ROBERT CRUMB. ME VAS A ECHAR DE MENOS
En este último programa del mes de septiembre continuamos con la serie que en estas primeras semanas posvacacionales estamos dedicando a un libro extraordinario, Héroes del blues, el jazz y el country, una recopilación de estampas debidas a Robert Crumb, el controvertido y sin embargo legendario dibujante de cómics, que en la pasada década de los ochenta confeccionó, para acompañar una colección de discos sobre esos tres géneros tan genuinamente norteamericanos, sus peculiares retratos de un largo centenar de músicos de los primeros años del siglo XX, figuras esenciales, aunque en muchos casos desconocidas o casi ignoradas, de la música popular estadounidense.
Esta semana, volvemos a centrarnos en el universo del jazz, con una selección de cerca de una veintena de intérpretes de ese género que registraron algunos de sus discos en las décadas de los veinte y treinta del pasado siglo. Cada pieza se acompaña con un texto preliminar de David Jasen, breves reseñas biográficas, incluidas en el libro, sobre cada uno de los músicos. James P. Johnson, Tiny Parham, Duke Ellington, Sidney Bechet con Rosemary Crawford, Freddie Keppard, Fats Waller, Muggsy Spanier & His Dixieland Band, Bennie Moten, Frank Trumbauer, Mary Lou Williams, Ernest 'Punch' Miller, Eddie South, Alex Hill, Joe Venuti con Annette Hanshaw, Fletcher Henderson, Jimmy Noone's Apex Club Orchestra y Benny Goodman son los inspirados intérpretes de los temas que suenan en el programa.
Javier Fernández de Castro. El boomeran(g). 3 de mayo de 2016
Recuerdo haber leído en diferentes lugares (sobre todo durante las entrevistas) el relato que hace Crumb de sus prolongadas y, tal y como es él, obsesivas búsquedas en polvorientos almacenes y tiendas de ignotos pueblecitos del Deep Sur en busca de discos de 78rpm grabados por músicos casi desconocidos de los años 20 a los 40. Una obsesión que le resultó altamente rentable porque, en primer lugar, le permitió sumergirse en el corazón de la América que conformó a gigantes como William Faulkner, Tennesse Williams, Flannery O´Connor, Carson McCullers, Truman Capote o Harper Lee, quienes a su vez habían estaban en la base de su propia formación. En segundo lugar, gracias a aquellos viajes interminables logró satisfacer su pasión por la música popular primitiva americana y de paso pudo acumular un capital en forma de apuntes, fotografías y documentos pero también algunos de los instrumentos que tocaron aquellos héroes anónimos y que a la vuelta de unos pocos años iban a alcanzar precios desorbitados en las salas de subastas; maletas repletas de discos de incalculable valor para los coleccionistas amantes de la música y unos cuadernos de apuntes sobre el terreno que luego le han permitido diversificarlos en forma de cromos, barajas, portadas de discos y libros gráficos, todo ello realizado con todo el cuidado y el amor del mundo porque, además de estar inmerso en una obra gráfica que ha terminado siendo una de las manifestaciones visuales que mejor reflejan el llamado “espíritu de los sesenta”, Crumb satisfacía su sempiterno amor por aquellos músicos de pueblo que sin abandonar sus profesiones de barbero, predicador o vendedor ambulante, estaban poniendo las bases de tres los estilos de música más creativos y fértiles del siglo XX, es decir, el blues, el jazz y el country. Para reflejar en términos prácticos lo que quiere decir “incalculable valor” aplicado a su obra, basta recordar que en plenos años noventa Crumb adquirió la magnífica casa que posee en el Languedoc a cambio de seis de aquellos cuadernos de apuntes realizados durante sus viajes.
Javier Fernández de Castro. El boomeran(g). 3 de mayo de 2016
Recuerdo haber leído en diferentes lugares (sobre todo durante las entrevistas) el relato que hace Crumb de sus prolongadas y, tal y como es él, obsesivas búsquedas en polvorientos almacenes y tiendas de ignotos pueblecitos del Deep Sur en busca de discos de 78rpm grabados por músicos casi desconocidos de los años 20 a los 40. Una obsesión que le resultó altamente rentable porque, en primer lugar, le permitió sumergirse en el corazón de la América que conformó a gigantes como William Faulkner, Tennesse Williams, Flannery O´Connor, Carson McCullers, Truman Capote o Harper Lee, quienes a su vez habían estaban en la base de su propia formación. En segundo lugar, gracias a aquellos viajes interminables logró satisfacer su pasión por la música popular primitiva americana y de paso pudo acumular un capital en forma de apuntes, fotografías y documentos pero también algunos de los instrumentos que tocaron aquellos héroes anónimos y que a la vuelta de unos pocos años iban a alcanzar precios desorbitados en las salas de subastas; maletas repletas de discos de incalculable valor para los coleccionistas amantes de la música y unos cuadernos de apuntes sobre el terreno que luego le han permitido diversificarlos en forma de cromos, barajas, portadas de discos y libros gráficos, todo ello realizado con todo el cuidado y el amor del mundo porque, además de estar inmerso en una obra gráfica que ha terminado siendo una de las manifestaciones visuales que mejor reflejan el llamado “espíritu de los sesenta”, Crumb satisfacía su sempiterno amor por aquellos músicos de pueblo que sin abandonar sus profesiones de barbero, predicador o vendedor ambulante, estaban poniendo las bases de tres los estilos de música más creativos y fértiles del siglo XX, es decir, el blues, el jazz y el country. Para reflejar en términos prácticos lo que quiere decir “incalculable valor” aplicado a su obra, basta recordar que en plenos años noventa Crumb adquirió la magnífica casa que posee en el Languedoc a cambio de seis de aquellos cuadernos de apuntes realizados durante sus viajes.
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