No sé cuánta gente oirá mi programa. A veces sospecho que no está oyéndolo nadie, lo que se dice nadie: cero personas en total, y eso me produce una sensación de afantasmamiento: la voz inútil que suena en la noche vacía. Y entonces me siento como un turista belga que tocase el acordeón o similar en mitad del desierto de Nafud o similar. (Felipe Benítez Reyes)
martes, 25 de julio de 2017
THE GENTLE SIDE OF JOHN COLTRANE
Esta semana continuamos con la serie que iniciamos hace siete días y que finalizará el próximo lunes dedicada a John Coltrane, el excepcional músico de Carolina del Norte, un saxofonista de descomunal talla artística, uno de los grandes nombres de la historia del jazz y, sin exageración, de la música popular del último siglo. Y medio siglo, cincuenta años, es lo que ha pasado desde el fallecimiento de Coltrane hasta estos días, razón por la que nuestro espacio ha querido conmemorar su inmensa figura con los tres programas que integran la serie mencionada.
Y si el lunes pasado os ofrecía la versión más áspera, más difícil y esquiva, de la obra del músico, también la más anticipadora y arriesgada, hoy nos vamos a deslizar de un modo evidente hacia su lado más amable, más intimista, más melódico, más lírico, el del excepcional intérprete de baladas que también fue -en paralelo a los experimentos y las innovaciones- John Coltrane. Así, en la próxima hora sonarán una decena de temas clásicos -muchos de ellos standards bien conocidos- reelaborados, recreados, reinventados por el magistral talento del músico. En algunos de ellos comparece la voz grave y profunda, intensa y romántica, de Johnny Hartman, que tantas veces acompañó a Coltrane.
Entre ellos, y como a lo ocurrirá a lo largo de las tres entregas de esta serie, aparecerán textos entresacados de dos obras fundamentales: My favorite things. Conversaciones con Coltrane, el libro publicado en España por la editorial Alpha Decay, en su colección Alpha Mini, que recoge, con la traducción de Isabel Nuñez, tres entrevistas del artista con periodistas musicales franceses a principios de la década de los sesenta del pasado siglo, junto a una interesante carta de Coltrane a otro periodista, Don DeMichael. Igualmente encontraréis citas de A Love Supreme y John Coltrane, la obra de referencia inexcusable del experto Ashley Kahn.
Quisiera aportar a la gente algo que se parece a la felicidad.Me gustaría descubrir un procedimiento tal que sólo deseando que lloviera, se pusiera enseguida a llover. Si uno de mis amigos se pusiera enfermo, yo tocaría cierta melodía y se curaría; si se arruinara, yo interpretaría otra canción e inmediatamente recibiría todo el dinero que necesitara. Pero cuáles son esas piezas y cuál es la vía que debo recorrer para lograr su conocimiento, lo ignoro. Los auténticos poderes de la música son aún desconocidos. Quisiera provocar reacciones en los oyentes de mi música, llegar a crear auténticos climas. John Coltrane
martes, 18 de julio de 2017
JOHN COLTRANE. MY FAVORITE THINGS
En las tres emisiones que restan para finalizar el curso, empezando por la de esta semana, vamos a centrarnos en una figura esencial en el influyente mundo del jazz -y por extensión en el de la música en general- del siglo XX. Se trata del saxofonista John Coltrane, que murió el 17 de julio de 1967, ayer hizo, pues, cincuenta años exactos.
Con ocasión de este aniversario vamos a repasar, como digo en tres programas consecutivos, su inmensa figura a partir de una muestra de una treintena de sus temas principales y más representativos, aunque hay que advertir de antemano, no obstante, que una obra de una magnitud tan inabarcable como la del músico norteamericano -una mera consulta a la Wikipedia permite constatar la existencia de más de cien álbumes grabados en sus cuarenta años de vida- resulta imposible de “resumir” en apenas tres escasas horas de radio.
La estructura de los programas será, en todos los casos, idéntica, aunque con ligeras variaciones de enfoque entre ellos. El núcleo central de cada espacio será, como parece obvio, su música, de la que os dejo una antología elegida con criterios no solo objetivos -piezas musicales con carácter emblemático, descriptivas de las líneas maestras de la producción artística de Coltrane- sino también rabiosamente subjetivos, con una estrecha vinculación a momentos señalados en mi propia biografía, en la que el saxofonista de Carolina del Norte ha ocupado un lugar preponderante y hasta -si exagero levemente- trascendental.
En este sentido, y simplificando en exceso mi lectura de la obra de Coltrane, podríamos decir que podemos encontrar, al menos, dos grandes vertientes en su música. Hay, sin duda, una vía vanguardista y rompedora, revolucionaria, de experimentación y osadía, de descubrimiento e investigación, de innovación y cambio, de rugiente frenesí, de agitación y de enfrentamiento en ocasiones violento -en términos artísticos- con las convenciones del jazz de su época; una vía que se refleja en las interpretaciones basadas en la improvisación, los largos solos, la quiebra de las estructuras musicales consabidas y habituales, las piezas de difícil -a veces imposible- “acceso” para los oídos del profano; y hay también otra vía, más lírica, más melódica, más asequible, en la que -sin perder el espíritu de indagación y aventura, de exigencia y riesgo; y por supuesto con talento y maestría- se recrean clásicos de la música popular, famosos standards del jazz o temas bien conocidos de la tradición folklórica anglosajona.
Pese al impacto que en mi vida provocó la primera de esas dos facetas -sobre todo a raíz de la lectura de Rayuela, la novela de Julio Cortázar que me mostró a Coltrane y me hizo entrar apasionadamente en la inmensidad de su obra-, pronto pude constatar que es esa otra dimensión más “ligera”, la de las baladas, la de las “canciones” en el sentido más convencional del vocablo, se acomoda mejor a mi personalidad. Con poco más de veinte años, ya me deleitaba con el doble disco The gentle side of John Coltrane, que recogía ese lado amable, tierno, suave y delicado, de una exquisita sensibilidad, del artista.
Siguiendo esa doble lógica, y aunque en cada uno de los tres programas aparecerán muestras de ambas líneas, dejo esta primera emisión para las piezas con una mayor complejidad, más abruptas incluso, que alcanzaron su máxima expresión en la obra de Coltrane en A love supreme, su obra maestra de 1964.
El cierre de esta noche lo pondrá la larguísima y excepcional revisión que hace Trane de My favorite things, quizá la canción más conocida de la película Sonrisas y lágrimas, una prueba ejemplar de cómo el talento del músico es capaz de “desarticular” -hoy se diría deconstruir- una melodía convencional hasta convertirla en una hipnótica e intensa experiencia sonora. Una cinta -una casete, en el lenguaje de la época- de este disco me acompañó durante decenas de horas en el alegre ocio de mis primeros años de profesor, en los que no hacía más que crecer mi fascinación por Coltrane y su grupo de acompañamiento “canónico”, con McCoy Tyner al piano, Elvin Jones a la batería y Jimmy Garrison al bajo, un trío presente en gran parte de las interpretaciones de estos tres programas.
Las dos últimas entregas de la serie, en cambio, os ofrecerán la ocasión de disfrutar la absoluta belleza de una veintena de temas intemporales, en interpretaciones magníficas, a la vez clásicas e innovadoras, de nuestro invitado de hoy.
Entre los temas musicales, os ofrezco fragmentos de algunos interesantes libros sobre Coltrane. En concreto, han sido dos mis fuentes de referencia a la hora de confeccionar los programas. La mayor parte de las citas proceden de My favorite things. Conversaciones con Coltrane, un librito de la editorial Alpha Decay, en su colección Alpha Mini, en el que, con la traducción de Isabel Nuñez, se recogen tres entrevistas del artista con Michel Delorme, Jean Clouzet y Claude Lenissois, en 1962, 1963 y 1965, y una sustanciosa carta de Coltrane a otro periodista, Don DeMichael. Además, hay algunos textos extraídos de A Love Supreme y John Coltrane, el ya clásico estudio de Ashley Kahn.
martes, 11 de julio de 2017
A PROPÓSITO DE LAS MUJERES
Una vez más Buscando leones en las nubes os ofrece una emisión muy femenina, con textos y temas musicales debidos íntegramente a mujeres. Hace unos meses, a finales de marzo, dedicaba mi otro espacio en la emisora universitaria salmantina, Todos los libros un libro, a la escritora italiana Natalia Ginzburg, de cuya interesante obra os hablé en una reseña que ahora podéis recuperar en el blog del programa, del mismo título. Uno de los volúmenes que entonces os presenté, una colección de cuentos agrupados bajo la rúbrica A propósito de las mujeres, venía precedido, en la edición de Lumen, por un breve pero sustancioso prólogo, en el que la autora disecciona con agudeza e inteligencia -y también con las limitaciones de la época en que fue escrito, a mediados del siglo pasado (no sé si su descarada franqueza provocará hoy, en estos tiempos de corrección política, más de un rechazo)- algunos rasgos significativos de la personalidad femenina, dando cuenta de las frustraciones y los miedos, de las esperanzas y la angustia, del cansancio, el aburrimiento y el dolor, del sufrimiento, la tristeza y la melancolía, de la infelicidad y también de las ansias de libertad de las mujeres. Ese texto, casi íntegro y que os dejo también aquí en el blog como cierre a esta presentación, estructura la parte literaria del programa.
Entre los distintos fragmentos suenan una decena de canciones interpretadas también por mujeres; temas todos que cuentan con las notas de recogimiento e introspección, de elegancia y delicadeza que constituyen los rasgos más característicos de la mayoría de las propuestas musicales de Buscando leones en las nubes. Malene Mortensen, Ina Forsman, Paola Turci, Lotte Kestner, Thilda, Silje Nergaard, Krista Johnson, Cara Matthew, Simone Kopmajer y una de nuestras invitadas favoritas, Ingrid St-Pierre, con su aniñada y deliciosa voz.
He conocido a muchísimas mujeres, a mujeres tranquilas y a mujeres no tranquilas, pero también las tranquilas caen en el pozo: todas caen en el pozo de vez en cuando. He conocido a mujeres que se consideran muy feas y a mujeres que se consideran muy guapas, a mujeres que viajan y a mujeres que no, a mujeres que sufren dolor de cabeza de vez en cuando y a mujeres que nunca lo sufren, a mujeres que se lavan el cuello y a mujeres que no se lo lavan, a mujeres que tienen muchos hermosos pañuelos blancos de hilo y a mujeres que no tienen pañuelos o, si los tienen, los pierden, a mujeres que llevan sombrero y a mujeres que no llevan, a mujeres que temen estar demasiado gordas y a mujeres que temen estar demasiado delgadas.
He conocido a mujeres que se pasan el día en el campo con la azada y a mujeres que parten la leña con la rodilla y encienden el fuego y preparan la polenta y mecen al niño y lo amamantan, y a mujeres que se aburren mortalmente y asisten a cursos de historia de las religiones, y a mujeres que se aburren mortalmente y sacan a pasear al perro, y a mujeres que se aburren mortalmente y se dedican a martirizar a quien tienen a mano, a su marido o a su hijo o a la criada, y a mujeres que salen por la mañana con las manos amoratadas por el frío y una bufandita al cuello y a mujeres que salen por la mañana moviendo el trasero y contemplando su reflejo en los escaparates, y a mujeres que han perdido su trabajo y se sientan a comer un bocadillo en un banco del jardín de la estación a empolvarse ligeramente la cara.
He conocido a muchísimas mujeres, y ahora estoy segura de descubrir en ellas al cabo de un rato algo digno de conmiseración, un problema mantenido más o menos en secreto, más o menos grande: la tendencia a caer en el pozo y encontrarse con una posibilidad de sufrimiento infinito que los hombres no conocen tal vez porque gozan de mejor salud o son más capaces de olvidarse de sí mismos y de identificarse con su trabajo, más seguros de sí y más dueños de su cuerpo y de su vida, y más libres.
Las mujeres comienzan en la adolescencia a sufrir y a llorar en secreto en su habitación, lloran por culpa de su nariz o de su boca o de alguna parte de su cuerpo que no les gusta, o lloran porque creen que nadie las querrá nunca, o porque tienen miedo de ser estúpidas, o porque tienen miedo de aburrirse en vacaciones, o porque tienen pocos vestidos: estas son las razones que se dan a sí mismas, pero en el fondo no son más que pretextos y en verdad lloran porque han caído en el pozo y saben que a lo largo de su vida caerán en él a menudo, lo que les hará más difícil llevar adelante algo serio.
Las mujeres piensan mucho en ellas mismas y piensan de una forma amarga y febril que los hombres desconocen. Es muy difícil que lleguen a identificarse con el trabajo que realizan, es difícil que consigan emerger de esas aguas oscuras y dolorosas de su melancolía y olvidarse de sí mismas.
Las mujeres tienen hijos y cuando nace el primer niño aparece en ellas una nueva especie de tristeza hecha de cansancio y miedo, y aparece siempre, incluso en las mujeres más sanas y tranquilas. Es el miedo a que el niño enferme, o es el miedo a no tener suficiente dinero para comprar cuanto necesita el niño, o es el miedo a tener la leche demasiado grasa o a tenerla demasiado líquida, es la sensación de no poder viajar tanto como antes, o la sensación de no poder dedicarse ya a la política, o la sensación de no poder volver a escribir o de no poder pintar como antes o de no poder escalar montañas como antes por culpa del niño; es la sensación de no poder disponer de la propia vida, la preocupación de tener que protegerse de la enfermedad y la muerte porque la salud y la vida de una mujer es necesaria para su hijo.
Y hay mujeres que no tienen hijos, y esta es una gran desgracia, es la peor desgracia que puede sucederle a una mujer, porque en un momento dado todo se convierte en desierto y aburrimiento y hastío de las cosas que antes se hacían con audacia, escribir y pintar y hablar de política y hacer deporte, y todo se convierte en cenizas en sus manos, y una mujer consciente o inconscientemente se avergüenza de no haber tenido hijos y empieza a viajar, pero incluso viajar es difícil para una mujer, porque tiene frío o porque le duelen los zapatos o porque se le hacen carreras en las medias o porque la gente se sorprende de ver a una mujer que viaja y mete las narices en todas partes. Y todo esto aún puede superarse, pero además está la melancolía y las cenizas en las manos y la envidia al ver las ventanas iluminadas de las casas en las ciudades extranjeras.
Tal vez consigan vencer la melancolía un largo tiempo y paseen al sol con paso firme y hagan el amor con los hombres y ganen dinero y se sientan inteligentes y bellas, ni demasiado gordas ni demasiado delgadas, y se compren sombreros extravagantes con lazos de terciopelo y lean libros y los escriban, pero en un momento dado caen de nuevo en el pozo con miedo y vergüenza y desprecio de sí mismas y ya no consiguen escribir libros y tampoco leerlos, no logran interesarse por nada que no sea su problema personal, que muchas veces no saben explicarse bien y al que dan nombres diversos, nariz fea boca fea piernas feas aburrimiento cenizas hijos no hijos.
Y luego las mujeres empiezan a envejecer y se buscan las canas para arrancárselas y se miran las ligeras arrugas debajo de los ojos y comienzan a tener que ponerse fajas con dos ballenas en la barriga y dos en el trasero y dentro de ellas se sienten oprimidas y sofocadas, y todas las mañanas y todas las noches observan cómo su rostro y su cuerpo se transforman poco a poco en algo nuevo y penoso que pronto ya no servirá para nada, ya no servirá para hacer el amor ni para viajar ni para practicar deporte, sino que será algo que ellas mismas deberán cuidar con agua caliente y masajes y cremas o bien dejarlo que vaya devastándose y marchitándose bajo la lluvia y el sol y olvidar el tiempo en que fue bello y joven.
Las mujeres son una estirpe desgraciada e infeliz con muchos siglos de esclavitud a sus espaldas y lo que tienen que hacer es defenderse con uñas y dientes de su malsana costumbre de caer en el pozo, porque un ser libre no cae casi nunca en el pozo ni piensa siempre en sí mismo, sino que se ocupa de todas las cosas importantes y serias que hay en el mundo y solo se ocupa de sí mismo esforzándose por ser día a día más libre. La primera que debe aprender a actuar así soy yo, porque de lo contrario seguro que nunca podré hacer nada serio y el mundo no progresará mientras esté poblado por una legión de seres que no se sienten libres.
martes, 4 de julio de 2017
OTRA NOCHE SOLITARIA
Esta semana cerramos la breve serie de dos emisiones dedicadas a El arte de quedarse solo, la última entrega de los siempre apetecibles diarios del poeta y profesor José Luis García Martín, un tomo, publicado este año, que recoge sus anotaciones correspondientes a los años 2015 y 2016.
Como ya comenté hace siete días, la personalidad del autor es ciertamente controvertida. De pensamiento siempre original, emitido a menudo a contracorriente, García Martín parece regodearse en su permanente enfrentamiento con el mundo. Consciente y hasta orgulloso de su radical discrepancia con los valores generales, con las opiniones comunes, con las ideas consabidas, son innumerables las ocasiones en las que afirma, subraya y se vanagloria incluso de su superioridad intelectual y hasta moral frente al resto de sus conciudadanos -en particular los que pueblan ese singular universo que forman los escritores-, si bien su jactancia, su enfático narcisismo se ven algo mitigados por un permanente punto de humor, algo socarrón, que permite al lector -al menos eso ocurre en mi caso- dudar de la firmeza, la autenticidad y la convicción de una postura que parece muchas veces impostada. Leyéndolo, pareciera como si el autor se obstinara en demostrar a cada momento su irritante carácter y su desabrida forma de estar en el mundo, su figura un artefacto literario, inventado, pues, una ficción más, aunque para mi gusto de escaso interés y dudosa eficacia.
El corolario natural de un planteamiento tan desagradable, tan arisco, tan abrupto es, obviamente, la soledad, que inspira el título del libro y que permea la obra entera. Una soledad de la que, no obstante, García Martín, presume -de ahí la mención al “arte de quedarse solo”, como si se tratara de un logro, un refinado objetivo que debiera cultivarse- aunque, de nuevo a mi juicio, probablemente infundado, hay un tono algo amargo y triste, algo pesaroso y no deseado, algo compungido y melancólico, que casi siempre impregna las palabras del excelente poeta.
Los textos que hoy he recogido para integrar el programa participan, en general, de esa intención algo suficiente y presuntuosa, y en ellos aparece esa áspera versión de sí mismo en la que su autor parece complacerse.
La soledad es también el leitmotiv que inspira las quince canciones que suenan entre las palabras de García Martín; unas canciones, como siempre en Buscando leones en las nubes, apacibles y recogidas, rezumando elegancia y sensibilidad, interpretadas por Roy Orbison, Mavis Staples, Paul McCartney, Bruce Springsteen, Doris Day, Bobby Vinton, Graça Cunha, Marc Broussard, Sia, Beck, Chris Isaak, Michael Kiwanuka, Millie Jackson, Charlie Musselwhite y Carrie Rodriguez con Bill Frisell.
Una vez más Edward Hopper comparece en estas páginas como complemento a los programas. Esta vez se trata de New York Movie, un cuadro de 1931.