martes, 23 de noviembre de 2010


FERNANDO PESSOA. LLUVIA OBLICUA

El 30 de noviembre de 1935 -dentro de una semana se cumplirán, pues, setenta y cinco años- moría en Lisboa Fernando Pessoa, sin ningún género de dudas, uno de los poetas más destacados de la literatura portuguesa y universal. En cualquier caso, y disculpad este arranque de intimidad, el poeta que más he leído en mi vida, el que me ha aportado más momentos de intensidad, de emoción, de reflexión, el que más me ha conmovido, el que más me ha hecho pensar, el que más me ha interesado. He querido dedicar por ello, por la razón objetiva, el aniversario de su muerte, y por las muchas subjetivas, hasta tres programas al inmenso poeta portugués.

En la emisión de esta semana Buscando leones en las nubes se centra de manera monográfica en Lluvia oblicua, mi primera aproximación a Pessoa; un poema que yo leí en 1978 ó 79, quizá 1980, en una traducción de José Antonio Llardent, publicada, creo, en La estafeta literaria, y que sigue siendo ‘mi’ voz de Pessoa, pese a posteriores lecturas en distintas traducciones quizá más perfectas, pero ya jamás la mía. Esa lectura fue un descubrimiento, caí deslumbrado por aquella maravilla, por el sorprendente juego de planos que se entremezclaban y superponían, por sus imágenes enlazadas en un sugestivo trampantojo verbal, por la sensación de irrealidad envolvente, y sin embargo nítidamente real, que transmitían sus versos, por su música, por su ritmo, por su modernidad. ¡¡¡Y todo ello en un poema de 1914!!! Desde ese descubrimiento iniciático fui adentrándome en la compleja personalidad de Pessoa, en su poesía, en su vida. Recuerdo incluso -o quizá los invento, de nuevo los límites de la memoria- algunos viajes en aquella España de la transición en la que apenas se publicaba al portugués, los viajes, decía, los peregrinajes quizá hubiera debido decir, a las para mí cercanas Valença do Minho o Viana do Castelo -recordad que soy de Vigo- para intentar encontrar en sus modestas librerías algún rastro de sus libros. Más tarde la normalidad, con la progresiva aparición aquí de sus principales obras, incluso el majestuoso Libro del desasosiego en la traducción de Ángel Crespo. Álvaro de Campos, Ricardo Reis, Bernardo Soares, Alberto Caeiro, los heterónimos de Pessoa, esas personalidades de ficción, pero a la vez tan reales, esas creaciones literarias de las que se valió Fernando Pessoa para expresar las distintas vertientes de su alma, las diferentes manifestaciones de su sensibilidad, están, desde entonces, entre mis lecturas habituales, y no hay año en que no relea alguno de sus poemas.

Como indico tantas veces en mis presentaciones, pero esta vez el comentario está más justificado que nunca, resulta imposible (al menos partiendo de mis limitaciones) siquiera resumir brevemente las líneas maestras de la poesía de Fernando Pessoa. Intento, a vuelapluma, una aproximación impresionista a través de algunas palabras que sirven para definir su personalidad y su obra: tormento, sufrimiento, introversión, infelicidad, timidez, infancia, soledad, desamor, melancolía, desesperanza, máscaras, desdoblamiento, dualidad, despersonalización, metafísica, sinsentido existencial, cansancio vital, dolor, desasosiego, ironía, nostalgia, saudade, naturaleza, sentir, pensar, sueño, juego, tristeza. Es un intento vano, es demasiado universo, el pessoano, para poder abarcarlo en algunos escasos párrafos. Renuncio, pues, en la confianza de que mis pobres palabras os hayan podido despertar el interés por su obra y, sobre todo, con la convicción de que, más allá de mis comentarios, será la lectura de Lluvia oblicua y la de los restantes poemas que aparecerán en las emisiones de las próximas semanas las que puedan servir para mostraros la grandeza de este poeta excepcional.

Por cierto, he escrito ‘lectura’ y no ‘escucha’. A mi juicio, la belleza, la complejidad, la riqueza, la variedad de matices del poema seleccionado, se perciben en toda su plenitud si se degusta el texto con detenimiento, si con sosiego nos demoramos en él a nuestro propio ritmo, si avanzamos y retrocedemos entre sus versos a nuestro antojo, llevados de nuestras propias sensaciones. Mi recreación radiofónica del poema es imperfecta, forzosa y algo arbitrariamente fragmentada para adecuarlo a la duración del programa, para mantener un equilibrio en la extensión de los distintos textos; la lectura en voz alta de un poema como este es compleja y muy difícil, y, en cualquier caso, vuestra escucha del programa fugacísima, discontinua y limitada. Es por ello que os ofrezco aquí, al final de la entrada de hoy, la versión completa del texto para que, si os gusta, os recreéis en él.

Entre los versos, el programa os propone un juego musical: canciones con la lluvia como protagonista principal. Canciones interpretadas por Tony Joe White, Sophie Zelmani, Diana Krall, Madeleine Peyroux, Eleni Mandell, Jann Arden, Allison Moorer, Leila Maria, Trijntje Oosterhuis y Rebecca Parris. En ellas encontraréis tristes noches de lluvia, melancólicas gotas que resbalan en los cristales de las ventanas y en nuestras almas, aguaceros reales y húmedas lloviznas metafóricas, una cascada de evocaciones provocadas por la lluvia, lluvia dulce, lluvia tibia, lluvia acogedora, lluvia nostálgica, lluvia liberadora, lluvia soledad, lluvia desamparo, lluvia anhelo, lluvia triste... lluvia oblicua.

En nuestro apartado de vídeos, algo más de lluvia. En primer lugar, la desgarrada versión del Rainy night in Georgia, de Tony Joe White, mejor que la que ha sonado en el programa, con una armónica emocionante. Por ultimo, un reportaje, con una extraordinaria calidad de imagen, en el que Madeleine Peyroux canta I think it’s going to rain today, precedida por otra de sus canciones, I’m alright.


Lluvia oblicua

I
Cruza este paisaje mi sueño de un puerto infinito
y el color de las flores es transparencia de velas de los grandes navíos
que zarpan del muelle arrastrando en las aguas la sombra
de los bultos al sol de esos árboles antiguos...

El puerto soñado es sombrío y es pálido
y el paisaje resplandece de sol a este lado...
Mas el sol de este día en mi espíritu es un puerto sombrío
y un navío zarpando del puerto cada árbol al sol.

Paisaje abajo, dos veces liberado me abandono...
El bulto del muelle es nítido camino en calma
que se levanta erguido como un muro
mientras los navíos pasan por dentro de los árboles
horizontalmente verticales
soltando amarras agua adentro de las hojas una a una.

No sé quién me sueño.
De pronto el agua del puerto es transparente
y veo en su fondo, cual enorme estampa desdoblada
todo este paisaje, fila de árboles, camino ardiendo hacia aquel puerto,
y la sombra de un velero más antiguo que ese puerto pasa
entre mi y llega hasta mí y en mí se adentra y pasa al otro lado de mi alma.


II
La iglesia se ilumina desde dentro de la lluvia de este día
y el encender de cada vela es más lluvia batiendo en el vitral.

Alegra oír la lluvia porque lluvia es que hay templo encendido
y vitrales de iglesia desde fuera suenan a lluvia oída desde dentro...

El esplendor del altar mayor es que no pueda yo ver casi los montes
a través de esa lluvia que es oro tan solemne en el mantel del altar.

Suena el cántico del coro, latín y viento sacuden los vitrales
y se siente el gorjeo del agua en el hecho mismo de haber coro.

La misa es un automóvil que pasa
a través de los fieles de rodillas sobre el ser de hoy, que es día triste...
Golpes de viento azotan con esplendor más grande
la fiesta de la catedral, y todo lo absorbe el ruido de la lluvia
hasta que se oye tan sólo la voz del padre, agua perdiéndose a lo lejos
con son de ruedas de automóvil.

Y se apagan las luces de la iglesia
en la lluvia que cesa.


III
La Gran Esfinge de Egipto sueña desde dentro del papel.
Escribo -y surge a través de mi mano transparente
mientras al borde del papel se yerguen las pirámides...

Escribo -y me turba ver que el punto de la pluma
es perfil del rey Keops.
De pronto me detengo.
Todo oscurecido, caigo en un abismo hecho de tiempo.

Soterrado en pirámides escribo versos a la clara luz de esta lámpara
y desde las alturas todo Egipto me aplasta a través de los trazos de la pluma.

Oigo a la Esfinge que ríe desde dentro
el son de la pluma recorriendo el papel.
Una mano enorme atraviesa mi imposibilidad de verla,
todo lo barre hacia el borde del techo que tengo a mis espaldas
y sobre el papel en que escribo, entre el papel y la pluma que escribe,
yace el cadáver de Keops contemplándome con ojos muy abiertos
y en este cruzar de nuestras miradas fluye el Nilo
y una alegría de barco embanderado
va errátil en diagonal difusa
entre yo y lo que pienso...

¡Funerales del Keops en oro viejo y Yo!


IV
¡Qué panderetas, el silencio de este cuarto!
Y las paredes están allá, en Andalucía...

Hay en el fijo brillar de la luz unas danzas sensuales...
Todo el espacio de pronto se detiene.
Se detiene, resbala, se desdobla...
Y en un rincón del techo, pero tan lejos de este techo,
manos blancas abren ventanas secretas
y ramos de violetas se derraman
desde una noche de primavera que hay por fuera
sobre este estar mío con los ojos cerrados.


V
Por fuera van los caballitos en un remolino de sol del carrousel...
Piedras, árboles, montes danzan sin moverse en mi interior.
Noche absoluta en la feria iluminada, luz de luna en el soleado día allá que hay por fuera,
y las luces todas de la feria hacen ruido de muro de quintal...
Rondas de muchachas con cántaros sobre la cabeza,
plenas de estar bajo ese sol de fuera,
cruzan con los grupos viscosos de la gente que va por la feria,
gente mezclada con luz de casetas, y noche y claro de luna...

Al encontrarse los grupos y las rondas se penetran
y llegan a formar solo un grupo que es dos...
La feria, y las luces de la feria, y la gente que va por la feria,
y la noche que recoge la feria y en vilo la lleva,
caminan sobre copas de árboles rebosantes de sol,
caminan visiblemente bajo los peñascos que brillan al sol,
asoman detrás de los cántaros que llevan las muchachas
y todo este paisaje de primavera es la luna que hay sobre la feria
y el ruido y la luz de la feria son el suelo de este día de sol.

Alguien sacude de repente como en un tamiz la doble hora
y el mezclado polvo de las dos realidades va cayendo
sobre mis manos llenas de dibujos de unos puertos
donde grandes veleros zarpan y no piensan volver...
Hay entre mis dedos un polvo de oro blanco y negro.
Y mis manos son pasos de aquella muchacha que abandona la feria
solitaria y alegre como el día de hoy.


VI
El maestro agita la batuta,
triste y lánguida irrumpe la música...

Recuerdo mi infancia, recuerdo aquel día
en que jugaba al pie del muro del quintal -y había
a un lado del balón tenía el deslizar de un perro verde
y al otro el correr de un caballo azul con un jockey amarillo...

Prosigue la música, y yo estoy en mi infancia...
De pronto va y viene entre mí y, muro blanco, el maestro,
aquel balón a veces perro verde,
otras caballo azul con jockey amarillo.

Todo el teatro es ya quintal,
mi infancia está en todos los lugares y vienen con el balón sones de música, vaga y triste música que por el quintal pasea
vestida de perro verde tornándose jockey amarillo...
(Tan rápido gira el balón entre mí y los músicos...)

La lanzo contra la infancia y cruza
el teatro que tengo a mis pies y juega
con un jockey amarillo y con un perro verde
y con un caballo azul que se asoma al muro
del quintal... Y me lanza la música
balones a la infancia... Y el muro del quintal se hace de gestos
de batuta y de las confusas rotaciones de unos perros verdes
y de unos caballos azules y de unos jockeys amarillos...

Todo el teatro es ya un blanco muro de música
donde corre un perro verde detrás de mi saudade
de la infancia, caballo azul con jockey amarillo...

Y va de un lado a otro, a derecha y a izquierda,
a donde hay árboles y en unas ramas de la copa
tocan las orquestas,
a donde desde unas filas de balones, y en aquella tienda a la que fuimos para comprar el mío,
entre memorias de mi infancia el tendero sonríe...

Cesa la música cual derrumbar de muro,
rueda el balón por el despeñadero del sueño interrumpido,
sobre un caballo azul el maestro se convierte en jockey negro desde el amarillo, agradece, posa la batuta sobre la fuga de un muro,
se inclina, sonriente, con un balón blanco sobre su cabeza,
y el balón blanco se sume espalda abajo del maestro.





Lluvia oblicua

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