NO HE QUERIDO SABER
Bienvenidos una vez más a Buscando leones en las nubes, que esta semana os ofrece una emisión especial -que tendrá su continuación el lunes próximo- de celebración de la lectura con ocasión de la inminente apertura en nuestra ciudad de la Feria del Libro, que se inaugura dentro de unos días. Para ello, y con un fondo sonoro compuesto por deliciosas canciones (interpretadas por Fleurine con Brad Melhdau, Lila Downs, Matthew E. White, Van Morrison con su hija Shana, Grazie di Michele, The Staves, Jimmy Witherspoon, Dayna Kurtz, Cat Power, Joâo Gilberto, The Unthanks, Natalie Prass y Silje Nergaard), dulces y recogidas como es costumbre en nuestro programa, quiero proponeros, en la parte literaria de ambas ediciones, un interesante y espero que entretenido juego que tiene a los libros como protagonistas.
Para ello, entre los dos programas aparecerán una treintena de muy conocidos comienzos de libros, la mayoría grandes clásicos, extraídos de una publicación, cuyo título es un significativo En un lugar de la Mancha, en la que se recogen cincuenta grandes inicios de la literatura ilustrados y comentados. El libro, en el que Jordi Vicente nos ofrece comentarios, anécdotas y curiosidades sobre cada una de las cincuenta obras seleccionadas, y cuya presentación se complementa con otras tantas ilustraciones muy sugerentes y originales de Carlos Cubeiro, se publica en la barcelonesa editorial Comanegra de la que ya os hablé aquí hace unos meses en relación a otro volumen similar, ¿Hablas conmigo?, que incluía otro medio centenar de, en ese caso, frases “míticas” de la historia del cine.
La condición de juego a la que aludía unas líneas más arriba tiene que ver con la apuesta -a la que os invitaba en la versión radiofónica, en un plano íntimo y particular, sin repercusión externa ni en la emisión ni fuera de ella- que os llevara a intentar adivinar los títulos de las obras literarias cuyos comienzos se presentan en el programa. Si escuchándolo habéis intentado -u os disponéis a hacerlo ahora, al escuchar la emisión en el blog- averiguar los títulos y los autores seleccionados, llega el momento de salir de dudas acerca de los aciertos que hayáis podido tener con la referencia completa de dichas obras, por lo que anticipo -aviso para navegantes especialmente interesados- un particular e irrelevante spoiler que resuelve el por otro lado escaso misterio. Así, los textos leídos pertenecen a algunos significativos títulos de la historia de la literatura como son La vida y opiniones del caballero Tristam Shandy, de Laurence Sterne, Orgullo y prejuicio, de Jane Austen, El gato negro, de Edgar Allan Poe, Historia de dos ciudades, de Charles Dickens, La Regenta de nuestro Leopoldo Alas, Clarín, Crimen y castigo, el clásico de Fiódor Dostoyevski, Ethan Frome, quizá el menos notorio de todos los seleccionados, de Edith Warton, Por el camino de Swann, la obra magna de Marcel Proust, El extranjero, de Albert Camus, 1984, de George Orwell, El guardián entre el centeno, la muy difundida novela juvenil del enigmático J.D. Salinger, El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez, con sus primeras palabras, tan citadas y, por último, Corazón tan blanco, la espléndida novela de Javier Marías.
Y precisamente de Javier Marías es el estupendo artículo, con la lectura como protagonista, publicado recientemente en El País Semanal del pasado 27 de marzo, que os transcribo íntegro como despedida de esta entrega.
Además, os dejo acompañando el texto una espléndida foto seleccionada entre centenares de las que se encuentran en la extraordinaria página Awesome People Reading, que os recomiendo y de la que voy a “surtirme” más de una vez en el futuro.
Percebes o lechugas o taburetes. Javier Marías
El titular no podía ser más triste para quienes pasamos ratos magníficos en esos establecimientos: “Cada día cierran dos librerías en España”. El reportaje de Winston Manrique incrementaba la desolación: en 2014 se abrieron 226, pero se cerraron 912, sobre todo de pequeño y mediano tamaño. Las ventas han descendido un 18% en tres años, pasándose de una facturación global de 870 millones a una de 707. La primera reacción, optimista por necesidad, es pensar que bueno, que quizá la gente compra los libros en las grandes superficies, o en formato electrónico, aunque aquí ya sabemos que los españoles son adictos a la piratería, es decir, al robo. Nadie que piratee contenidos culturales debería tener derecho a indignarse ni escandalizarse por el latrocinio a gran escala de políticos y empresarios. “¡Chorizos de mierda!”, exclaman muchos individuos al leer o ver las noticias, mientras con un dedo hacen clic para choricear su serie favorita, o una película, o una canción, o una novela. “Quiero leerla sin pagar un céntimo”, se dicen. O a veces ni eso: “Quiero tenerla, aunque no vaya a leerla; quiero tenerla sin soltar una perra: la cultura debería ser gratis”.
Pero el reportaje recordaba otro dato: el 55% no lee nunca o sólo a veces. Y un buen porcentaje de esa gente no buscaba pretextos (“Me falta tiempo”), sino que admitía con desparpajo: “No me gusta o no me interesa”. Alguien a quien no le gusta o no le interesa leer es alguien, por fuerza, a quien le trae sin cuidado saber por qué está en el mundo y por qué diablos hay mundo; por qué hay algo en vez de nada, que sería lo más lógico y sencillo; qué ha pasado en la tierra antes de que él llegara y qué puede pasar tras su desaparición; cómo es que él ha nacido mientras tantos otros no lo hicieron o se malograron antes de poder leer nada; por qué, si vive, ha de morir algún día; qué han creído los hombres que puede haber tras la muerte, si es que hay algo; cómo se formó el universo y por qué la raza humana ha perdurado pese a las guerras, hambrunas y plagas; por qué pensamos, por qué sentimos y somos capaces de analizar y describir esos sentimientos, en vez de limitarnos a experimentarlos.
A ese individuo no le provoca la menor curiosidad que exista el lenguaje y haya alcanzado una precisión y una sutileza tan extraordinarias como para poder nombrarlo todo, desde la pieza más minúscula de un instrumento hasta el más volátil estado de ánimo; tampoco que haya innumerables lenguas en lugar de una sola, común a todos, como sería también lo más lógico y sencillo; no le importa en absoluto la historia, es decir, por qué las cosas y los países son como son y no de otro modo; ni la ciencia, ni los descubrimientos, ni las exploraciones y la infinita variedad del planeta; no le interesa la geografía, ni siquiera saber dónde está cada continente; si es creyente, le trae al fresco enterarse de por qué cree en el dios en que cree, o por qué obedece determinadas leyes y mandamientos, y no otros distintos. Es un primitivo en todos los sentidos de la palabra: acepta estar en el mundo que le ha tocado en suerte como un animal –tipo gallina–, y pasar por la tierra como un leño, sin intentar comprender nada de nada. Come, juega y folla si puede, más o menos es todo.
Tal vez haya hoy muchas personas que crean que cualquier cosa la averiguarán en Internet, que ahí están los datos. Pero “ahí” están equivocados a menudo, y además sólo suele haber eso, datos someros y superficiales. Es en los libros donde los misterios se cuentan, se muestran, se explican en la medida de lo posible, donde uno los ve desarrollarse e iluminarse, se trate de un hallazgo científico, del curso de una batalla o de las especulaciones de las mentes más sabias. Es en ellos donde uno encuentra la prosa y el verso más elevados y perfeccionados, son ellos los que ayudan a comprender, o a vislumbrar lo incomprensible. Son los que permiten vivir lo que está sepultado por siglos, como La caída de Constantinopla 1453 del historiador Steven Runciman, que nos hace seguir con apasionamiento y zozobra unos hechos cuyo final ya conocemos y que además no nos conciernen. Y son los que nos dan a conocer no sólo lo que ha sucedido, sino también lo que no, que con frecuencia se nos aparece como más vívido y verdadero que lo acaecido. Al que no le gusta o interesa leer jamás le llegará la emoción de enfrascarse en El Conde de Montecristo o en Historia de dos ciudades, por mencionar dos obras que no serán las mejores, pero se cuentan entre las más absorbentes desde hace más de siglo y medio. Tampoco sabrá qué pensaron y dijeron Montaigne y Shakespeare, Platón y Proust, Eliot, Rilke y tantos otros. No sentirá ninguna curiosidad por tantos acontecimientos que la provocan en cuanto uno se entera de ellos, como los relatados por Simon Leys en Los náufragos del “Batavia”, allá en el lejanísimo 1629. De hecho ignora que casi todo resulta interesante y aun hipnotizante, cuando se sumerge uno en las páginas afortunadas. Es sorprendente –y también muy deprimente– que un 55% de nuestros compatriotas estén dispuestos a pasar por la vida como si fueran percebes; o quizá ni eso: una lechuga; o ni siquiera: un taburete.
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