No sé cuánta gente oirá mi programa. A veces sospecho que no está oyéndolo nadie, lo que se dice nadie: cero personas en total, y eso me produce una sensación de afantasmamiento: la voz inútil que suena en la noche vacía. Y entonces me siento como un turista belga que tocase el acordeón o similar en mitad del desierto de Nafud o similar. (Felipe Benítez Reyes)
martes, 25 de junio de 2013
RAPSODIA EN NUEVA YORK
Esta semana cerramos la breve serie, iniciada hace siete días, centrada en el personaje de Nanette Hayes, el atractivo personaje principal de las novelas policiacas de Charlotte Carter, la escritora norteamericana autora de tres interesantes intrigas detectivescas publicadas en España por Siruela. En ellas, tituladas respectivamente El dulce veneno del jazz, Negra melodía de blues y Rapsodia en Nueva York, Nanette, Nan, es una joven intérprete de jazz que se gana la vida tocando el saxo tenor en las calles de Manhattan y que se ve envuelta, sin quererlo, en distintos enredos que llevan consigo robos, asesinatos, otros delitos, investigaciones varias, que la obligan a adentrarse en los sórdidos bajos fondos de la urbe neoyorquina, aunque en alguna de sus aventuras la chica recala también en París.
La joven, elegante y bohemia, independiente y deslenguada, decidida y valiente pero a la vez frágil y vulnerable, mantiene unas complicadas relaciones con los muchos hombres que se encuentra en su vida. Los fragmentos que he seleccionado para completar el programa de esta noche dan cuenta del modo apasionado y también escéptico, combativo y sin embargo esperanzado, lúcido y asimismo algo confuso con el que contempla su trato con el sexo opuesto.
Entre los textos, cargados de ironía y con un ácido sentido del humor, escuchareis trece piezas de jazz, escogidas de entre el centenar que aparecen mencionadas en las tres novelas, en las que este género musical asume un papel de protagonista alternativo, en paralelo y me atrevo a decir que con la misma entidad que el personaje de la propia Nanette. Así, podréis escuchar grandes clásicos como Blue Monk, You've changed, Poor butterfly, I remember you, Autumn nocturne, It shouldn't happen to a dream, It's always you, I want to talk about you, The more i see you, Travellin' light, It could happen to you, Something to live for y Black coffee, interpretados por Thelonious Monk, Sarah Vaughan, Errol Garner, Dinah Washington, Benny Goodman, Anita O’Day, Chet Baker, Ella Fitzgerald con Joe Pass, Oscar Peterson con Benny Carter, Billie Holiday, Bud Powell, Lena Horne y Carmen McRae.
Este programa es el último que sale al aire en las ondas radiofónicas por este curso, al finalizar la temporada regular en Radio Universidad. A lo largo del mes de julio las emisiones sólo verán la luz en este blog, en el que os espero a partir del próximo martes.
En la emisión de esta semana y en la de dentro de siete días vamos a ofreceros un par de ediciones monográficas centradas en un singular personaje literario, la espléndida Nanette Hayes, la muy atractiva protagonista de una colección de novelas policiacas escritas por la norteamericana Charlotte Carter. Con los títulos de El dulce veneno del jazz, Negra melodía de blues y Rapsodia en Nueva York, las por ahora tres únicas obras de la serie vieron la luz en 2005, 2006 y 2007 respectivamente, publicadas por la editorial Siruela en traducción de María Corniero. En la primera semana de julio, y en el blog de mi otro espacio en Radio Universidad, todosloslibrosunlibro.blogspot.com, os ofreceré una reseña completa de la interesante trilogía.
Pese a inscribirse de modo patente en el género negro, estas novelas de Charlotte Carter no me han interesado demasiado desde ese punto de vista. Las historias son pobres y algo tópicas, las tramas endebles, la complejidad de los argumentos brilla por su ausencia, muchas de las peripecias resultan de difícil explicación causal y la solución de los casos aparece dejada, en más de una ocasión, a la concurrencia de circunstancias demasiado azarosas e insuficientemente justificadas. Sin embargo, su personaje principal, Nanette -Nan- Hayes, es una creación muy poderosa cuya presencia en los libros justifica cumplidamente su lectura.
Nan es una joven negra, música itinerante, que toca el saxo tenor en las calles de Manhattan (aunque miente a su madre sobre su auténtica profesión diciéndole que es docente en la Universidad). Sin vinculación alguna pues, con el mundo del crimen, se ve envuelta, en su primera aventura, en un asunto turbio que la llevará a adentrarse en los territorios oscuros del asesinato y las drogas, de las mafias y las estafas, de los bajos fondos en general. A partir de ahí, convertida en detective más o menos aficionada, su implicación en las sucesivas tramas en las que se ve inmersa nos permiten conocer su fascinante personalidad, su cultura, su valentía, su sensatez, su compromiso. Precisamente, para completar la emisión de esta noche he elegido distintos fragmentos de las tres novelas en los que aparecen perfilados algunos de los rasgos distintivos del sugestivo carácter de la joven que se define a sí misma como un híbrido de chica dura con estilo y Edith Piaf.
La condición de intérprete de jazz de Nanette permite a su creadora trufar las novelas de referencias a este género musical, y ello constituye -junto al bien dibujado retrato y al encanto de la chica- el otro de los elementos destacados a la hora de disfrutar de su lectura. Por de pronto, cada uno de los capítulos de los tres libros lleva como título el de alguna conocida pieza de jazz o blues. En el primero de la serie se trata de temas del pianista y compositor Thelonius Monk. En la segunda y tercera novelas, las canciones pertenecen a la inmensa obra de Chet Baker, John Coltrane, Lester Young, Billie Holiday y otros grandes clásicos del jazz. Pero es que además, sea porque la aficionada detective toca el saxofón, y la autora nos da cuenta de algunas de las piezas que ejecuta, sea porque Nanette escucha música constantemente a lo largo de sus peripecias investigadoras, y Charlotte Carter no nos ahorra datos sobre sus títulos e intérpretes, el hecho es que yo he rastreado casi cien referencias a canciones y piezas musicales en el conjunto de la serie. Diez de ellas, en versiones de algunos de los más destacados “saxos tenores” de la historia del jazz, Ben Webster, Coleman Hawkins (cuya romántica versión del clásico Speak low aparece el vídeo final), Sonny Rollins, Stan Getz, Johnny Hodges, Sonny Stitt, John Coltrane, Lester Young, Charlie Parker y Dexter Gordon, integran la emisión que ahora os presento.
El programa de esta semana, apresurado y denso como de costumbre, se centra en la figura de Prince, o el artista antes conocido como Prince, o el Artista a secas, o el Príncipe de Minneápolis, o el símbolo impronunciable, o como quiera que se llame ahora uno de los creadores más relevantes de la música funk, soul, pop y rock -aunque ya no sabe uno en qué género incluir en realidad a un personaje tan inclasificable-, una de las figuras más destacadas, más innovadoras, más -incluso- revolucionarias del universo de la música en general, pues, de las últimas tres décadas.
Prince cumplió cincuenta y cinco años el pasado 7 de junio y por ese motivo -y por la trascendencia de su música- dedicamos una emisión completa a sus canciones, una emisión en la que podéis escuchar una decena de estupendos temas del artista, acompañadas de algunos fragmentos significativos de sus correspondientes letras. Starfish and coffee, When doves cry, I could never take the place of your man (que aparece en el vídeo con el que se cierra este entrada, en una interpretación reciente), Raspberry beret, Sometimes it snows in april, Sign o the times, Little red Corvette, Take me with u, Nothing compares 2 U y Purple rain son sus títulos escritos con la particular grafía del excéntrico personaje. Todas son magníficas y representativas. Quizá podréis echar en falta algún título, una mayor presencia de un determinado disco, de una cierta etapa de su fecunda producción musical. Yo mismo podría haber seleccionado otras veinte canciones igual de extraordinarias e igual de descriptivas del legado artístico de Prince. Baste repetir que las diez seleccionadas son espléndidas, dibujan un retrato fidedigno del creador y, además, son, quizá, mis diez mejores canciones de un Prince que me entusiasmó en los 80, llenando algunas de mis horas más alegres y felices. Recuerdo aún un magnífico concierto en Pontevedra, hace más de veinte años, todos mucho más jóvenes, más llenos de energía, más vivos... En fin, ya sabéis cómo es Buscando leones en las nubes, en cuanto uno se descuida aparece la nostalgia.
Las letras que os ofrezco están recogidas del libro Prince. Canciones que presentó la Editorial Fundamentos en 1991 en su colección Espiral. Con muy atinada traducción de Miguel Comamala y un interesante prólogo de Quim Casas, el pequeño volumen permite una aproximación muy ajustada al universo principesco. Con la misma intención divulgativa os dejo también un artículo de Diego A. Manrique publicado originariamente, el 28 de marzo pasado, en El País, y ampliado después en el blog del magnífico periodista.
Espero que este homenaje a Prince os permita recuperar a un artista que lleva unos años semidesaparecido del primer plano de la actualidad (parece que hay un nuevo disco a punto de salir, y se anuncian algunas actuaciones en el Festival de Montreux), y a aquellos de vosotros que aún no lo conocéis -afortunados por poder descubrir su música- os acerque a una figura esencial de la música de los últimos treinta años.
La (triunfal) guerrilla de Prince
Para decirlo finamente, Prince tiene verdadero arte para tocar las narices. Son pocas las entrevistas que concede pero cada una se salda con grandes titulares y escándalo mediático. Un día, arremete contra Internet, a pesar de que anteriormente él dedicara notables esfuerzos a explotar el mercado digital. Luego, manifiesta su desprecio por las versiones que se hacen de sus canciones, aunque no hay noticia de que rechace los correspondientes derechos de autor.
Proclama su admiración por el orden reinante en los países islámicos; hasta encuentra ventajas en el burka. De lo que piensa sobre el matrimonio gay, procura no hablar: lleva años como Testigo de Jehová y abomina de su época libertina. Por si acaso, advierte que todavía tiene “muchos amigos gays y lesbianas”.
Con todo, su reputación está en alza. Hace unas semanas, fue la estrella de South By Southwest, el festival tejano dedicado a la “música alternativa”: un concierto patrocinado por el gigante Samsung, a cambio de un millón de dólares. Mastiquen muy lentamente la bonita paradoja de que, si se hiciera la voluntad de Prince, las empresas de telecomunicaciones tendrían poco negocio.
También en marzo, le consagraron un homenaje, Music by Prince, en el Carnegie Hall neoyorquino. ¿Participantes? Desde D'Angelo a Elvis Costello. Este verano, viene por Europa, dónde sus entradas están volando. Y muchos artistas estudian su modelo de negocio, que le permite ingresos extraordinarios, superiores a los de muchos colegas de la Primera División.
Tras el deplorable conflicto con Warner Music, cuando rechazaba su nombre profesional y trivializaba el gran drama histórico de América al escribir la palabra “esclavo” en la cara, ya no firma contratos de larga duración con las discográficas. Ahora, si tiene música fresca (algo que parece no ser su prioridad), pacta con alguna multinacional para que el álbum se distribuya internacionalmente. Las disqueras pican, con la esperanza de que el acuerdo derive en una relación larga, y a veces reciben desagradables sorpresas: Sony se las prometía tan felices con Planet Earth (2007)... hasta que descubrió que, previo pago de cantidades millonarias, Prince también había acordado que se regalara con la edición dominical de cuatro potentes periódicos europeos. Solo en el Reino Unido, se colocaron cerca de tres millones de copias.
Pero la clave de su prosperidad reside en sus directos. Desde hace bastante tiempo, Prince suele funcionar como su propio promotor, al menos en Estados Unidos. Alquila grandes o pequeños recintos, deja que corra el boca a oreja y, una vez descontados los gastos, no tiene que repartir la taquilla con nadie. Ha probado experimentos astutos como entregar su nuevo disco Musicology (2004) a los compradores de entradas para la gira correspondiente. Eso le permitió volver a la clasificación de los más vendedores, obligando de paso a la cabreada revista Billboard a revisar las reglas para confeccionar sus listas, a fin de que nadie repitiera la jugada.
Se siente justificado a la hora de buscar dinero fresco. Como Duke Ellington, considera que su instrumento principal es su orquesta, una banda extensa -22 personas en su última encarnación- a la que exige devoción y paga con regularidad. Ha comercializado incluso sus legendarios conciertos privados, que se celebraban en locales exclusivos tras el final de algún show oficial. Hoy se rentabilizan con entradas costosas. Y sin obviar reglas estrictas: sus hombres de seguridad expulsan incluso a algún VIP que cree que, en su caso, no se le aplicaba la prohibición de introducir móviles de última generación.
No le importa caer antipático. En contra de cualquier lógica, mantiene una guerra intermitente contra los fansites, los sitios de Internet donde se juntan sus sufridos admiradores. Pretende impedir que circule gratuitamente su música e incluso intentó ampliarlo a la difusión de su imagen. Con YouTube y similares, la pelea es prolongada. No se cree, y tiene bastante razón, que empresas tan sofisticadas no sean capaces de desarrollar filtros para su música: “si son capaces de eliminar el material porno ¿cómo no pueden evitar que se cuelen los videos no autorizados por el artista?”
Cuidado, no es que Prince tenga la solución para monetizar el disfrute de la música en la era digital. Ha puesto en marcha servicios basados en la suscripción que dejaron irritados a muchos seguidores, al cerrarse sin muchas explicaciones cuando los contables comprobaron que no salían de los números rojos.
De cualquier forma, Prince tiene pocos competidores en su liga. Aplica la lección de Las Vegas al apostar que los fans viajaran a ver unos directos bien publicitados. Fue una de esas hazañas -llenar 21 noches el O2 londinense- lo que llevó indirectamente a Michael Jackson a su destrucción: se empeñó en batir el récord, con 50 conciertos. La relación entre ambos resultó conflictiva: Prince le envió una caja con objetos que un horrorizado Michael pensó que obedecían a rituales de vudú. Sin embargo, Jackson bautizó al menor de sus hijos como Prince Michael II (no se confundan, el mayor también es conocido como Prince). Por su parte, Prince recuerda al desaparecido de vez en cuando, tocando un llenapistas de los Jacksons, Shake your body (down to the ground).
Tampoco le hablen de Madonna. Entre los dos hubo un flirteo que quedó en nada. Durante su choque con Warner, se quejaba de que la empresa invertía sus recursos en ella, cuando él se consideraba el artista de la compañía con mayor potencial comercial. Curiosamente, Madonna cumplía una de las condiciones de las mujeres de Prince: lo que en Estados Unidos llaman origen “étnico” (italiano, en su caso). Sus sucesivas esposas fueron Mayte García y Manuela Testolini. Se le relacionó luego con la vocalista Bria Valente, de verdadero nombre Brenda Fuentes.
Ante el asombro de muchos íntimos, no llegaron a vivir juntos. Su mansión en Beverly Hills, alquilada al jugador de baloncesto Carlos Boozer, suele abrirse ocasionalmente a fiestas donde acuden famosos de Hollywood, como la pareja Penelope Cruz-Javier Bardem. El entretenimiento está garantizado: el señor de la casa toca y luego deja a un DJ trabajando. Hay go-gos en acción, incluyendo algún espécimen masculino. Tampoco falta la comida, aunque sea vegetariana. Pero no hay ni rastro de las orgías soñadas por algunas mentes calenturientas.
Esta semana el leve hilo conductor que une música y literatura, el tema sobre el que gira el programa, es el de los recuerdos. En la emisión escucharéis textos que hablan de la melancolía y la tristeza que a menudo asociamos al recuerdo; del dolor que tantas veces incorpora a la vida la memoria; de la sensación de pérdida y añoranza que nos asalta cuando recordamos el pasado; del amargo e implacable asalto de los recuerdos que perturban nuestra frágil soledad, apuntalada a duras penas y de un modo siempre algo precario con las trampas del olvido; de la remembranza de la infancia, de los amores perdidos, de los que nunca llegaron a fraguar, de los que inevitablemente se frustraron; del horrible desamparo con el que rememoramos a los padres definitivamente ausentes; de la indefensión, de la desolación, del inmenso peso, del cansancio, del vértigo a los que nos inducen los recuerdos, incluso los felices; de la insoportable conciencia de que la vida se acaba y se lleva las ilusiones que algún día albergamos, las insensatas quimeras que nos entusiasmaron, los inocentes sueños en los que absurdamente creímos y a los que ahora recordamos con desolado y triste desvalimiento, con fatigada impotencia, con desconsolada tristeza. Sus autores, que no siempre rezuman tanta amargura en el resto de su obra, son Bernhard Schlink, Juan Gabriel Vásquez, Edgar Lawrence Doctorow, Catherine O’ Flynn, John Lanchester, Jon McGregor, Luis Landero, Jean Marie Gustave Le Clézio, Martin Amis, Michael Ondaatje, Louis Ferdinand Céline, John Connolly, Adolfo García Ortega y Milton Hatoum.
Y sí, de nuevo un programa triste y melancólico (Melancolía es el título del magnífico cuadro de Paul Gauguin que acompaña este comentario) en Buscando leones en las nubes. Triste pero hermoso, como las preciosas canciones que han acompañado a los textos leídos y cuyos intérpretes son Madeleine Peyroux, Mark Kozelek, Fatoumata Diawara, M. Ward, Neil Halstead, Rim Banna, Daniel Knox, Emmy Rossum (su interpretación del clásico All i do is dream of you suena en el vídeo que cierra esta entrada -un no sé si ilusionante o desesperanzado Todo lo que hago es soñar contigo- y que ejemplifica muy convenientemente el enfoque nostálgico del programa), Antonia Adnet, Jimmy Scott, Melissa Laveaux, Ornella Vanoni con Toquinho, FM Laeti, Rumer y Karen Souza.