JARVIS COCKER. NUNCA VIVIRÁS COMO LA GENTE CORRIENTE
El próximo jueves, 19 de septiembre, Jarvis Cocker, el singular músico británico, líder de la banda Pulp, e inexcusable referencia en la música pop de las dos últimas décadas, cumplirá 50 años. Con esta excusa vamos a dedicar esta semana una emisión a celebrar su interesante personalidad artística. He escogido una decena larga de sus canciones, interpretadas en solitario o con su grupo, de entre las muchas de su magnífica discografía que me resultan atractivas, en una selección, como siempre en estos casos, difícil y probablemente controvertida, discutible: Last day of the miners strike, Help the aged, B-real, A little soul, This is hardcore, Common people, Do you remember the first time, Leftlovers, I will kill again, Babies (cuyo muy curioso vídeo de hace veinte años cierra esta entrada) y Razzmatazz son los títulos de las canciones escogidas.
De cada una de estas piezas musicales os ofrezco también un brevísimo fragmento de sus letras. Jarvis Cocker publicó en nuestro país, el pasado 2012, el libro Madre, hermano, amante, editado por Reservoir Books, un sello del grupo Mondadori. En él, el original músico presenta las letras de sesenta y ocho de sus canciones, traducidas, en la versión española, por Lucía Lietjmaer, y completadas, en una enjundiosa sección de notas finales, por agudísimos comentarios del propio autor glosando las circunstancias en que se escribieron, aclarando referencias ocultas, incorporando opiniones personales, aportando curiosidades sobre la trayectoria artística del grupo o sobre su propia vida personal, en una obra imprescindible para los seguidores del personaje y altamente recomendable para el resto de quienes quieran conocerlo.
De él he recogido los textos que integran el programa, que espero -pese a lo desgraciadamente insuficiente de la muestra- pueda interesaros, tanto como para, como digo, acercaros al libro y completar el conocimiento de la obra del carismático compositor y cantante de Sheffield. Con esa misma intención os dejo aquí un fragmento del prólogo de la obra, en el que el inteligente músico expone sus reflexiones acerca de la importancia de las letras de las canciones.
Nunca tuve la intención de ser letrista. Había querido ser una estrella del pop desde más o menos los ocho años (que es probablemente la edad con que vi por primera vez la película Help! de los Beatles), así que allá por 1978, cuando finalmente convencí a tres amigos del colegio con halagos para que formaran un grupo conmigo, éramos demasiado ineptos para tocar las canciones de otros. Así que tuvimos que escribir nuestro propio material. Como se trataba de mi banda y yo era el cantante, acabé teniendo que escribir las letras yo. Así que me encontré en la posición donde se encuentran muchos compositores cuando empiezan: no te apetece demasiado hacerlo, pero como una canción no es realmente una canción hasta que tiene letra, sentarte y escribirla es tu problema. Y adquiere connotaciones del tipo “Agh, mamá, ¿de verdad tengo que hacer los deberes?” que permanecen contigo a lo largo de los años. Si alguna vez tienes la desgracia de estar en un estudio de grabación donde el trabajo se ha detenido con un gran chirrido de frenos, no será porque el batería tiene un “bloqueo de batería” o el guitarrista tiene un “bloqueo de guitarrista”. Sólo los escritores se bloquean. Muchas de las letras de este libro fueron escritas apresuradamente la noche antes de una sesión de grabación porque yo había estado evitando escribirlas hasta el último minuto. Resulta extraño que la parte más inteligible de una canción –las palabras, esas cosas que la gente usa para comunicarse todo el rato- deban ser vistas como lo más aburrido y tedioso del proceso de composición de una canción por parte de los propios músicos. Y creo que se debe a un hecho muy sencillo: la letra de una canción no es tan importante. No es tan importante, pero en cualquier caso, debes tenerla en cuenta: es una obligación contractual, un mal necesario, una idea de último momento.
Tomemos un clásico rock indiscutible como “Louie, Louie”, de los Kingsmen. La letra de esa canción es indescifrable al punto que dio lugar a una investigación del FBI por su supuesto contenido obsceno a principios de los sesenta. (Parece ser que la gente entendía frases tan inmortales como “Sentía mi erección en su pelo”). Después de una investigación de treinta y un meses de duración, el FBI concluyó que eran “incapaces de traducir nada de la letra del disco”. En otras palabras: no se puede distinguir ni una de las frases que salen de la boca del cantante y no importa.
Pero una vez te das cuenta de que la letra no es tan importante, empieza la diversión de verdad. Si nadie te escucha puedes decir lo que se te ocurra. Mis primeros intentos coincidieron aproximadamente con mis primeros escarceos amorosos con el sexo opuesto. Me llamaba la atención la enorme divergencia entre cómo se describían las relaciones en las canciones que escuchaba en la radio y mi experiencia en la vida real (supongo que también podía ser culpa de mi propia técnica). Así que decidí intentar equilibrarlo, introduciendo en ellas la torpeza y todos los momentos incómodos. A lo mejor las letras no eran tan importantes para el éxito de una canción, pero mi di cuenta de que para mí sí importaban. Siempre estaba buscando algo en ellas que generalmente no encontraba. Había amado la música pop desde una edad muy temprana y ahora quería que me acompañara durante la adolescencia, así que acabé documentando mi adolescencia a través de la música pop. Eso se convirtió en un anteproyecto de mi proceso de trabajo: un intento de emparejar un tema “inapropiado” con estructuras pop bastante convencionales. Un intento de crear un tipo de música pop que yo hubiera deseado que estuviera allí para ayudarme cuando lo necesitaba.
Ese tipo de fricción entre la letra y la música me resulta problemático cuando se muestran las letras de manera aislada. Desde que las letras empezaron a ser incluidas en las fundas de mis discos siempre he incorporado las instrucciones: “Por favor, las letras no deben ser leídas mientras suena el disco”. Eso se debe a que lo escrito solo existe para ser parte de algo más, una canción, y cuando lo contemplas impreso en una página lo estás viendo extraído de su hábitat natural, lejos de ese “algo más”. A veces funcionan con la música, a veces van en su contra, pero leer una letra es como ver la televisión sin sonido: solo recibes la mitad de la información. Nunca se te ocurre escuchar el sonido de la batería aislado de los otros instrumentos. Y, en especial, no quiero que la gente extraiga las letras de su hábitat natural mientras suena la música. Recuerdo cuando compré Dark Side of the Moon de Pink Floyd siendo un adolescente y corrí a casa a ponerlo. Me senté con la funda abierta sobre mis rodillas, enfrascándome en las palabras de Roger Waters mientras el disco daba vueltas sobre el plato, y, para mi horror, eso hizo que las letras aparecieran espantosas. Todo lo que había sonado profundo y lleno de sentido en el trayecto en autobús a casa ahora resultaba anticuado y torpe: la sintaxis se hacía pedazos y las palabras estaban metidas con calzador para adaptarse al ritmo de la música o de la melodía vocal. Por lo general, cuando lees algo tienes el tempo natural de la manera de hablar, pero en una canción debe adaptarse al ritmo de la música que lo acompaña. Esta preocupación sobre cómo se percibe una letra también alimentaba el modo en que se presentaban en el libreto de las letras. Ese es un ejemplo del álbum His’n’Hers:
Nos gusta conducir los sábados por la noche, pasar el centro comercial, girar a la izquierda en el semáforo. No buscamos problemas, pero si vienen no huimos. Buscar problemas es a lo que nosotros llamamos diversión. Eh, tú, tú, el de las sandalias de Jesús, ¿no te gustaría venir a ver cómo unos vándalos destrozan la casa de alguien? No podemos evitarlo, somos tan estúpidos que no podemos pensar. No podemos pensar en nada más que no sea dormir, beber y cagar. Oh, y nos gustan las mujeres. ¡Arriba las mujeres!, decimos, y si tenemos suerte a lo mejor algún día conoceremos a unas cuantas. Eh, tú, tú, el de las sandalias de Jesús… etc. Oiga, señor, solo queremos su coche porque vamos a llevar a una chica al embalse. Oh, todos los periódicos dicen que es una tragedia. Pero ¿no prefieres venir a verlo? Oiga, señor, solo queremos su coche, etc. (x3)
Siempre he tenido una tremenda aversión por el modo en que se suelen transcribir las letras, generalmente para que parezcan poesía. Las letras no son poesía: son las palabras de una canción. Esto presentaba, evidentemente, ciertos retos para esta antología: un libro que fuera página tras página de texto editado como el anterior no sería una lectura demasiado agradable. Así que con la ayuda del editor he intentado presentar las letras de una manera inteligible, diseñada para funcionar en la página, en vez de intentar mimetizar el modo en que suenan las canciones. Supongo que el éxito de este enfoque depende más bien del nivel de familiaridad del lector con el material, pero espero a que ayude a que las palabras puedan sostenerse, finalmente, por su propio pie. Siguen siendo letras de canciones, pero al menos al estar recogidas entre estas cubiertas se convierten en un trabajo escrito por derecho propio (Pero definitivamente, ¡no son poesía!).
Jarvis Cocker. Nunca vivirás como la gente corriente
Jarvis Cocker. Nunca vivirás como la gente corriente
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