martes, 31 de marzo de 2020


Y LA VIDA SE NOS VA 

Bienvenidos a la última edición de Buscando leones en las nubes por este trimestre. Una emisión postrera que cierra también la breve serie de tres dedicados al último libro de Felipe Benítez Reyes, de titulo tan estrafalario como su contenido, El intruso honorífico. Prontuario enciclopédico provisional de algunas cosas materiales y conceptuales del mundo

En la inclasificable obra, el autor gaditano, tan apreciado entre nosotros, recoge varios centenares de muy ingeniosas divagaciones sobre temas diversos, en lo que acaba por ser una suerte de estrambótica enciclopedia de -por fortuna- muy dudosa utilidad práctica, repleta de humor, poesía y genuina erudición. Siendo la literatura -en particular las figuras retóricas- los escritores o los artistas el objeto principal de sus análisis, el libro, no obstante, contiene sugerentes reflexiones sobre otras cuestiones, tanto las que podríamos llamar filosóficas, como otras más o menos mundanas e impregnadas de cotidianidad. Es en esta vertiente más "metafísica" en donde he rastreado para encontrar las nueve nociones sobre las que se construye la emisión de esta noche, que aparecen bajo las rúbricas de Tiempo, Nube, Firma, Aburrimiento, Lógica, Teología, Viajes, Abandono e Inventos.

Entre los fragmentos literarios sonarán otras tantas canciones, alusivas en todos los casos, siquiera sea de forma indirecta o lateral, al tema objeto de la disquisición de Benítez Reyes. Sus intérpretes son Elina Duni, Carolina Deslandes, Terence Trent D’Arby, Ella Fitzgerald, Supertramp, Sandy Denny, Alan Parsons Project, Nick Drake y Vitor Ramil con Marcos Suzano.

En relación con el texto que cierra este comentario os dejo un cuadro magnífico, Los embajadores, de 1533, pintado por Hans Holbein el Joven. Para "entender" el vínculo entre la pintura y el espíritu del fragmento de Benítez Reyes buscad información sobre el cuadro y el sorprendente "misterio" que encierra, sólo descubierto bien avanzado el siglo XX.

Con esta emisión interrumpimos la programación hasta después de Semana Santa. Entonces, exactamente el 13 de abril, saldrá al aire el último espacio que he podido grabar antes de la crisis del coronavirus. A partir de él quién sabe cuándo podremos volver a estar en antena. En cualquier caso, y hasta ese día, os deseo que viváis vuestro encierro de la manera más agradable posible. ¡Muchos ánimos para todos! 


Inventos 

Nos pasamos la vida inventando excusas para inventar cosas. Y en eso, como en todo, hay jerarquías. Hay quien inventa el submarino, pongamos por caso, y quien inventa el cepillo de dientes eléctrico, hay quien inventa un suavizante para el tejido y quien inventa el telescopio. Pero, en general, casi nadie se va de este mundo sin inventar algo, así sea una receta insólita de tortilla. 

Algunos inventos resultan muy prácticos, como por ejemplo el frigorífico, esa especie de ataúd del Yeti que ronronea por las noches, como si tuviera al Yeti dentro, aunque otros resultan preocupantes, como por ejemplo la bomba de hidrógeno, que viene a ser el antídoto contra todos los demás inventos de la humanidad, incluido el concepto mismo de humanidad. Pero no voy a hablarles de inventos materiales, sino de algunos inventos abstractos, no menos sorprendentes y prodigiosos que los que encontramos en las tiendas de electrodomésticos o en los archivos históricos del registro de marcas y patentes. 

Hemos inventado, qué sé yo, el alma y, de paso, hemos inventado la inmortalidad del alma, al margen de haber inventado previamente la noción de inmortalidad, que es uno de los inventos más aterradores, porque nos obliga a imaginar algo que excede nuestra imaginación: un tiempo infinito para una conciencia inestable y fugitiva. Hemos inventado la verdad, que nunca sabemos del todo en qué consiste, y hemos inventado la mentira, que interpretamos como una ofensa a la verdad, cuando lo cierto, y lo melancólico, es que hay verdades que hasta mentira parece que sean verdad y que hay mentiras que hasta mentira parece que no sean verdades. Hemos inventado la música para dignificar nuestra condición de seres ruidosos y hemos inventado la literatura para que alguien nos hable de nosotros mismos cuando nos habla de gente que no tiene nada que ver con nosotros, porque se trata, en esencia, de un mercado de quimeras: alguien te cuenta una historia y te presta un disfraz para tu destino. Hemos inventado la astrología para consolarnos de nuestra incapacidad para inventar los astros, que para muchos son invento de Dios, ese otro invento portentoso: unos seres insignificantes imaginan a un ser insomne y omnipresente, omnipotente y omnividente, incorpóreo, infinito y perpetuo. Hemos visto en la luna cambiante el rostro frío de una hechicera. Hemos inventado dioses, semidioses, náyades, dragones y héroes ficticios que decapitan dragones. Hemos imaginado geografías míticas: Eldorado y la Atlántida, la isla de las sirenas fatales y el Paraíso Terrenal. Hemos echado a trotar por un bosque de niebla al unicornio. Hemos inventado los relojes y hemos inventado la prisa. Hemos inventado la ortografía y las faltas de ortografía, el concepto de azar y los juegos de azar, el whisky y la aspirina. Hemos alimentado el sueño de volar y el miedo a volar en los aviones. 

Este es nuestro circo etéreo, nuestra rutina mágica. Y la vida se nos va mientras inventamos la vida, porque ese invento, en fin, es el que cuenta.

 

martes, 24 de marzo de 2020


LA INMENSIDAD DEL MUNDO 

(Seguimos encerrados. Seguimos viviendo, con esperanza. Un día más, un programa más. Espero que los disfrutéis)

Esta noche continuamos con la serie que iniciamos hace siete días y que tendrá su conclusión dentro de otros siete, dedicada al último libro de Felipe Benítez Reyes, un escritor muy querido en el programa, hasta el punto de que un fragmento de una de sus novelas encabeza el blog con el que salimos a vuestro encuentro en internet. 

El pasado marzo, hace ahora un año, la Fundación José Manuel Lara, que patrocina el Premio Manuel Alvar de Estudios Humanísticos, otorgó su galardón del año 2019 a El intruso honorífico. Prontuario enciclopédico provisional de algunas cosas materiales y conceptuales del mundo, un delirante y divertidísimo catálogo de conocimientos esféricamente inútiles presentados con la refinada prosa poética y el aguzadísimo humor del gaditano, una recopilación de saberes innecesarios sobre las más variadas cosas del mundo. Diez de las extravagantes nociones glosadas en la insólita enciclopedia completan el programa de esta noche, entreveradas con otros tantos temas musicales, de orígenes y géneros muy diversos, que solo tienen en común el que sus respectivas letras se vinculan, siquiera sea de un modo lateral o indirecto, al vocablo analizado por el ingenio de nuestro recurrente invitado. 

En el programa de esta noche, los conceptos sobre los que han girado las reflexiones de Benítez Reyes aparecen bajo las rúbricas de Canciones, Goma de borrar, Grifo, Reloj, Llave, Panadería, Pez, Juguetes, Juventud y Lectura. Pink Floyd, Aimee Mann, Billie Holiday, Johnny Cash, Jack Johnson, Márcio Faraco, Phil Collins, Gabinete Caligari, Laura Branigan y Nick Lowe son sus, en general, muy conocidos intérpretes. 


Lectura 

El encuentro de un lector cualquiera con un libro cualquiera resulta imprevisible: lo mismo le aburre que le cambia la vida. Entre un extremo y otro, caben todos los matices posibles, claro está: la indiferencia, la incomprensión, la repugnancia incluso, el disentimiento, el acuerdo o el espanto. En esa conjugación, el lector aporta la historia de su vida: sus ilusiones morales, sus dudas, sus temores, las reverberaciones insospechadas de su conciencia; el libro, por su parte, actúa como reactivo de todo eso, y el resultado del experimento quién lo sabe, ¿verdad? De ahí que el argentino Ricardo Piglia haya podido suponer que la lectura es el arte de construir una memoria personal a partir de experiencias y recuerdos ajenos. 

Abre uno una novela y empiezan a ocurrir cosas: un muchacho amanece transformado en insecto, pongamos por caso, y ya es mala suerte, nos decimos, y sufrimos con él la fantasía de su metamorfosis; o un hombre memorioso e hipocondríaco muerde una magdalena y nota en el paladar toda la esencia del tiempo perdido, la niebla itinerante del pasado, y nos cuenta todo eso a lo largo de miles de páginas repletas de duquesas y de digresiones; o bien alguien se enrola como ballenero y acaba enfrentándose a un monstruo blanco. Abre uno una novela, en fin, y ya está dentro de la barraca de las grandes figuraciones. Y acecha el miedo allí, y el asombro, y las grandes epopeyas, y las pequeñas cosas, y está uno en otro sitio, deambulando por quién sabe dónde, hablando con desconocidos, y padece lo que ellos padecen, y goza lo que ellos gozan, y se desazona con las volutas de la intriga, y oye incluso el mar a través de las páginas que hablan del mar, y todo el ruido del mundo en la descripción de un mercado. 

Abres un libro y estás en el libro. Alguien te habla del alma inmortal para que cuides de ella y alguien procura hacerte reír para aligerarte el peso de las sombras del alma, sea inmortal o no, que eso viene a ser lo de menos mientras anda uno por aquí. Alguien te transporta a un castillo transilvano para mostrarte al vampiro Drácula, sediento de vida y sangre, y alguien te transporta al castillo de If para mostrarte al más triste de los cautivos. Alguien, con una voz que viene desde muy lejos, te narra las tribulaciones de los argonautas y alguien, con una voz de hoy, te cuenta una historia de hoy, y ambas voces te resultan nuevas, porque el tiempo de la ficción es una especie de milagro estático: lo que se contó una vez no deja jamás de suceder. 

Cuando entramos en una gran biblioteca, nos sobrecoge esa inmensidad de papel que soporta una inmensidad de conceptos, esa inmensidad de conceptos soportada por inmensidades de palabras, esas inmensidades de palabras que están hechas de combinaciones casi infinitas de letras, que por sí solas son nada. Y nos decimos: «Un mundo inabarcable», y es cierto, y sentimos la desazón propia del codicioso, pues quisiéramos acceder a la totalidad del secreto. Pero enseguida esa condición de mundo inabarcable se nos revela no sólo como ineludible, sino también como fascinadora: la literatura está obligada a imitar fragmentariamente la inmensidad del mundo para simular el reflejo total del mundo. Y ya todo se explica. (O casi.) 

martes, 17 de marzo de 2020


EL INTRUSO HONORÍFICO 

Hoy os ofrezco el primer programa de una serie de tres con la que vamos a terminar el segundo trimestre del año, una serie que tiene a la más reciente publicación, que yo sepa, de un escritor muy apreciado en nuestro espacio, que cuenta con numerosas apariciones en las muchas emisiones, cerca ya de setecientas, que llevamos en nuestra muy dilatada existencia. Se trata de Felipe Benítez Reyes, cuyos poemas y textos entresacados de sus novelas son, como digo, presencia habitual en Buscando leones en las nubes. El escritor gaditano protagonizó, hace un par de años, dos programas monográficos centrados en El azar y viceversa, su espléndida última novela, y, por si todas estas no fueran suficientes muestras de mi devoción por el autor, debo recordaros también ahora que un fragmento de uno de sus libros encabeza igualmente el blog del programa. 

En mayo del año pasado, Benítez Reyes publicó El intruso honorífico. Prontuario enciclopédico provisional de algunas cosas materiales y conceptuales del mundo, un curioso y algo estrafalario libro que meses antes había obtenido el Premio Manuel Alvar de Estudios Humanísticos e2019. En su prólogo, de título también “marca de la casa”, El mundo como falta de voluntad y como exceso de representación, se nos proporcionan las claves de su inclasificable contenido. Confiesa el autor que de joven, en 1977, compró en un kiosco de su pueblo La enciclopedia de Novalis, un inacabado proyecto de explicación global y racional del mundo. Con solo diecisiete años y fascinado por el ansia totalizadora del poeta y filósofo alemán, decidió emularlo y llenó un cuaderno de fárragos descabellados y (…) desatinos presuntuosos, que, como es natural, acabó abandonando con el paso de los años. 

Tiempo después, cuando cursaba filología hispánica, tuvo que encarar el estudio académico de las figuras retóricas, por lo que, para afrontar con éxito un examen, se puso a la tarea de escribir un tratado que incorporara las definiciones de algunas de ellas (la anadiplosis, la aposiopesis o el quiasmo, por mencionar solo algunas especialmente estrambóticas). El documento fue el germen del libro que ahora tenemos entre manos, concebido entonces como un Prontuario de figuras retóricas para uso escolar y extraterrestre, ampliado luego con un Catálogo de escritores de todos los tiempos y países, y tamizado posteriormente por la lectura de la Nueva enciclopedia, de Alberto Savinio, el hermano del pintor Giorgio de Chirico. 

De esa heteróclita mezcla de materiales nace la obra que protagonizará la serie de tres programas que ahora comienzan, un libro que se rige, como afirma su autor, por un lema melancólico: Si no puedes ser el octavo sabio de Grecia, al menos dedícate a divagar. Veintisiete de esas disparatadas definiciones, ocho en la emisión de esta noche, integran la vertiente literaria del ciclo, que se complementa con otras tantas canciones que he seleccionado siguiendo un criterio elemental: cada tema habla del vocablo, la idea o el concepto analizado en el texto, en conexiones no siempre inmediatas aunque sí espero que suficientemente pertinentes y, sobre todo, estimulantes. Sus intérpretes son Adriana Lua, Stacey Kent, Graham Parker, Lisa Stanfield, Rodrigo Leâo con Beth Gibbons, Pino Donaggio, Annie Lennox y Caro Emerald que cierra el espacio con su estupenda versión del clásico de The Mamas and The Papas, Dream a little dream of me.

(Grabados, en algunos casos, desde hace meses, circunstancia que me permite seguir ofreciéndooslos con normalidad, confío en que los programas que, desde hoy y durante las próximas semanas aparecerán en este blog, puedan ayudaros a aliviar el duro aislamiento al que nos obliga la pandemia e, incluso, a vivir con una cierta alegría -siquiera por una hora- la incertidumbre, el temor y la preocupación que conlleva este obligado encierro. Ánimo a todos y confiemos en que, juntos, podamos superar esta difícil situación.)

martes, 10 de marzo de 2020


UNA SORPRESA DEL CORAZÓN 

Esta noche nuestro programa cierra la serie de tres que estamos dedicando a Constance de Salm, la escritora francesa de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, que en 1824 publicó Veinticuatro horas en la vida de una mujer sensible, una excelente novela epistolar. 

En ella, su protagonista y narradora presenta cuarenta y seis cartas en las que da cuenta de una muy sufriente jornada que vivirá a raíz de la desaparición, sin noticias ni contacto alguno, de su enamorado, al que ha visto entrar, la noche en que comienza su suplicio, a la salida de la Ópera, en el coche de caballos de otra mujer, Madame B., en una escena que la sumirá en un torbellino de turbación y desconcierto, confusión y rabia, desesperación y dolor, tranquilidad e ilusión, esperanza y ansia, nostalgia y ternura, tristeza y melancolía, celos, odio y deseo de venganza, rechazo y voluntad de morir, dudas y anhelos, repentinos hundimientos en una lastimosa autoconmiseración y enfáticos arrebatos de una dignidad impostada. 

En la emisión os presento una decena de fragmentos entresacados de esas cartas, acompañados de otras tantas canciones, intimistas delicadas, recogidas y bellísimas, interpretadas todas por mujeres, en una constricción que me he impuesto, como otros años atrás en los programas del mes de marzo, a causa de la celebración, hace unas fechas, del Día Internacional de la Mujer. Mazzy Star, Cat Power, Bebel Gilberto, Lisa Ekdahl, Karen Souza, Lyambiko, Ornella Vanoni, China Moses, Fatoumata Diawara y Diana Krall, que con su estupenda versión de Love letters, el ya clásico estándar, pone fin de un modo muy oportuno, a esta serie dedicada a tan espléndida novela epistolar. 

La foto que acompaña esta entrada es la de la tumba de Constance de Salm en el cementerio del Père Lachaise de París.


¡El amor…! ¿Qué es el amor…? Un capricho, una fantasía, una sorpresa del corazón, tal vez de los sentidos; un encantamiento que se derrama sobre los ojos, fascinándolos, que se apega a los rasgos, a las formas, a la vestimenta incluso de un ser que sólo el azar nos lleva a encontrar. ¿Que no lo encontramos? Nada nos advierte de ello, nada nos turba…Seguimos viviendo, existiendo, buscando placeres, encontrándolos, proseguimos con nuestra carrera como si no nos faltara ¡nada…! El amor no es, pues, una condición inevitable de la vida, no es más que una circunstancia de ella, un desorden, una época…Pero, ¿qué estoy diciendo? ¡Es una desgracia! Una crisis…una crisis terrible…que se pasa, y eso es todo. 

martes, 3 de marzo de 2020


UNA FELICIDAD TAN GRANDE 

Buscando leones en las nubes os ofrece esta semana, en una emisión de nuevo marcada por la densidad de textos y canciones, el segundo programa de la serie de tres dedicada a Constance de Salm y su Veinticuatro horas en la vida de una mujer sensible, un interesante libro publicado en 2011 por la editorial Funambulista. 

La novela de la escritora francesa describe, a través de las cuarenta y seis cartas que incluye, la atribulada jornada de su narradora, una mujer víctima -y el término es ciertamente oportuno y significativo- de la pasión amorosa. Al descubrir a su amante, una noche, a la salida de la Ópera, subiendo al carruaje de otra mujer, Madame B., previsiblemente abandonada y sin recibir ninguna noticia de su inusitada conducta, se abismará en unas devastadoras veinticuatro horas de tortura emocional durante las cuales, recorrerá todas las etapas -contradictorias, vehementes, excesivas- del delirio amoroso, en una trayectoria que nos muestra los extremos -los picos de entusiasmo y los valles de depresión- a los que puede conducir la versión más exacerbada de la experiencia de la pasión sentimental. 

Trece fragmentos de esas cartas, que siguen la evolución cronológica de la desasosegante jornada, de sus vaivenes emocionales, de su cambiante e turbadora emotividad, aparecen en la emisión de esta semana, envueltas entre las sensibles e intimista melodías de otras tantas cantantes, en una voluntaria feminización del espacio, que de esta forma celebra, con algunos días de adelanto, el Día internacional de la mujer, que tendrá lugar el próximo 8 de marzo. 

Renee Olstead, Corinne Bailey Rae, Asa, Norah Jones, Mariza, Malia, Cyrille Aimée, Rebekka Bakken, Ingrid St-Pierre, Amelia, Patricia Barber, Lizz Wright y Julie Doiron han contribuido, con sus voces dulces y acogedoras, con la belleza de sus melodías, a crear la atmósfera de intimidad y delicadeza que impregna, a mi juicio, el programa.


A madame la princesa de ***

A vos, señora y amable amiga, dedico esta pequeña novela en la que el tema, la forma, el tipo de observaciones sobre las que se basa, todo, difiere de mis otras obras; así pues, para vos, para el público y para mí misma, se imponen, a mi entender, algunas explicaciones. 

La empecé hace más de veinte años. Le daba, a la sazón, y sigo dándole, poca importancia. Sometiéndome a la ley de no escribir ni una sola palabra que no estuviese dictada por el sentimiento o por la pasión, haciendo sentir, en el breve espacio de veinticuatro horas, a una mujer vivaz y sensible todo lo que el amor puede inspirar de embriaguez, de turbación y, sobre todo, de envidia, tan sólo quería hacer una novela sobre una idea que me gustaba, dando con ella respuesta a algunas recriminaciones que me habían sido dirigidas acerca del tono serio y filosófico de buena parte de mis libros. Aquellos con los que me estrené en la literatura constituían ya una respuesta suficiente; pero los usos y costumbres dictan de tal manera que las mujeres que escriben traicionen sin cesar el secreto de sus más tiernas sensaciones, que las que logran encerrarlas en su corazón parecen, de algún modo, experimentar pocas de ellas, o cuanto menos, menospreciar esa sensibilidad que constituye sin duda uno de los más hermosos atributos de nuestro sexo, pero que cada cual concibe y expresa según su carácter y la naturaleza de su propio talento.