martes, 2 de diciembre de 2014

 
EJERCICIOS DE ESTILO
 
Esta noche y la del lunes próximo el programa se articula, en lo musical, sobre un peculiar y algo arriesgado juego; algo arriesgado desde el punto de vista del mantenimiento de la audiencia, porque nuestra propuesta, ciertamente inusual, amenaza con romper algunos de los más comunes hábitos de escucha radiofónica. Y es que a lo largo de estas dos ediciones vamos a escuchar una sola canción... ¡¡¡en más de veinte versiones diferentes!!! Pero empecemos desde el principio, porque el desencadenante de tan atrevido experimento no tiene que ver inicialmente con la música sino, por el contrario, con la elección del texto literario en torno al cual he decidido organizar ambos programas.
 
En 1947, el escritor y matemático francés Raymond Queneau, publicó Ejercicios de estilo, un clásico de la literatura experimental, un imaginativo y sorprendente libro en el que el autor recrea una anécdota trivial, un encuentro azaroso e insustancial en un autobús, para, con el referente de una primera y muy breve narración de ese soso suceso original, mostrárnoslo de noventa y nueve maneras distintas, fruto de las más inesperadas variaciones, construidas a partir de juegos verbales, efectos retóricos, transformaciones textuales, parodias idiomáticas, modalidades gramaticales y, en definitiva, registros comunicativos y enfoques literarios diversos.
 
El libro vio la luz en España en 1987 en una edición de Antonio Fernández Ferrer para la Editorial Cátedra, que ha alcanzado también la categoría de clásica en la actualidad, por lo que tiene también de reto la traslación al castellano de los complejos matices de la obra original. Resulta indispensable la lectura del largo pero fundamental prólogo que escribe Fernández Ferrer como introducción al libro y del que os dejo un revelador fragmento al final de este comentario.
 
Una veintena larga de esos “ejercicios de estilo” aparece -partiendo del texto inicial (que lo es sólo en un sentido figurado, pues no es el que abre el libro) que “define” la situación- en las dos emisiones que ahora presento, una muestra significativa -aunque depurada en los ejemplos menos radiofónicos del libro, los que incluyen elementos iconográficos no apreciables sin la visión del texto, o los que resultan de muy difícil lectura, o los consistentes en efectos lingüísticos de imposible comprensión en una mera escucha- del gran talento de su autor y del no menor de su traductor que, en muchos casos -y como podréis comprobar en la próxima hora-, lleva a cabo una auténtica recreación de los textos originales, adaptándolos a la realidad de un lector español.
 
Y como la de la repetición, la de las variaciones, es la idea fundamental que subyace a mi propuesta literaria de esta noche, he decidido llevar al extremo tal enfoque ofreciéndoos también, tal y como he anticipado, la misma canción, Les feuilles mortes -el gran referente, quizá, de la música francesa, la imperecedera obra de Jacques Prévert y Joseph Kosma con más de quinientas recreaciones desde todos los ámbitos musicales del orbe- en cerca de una docena de versiones en estilos, géneros, lenguas, ritmos y planteamientos muy diferentes. Yves Montand, Sole Giménez, Frank Sinatra, Iggy Pop, Luciano Virgili, Mishka Adams, Grace Jones, Ben Webster, Emmy Rossum, Hannes Wader y Juliette Gréco son sus inspirados intérpretes. El carácter melancólico y crepuscular de esas hojas muertas que protagonizan la canción, su poderoso valor metafórico, se aviene muy bien con la cortedad de estos días, con la languidez y la tristeza de un otoño que se encamina hacia su consunción, con los tonos rojizos, ocres y pardos, que, ya casi apagados, diluyéndose en las hojas caídas, arropan nuestros pasos en las espesas sendas de los mortecinos parques.
 
 
Introducción
 
En el caso del libro que en este preciso momento comienzo a prologar... y que tú, lector, deberías haber empezado no antes de la página 49..., pero me temo que, siguiendo la costumbre, acabas de iniciar la lectura a partir de esta misma introducción, lo cual me lleva a interrumpirte con la primera nota a pie de página (1).
 
En el caso de esta obra, decía, cuyo verdadero prólogo comienza ahora, no puede afirmarse, como lo hace el comienzo del conocido relato evangélico, que en el principio fue el verbo (o, mejor, la palabra, que es traducción más llevadera en castellano), pues en el origen de Ejercicios de estilo fue la música. Así lo cuenta el propio Queneau al iniciar la introducción que escribió para la edición ilustrada por Carelman y Massin:
 
En una entrevista con Jacques Bens, Michel Leiris recuerda que «en el transcurso de los años treinta, estuvimos escuchando juntos (Michel Leiris y yo) en la sala Pleyel un concierto en el que se interpretaba el Arte de la Fuga. Me acuerdo que lo seguimos muy apasionadamente y que, al salir, nos dijimos que sería muy interesante hacer algo de ese tipo en el plano literario (considerando la obra de Bach, no desde el ángulo del contrapunto y fuga, sino como construcción de una obra por medio de variaciones que proliferaran hasta el infinito en torno a un tema bastante nimio)».
 
En efecto, fue acordándome de Bach muy conscientemente como escribí Ejercicios de Estilo, y muy en especial de esa sesión de la sala Pleyel; pero, ¿era, seguro, antes de la guerra? En cualquier caso, fue en mayo del 42 cuando compuse los doce primeros (que, además, han quedado como los doce primeros del libro); pensaba limitarme a eso y titulé este modesto intento Dodecaedro, porque, como es sabido, ese bello poliedro tiene doce caras. El director de una revista muy distinguida que aparecía entonces en zona llamada libre y que me había pedido un «texto», me devolvió el Dodecaedro con aire consternado, incluso diría con tristeza, como si hubiese querido jugarle una mala pasada.
 
Aquello no me impidió continuar; en agosto del 42, en noviembre del 42, en julio del 44, una docena más se añadió a Dodecaedro. En febrero de 1945, La Terre n’est pas une vallée de larmes, publicación surrealista y belga dirigida por Marcel Marien, publicó nueve de ellos con el título Ejercicios de Estilo; una nota decía: «El autor piensa, de este modo, "tratar el mismo asunto" —un incidente real, por lo demás, y trivial— de un centenar de maneras diferentes. Seguramente esos cien capítulos idénticos en cuanto al tema no dejarán de provocar, leídos en hilera (sic), algún efecto en el lector.» Esta nota la había redactado yo, por supuesto.
 
En el transcurso de 1945, escribí otros dieciocho que aparecieron en diciembre del mismo año en Fontaine. En resumidas cuentas, en tres años, había redactado menos de cincuenta; todo el resto fue liquidado durante el verano de 1946 en Isle-sur-Sorgue. Me detuve en los noventa y nueve, juzgando satisfactoria la cantidad; ni tanto ni tan calvo: el ideal griego, vaya (2).
 
Como es sabido, James Joyce se propuso escribir una obra maestra, la voluminosa novela titulada Ulysses, ciñéndose a un solo día en la vida del protagonista, un 6 de junio de 1904, un día de Dublín como otro cualquiera. Queneau parte de asunto aún más trivial y ajeno a complejidades simbólicas. Con una anécdota nimia, explícita ya en el primer texto de la serie («Notations»), construye noventa y nueve variaciones distintas. Como un huevo de Colón literario, la ideíca nos sorprende gratamente con ese don propio de las ocurrencias que cualquiera puede tener, pero que nadie ha pensado.
 
Aparte de la inspiración musical que provocó tan curiosa obra, Queneau contaba con algún ejemplo clásico. Sin ir más lejos, en la literatura francesa decimonónica, la réplica de Cyrano de Bergerac cuando, en el archifamoso drama de Edmond Rostand, contesta airosamente al vizconde que se ha burlado, de manera excesivamente pedestre, de la «muy gran nariz» del protagonista:
 
Eso es muy corto, joven; yo os abono
que podíais variar bastante el tono.
Por ejemplo: Agresivo: «Si en mi cara
tuviese tal nariz, me la amputara.»
Amistoso: «¿Se baña en vuestro vaso
al beber, o un embudo usáis al caso?»
Descriptivo: «¿Es un cabo? ¿Una escollera?
Mas ¿qué digo? ¡Si es una cordillera!»
Curioso: «¿De qué os sirve ese accesorio?
¿De alacena, de caja o de escritorio?»
Burlón: «¿Tanto a los pájaros amáis,
que en el rostro una alcándara les dais?»
Brutal: «¿Podéis fumar sin que el vecino
—¡Fuego en la chimenea!— grite?»
Fino: «Para colgar las capas y sombreros
esa percha muy útil ha de seros.»
Solícito: «Compradle una sombrilla:
el sol ardiente su color mancilla.»
Previsor: «Tal nariz es un exceso:
buscad a la cabeza contrapeso.»
Dramático: «Evitad riñas y enojo:
si os llegara a sangrar, diera un Mar Rojo.»
Enfático: «¡Oh nariz!... ¿Qué vendaval
te podría resfriar? Sólo el mistral.»
Pedantesco: «Aristófanes no cita
más que a un ser sólo que con vos compita
en ostentar nariz de tanto vuelo:
el Hipocampelephantocamelo.»
Respetuoso: «Señor, bésoos la mano:
digna es vuestra nariz de un soberano.»
Ingenuo: «¿De qué hazaña o qué portento
en memoria, se alzó este monumento?»
Lisonjero: «Nariz como la vuestra
es para un perfumista lista muestra.»
Lírico: «¿Es una concha? ¿Sois tritón?»
Rústico: «¿Eso es nariz o es un melón?»
Militar: «Si a un castillo se acomete,
aprontad la nariz: ¡terrible ariete!»
Práctico: «¿La ponéis en lotería? ¡
El premio gordo esa nariz sería!»
Y finalmente, a Píramo imitando:
«¡Malhadada nariz, que, perturbando
del rostro de tu dueño la armonía,
te sonroja tu propia villanía!» (3).
 
De entrada, y aun en la lectura menos atenta, Ejercicios de estilo resulta radicalmente distinto de una obra literaria convencional. Nada más absurdo que tratar de encuadrarlo dentro de los géneros literarios tradicionales, pues, como su mismo título indica, se nos presenta como una especie de «pre» o «para-literatura». Recuerda aquellos libros de antaño sobre el «arte de escribir», que constituían verdaderos recetarios de estilística y, en este sentido, podemos considerar la obra como una parodia de los tratados sobre el tema. No es extraño, por lo tanto, que se juegue con el carácter técnico de la terminología al utilizar algunos de los terminachos más especializados y pintorescos de la jerga retórica clásica. Ejercicios de estilo se sitúa, o finge situarse, en una especie de tierra de nadie, entre la teoría y la práctica literarias, dándonos la impresión de que ha sido confeccionado teniendo en cuenta los capítulos de un manual de estilística o como ejercicios análogos a los progimnasmas (4), las prácticas de la enseñanza retórica clásica. Precisamente por ello, cobra una relevancia especial el texto titulado «Maladroit» («Torpe»), al tratarse de un ejercicio en el que se ironiza sobre el propio «arte de escribir».
 
Sin embargo, pese a ser importante en el conjunto de la obra, la utilización de conceptos y procedimientos de la Retórica en el sentido más restringido y escolar del término (lítote, metáfora, poliptoton, sínquisis...) es sólo una parte. El autor muestra un dominio notable de la disciplina, incluso cuando la entiende a su manera, pero al considerar globalmente Ejercicios de estilo hemos de entender Retórica o Estilística en su mayor amplitud conceptual, abarcando todo género de prácticas y situaciones discursivas.
 
Queneau rechaza cualquier esquema previo que pudiera haber presentado los «ejercicios» en agrupaciones temáticas, por su complejidad gradual o, simplemente, por orden alfabético. Ni tan siquiera trabaja sobre un mismo fragmento base que genere las distintas transformaciones «estilísticas», pues, aunque coloca «Notations» en primer término, ello no significa, de ninguna manera, que se tome este texto como modelo. (5).
 
En ocasiones se prefiere el mero juego mecánico de transformación textual para lograr una sensación de puro disparate. Tenemos, al respecto, los simples tratamientos automáticos de adjunción, supresión o permutación de letras, morfemas o sintagmas sin especial trasfondo. En «Synchyses», sin ir más lejos, todo el texto está trastocado mediante el batiburrillo sintáctico —en realidad, una intensificación de la clásica mixtura verborum—, sin que interese, en modo alguno, conseguir una significación más allá del «nonsense». Confrontemos este ejercicio concreto con el uso de la sínquisis que hace Julio Cortázar en un texto en el que imagina a las gallinas dueñas del planeta:
 
Por escrito gallina una
 
Con lo que pasa es nosotras exaltante. Rápidamente del posesionadas mundo estamos hurra. Era un inofensivo aparentemente cohete lanzado Cañaveral americano Cabo por los desde. Razones se desconocidas por órbita de la desvió, y probablemente algo al rozar invisible la tierra devolvió a. Cresta nos calló en la paf, y mutación golpe entramos de. Rápidamente la multiplicar aprendiendo de tabla estamos, dotadas muy literatura para la somos de historia, química
menos un poco, desastre ahora hasta deportes no importa pero: de será gallinas cosmos el, carajo qué (6).
 
En el texto de Cortázar la sínquisis construye el sentido del relato, mientras que el ejercicio de Queneau se complace únicamente en el efecto de disparate que tiene el uso del artificio por sí mismo, como mero juego perturbador de la comprensión del mensaje.
 
Pero todo no se reduce, ni mucho menos, a estos juegos que pudiéramos considerar como simples formalismos. Por el contrario, Ejercicios de estilo ofrece un muestrario de los diversos registros comunicativos («Lettre officielle», «Vulgaire», «Paysan»...) con una ironía que no perdona nada: desde los vicios de dicción, muletillas, errores, hasta los lenguajes técnicos o especializados. Por supuesto, tampoco la propia literatura se iba a librar del sarcasmo y llega a parodiarse el propio afán escribidor («Maladroit»). A Queneau le divierte sobremanera la burla del lenguaje culto pedante («Ampoulé», «Apostrophe», «Modern style», «Précieux»...) aunque, por lo demás, los recursos para la elaboración de los diferentes «ejercicios» son de lo más diverso: a partir de un tema o campo semántico («L'arc-en-ciel», «Visuel»...), de frases hechas, conceptos gramaticales, modalidades poemáticas, parodias idiomáticas, etc.
 
Al cabo, contamos con un muestrario amplio y heterogéneo que desborda los límites de cualquier manual al uso de preceptiva estilística. Y el conjunto no se queda en el mero juego o exhibición formalista, pues, por el contrario, tras una lectura deliciosamente reiterativa y provocadora, nos queda la sensación de haber asistido a una visión inquietante de la «comedia humana» comunicativa. Con perpleja desazón los lectores nos hemos contemplado en un extraño espejo cóncavo que nos refleja como un «collage» de discursos, como un entrecruzamiento de «ejercicios de estilo» entre cuya algarabía balbuceamos y gesticulamos los que a nosotros mismos nos venimos considerando, no sin paradoja, ciudadanos contemporáneos.
 
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(1) Te recomiendo encarecidamente que, si no lo has hecho ya, leas ahora por lo menos noventa y ocho «ejercicios»; después, volviendo allí donde estabas cuando esta nota te distrajo, puedes proseguir, sin más tropiezos, la lectura del prólogo.
(2) R. Queneau, «Préface», Exercices de style; avec 45 exercices paralè!les dessinés, peints et sculptés par Carelman, et de 99 exercices de style typographiques de Massin, París, Gallimard, 1963, págs. 9-10.
(3) Edmundo Rostand, Cyrano de Bergerac, tragicomedia en cinco actos, en verso, traducida por Luis Vía, José O. Martí y Emilio Tintorer, Barcelona, Imprenta «La Renaixensa», 1899, págs. 32-33. Los cuatro últimos versos de la cita son una parodia del drama Pyrame et Thisbé (1617), de Théophile de Viau.
(4) Sobre estos «ejercicios preparatorios» de la Retórica clásica se ha conservado el tratado de Hermógenes (siglo II), véase la edición de Hugo Rabe en Hermogenis Opera, Leipzig, B. G. Teubner, 1913, págs. 1-27. La obrita de Hermógenes fue traducida al latín por el famoso gramático Prisciano (siglo VI), convirtiéndose en el texto escolar básico con el título de Praeexercitamina rhetorica (véanse las ediciones de H. Keil en el volumen III de Grammatici Latini, Leipzig, B. G. Teubner, 1860, págs. 430-440 y de K. Halm en Rhetores Latini Minores, íd., 1863, págs 551-560).En cuanto a las estilísticas y «artes de escribir», en el año 1947, por citar la fecha en que aparece Exercices de style, se publica el libro de Marcel Cressot, Le style et ses techniques. Précis d'analyse stylistique, París, Presses Universitaires de France, y la trigésimo segunda edición (la primera es de 1927) del manual de Antoine Albalat, L'art d'écrire enseigné en vingt lelçons, París, Armand Colin.
(5) En todo caso, como señala Gérard Genette, el texto base sería «Récit» («Relato»): «... la versión titulada «Récit» puede considerarse sin abusar demasiado, aunque el autor no la presente en modo alguno así ni sea la primera por su fecha, como el estado más próximo a un hipotético grado cero (exposición del tema) de la variación estilística» (G. Genette, Palimpsestes. La littérature au second degré, París, Editions du Seuil, 1982, pág. 133). En este mismo estudio, Genette propone el término de transestilización (transtylisation) para bautizar el procedimiento de variación estilística en el que se basa Exercices de style, feliz amalgama, en realidad, de parodia temática y pastiche estilístico, las dos manifestaciones más evidentes de la «hipertextualidad» o literatura en segundo grado.
(6) Julio Cortázar, La vuelta al día en ochenta mundos, tomo I, 20ª ed., Madrid, Siglo XXI, 1984, pág. 170.

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