martes, 29 de octubre de 2013


SI DOS PERSONAS SE QUIEREN MUCHO

Buscando leones en las nubes os ofrece esta semana una nueva emisión repleta de textos y canciones relativos al amor. Son trece las piezas musicales y otras tantas las citas literarias con las que queremos acercarnos a ese sentimiento universal tan capaz de enardecernos o, como aflorará en la mayor parte de los fragmentos leídos, sumirnos en el dolor y la melancolía. Laura Veirs, Pink Turtle, Gabrielle Aplin, Youn Sun Nah, Cecile McLorin Salvant, Sixto Rodríguez, Yoro Ndiaye con Baba Maal, Chiara Mastroianni, Night Beds, Jennifer Porter, Jose James con Emily, Coque Malla con Leonor Watling y María Gadú, que cierra la emisión con su desesperado Mais que a mim (interpretado a dúo con Ana Carolina; también en el vídeo que acompaña esta entrada) de letra desgarrada (Intenté hablar pero no supiste oír, intenté admitir, intenté volver y pude ver cuánto me equivoqué. Te amé más que a mí, sí, mucho más que a mí), componen la lírica y algo triste banda sonora del programa. Ese tono desesperanzado aparece también en unos textos en los que el amor se muestra casi siempre contrariado, amargo, frustrado, soñado, imposible; unos textos escritos por Kirmen Uribe, Juan Gabriel Vásquez, Michel Houellebecq, Clara Usón, Maxence Fermine, Susana Fortes, Álvaro Pombo, James Salter, Fernando Pessoa, Paola Capriolo, John Maxwell Coetzee, José Avello y Francisco Goldman, autor del largo fragmento final -que reproduzco íntegro aquí- extraído de Di su nombre, la estremecedora y emotiva crónica -que no deberíais perderos- de la bellísima historia de amor vivida con su mujer Aura, escrita a partir de la trágica muerte de esta, ocurrida antes de haberse cumplido dos años de su enamorado matrimonio.

El enigmático, intenso y muy sugerente Los amantes, un cuadro de René Magritte de 1928, ejemplifica -en consonancia con la propuesta del programa- la dulce complejidad del amor y sus contradicciones: la ternura y la incomunicación que a veces conlleva, sus misterios y sus secretos, la irresistible atracción y el difícil contacto entre quienes se aman, el deseo y la incomprensión, la intimidad y la distancia...


Poco después, una gélida noche neblinosa, mientras volvía caminando de un restaurante, vi a Aura en el árbol que había al final de nuestra manzana, ella estaba arriba, entre las ramas desnudas y húmedas que resplandecían con el fulgor del alumbrado público, me sonreía como aquella vez, pocas noches después de su muerte, cuando la había visto flotando en su propio halo de luz lunar sobre el Zócalo. La felicidad y el asombro disolvieron mi incredulidad y me paré en la acera para devolverle la sonrisa, entrando en calor con mi propio fulgor amoroso. Me acerqué al árbol, coloqué las manos sobre el tronco y lo besé.

Me parecía verosímil que Aura hubiera elegido un árbol de nuestro barrio para esconderse, sobre todo aquél árbol, el más grande de nuestra manzana, un robusto arce plateado del que brotaba un exuberante follaje en verano, aunque entonces sus ramas intrincadas y largas estaban desnudas. Aura había recorrido las calles de arriba abajo en primavera, fotografiando las brillantes hojas nuevas de los árboles y las flores. Se había comprado una guía de los árboles del noreste para poder identificarlos y sorprender con sus nombres.

A lo largo de muchos de los días siguientes, cada vez que bajaba por esa manzana veía a Aura en aquel árbol, con su sonrisa y sus ojos brillantes flotando entre las ramas, y entonces su felicidad llegaba a mí y me detenía a besar el tronco, pero una tarde doblé la esquina con más cosas en la cabeza, me olvidé de levantar la mirada para ver el árbol y pasé junto a él sin más, pero sentí una fuerza que tiraba de mi cabeza hacia atrás, como si me agarrara por el cabello. Desconcertado y humillado, me volví, regresé al árbol, me disculpé y lo besé.

Me preguntaba qué debían pensar los vecinos al verme actuar así. El árbol estaba justo enfrente de una brownstone en cuyo apartamento de la planta baja vivía un tipo fornido, bastante envejecido, que parecía motero; tenía bíceps de tacle defensivo y una barba entrecana y tupida. Me preguntaba qué pensaría cuando advirtiera que yo me detenía constantemente frente a la verja de su apartamento para besar aquel árbol. No me preocupaba que fuera violento conmigo, pero lo imaginé saliendo para decirme algo como: “¿Qué coño haces?”, así que después de una semana, si había gente en la acera o si veía que el motero tenía las luces encendidas y las cortinas abiertas, tan sólo extendía una mano para hacerle cosquillas al tronco cuando pasaba frente a él mientras susurraba: “Hola, mi amor, ¿cómo estás hoy? Te quiero”.

Esos días sentí una ligereza emocional desacostumbrada, algo parecido a la felicidad. ¿Me estaba volviendo loco? Aura no está de verdad en el árbol, me decía. No obstante, una noche fría me desperté como a las tres de la madrugada y recordé que ese día no me había detenido a saludar al árbol ni siquiera una vez. Salté de la cama, me puse mi chaquetón de pluma sobre el pijama, me calcé unas zapatillas y salí a la calle. Esa noche había caído una lluvia helada. La acera estaba resbaladiza por el hielo, lo cual me recordó que Aura nunca había dominado el arte de caminar sobre las aceras heladas, siempre resbalaba o pisaba en falso, y yo me burlaba diciéndole que era como Bambi sobre el estanque congelado.

El árbol de Aura jamás se había visto tan hermoso como aquella noche, parecía esmaltado y brillaba como si hubieran vertido sobre él una mezcla de diamantes líquidos y luz estelar.

-Francisco, dijo, ¡¡no me casé para pasar todo el tiempo sola en un árbol!!

-¡Claro que no, mi amor! Eché los brazos alrededor del tronco y apreté mis labios contra su helada corteza áspera.


martes, 22 de octubre de 2013


ANTONIO MUÑOZ MOLINA. SEFARAD. EL DESARRAIGO Y LA EXTRAÑEZA

Quienes nos escuchasteis la semana pasada recordaréis que dedicamos el programa en su integridad a Sefarad, una de las más notables novelas de Antonio Muñoz Molina. Y ello es así porque hemos querido aprovechar la muy cercana entrega de los Premios Príncipe de Asturias de 2013 (la ceremonia tendrá lugar en Oviedo el próximo viernes, 25 de octubre), que en su modalidad de Letras han recaído en el escritor y académico jienense, para celebrar nuestro particular homenaje a un autor que siempre me ha interesado, desde un ya lejano 1987 en que leí deslumbrado Beatus Ille, una primera novela que aparte de su brillantez literaria está muy unida sentimentalmente a algunos importantes episodios de mi vida. Con la misma voluntad de reconocimiento y celebración, os anticipo que mañana, miércoles 23, mi otro espacio en Radio Universidad de Salamanca, Todos los libros un libro, se dedicará por entero a otra gran obra de Muñoz Molina, La noche de los tiempos.
 
Pero centrándome en Sefarad, que es, como digo, el libro que esta semana nos ocupa, era tan grande el interés que su lectura me despertó en su momento y tantas las ideas, las reflexiones, las impresiones, las sugestiones que había suscitado en mí, que no me podía resignar a ofreceros una única emisión sobre él. Por lo tanto, en esta edición de Buscando leones en las nubes, al igual que en la de hace una semana, todos los textos -como siempre llenos de vida, de ilusión, de tristeza, de pasión- que aparecen en el programa estarán extraídos de dicha novela, y podréis escucharlos envueltos, como siempre, en melodías muy dulces y emotivas, llenas de encanto y sensibilidad, que os permitan degustarlos como merecen y os despierten el interés por leer el libro en su integridad y, de paso, el resto de la obra de Muñoz Molina. Chris Botti, Khadja Nin, Josefine Cronholm con Ibis, Rossana Casale, Zizi Possi, Karen Dalton, Gigi Shibabaw con John Powell, Damien Rice con Lisa Hannigan (cuya magnífica The Blower's Daughter, con un fondo de imágenes de Closer, la excelente película de cuya banda sonora formó parte la canción, acompaña esta entrada), Sara Tavares y Peter Gabriel son los intérpretes de los temas que suenan en la emisión.
 
Al igual que hace siete días, os ofrezco, como complemento a esta entrada, una entrevista del escritor con la periodista Soledad Gallego-Díaz, publicada en El País el 18 febrero de 2013.
 
 
"Recuérdalo tú y recuérdalo a los otros". El verso de Luis Cernuda obsesiona desde hace tiempo a Antonio Muñoz Molina. “Recordar y contar lo que uno ha visto, esforzándose por no mentir y por no halagar y por no dejarse engañar uno mismo por el resentimiento o por la nostalgia, es una obligación cívica”, opina. El escritor se ha esforzado en cumplir de forma precisa con esa obligación de ciudadanía: “Esforzarse en mirar las cosas como son y contarlas tal como fueron” es el corazón del nuevo libro que acaba de publicar, Todo lo que era sólido (Seix Barral), un ensayo que parte de la relectura de periódicos de un pasado próximo y del asombro que le produjo comprobar todo lo que había olvidado.
 
PREGUNTA: El olvido de lo inmediato, de lo ocurrido hace cinco, diez años, le provoca consternación.
RESPUESTA: La memoria de lo inmediato es muy difícil. Lo he comprobado con este libro. Yo he trabajado muchas veces con periodos de tiempo más alejados del presente y no me había dado cuenta de lo rápido que desaparece la memoria cercana. Cuando fui al periódico EL PAÍS a repasar números de hace veinte años, o menos, me di cuenta de esa rapidez devastadora. No sé por qué ocurre. Será quizá porque uno vive los acontecimientos políticos con una parte muy superficial de su conciencia. Uno sabe que las cosas cambian. Tiene conciencia de que si vuelve a una ciudad que no ha visitado en 20 años, muchas cosas habrán cambiado. De lo que no te das cuenta es que si vuelves a los cinco años, también han cambiado, muchísimo más de lo que crees.
 
P: Lo que se propone en el libro es atestiguar. Al darse cuenta de que olvidamos tan rápido, cree que es necesario explicar ese pasado tan reciente a los jóvenes de hoy.
R: Sí, porque si no lo hacemos, ni los medios de comunicación ni el sistema educativo van a dar ese testimonio. Lo que se fomenta es que se viva solo en el presente. Un presente que no se entiende, porque se hace creer que las cosas, tal como están ahora, han existido siempre. Que los valores que hay ahora han existido siempre. Y eso no es verdad.
 
P: No eran los mismos hace muy poco tiempo.
R: No nos estamos refiriendo a la época del esclavismo. Por eso me esfuerzo en el libro en atestiguar sobre mi propia experiencia, sobre las cosas que ahora me parecen perfectamente comunes y que eran impensables para mí mismo hace nada. La cuestión de las mujeres, por ejemplo, el salto impresionante que se ha producido en ese tema. Yo he vivido en un mundo, en un país, en el que una persona progresista, un varón progresista, no consideraba en absoluto necesario levantarse de la mesa al terminar de comer. Se tuvieran las ideas que se tuvieran, en la práctica ocurría así.
 
P: Ya recogerían ellas…
R: Ese es exactamente el tránsito de lo impensable a lo imperceptible. Cosas impensables, que ocurren y que al cabo de muy poco tiempo ya son imperceptibles. Cuando yo era adolescente, o en mi primera juventud, ¡pensar que pudiera haber matrimonios homosexuales! Era impensable. Hay que acordarse de la izquierda, de la hostilidad puritana que demostraba hacia los homosexuales. Pasaba en todas partes. Y de pronto, lo impensable se convierte en imperceptible. Para un chico de hoy, para mi hijo, tener amigos o parientes homosexuales es normal. No se da cuenta. Eso te llena de sorpresa y te llena también de esperanza.
 
P: En el libro se asombra también de la gran violencia verbal que existió en el debate político de los últimos años y en la imposibilidad de llegar a acuerdos básicos. ¿Es eso específicamente español?
R: Sí. Yo creo que en ese sentido hay cosas específicas nuestras. En Estados Unidos, por ejemplo, hay una lucha política muy fuerte. Pero hay zonas de debate que están fuera de ese enfrentamiento. En España no hay ningún acuerdo básico. Eso es lo asombroso. Hasta en Italia existen esos pactos. Recuerdo cómo se celebró en 2011 el 150º aniversario de la unidad de Italia. Con festejos. La unidad de Italia es un proyecto progresista. Para nosotros no. Por la capitulación de la izquierda, hemos programado nuestro cerebro para pensar que la unidad de un país es automáticamente reaccionaria. No tiene por qué ser así. El proyecto de la República italiana era un proyecto progresista. Es un proyecto cívico poner a los ciudadanos por encima de los grupos, territoriales o étnicos, o lo que sea.
 
P: ¿Existió ese acuerdo cívico durante el debate constitucional?
R: Creo que lo primero es distinguir entre la gente común y las élites. Hay una cosa en la que he pensado mucho, sobre la que he intentado estudiar desde hace tiempo: la diferencia entre el extremismo de la élite y la gente común. Lo he estudiado respecto a la Guerra Civil. Cómo el extremismo político está limitado a una élite muy concreta que se aprovecha de situaciones sociales dolorosas y que crea una dinámica propia que acaba arrastrando a la sociedad entera. Eso es muy importante. Evidentemente, la élite política o cultural, o lo que sea, es la parte más visible de la sociedad. Puedes pensar que son una representación fehaciente de la sociedad, pero puede resultar que no. A mí, por ejemplo, me irrita mucho eso de las dos Españas. Algo que manejaba tanto la élite de la derecha como la de la izquierda: que en 1939 había dos Españas y que el levantamiento de una contra la otra provocó una guerra civil. Pero si lo estudias con más cuidado, ves que hay un proceso de radicalización política en ciertas élites que arrastran a todo el sistema político y que acaba arrastrando a una población que, en su mayor parte, es ajena a eso.
 
P: Esto otorga una gran responsabilidad a las élites.
R: Claro, una responsabilidad enorme. La irresponsabilidad de las élites las pagan los pueblos enteros, y eso tiene que ver también con la idea de que la historia es, digamos, inevitable. La Guerra Civil ocurre porque era ine¬vitable, nos dicen. Pues no, la Guerra Civil se produce por varias razones. Durante mucho tiempo, la élite política se dedicó a exacerbar al máximo el enfrentamiento y la violencia. Ahora se quiere idealizar aquella época. “Ahora no hay parlamentarios”, se llegó a decir; los de la Republica, esos sí que eran unos verdaderos parlamentarios. Y se olvida el hecho de que se ponía una caja a la entrada del Congreso para que esos parlamentarios depositaran sus armas de fuego.
 
P: ¿Cómo es posible entonces que existieran esos acuerdos básicos en el periodo de la Transición y que ahora nadie parezca concederle el más mínimo valor?
R: Primero, por esa incapacidad que hemos comentado de mirar los hechos y de ver las cosas que tienes delante de los ojos. Vamos a ver, ¿cuántos periodos de libertad y de progreso ha habido en la historia de España y qué duración han tenido? Me refiero a la historia contemporánea. ¿Cuántos periodos de estabilidad política? ¿Cuándo, en la historia real de nuestro país, ha habido más gente que haya progresado más, en libertad, que haya conseguido un grado mayor de bienestar y libertad? El término de comparación no es el ideal paradisiaco. Lo que vale es la comparación con lo que ha sido nuestro país y la comparación con los países de nuestro entorno. Y en esa comparación vuelvo a la misma pregunta: ¿en qué otro periodo ha habido algo parecido a lo que ha ocurrido en todos estos años en España? Se le puede preguntar a un nacionalista catalán o a un nacionalista vasco en qué periodo de la historia, no de la mitología, Cataluña ha disfrutado de mayor autogobierno, ha disfrutado más de su lengua, de sus propias instituciones. O el País Vasco. En qué periodo. No en qué leyenda. Se junta la falta de crítica y la falta de lealtad. Por una parte falta la crítica verdadera y lúcida. Y por otra parte falta lealtad al sistema. Muchas personas, con voces muy visibles, han cooperado mucho en ese descrédito del sistema democrático. Y además, de una manera muy cínica, jugando con el prestigio gratuito del radicalismo. No solo no se recuerda el pasado reciente, sino que además se falsifica. El olvido lo que hace es favorecer la falsificación.
 
P: La consecuencia ha sido el descrédito cada vez mayor de ese periodo.
R: El descrédito era lo que convenía a la casta política de ahora para legitimar sus propias hegemonías. Porque la hegemonía de la clase política autonómica se basa en la negación de cualquier espacio común, de cualquier tejido común. Además, es algo práctico, porque eso les permite ocultar su corrupción y su incompetencia. El tipo de hegemonía que ellos quieren es lo que le interesa a los partidos. En la Transición se cometieron muchos errores. Efectivamente. Pero uno de ellos, del que no se habla y sobre el que yo insisto en mi libro, es la fuerza que se concedió a los aparatos políticos de los partidos y a la primacía de esos partidos políticos sobre la Administración.
 
P: Esa es una de las tesis fundamentales del libro, ¿no?
R: Sí, creo que eso es así. Los partidos no quisieron crear una Administración, un sistema público de funcionamiento que sirviera para todos, sino unas redes clientelares de las que ellos se alimentaran y en las que ellos prosperaran.
 
P: ¿Dónde estaban los intelectuales españoles cuando ocurrió todo eso?
R: Habría que hablar de los intelectuales en un sentido amplio, incluir a los periodistas, ¿no? Pero no se trata del prestigio intelectual. Cuando escribía el libro me daba cuenta de que el eje sobre el que todo eso se desarrollaba era la falta de control, dentro de la legalidad. Yo tengo la experiencia de haber trabajado en la Administración en momentos cruciales. Cuando sale a la luz pública un caso de corrupción, nadie pregunta, como cuando un enfermo llega a un hospital: ¿qué ha pasado? Antes de llegar aquí, ¿qué le pasó? Una vez más, volvemos a la incapacidad de crear cosas comunes, la falta de voluntad de crear espacios comunes.
 
P: ¿De dónde viene esa incapacidad?
R: Tiene que ver con una particularidad española, de la que también hablo en el libro: lo difícil que es en este país la disidencia verdadera. Tenemos una idea falsa de nosotros mismos, según la cual somos gente vehemente, que dice lo que piensa y que eso nos distingue de los extranjeros. Pero aquí es muy difícil decir lo que se piensa. Vivimos en una sociedad en la que, por falta de tradición democrática, existe una incapacidad de aceptar con naturalidad las opiniones o las informaciones que contradicen la ortodoxia establecida por un grupo.
 
P: ¿Eso se relaciona con el sectarismo?
R: Sí. En primer lugar, aquí hay, y eso me parece ya un primer síntoma grave, un peso del opinionismo mucho mayor que en otros países. Pero además, cuando alguien escribe una columna, lo hace para mostrar a los suyos que es de ellos y que está auténticamente en ese bando. Y eso se muestra de dos maneras: una, atacando al que se supone que es del bando contrario, y dos, no poniendo ninguna pega, o si acaso una pega menor, al bando al que se supone que perteneces.
 
P: ¿Los intelectuales no ofrecen un escudo contra eso?
R: Creo que el término intelectual se aplicó por primera vez a Zola, en el caso Dreyffus. Pero si lees las posiciones de personas supuestamente de alta cualificación intelectual, sus posiciones públicas, y haces una lista, el resultado es pavoroso, porque con muchísima frecuencia han optado, y no solo en España, por las posiciones más insensatas. Hay que tener mucho cuidado con esa figura del intelectual. Yo creo que es básicamente una figura francesa, latinoamericana, de Europa del sur… Esa figura casi no existe en el mundo anglosajón, porque allí creen que lo que necesitan son profesionales de la información.
 
P: Y funcionarios…
R: Exactamente, administradores. Administradores eficientes y buenos informadores. Gente que investigue un caso, investigue a fondo y saque los datos y los ponga a la vista. A mí me impresiona mucho que en Holanda haya una oficina, independiente de los partidos, cuya misión es evaluar el coste económico de las propuestas de los partidos en sus programas electorales.
 
P: ¿Quién financia esa oficina?
R: Es estatal. El equivalente al PP dice, por ejemplo: “Vamos a bajar los impuestos, pero vamos a impulsar no sé qué”. Y llega esa oficina y dice: “Si se bajan los impuestos, se deja de recaudar tanto”. Si la oposición dice: “Hay que dar asistencia dental a los emigrantes”, por ejemplo, llega la oficina y calcula: “Eso cuesta exactamente tanto”. Datos, eso es lo que nos falta. Lo que nos falta en España es conocimiento de la realidad. Y para eso lo que necesita son buenos profesionales. No necesita intelectuales iluminados. El llamado intelectual es importante sobre todo cuando fracasan muchas otras instancias. Pero si se piensa en el papel de los intelectuales europeos occidentales en la crisis del siglo XX, sobran los dedos de una mano para nombrar a los que tuvieron actitudes realmente inteligentes, democráticas, no sectarias y no partidistas. Con respecto a la Unión Soviética, de los grandes intelectuales europeos, ¿cuántos tuvieron una posición lúcida? Koestler, Orwell, Albert Camus, Raymond Aron.
 
P: En el libro reúne datos, informaciones, se asombra: yo lo vi, pasó esto.
R: He observado que las plantas generan toxinas para defenderse de los parásitos. La nicotina es el veneno que genera la planta del tabaco para defenderse de los insectos, por ejemplo. Pues bien, en la sociedad española, cualquier grupo genera toxinas que anulan la crítica. Y que anulan la objeción de la razón o de la realidad. Ahora todos nos reímos retrospectivamente del aeropuerto de Castellón o del de Ciudad Real. Pero la cuestión es cómo pudieron llegar a construirse.
 
P: ¿Fallaron los controles?
R: Sí. ¿Cuántos controles fallaron? Uno, el control técnico, porque se supone que una Administración tiene unos técnicos que evalúan el coste y la viabilidad de cualquier proyecto público que se emprende. Dos, el control de las cajas de ahorros que los financiaron. Alguien tuvo que decir: “Este préstamo es un riesgo demasiado grande”. Tres, el de los medios de comunicación, que seguramente dependían de páginas de publicidad. Y cuatro, el de la opinión pública. ¿Por qué falló este último? Porque fallaron los anteriores y porque entró en funcionamiento la toxina contra cualquier crítica. Si alguien, a pesar de todo eso, hubiera dicho: “Oye, este aeropuerto es una tontería”, inmediatamente habría quedado desactivado, porque si el aeropuerto era una iniciativa del Partido A, el que lo criticara sería probablemente del Partido B o sería acusado de serlo. Y porque el aeropuerto formaría parte de un discurso de autohalago colectivo. “Esto es lo que merecemos, nuestra comunidad merece esto”. Si criticas y vienes de fuera, te dicen: “¿Qué derecho tienes a opinar sobre esto tú que vienes de fuera?”. Y si vienes de dentro, peor, porque eres un traidor.
 
P: ¿Y eso se nos va a curar algún día? ¿Dejaremos de producir toxinas?
R: Ah, no lo sé. Pero por lo menos ahora el mecanismo está claro. Estamos de acuerdo en que el principal problema de España es la falta de controles independientes, diversos grados de control.
 
P: ¿La opinión pública forma parte de esa red de controles?
R: Claro, el último de esos controles es el de una opinión pública que no sea cautiva. Eso tiene que ver con lo que hablamos antes de la dificultad de llevar la contraria. Me acuerdo de cuando se iba a aprobar el absurdo nuevo estatuto de Andalucía. Ponerle alguna pega era directamente ser “de derechas”. De mí han escrito que he sido un traidor a mi tierra, un traidor a Andalucía. Me acuerdo de un artículo que publiqué y que provocó todo tipo de ataques. Se llamaba Andalucía obligatoria y se inspiraba en algo que me había contado mi hermano sobre un cursillo que tenía que hacer para su capacitación y que versaba sobre el espíritu rociero. Es curioso que en un país que se dice tan individualista exista una fuerte coacción del grupo, la coacción ortodoxa, como en la contrarreforma, la acusación de que “tú no eres de los nuestros”. España no es nada individualista. Mentira. Es una sociedad en la que el debate público es imposible. El debate público verdadero. Lo que se hace es el ladrido agresor. Todo está lleno de eso. Recuerdo otro ejemplo bastante reciente, la célebre cúpula de Barceló. Como la había aprobado el Gobierno socialista, a quien se oponía se le acusaba inmediatamente de ser del PP. Y como Barceló es un artista moderno, a quien opinaba que la cúpula era estéticamente una “patata” se le trataba de reaccionario. Yo hice un artículo en el que comparaba el coste de la cúpula de Barceló con el presupuesto anual del Instituto Cervantes, porque creo que, además de las opiniones, hay un factor que se debe tener en cuenta y que es el coste de un proyecto y la proporción con el coste de otras cosas. Si la cúpula cuesta entre 18 y 20 millones de euros y comparativamente el presupuesto del Instituto Cervantes de ese año era de 65 millones de euros, algo falla, ¿no?
 
P: ¿Coacción de grupo, de nuevo?
R: Ceguera partidista. Te da la comodidad, está claro. Conste que en el libro también hay un mea culpa, ¿eh? El hecho de estar muy centrados en determinadas cosas nos impedía ver muchas otras que estaban pasando. Hablábamos antes de intelectuales. En ese sentido, el único intelectual comprometido que había en España en 2007 era El Roto.
 
P: La lista de noticias que se recogen en el libro parece ahora increíble.
R: La experiencia de revisar ejemplares pasados del diario es precisamente el corazón del libro. Déjeme que cuente un caso que recuperé en esas lecturas. En 2007, un juez de Tenerife reconoció el derecho de un grupo de vecinos a que se bajaran los decibelios máximos del carnaval. No los decibelios del desfile. No, los de las furgonetas que, según la costumbre, se ponen en cualquier parte, en tu puerta, con altavoces a todo meter. En este caso, los decibelios eran tan brutales que el juez decretó que no se podía superar lo que marcaba la ley. Pues bien, hubo una reunión en el Parlamento canario que desautorizó al juez. En las emisoras de radio del Ayuntamiento se hicieron públicos los teléfonos y las direcciones de las personas que habían puesto la denuncia. A esas personas se les quemaban los portales, se las amenazaba de muerte. Y en los edificios cercanos terminaron por poner carteles que decían: “Nosotros no hemos participado en esa demanda”. Es terrible, ¿no? Me interesa mucho esa cosa brutal del totalitarismo de la fiesta. Es mucho más grave de lo que parece. Porque supone la falta de reconocimiento del derecho del otro a vivir su vida. Es una cosa escalofriante.

martes, 15 de octubre de 2013


ANTONIO MUÑOZ MOLINA. SEFARAD. ERES CUALQUIERA Y NO ERES NADIE

Esta semana abrimos una breve serie de dos programas dedicados a Antonio Muñoz Molina, el académico y escritor español que dentro de unos días recibirá el Premio Príncipe de Asturias de las Letras correspondiente a 2013, que le ha sido concedido, según declara el acta del jurado, por la hondura y la brillantez con que ha narrado fragmentos relevantes de la historia de su país, episodios cruciales del mundo contemporáneo y aspectos significativos de su experiencia personal. Una obra que asume admirablemente la condición del intelectual comprometido con su tiempo.
 
En Buscando leones en las nubes ya hemos ofrecido hasta tres programas centrados en el magnífico escritor jienense, dos con base en su novela El viento de la luna y un tercero vinculado al texto misceláneo Ventanas de Manhattan. En nuestra emisión de esta semana y en la del próximo lunes, y a modo de homenaje a uno de nuestros autores favoritos, vamos a recuperar otros dos programas de hace unos años, emitidos con ocasión de la aparición entonces de una obra mayor de la literatura de Muñoz Molina, la excepcional Sefarad, una magnífica novela que nos habla del exilio, del desarraigo, de hombres y mujeres expatriados, perseguidos, deportados. En esta edición escucharéis, pues, extraídos de ella, y envueltos en melodías delicadas y algo tristes, muchos textos sugerentes, muchas reflexiones emotivas, muchos pensamientos conmovedores con los que vamos a nutrir la parte literaria del programa. De entre ellos, y el hecho resulta ciertamente curioso, hay un pasaje de Sefarad en el que Muñoz Molina parece -sin pretenderlo, como es obvio- describir fielmente el objeto, el propósito de Buscando leones en las nubes e incluso la voluntad, el espíritu que me anima cuando elaboro los distintos programas. Uno de los personajes de la novela afirma: Tenía la cabeza llena de frases de libros, de películas o de canciones, y sentía que en esas palabras (...) estaba mi único consuelo posible contra el destierro en el que me hallaba confinado. En efecto, en cierto modo así soy yo y así es el programa que una semana tras otra llega a vuestras casas. Como ya os he comentado en más de una ocasión, Buscando leones en las nubes surge de mi pretensión -algo descabellada- de escapar de esa especie de destierro en el que me confinan las miserias del día a día a través de la belleza que encierran la música y la literatura; belleza que intento atrapar y mostraros en cada nueva emisión. Espero que participéis, pues, de la ternura y la desolación, la alegría y la desesperanza, la tristeza, la emoción, la melancolía y, en definitiva, la sensibilidad y el sentimiento que empapan esta, a mi juicio, gran novela de la que vamos a ofreceros una muestra en estos dos lunes consecutivos.
 
Entre los textos de Muñoz Molina suenan, como digo, preciosas canciones interpretadas por Vincent Delerm, Mo’ horizons con Leila Pantel, Amos Lee, Jon Mark y Johnny Almond, Diogal, Nina Nastasia, Coleman Hawkins, Inara George, Neil Halstead y Coldplay.
 
Os dejo como complemento a esta entrada un texto de Juan Cruz publicado en El País el 10 de febrero de 2013 con ocasión de la concesión a Muñoz Molina del Premio Jerusalén precisamente por esta su novela Sefarad.

 
Cuando terminas de leer Sefarad, el libro de Antonio Muñoz Molina, y repasas con él los libros que leyó antes o mientras narraba las historias de exilio y de ignominia que contiene ese volumen, comprendes por qué él tiene ese estilo desgarrado y melancólico ante lo que sucede, y sobre todo compruebas hasta qué punto el siglo XX, a algunos de cuyos desgarros se refiere, fue tan cruel, tan inhumano y precisó tantas voces para hacer coral el horror ante lo descrito. Y cómo esa historia se ha ido contando, desde distintas heridas, hasta completar, en el epílogo Nota de lecturas, un fresco que refleja la mirada asustada que él comparte.

Hace años, por una obra así, pero de carácter autobiográfico, por haber narrado el horror del siglo en primera persona, le dieron a Jorge Semprún el Premio Jerusalén. El español que un tiempo fue Federico Sánchez había escrito, entre otros testimonios, La escritura o la vida; flotaba en el aire del libro, y flotó hasta el final de la vida de su autor, aquella atmósfera cerrada a la que jamás volvieron los pájaros. Ahora le han dado ese premio a Muñoz Molina, por Sefarad, entre otros testimonios de su compromiso con el exilio y con la diáspora, por haber rastreado el origen del horror y por haber contado su desarrollo en las personas individuales, en los grupos o etnias que los sufrieron, en sus tierras y más allá de sus tierras, cuando empezó la persecución y mientras esta siguió, se consolidó y fue finalmente un objetivo mortal y ya cruelmente inolvidable.

Cuando le entregaron a Semprún ese premio que ahora recibirá Antonio Muñoz Molina, había alrededor, en Jerusalén, un aire de estupor, la guerra interminable seguía, el Estado de Israel proseguía su persecución de los palestinos, y estos seguían defendiéndose de esa persecución. Intelectuales israelíes, y políticos en activo, denunciaban esas persecuciones, y el propio Semprún se unió a ellos en la condena de los abusos que la política estatal mantenía vigente. Había allí un debate muy vivo; esa sociedad no estaba unánimemente conforme con lo que hacía su Gobierno; sigue siendo así, y decir lo contrario es tan solo animar a pensar que el silencio allí es la ley. No es verdad.

Ahora Muñoz Molina obtiene ese premio y le piden que lo deje, que no vaya a recogerlo. Me ha parecido la solicitud firmada por algunos colegas del escritor de Úbeda un propuesta fuera de lugar, pues, como el mismo premiado ha dicho, otros extranjeros como él, igualmente solidarios con los perseguidos de antes y de ahora, recibieron por méritos parecidos el mismo galardón, y ninguno de ellos -tampoco Semprún. se sintió impelido a rechazar el premio ni nadie asoció el emblema al Estado de Israel. Es el Premio Jerusalén, en este caso por haber escrito Sefarad.

“Y tú qué harías si supieras que en cualquier momento pueden venir a buscarte, que tal vez ya figura tu nombre en una lista mecanografiada de presos o de muertos futuros, de sospechosos, de traidores”. Sefarad habla de las diásporas, nos afecta a nosotros, los españoles, es una crónica general de los nombres propios señalados por la ignominia de los perseguidores. Aquí y en todo el mundo. Si por contar eso lo han premiado, si por advertir que eso que sucedió sigue sucediendo, aquí y en todas partes, ¿cómo no va a ir a recibir en Jerusalén o en cualquier sitio el eco que merece tan extraordinario poema de la diáspora? Que vaya a Jerusalén y que vuelva para contar qué vio.

martes, 8 de octubre de 2013


GEORGE GERSHWIN. RHAPSODY IN BLUE

Esta semana cerramos la serie de emisiones que hemos dedicado en los dos lunes precedentes a la inmensa figura de Georges Gershwin, el talentoso compositor norteamericano, de cuyo nacimiento se han cumplido estos días los ciento quince años. En esta edición de Buscando leones en las nubes, que ha acabado por ser ajustadísima en textos y música, el programa se centra exclusivamente en obras compuestas por Gershwin, claro está, pero -y esta es la diferencia principal con los otros programas de la serie- interpretadas por el propio autor al piano. Escucharéis así catorce piezas -distintas de las cerca de treinta ya emitidas en lunes anteriores- no tan conocidas, quizá, como las que han aparecido hasta ahora, y que se cerrarán con una de las obras maestras del compositor, la espléndida y muy difundida Rhapsody in blue. Sweet and lowdown, Scandal walk, So am I, Idle dreams, Swanee, When you want ‘em, you can’t get ‘em, Kickin' the clouds, Novelette in fourths, From now on, Short story, On my mind the whole night long, Rialto ripples, For Lily Pons y la mencionada Rhapsody in blue. A propósito de las composiciones de George Gershwin, quiero indicar ahora -no lo he hecho (y me lo reprocho, un olvido imperdonable) en las dos emisiones anteriores- que muchas de sus obras las escribió en colaboración con su hermano Ira, del que se habla en alguno de los textos leídos en estas emisiones, en una conjunción cuya "marca", George & Ira Gershwin (música y letra, respectivamente), es ya un clásico de la historia de la música popular. Me recuerda estos días el amigo Mario Filippini, siempre sabio (y cuyo Los caminos del jazz es uno de los grandes programas de Radio Universidad), la anécdota de un "supuesto" periodista que en un reportaje en el suplemento cultural en un diario de nuestro país se refería reiteradamente a George y "su esposa Ira". En fin...
 
Entre ellas, entre las piezas musicales, aparecen algunos fragmentos de El mundo de Gershwin, un libro de Edward Jablonsky en el que se recogen comentarios, impresiones, opiniones, semblanzas varias de la vida y la obra del extraordinario personaje. Las citas que he elegido para la emisión de esta semana giran, principalmente, sobre su arte, sobre las influencias -el jazz, la música popular, las raíces folklóricas- en las que se ha fundamentado su talento creador, y sobre la repercusión que sus composiciones han dejado en la historia de la música del siglo XX.
 
El vídeo que acompaña esta entrada es un interesante montaje que incluye, sobre un fondo sonoro de la Rhapsody in blue, escenas de la vida cotidiana, personajes varios, imágenes de lugares y monumentos de una ciudad de Nueva York unida indisolublemente, desde las películas de Woody Allen, a la música de Gerswhin. La interpretación de la famosa pieza corre a cargo de la Columbia Symphony Orchestra, dirigida por Leonard Bernstein.




George Gershwin. Rhapsody in blue

martes, 1 de octubre de 2013


GEORGE GERSHWIN. I GOT RHYTHM

Esta semana continuamos con la segunda y penúltima emisión de la breve serie de tres que estamos dedicando a la inmensa figura de Georges Gershwin, el ya clásico compositor norteamericano, de cuyo nacimiento se cumplieron ciento quince años el pasado 26 de este mismo mes.

El programa se construye sobre la base de fragmentos entresacados del libro El mundo de Gershwin, escrito por Edward Jablonsky y publicado por Adriana Hidalgo editora en una traducción ostensiblemente argentina que yo he “españolizado” en ocasiones para facilitar su inteligibilidad; unos textos (que incluyen opiniones, comentarios, impresiones, palabras varias sobre el compositor debidas a familiares, amigos, músicos, productores, artistas, periodistas o críticos, publicadas casi siempre con anterioridad en otros libros) que hace siete días nos adentraban en las vicisitudes de la vida del músico, y que en esta edición tendrán su continuación con el relato de otros aspectos relevantes de su existencia, incluidos los funestos momentos de su enfermedad y prematura muerte en Beverly Hills, con sólo treinta y ocho años.
 
Y entre los retazos de la vida de Gershwin, sus imperecederas canciones. Si el lunes pasado escogía catorce de sus obras maestras que salían al aire en las voces de grandes damas del jazz, en esta emisión son trece piezas, distintas a las del otro día, las que suenen en el programa, interpretadas por músicos pertenecientes a distintos ámbitos estilísticos -no sólo el jazz sino también el pop, el rock o la música folklórica- y geográficos, con calas en Brasil, Italia o la España mediterránea que tan bien representa María del Mar Bonet. Y así, comparecen en el programa Ed Motta, Natalie Merchant, Aretha Franklin, Luscius Jackson, Brian Wilson, Amy Winehouse, Jovanotti, Stacey Kent, Janis Joplin, Tok Tok Tok, Davina, la citada María del Mar Bonet junto a Manel Camp y Molly Johnson. Las canciones radiadas, casi todas muy conocidas, son Fascinating rhythm, But not for me, It ain't necessarily so, I've got a crush on you, Our love is here to stay, Someone to watch over me, I got rhythm, They all laughed, Summertime, Let's call the whole thing, I was doing all right, Embraceable you y I loves you, Porgy.



George Gershwin. I got rhythm