martes, 26 de noviembre de 2019


EL INSTANTE QUE SE VA 

Con la anticipada cercanía en el horizonte de las fiestas navideñas, con su carga de una siempre algo impostada alegría, con su artificiosa apariencia de felicidad, con su ostensible simulacro, falso por tanto, de armonía, quiero, por contraste, proponeros una mirada más cruda, más realista, más desasosegante e implacable, no ya de estas celebraciones, sino de la existencia en general, a partir de la obra de un poeta excelente, que llevo siguiendo desde años -aunque solo de manera esporádica ha comparecido en nuestro espacio-, dedicando cinco emisiones a su obra, que cuenta ya con once poemarios. 

Se trata de Karmelo C. Iribarren (la C nunca desvelada por el autor, que yo sepa), un poeta nacido en San Sebastián en 1959 y que en este 2019 que ahora acaba ha publicado la enésima recopilación de su obra íntegra en la Colección Visor de Poesía, bajo el inequívoco título de Poesía completa (1993-2018). Con el entregado prólogo de Pedro Simón, el libro constituye la última de las antologías y compilaciones de su obra que han ido apareciendo en los últimos años, entre las que quiero destacar las tres ediciones -sucesivamente corregidas y ampliadas- de Seguro que esta historia te suena, que editó Renacimiento en 2005, 2012 y 2015, respectivamente; las también tres antologías de 2008, 2012 y 2014, que bajo la rúbrica de La ciudad presentó la editorial sevillana; y la estupenda selección Los cien mejores poemas de Karmelo C. Iribarren que vio la luz hace un año, en 2018, en el sello Isla de Siltolá en edición a cargo de José Luis Morante. 

Iribarren es un poeta, ya lo iréis descubriendo -quienes aún no lo conozcáis- en los distintos programas del ciclo, realista -de un realismo sucio, con su referente principal, Raymond Carver-, sencillo y directo, minimalista y despojado, urbano, desencantado, melancólico y triste, con escasos atisbos de optimismo y entusiasmo vital, que en sus versos -concisos, descarnados, libres y no sujetos a la rígida atadura de la rima, aunque muy musicales- nos habla, en un tono cercano y coloquial en el que sobresalen una distanciada ironía y un humor escéptico, del sexo, de las mujeres -sobre todo de las imposibles-, de la crudeza de la vida, del sinsentido último de la existencia, del inclemente paso del tiempo y la pérdida y el deterioro que conlleva, de los infrecuentes y casi milagrosos fogonazos de felicidad, y de la injusticia de una sociedad degradada, que nos condena a la falta de esperanza, al fracaso, a la soledad, a la desesperación, a la eterna y asesina grisura de unos días sin más futuro que una anónima consunción. 

En mi particular escrutinio de la obra completa del donostiarra he escogido setenta poemas, de los que intentaré presentaros unos cincuenta en los programas de este ciclo que hoy comenzamos. En el caso concreto de la actual edición del espacio, he elegido catorce citas que encabezan algunos de los diferentes libros recogidos en el libro. Se trata de frases breves, reflexiones o versos, todos ajenos, que remiten no obstante al universo amargo y desesperado, oscuro y tristísimo de sus propias creaciones. Sus autores son Charles Bukowski, Antonio Molina, Raymond Chandler, James Ellroy, Javier Salvago, José María Álvarez, Jaime Gil de Biedma, Philip Larkin, Manuel Durán, José Miguel García Ascot, Manuel Machado, Nicanor Parra y Luis Alberto de Cuenca, que completan la emisión junto a un último poema, de tintes, creo, autobiográficos, del propio Iribarren. 

Entre ellas, suenan otras tantas canciones que transmiten idéntica sensación de nostalgia y de conformista desesperación, en una selección musical en la que, muy probablemente, el autor, menos sentimental, más implacable, más agrio, menos complaciente, no se reconocería. Son temas, no obstante, que contribuyen a completar la atmósfera de derrota y pérdida, de desconsuelo y naufragio, que rezuma su, pese a todo, inspiradora y bellísima poesía. Stranded Horse, Paula Morelenbaum con Joo Kraus y Ralf Schmid, Dr. John, She & Him, Bruce Springsteen, Sadio Cissokho, Cheryl Bentyne, Bill Callahan, Cat Power, Francesca Blanchard, Calexico con Iron & Wine, Celso Fonseca con Analaga, Kadhja Bonet y  Glen Hansard son sus intérpretes.

martes, 19 de noviembre de 2019


ENTRE DOS ORILLAS 

Hoy cerramos la serie, iniciada hace siete días, dedicada a Gaël Faye y su novela Pequeño país, que gira sobre los sobrecogedores acontecimientos de las matanzas de Ruanda en 1994, de las que, por lo tanto, este 2019 se cumplen veinticinco años, y en las que los hutus acabaron con casi un millón de personas, la mayor parte de la etnia rival, los tutsis, en un brutal genocidio que sorprende por su proximidad en el tiempo, lo que permite constatar que la tendencia del ser humano al mal parece, por desgracia, imperecedera y consustancial a nuestra naturaleza. 

En la novela, emotiva y bellísima pese al terrible dramatismo de los sucesos narrados, Faye se “esconde” bajo la piel de su personaje principal, Gabriel, un chico de padre francés y madre ruandesa (en su biografía “real”, la madre de Gaël es de Burundi), que en su trigésimo tercer cumpleaños, viviendo en Francia tras abandonar muy joven los escenarios de la guerra, recuerda sus años infantiles en los que la felicidad absoluta de su vida libre en una África casi edénica se ve cortada de raíz por una guerra absurda, por el miedo y el dolor, por el desgarro y la pérdida, por la ominosa presencia de la muerte. 

Dejábamos hace siete días al niño, aterrado, que había empezado a experimentar los primeros signos del odio y el horror, a las puertas de una guerra que se desencadenaría a raíz de la muerte, el 6 de abril de 1994, de los primeros ministros de Ruanda y Burundi, ambos hutus, al ser derribado el avión en que viajaban en un atentado terrorista. Culpables -al decir de la mayoría dirigente hutu- del asesinato de sus líderes, los tutsis e incluso los hutus moderados, fueron masacrados en tres meses de despiadadas matanzas. 

De esa realidad objetiva da cuenta la novela de Faye, en paralelo al otro plano, más íntimo y subjetivo, que refleja la pérdida de la infancia, de sus orígenes y su patria por parte de un muchacho que no entiende la locura circundante y que se refugia en los libros para huir de las atrocidades que le rodean. 

Los fragmentos que voy a leeros aparecen en esta ocasión acompañados de la música del propio Gaël Faye, que aparte de su dimensión literaria presenta también una importante faceta como músico, en el ámbito del hip hop y el rap, en el cual ya ha presentado tres discos, Pili pili sur un croissant au beurre, Rythmes et Botanique y Des fleurs, de los que proceden las once canciones que sonarán en la emisión, en las que ha contado con la colaboración de otros músicos como Pytshens Kambilo, Julia Sarr, Ben L’Oncle Soul, Ousman Danedjo, Flavia Coelho, Bonga y Saul Williams. 

Como aviso para navegantes debo señalar que, dado el género en el que se inscriben las creaciones musicales de nuestro invitado, centradas sobre todo en la palabra, aunque la música no sea ni mucho menos desdeñable, su completa degustación exige el conocimiento del francés o la búsqueda de sus letras en internet. Unas letras, como puede imaginarse, centradas en idéntica temática autobiográfica que la de la novela, con la guerra, la violencia, el odio, la infancia perdida, el desarraigo, la inmigración, el choque de culturas como motivos centrales… 


Tres jóvenes que iban delante de mí atacaron de súbito a un hombre, sin razón aparente. A pedradas. Desde la esquina de la calle, dos policías miraban la escena sin moverse. Los peatones se detuvieron un momento, como para disfrutar del espectáculo gratuito. Uno de los tres agresores fue a buscar una gran piedra que estaba debajo del franchipán, sobre la que los vendedores de cigarrillos y de chicles tenían la costumbre de sentarse. El hombre estaba intentando levantarse cuando el pedrusco le reventó la cabeza. Se derrumbó cuan largo era sobre el asfalto. Su pecho se hinchó tres veces bajo su camisa. Rápidamente. Buscaba aire. Luego, nada. Los agresores se fueron tan tranquilamente como habían llegado, y los peatones continuaron su camino, evitando el cadáver como se rodea un cono de tráfico. La ciudad entera se agitaba, proseguía con sus actividades, con sus compras, con su trajín. La circulación era densa, sonaban los cláxones de los minibuses, los vendedores ambulantes ofrecían bolsitas de agua y de cacahuetes, los enamorados esperaban encontrar cartas de amor en sus buzones, un niño compraba rosas blancas para su madre enferma, una mujer vendía latas de concentrado de tomate, un adolescente salía del peluquero con un corte a la moda y, desde hacía algún tiempo, unos hombres asesinaban a otros con total impunidad, bajo el mismo sol de mediodía de antaño. 

martes, 12 de noviembre de 2019


PEQUEÑO PAÍS

Buscando leones en las nubes os ofrece esta semana una emisión, la primera de una serie de dos, dedicada a Gaël Faye y su novela Pequeño país, un libro formidable, conmovedor, del que no quiero olvidarme en estas últimas semanas de 2019, año en el que se cumplen los veinticinco del brutal enfrentamiento entre hutus y tutsis en Ruanda. Un genocidio perpetrado por la etnia hutu dominante que en apenas tres meses, entre el 7 de abril y el 15 de julio de 1994, asesinaron al setenta y cinco por ciento de los tutsis y de los hutus moderados, cerca de un millón de personas en total, en venganza y represalia por la muerte, el 6 de abril, de los primeros ministros -ambos hutu, de Ruanda y Burundi, países limítrofes-, asesinados al caer derribado el avión en que viajaban por misiles tierra-aire, en un atentado provocado por autores desconocidos que la etnia dirigente atribuyó al activismo tutsi. 

Faye, nacido en Burundi de padre francés y madre ruandesa, y que vivió en primera persona aquellos terribles acontecimientos, los rememora, en su ficción, a partir de un personaje, con el que guarda muchas concomitancias, que el día en que cumple los treinta y tres años, desde Francia, donde vive, recrea melancólico tanto su primera infancia africana, feliz y despreocupada, como los días de la guerra y las matanzas, en una novela llena de poesía y belleza, muy triste pero también estimulante, de la que podéis leer mi reseña en el blog de mi otro programa en Radio Universidad de Salamanca, Todos los libros un libro, en el que apareció hace poco más de un mes. 

En esta primera emisión, los textos de Gaël Faye se acompañan de canciones que o bien se escuchan en la novela o bien son interpretadas por músicos de Ruanda y Burundi o, por fin, forman parte de la espléndida película Hotel Rwanda, que trata sobre el conflicto. Faye, que compagina su muy exitosa carrera literaria -el libro ha sido traducido a decenas de idiomas- con su desempeño como músico de rap y hip hop, cierra el espacio con un tema titulado, precisamente, Pequeño país, y protagonizará también, en exclusiva, la banda sonora de la emisión de la semana que viene. Antes de él, podéis escuchar a Kadhja Nin, Cécile Kayirebwa, Afro Celt Sound System con Dorothee Munyaneza, Geoffrey Oryema, Mighty Popo, Canjo Amissi, Corneille, Papa Wemba, Knowless Butera y Teta Diana. 

Quiero, antes de invitaros a disfrutar del programa, agradecer a José Luis López Rodríguez el que, en un afortunado encuentro, me haya puesto sobre la pista de la figura, literaria y músical, de Gaël Faye.


Un canal de noticias difunde una serie de imágenes de seres humanos que huyen de la guerra. Observo sus embarcaciones improvisadas llegando a suelo europeo. Los niños que descienden de ellas están ateridos de frío, hambrientos, deshidratados. Se juegan la vida sobre el tapete de la locura del mundo. Yo los miro, instalado confortablemente aquí, en la tribuna presidencial, con un whisky en la mano. La opinión pública pensará que han huido del infierno en busca de El Dorado. ¡Memeces! Nada en ellos nos habla de su país. La poesía no es información. Sin embargo, es lo único que el ser humano retendrá de su paso por la tierra. Aparto la mirada de esas imágenes que hablan de lo real, pero no de la verdad. Quizá esos niños la escriban, algún día. Me siento tan triste como el área de descanso vacía de una autopista en invierno. Cada vez es lo mismo, el día de mi cumpleaños una pesada melancolía se abate como lluvia tropical sobre mí cuando vuelvo a pensar en papá, en mamá, en los amigos, y en aquella fiesta de hace siglos alrededor del cocodrilo destripado al fondo del jardín... 

martes, 5 de noviembre de 2019


TODAS LAS NOCHES SOÑABA CON EL MAR 

Buscando leones en las nubes os ofrece la última emisión de la serie de cinco que estamos dedicando desde principios del octubre pasado a Doscientas sesenta y siete vidas en dos o tres gestos, un espléndido libro, escrito por el italiano Eugenio Baroncelli en el que se nos presentan las breves biografías de decenas de personajes, reales o de ficción, de notoriedad pública o casi anónimos, todos ellos fijados en el tiempo a partir de una “escena” de sus vidas, un episodio no necesariamente relevante y sí al contrario, muchas veces, anodino y aparentemente trivial. 

Entre las once semblanzas que esta noche os presento, todas penetradas por la sensibilidad, la erudición y el sentido del humor del autor, suenan otras tantas canciones, como siempre elegantes y relajadas, que sirven de magnífico acompañamiento a los muy interesantes textos. En el caso de esta noche, los temas musicales son, además de bellísimos, excepcionales versiones de algunos bien conocidos clásicos de la música popular de los últimos cincuenta años. Cat Power, Antony & The Johnsons, Scarlett Johansson, The Watson Twins, Kate Bush, Rebecca Dorsey, Kirsty Maccoll con Evan Dando, She & Him, Madeleine Peyroux, Pretenders y Norah Jones interpretan títulos ya casi legendarios de Otis Reding, Bob Dylan, Tom Waits, The Cure, Elton John, Carole King, Lou Reed, Alex North, Leonard Cohen, Morrisey y Roxy Music. 


Alfonsina Storni, poeta hambrienta 

Todas las noches soñaba con el mar. En todos los sueños el mar se la llevaba y la arrastraba hacia el fondo de sus abismos. Se acostumbró a aquel monstruo fascinante como Mitrídates al veneno. Emigrada a Argentina desde la Suiza italiana, donde nació pobre en 1892, para sobrevivir trabajó de maestra de escuela. Sufría el hambre y encontró la poesía, que no se la llevó. El fondo, la ola y el pozo: no en vano ésos son sus símbolos. Del mundo, que la hacía infeliz, cogió sus adjetivos: inquieto, irremediable o dañino. Tenía talento. Entró como una luz en el círculo de los modernistas del Buenos Aires literario. 

La tarde del 19 de abril de 1938, postrada por su sueño, decidió hacerlo realidad. Trepó al parapeto del paseo fluvial y desde allí se tiró a las generosas aguas del Río de la Plata. Hoy, reducida a una estatua aún más infeliz que ella, se sienta a una mesa del Tortoni, célebre café literario de Buenos Aires, junto a las glorias de Argentina: Gardel, que nació en Toulouse, y Borges, que a su Suiza fue a morir.