aproximadamente seiscientas menciones a personajes vinculados, de uno u otro modo, a la ciudad, y que da prueba de la amplitud y riqueza del análisis que el autor ha consagrado a su adorada Nueva York.

En el programa he intentado llevar a cabo esta profunda inmersión, esta intensa recreación de la realidad de Nueva York no sólo con los fragmentos leídos sino también con trece canciones que tienen a la gran capital del mundo -una ciudad, por muchas razones, extraordinariamente musical- como protagonista. Son piezas, de ambiente contenido y tranquilo, interpretadas por Rosie Thomas, Suzanne Vega, Norah Jones con Peter Malick, Richard Julian, Sophie Milman, The Avett Brothers, Cat Power, Mary Chapin Carpenter, Marianne Faithfull, Paul Simon, Nellie McKay, Rosanne Cash y Stacey Kent.

Este carácter musical de Nueva York -también su naturaleza proteica y cambiante- se apunta en el fragmento del libro que os dejo aquí como cierre de esta entrada. Tras él, la preceptiva sección de vídeos que hoy acoge a una de las favoritas de Buscando leones en las nubes: Cat Power y, cómo no, su New York.

Cuando pienso en Nueva York enseguida me viene a la cabeza la música de los años cincuenta, especialmente las canciones de Frank Sinatra, que escuchaba en mis clases de inglés, y por esa razón ha quedado asociada para siempre en mi mente a la ciudad de Nueva York, aunque no sea precisamente lo que más se escuche ahora. Aunque cuando caminas por la ciudad, la ciudad puede parecer una verdadera cacofonía, cuando pienso en Nueva York imagino una melodía. No puedo decir lo que veo cuando cojo el metro, soy ciego, recuerde, pero siento que hay mucha gente que duerme allí, que come allí, y percibo el estrés en el ambiente, y la marginación a la que esta ciudad condena a mucha gente, las dificultades que muchas personas atraviesan aquí. No es que yo las padezca, porque vine a Nueva York con un claro propósito y una promesa de trabajo. Pero cuando me monto en el metro siento lo dura que puede legar a ser esta ciudad para muchos, que llegan sin grandes perspectivas y con las manos desnudas. Aterrizan en Nueva York porque aquí es donde han acabado, donde el avión les trajo, y tienen que luchar a brazo partido por una habitación, por un trabajo. Yo no he tenido que pasar por eso. Desde el principio he tenido un sitio para vivir y un trabajo. Cuando bajo los escalones del metro siento todo eso: desde el hierro hasta las paredes, palpas el duro esqueleto de la ciudad, e hueso, y entras en contacto con seres muy diferentes a ti que se enfrentan a problemas muy distintos de los tuyos, y sientes a través de lo que te llega de sus vidas qué terrible puede llegar a ser vivir aquí. Cuando vas a lugares como el Bronx, puedes notar con toda nitidez lo poco afectuosa y amable que puede llegar a ser esta ciudad, cómo de áspera puede llegar a ser Nueva York, especialmente para los negros, cómo de perdido puede llegar a sentirse alguien aquí. Eso te hace sentir piedad por mucha gente que vive aquí. Nueva York es un cóctel, una ciudad triste y alegre al mismo tiempo. Todo depende de dónde vivas y qué clase de vida lleves aquí, de quién seas. Cuando camino por el Village o por Columbia, o por el barrio de Kew Gardens, donde vivo, siento que la vida es buena, que la vida es fácil y sencilla. Pero, cuando andas por lugares como Flatbush o barrios negros, sientes el peso de la tristeza en el aire: es como si en el espacio de unas pocas calles pasaras de un mundo a otro completamente distinto.



Diez años del 11-S. De vuelta a Nueva York

martes, 6 de septiembre de 2011


EL CONTADOR DE LA TRIBU

Tras un mes de pausa Buscando leones en las nubes inicia su décimo tercera temporada. Trece cursos acompañándoos con buena música y estupenda literatura, trece cursos creando para vosotros un espacio de recogimiento y sosiego, de reflexión y sensibilidad, trece cursos construyendo un programa de radio que aspira no sólo a entretener una hora de vuestras vidas, sino que, siendo pretencioso, desea cambiar esas vidas, inocular en ellas la pasión por los libros, por la música, por la exquisita belleza, por el refinado placer de la inteligencia. Es, además, la cuarta temporada en la que las emisiones se recogen en este blog, un 'lugar' que, gracias a vuestro entusiasta seguimiento y vuestra cordial colaboración, reúne ya decenas de miles de visitas.

Para empezar la nueva temporada retomamos la fórmula más acostumbrada desde los primeros años de nuestra existencia. Se trata del esquema habitual de los programas misceláneos, hechos de textos y canciones variopintos, surgidos de ámbitos diversos, en consonancia con el rasgo favorito de Buscando leones en las nubes, la que podríamos considerar nuestra nota dominante, el eclecticismo, la mezcla. Y ese esquema mestizo, que se nutre de aportaciones plurales, aparentemente irreconciliables: poemas, cuentos, citas, en la vertiente literaria del programa, y piezas de jazz, canciones pop, melodías country, baladas africanas, entre otras manifestaciones musicales, se os presenta con un propósito indisimulado que ya os he avanzado: haceros disfrutar de una hora agradable.

Aunque, en el fondo, nuestra voluntad de entretenimiento encubre un deseo más profundo, más intenso aún, si cabe más noble. Unai Elorriaga, que fue Premio Nacional de Literatura hace años, dice, en la novela por la que obtuvo dicho premio, Un tranvía en SP, y por boca de uno de sus personajes, que hay una tribu en Australia en la que eligen a una persona para contador de la tribu. El contador ve cosas y piensa cosas. Después se las cuenta a los demás cuando el día se va acabando. Enlazamos así, a través de este fragmento que recoge de un modo perfecto las intenciones que me mueven a la hora de elaborar el programa, con la última emisión del curso pasado, en la que subrayábamos esa idea de Buscando leones en las nubes como un espacio generador de historias. En efecto, esa es mi pretensión cada nuevo lunes, a eso aspiro cada siete días, a constituirme en el contador de la tribu, la voz que cuenta historias, al modo de los increíbles narradores de la plaza de Djemaa el Fna, en Marrakech, la voz que recoge durante toda la semana relatos, cuentos varios, pensamientos diversos, fragmentos aparentemente inconexos de textos literarios y os los lee aquí al caer la noche, cuando el día se va acabando.

En el caso concreto de este primer programa del curso (que por cierto, no ha sido radiado; las emisiones oficiales de Radio Universidad no empiezan hasta octubre, por lo que durante este mes los programas se estrenan directa y exclusivamente en el blog), los autores de los textos que he seleccionado para integrar su parte literaria son José Carlos Llop, Vicente Molina Foix, José María Fonollosa, Adolfo García Ortega, Robert Walser, Marcelo Birmajer, Natalia Ginzburg, Paulino Masip, Ricardo Piglia, Henry Roth y Tomás Segovia. Las canciones, a mi juicio deliciosas, que arropan los fragmentos leídos las han interpretado Neil Halstead, Madeleine Peyroux, Ive Mendes, Tindersticks, Diana Krall, Massive Attack con Sinéad O’Connor, Joe Henry, Mamadou Diabaté con Bobby Singh y Jeff Lang, L’Altra, Stacey Kent y Marcio Faraco.

La sección de vídeos, que este curso (por falta de tiempo: del mío y previsiblemente del vuestro) voy a aligerar reduciéndola a su mínima expresión, nos trae a Neil Halstead con su Hi-Lo and in between.