martes, 31 de enero de 2017


EL HILO ROJO

Esta semana, Buscando leones en las nubes continúa con la serie, de difusos perfiles, que desde el comienzo de este año estamos dedicando a diversas manifestaciones literarias caracterizadas por su brevedad, acompañando así, desde la radio, la propia evolución de las estaciones, con estos días invernales, los más cortos del año, en los que la triste oscuridad ocupa la mayor parte de la jornada.

En los tres lunes precedentes os ofrecí muy sucintos fragmentos de la obra de Stendhal, textos con el amor como motivo principal. Hoy, en cambio, quiero centrar nuestra emisión en los microrrelatos, con una decena larga de muestras de las llamadas narraciones mínimas, todas espigadas de entre las muchas recogidas en Velas al viento, un estupendo libro publicado en 2010 por la editorial Cuadernos del Vigía, y en el que se presenta una amplísima selección de los cuentos que acoge Fernando Valls en su blog dedicado al género, La nave de los locos.

Arropados por una magnífica colección de canciones, intimistas y delicadas, los once cuentos que aparecen en el programa han sido escogidos por su interés y calidad, aunque, como es obvio, he debido tomar en consideración también otras razones más prosaicas, como, entre otras, su acomodación a las necesidades de tiempo que siempre atenazan nuestras emisiones. José de la Colina, Juan Armando Epple, Federico Patán, Pedro Herrero, Juan Romagnoli, Julio Ricardo Estefan, Rubén Abella, Manu S. Vicente, César Gavela, Óscar Sipán y Pedro de Miguel son los autores de los cuentos, cuya lectura suena entre las preciosas piezas de Lura, Ryley Walker, Sarah Menescal, Corinne Bailey Rae, Conor Oberst, Maya Isacowitz, Chris Isaak, Sarah Jarosz, Brad Mehldau, Isobel Campbell y Norah Jones, en casi todas ellas presente un sutil y elegante “toque” acústico.


Soledad. Pedro de Miguel

Le fui a quitar el hilo rojo que tenía sobre el hombro, como una culebrita. Sonrió y puso la mano para recogerlo de la mía. Muchas gracias, me dijo, muy amable, de dónde es usted. Y comenzamos una conversación entretenida, llena de vericuetos y anécdotas exóticas, porque los dos habíamos viajado y sufrido mucho. Me despedí al rato, prometiendo saludarle la próxima vez que le viera, y si se terciaba tomarnos un café mientras continuábamos charlando.

No sé qué me movió a volver la cabeza, tan sólo unos pasos más allá. Se estaba colocando de nuevo, cuidadosamente, el hilo rojo sobre el hombro, sin duda para intentar capturar otra víctima que llenara durante unos minutos el amplio pozo de su soledad.

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