martes, 1 de diciembre de 2015

 
SIMON LEYS. LEA MUCHAS NOVELAS
 
Buscando leones en las nubes os ofrece esta semana la segunda edición de la serie, iniciada el lunes pasado, dedicada a Simon Leys, el excelente escritor belga, fallecido hace poco más de un año. Sus dos primeros programas, el de hace siete días y el de esta noche, se centran en textos seleccionados de entre la treintena de artículos del autor que se recogen en La felicidad de los pececillos, una espléndida antología de la obra periodística de Leys en la que brillan su inteligencia y su erudición, su clarividencia y su formidable capacidad de penetración. Os dejo uno de ellos, el que da título a nuestra emisión, como complemento a esta entrada.
 
Entre los fragmentos escogidos suena una decena de canciones que, como es costumbre en Buscando leones en las nubes, transmiten sosiego y tranquilidad, y son propicias para inducir el pensamiento y la introspección, para estimular la inteligencia y la sensibilidad. Su intérpretes son Sarah Menescal, Benjamin Clementine, Lana del Rey, Ballaké Sissoko con Vincent Segal, Krista Detor, Márcio Faraco, Paola Turci, Nils Lofgren, Virginia Rodrigues y Ben y Ellen Harper.
 
 
Cuando yo era un joven estudiante ingenuo, en mi primer año de universidad, el programa de letras (preparatorio para la carrera de derecho) incluía un curso de filosofía. Aunque esta perspectiva primero me entusiasmó, la mediocridad del profesor pronto me hizo desencantarme. No obstante, gracias a un contacto familiar, tenía la oportunidad de frecuentar el trato de un filósofo eminente, que era también un hombre encantador y generoso. A petición mía, me preparó una lista de lecturas filosóficas básicas: en una página anotó las referencias bibliográficas de diversos clásicos de la filosofía, así como algunas buenas introducciones modernas al estudio y a la historia de la filosofía. Conservé como algo precioso ese documento, pero acabó como otras muchas pertenencias mías por las que sentía apego, que he terminado extraviando a fuerza de correr mundo. Hoy, al cabo de medio siglo largo, he olvidado, naturalmente, los distintos títulos que figuraban en esa lista. No obstante, de lo que sí me acuerdo claramente es de la posdata que el gran filósofo escribió a pie de página. La recuerdo tanto mejor cuanto que en ese mismo momento no la comprendí, e incluso me dejó muy perplejo. Esa posdata decía (subrayado): “Y sobre todo, no lo olvide, lea muchas novelas”. Al leer esta nota, el estudiante inmaduro que yo era se quedó vagamente sorprendido: en cierto modo, la observación no me parecía suficientemente seria. Y, en efecto, en nuestra ingenuidad, a menudo tendemos a confundir lo serio con lo profundo. En el periódico, el editorial es generalmente serio, y divertidas las caricaturas; pero con harta frecuencia el editorial resulta ser verboso, mientras que las caricaturas son penetrantes. No fue hasta al cabo de muchos años cuando empecé a apreciar plenamente toda la sabiduría de mi filósofo, y ahora encuentro frecuentemente ecos de su consejo. Así, por ejemplo, Théodore Darlymple (el médico que escribe una crónica ingeniosa y mordaz en Spectator) observaba que, entre dos médicos de una misma cualificación profesional, él tendría más confianza en el que leyera a Chejov. Y por mi parte, añadiría: si cometo un crimen, desearía que mi juez fuese un lector de Simenon.

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