No sé cuánta gente oirá mi programa. A veces sospecho que no está oyéndolo nadie, lo que se dice nadie: cero personas en total, y eso me produce una sensación de afantasmamiento: la voz inútil que suena en la noche vacía. Y entonces me siento como un turista belga que tocase el acordeón o similar en mitad del desierto de Nafud o similar. (Felipe Benítez Reyes)
martes, 24 de abril de 2018
MIL VIDAS
Bienvenidos a Buscando leones en las nubes que sale al aire en una fecha tan señalada, 23 abril, Día del libro, con una emisión especial centrada en el fascinante universo de los libros. En realidad, la excusa de los libros servirá como eje organizador no sólo de la emisión de esta noche, sino también las de las tres próximas semanas, en las que nuestro espacio os ofrecerá una selección de muy breves textos literarios que tienen a los libros como protagonistas principales.
El pasado 2017, la editorial Gustavo Gili, que cuenta con un largo y muy bien seleccionado catálogo de títulos, sobre todo de arte, presentó en España un librito espléndido, de primorosa edición, que recoge un centenar de citas sobre los libros, la lectura y la escritura, en una antología realizada por el bibliófilo Bart Van Aken y magníficamente diseñada por el reconocido tipógrafo Dooreman. En el libro, cuyo título es el verso de Borges Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca, podemos leer citas de Raymond Carver, Nick Cave, Charles Dickens, Groucho Marx, Georges Simenon, Paul Auster, Truman Capote, Molière, Roberto Bolaño o Haruki Murakami, entre otros muchos, traducidas al castellano por Julio Fajardo y acompañadas de los textos en su idioma original y de las respectivas -y muy breves- biografías de sus autores. Cada referencia se presenta, además, utilizando una fuente tipográfica distinta, lo que convierte la lectura del libro, más allá de su sugerente contenido, en una experiencia visual y estéticamente muy placentera.
En las cuatro emisiones de la serie que ahora da inicio os ofreceré más de cincuenta de esas citas acompañadas de otras tantas estupendas canciones, todas ellas con las notas de recogimiento y sosiego, de delicadeza y sensibilidad que constituyen las más destacadas señas de identidad de nuestro espacio.
La autoría de los textos de esta semana corresponde a Francis George Steiner, Roberto Bolaño, Alberto Manguel, Paul Auster, Nick Cave, George Raymond Richard Martin, Oscar Wilde, Groucho Marx, Christopher Morley, Umberto Eco, Jeanette Winterson, Haruki Murakami y Michael Lipsey.
Los intérpretes de las canciones son Lizz Wright, Van Morrison, Lisa Hannigan, Grant-Lee Phillips, Raquel Tavares, Courtney Barnett con Kurt Vile, Fatou Seidi Ghali y Alamnou Akrouni, conocidas como Les Filles de Illighadad, Belle Adair, Dee Dee Bridgewater, Till Brönner con Dieter Ilg, Miroca Paris, Annie B. Sweet y Scala & Kolacny Brothers, a quienes se debe la estupenda versión de If you could read my mind, el ya clásico tema de Gordon Lighfoot de principios de los setenta, recuperado estos meses al ser la banda sonora de un anuncio televisivo de una conocida marca de coches.
martes, 17 de abril de 2018
MOMENTOS PERDIDOS PARA SIEMPRE
Hoy cerramos la breve serie de dos emisiones dedicadas a Lo que olvidamos, el muy tierno y literariamente brillante libro de Paloma Díaz-Mas que protagonizó tanto la pasada edición de nuestro espacio como una extensa reseña en Todos los libros un libro, mi otro programa en la emisora universitaria.
Lo que olvidamos relata el progresivo hundimiento de la madre de la narradora en los trágicos abismos de la enfermedad de Alzheimer. Con un planteamiento en el que se adivinan rastros claramente autobiográficos, Díaz-Mas da cuenta de los inexorables avances del mal y de la correspondiente “desaparición” de la madre, desprovista poco a poco de su auténtica personalidad, y cuyo cerebro, cuyo espíritu, cuya alma, se ven desplazados por la oscuridad, el olvido y el vacío que trae consigo el deterioro senil. Simultáneamente a la pérdida de memoria de la anciana, la narradora profundiza en los recuerdos de su propia vida, con y sin su madre, para reflexionar -de un modo muy delicado y emotivo- sobre quiénes somos en realidad, sobre la construcción de nuestra identidad, hecha de remembranza y olvido, sobre los fragmentos de vida que perdemos y sobre los retazos del pasado que nos quedan tras el devastador paso de un tiempo que, a la vez que acaba con nosotros, nos constituye.
Envolviendo los muy tristes pero bellísimos fragmentos del libro que os leo en la emisión, suenan una decena de también preciosas canciones en las que la propia enfermedad mental, la demencia, las pérdidas y la destrucción que la edad, que la vejez conlleva ocupan un papel protagonista a partir de las experiencias, a menudo autobiográficas, que cantan sus intérpretes: interpretadas por Engelbert Humperdinck, Liz Longley, Charlie McGettigan, Reba McEntire, The Magnetic Fields, Bill Withers, Momo, Redouane Diri con Zakaria Haddani, Jacques Brel, Amy MacDonald y Paula Marchesini, que cierra el programa con una estupenda versión del clásico de los Beatles, When I’m sixty four, una de las más delicadas de las muchas que se han hecho desde su inicial publicación hace cincuenta años.
Las cosas, sin embargo, son tozudas, insisten en sobrevivir y, quizás, en sobrevivirnos. Pueden apañárselas muy bien sin nosotros, sus antiguos poseedores. Y, liberadas de nuestra posesión, se reencarnan en numerosos avatares.
Por ejemplo, ese suelo de baldosas hidráulicas que fue parte de nuestras vidas, elemento fundamental de los juegos de la infancia, y que vimos por última vez hace ya más de dos años. Las que mandó colocar en toda la casa nuestra abuela en los años treinta (entonces eran el pavimento decorativo de moda), cuando a nosotros nos faltaban muchos años para empezar a existir.
No sé bien por qué se nos ocurrió acudir a esta exposición antológica de pintura hiperrealista española, Era, nada más, una manera de pasar esta tarde lluviosa y fría de un otoño que parece ya invierno. Deambulábamos, un tanto desganados, por las salas en las que se exhibían lienzos bastante previsibles: el bodegón en el que el jarro o la fruta destacan sobre un mantel blanco heredado directamente de Zurbarán; los fragmentos de cuerpos desnudos cuyos miembros se enredan en las sábanas de una cama revuelta; una botella medio llena o medio vacía en cuyo vidrio se refleja el cuadrado de sol de una ventana ausente; frutas en un lebrillo de barro vidriado; la vieja máquina de escribir mecánica, sobre un pupitre de madera en el que se amontonan, en cuidadoso desorden, libros y cuadernos en lo que casi podemos leer. Hasta que, en una de las salas, lo vi: un lienzo grande que ocupaba casi toda la pared Un óleo en blanco y negro de calidad casi fotográfica en el que puedo identificar sin vacilación, sin ningún atisbo de duda, las coloridas baldosas, de dibujos complicados, del comedor de la casa de mi madre, de la casa de mi infancia y de mi juventud, de la casa que fue también de mis abuelos. Alguien dijo que era el mejor cuadro de la exposición; para mí fue como entrar en una foto antigua de esa casa que hace tanto tiempo que no habito.
La casa, con su comedor embaldosado, había dejado de ser mía y ahora era de otro. Alguien, el pintor, había entrado en ella, había pisado aquel mismo suelo y se había apropiado de él para llevarlo a otro lugar: el lienzo en el que cuidadosamente lo había pintado, reproduciendo con mimo cada detalle, invirtiendo días, semanas, meses en repetir una realidad que yo conocía bien, pero que ya no existía o existía de otra manera. La vida de las cosas se nos escapa.
No podía ser simplemente un suelo parecido, sino el mismo suelo de la casa de mi infancia, no cabía ninguna duda. Las mínimas variaciones creativas del pintor no habían podido disfrazarlo.
El tema pictórico tenía un punto de nostalgia: dos habitaciones vacías, comunicadas entre sí por el hueco de una puerta con jambas pero sin puerta. En la habitación del fondo, una niña de ocho o nueve años mira, melancólica, por la ventana; en el suelo, un par de cajas de cartón, como las que se usan en las mudanzas, medio abiertas, por las que asoman algunos juguetes. El resto de la casa parece vacío, como si se hubiese hecho ya la mudanza. Así que el cuadro es también un relato, una narración sobre el marcharse y el perder cosas que se han tenido, sobre cómo la niña, sola en las habitaciones ya despojadas, se despide de la casa que ha sido suya, se asoma por última vez a la ventana para ver la calle desde una perspectiva desde la cual ya no la verá jamás. No volverá a esa casa que ahora abandona y que será, para siempre en su recuerdo, la casa de su primera infancia.
La niña está al fondo del cuadro, sugiriéndonos apenas su historia, pero el verdadero protagonista de la imagen es el suelo brillante de baldosas que se adivinan llenas de color (aunque el cuadro, en realidad imita una fotografía en blanco y negro), unas baldosas sobre las que riela el cuadrado de luz de la ventana: el suelo que tantas veces habíamos pisado.
martes, 10 de abril de 2018
LO QUE OLVIDAMOS
Buscando leones en las nubes sale a vuestro encuentro una semana más, tras las vacaciones de Semana Santa, con una nueva propuesta de música y literatura con la que pretendemos no sólo entretener una hora de vuestras vidas, sino también, en un más que probable exceso de ambición, inducir a la reflexión y despertar las emociones y la sensibilidad de nuestra siempre muy reducida audiencia.
En el caso de esta noche -y de la de dentro de siete días- el espacio gira sobre una novela -aunque como tantas otras veces en la literatura actual no queda muy clara la cuestión de los géneros- que ya presenté hace unas semanas en mi otro espacio de Radio Universidad de Salamanca, Todos los libros un libro, en cuyo blog podréis escuchar la emisión y leer la correspondiente reseña. Se trata de Lo que olvidamos, la, por ahora, última publicación de Paloma Díaz-Mas, una excepcional escritora cuya interesante obra, que os recomiendo en su integridad, llevo leyendo desde hace más de treinta años.
La propuesta en que consiste Lo que olvidamos está a caballo de la ficción y la más estricta realidad, encontrándonos pues ante lo que podríamos llamar una novela autobiográfica, en la que la autora, en una narración que aparece siempre en primera persona, relata, con indecible belleza y muy melancólica ternura, con una mirada tristísima y siempre compasiva, la terrible experiencia de la enfermedad de Alzheimer sufrida por su propia madre y la repercusión que en la hija, en su memoria y sus recuerdos, tiene el hundimiento de la anciana en el desconcierto y el olvido, en la oscuridad y el sinsentido.
En una breve síntesis del libro -un análisis más detallado podéis encontrarlo, como he dicho, en todosloslibrosunlibro.blogspot.com-, podría decirse que Lo que olvidamos se mueve en torno a dos ejes por otro lado no demasiado nítidamente diferenciados. Las páginas iniciales del libro nos permiten percibir los primeros atisbos del deterioro mental de la mujer, de sus limitaciones cognitivas, y con ellos, los cambios que la enfermedad incipiente producirá en la vida propia y ajena. La progresiva pérdida de memoria de la madre, la “desaparición” de la persona que ha sido hasta esos momentos, se nos cuenta con detalle en sus distintas fases, que conducirán al inevitable internamiento de la mujer, ya abismada en su profundo pozo de olvido, en una residencia.
El desmantelamiento de la casa materna tras el alejamiento de la madre y la consiguiente aparición de decenas de objetos hasta entonces arrumbados en cajones, en trasteros, en carpetas, en armarios, despertarán los recuerdos de la narradora al tiempo que los de su madre se desvanecen en una densa tiniebla impenetrable. La segunda gran vertiente de la novela tiene que ver con esos recuerdos de la hija, que presentará entreverados de sus reflexiones acerca del pasado y el olvido, de la persistencia y también de la caducidad de la memoria, de la construcción de nuestra frágil identidad, del paso del tiempo y el deterioro, de los afectos y las penas, de los afanes cotidianos, a la postre irrelevantes y condenados, como todo, como todos, al abandono, la desmemoria y la desaparición.
He escogido una veintena larga de conmovedores fragmentos del libro para completar las dos emisiones que integran esta breve serie dedicada a Lo que olvidamos. Entre ellos van a sonar otras tantas delicadísimas canciones, rezumando pena y aflicción, congoja y dolor, en las que la enfermedad de Alzheimer, la irrefrenable devastación cerebral a la que se ven abocados muchos ancianos, ocupa un lugar principal, a partir, casi siempre, de experiencias personales y familiares vividas por los propios intérpretes. En esta primera entrega los músicos “participantes” son Calexico, Daughter, Kenny Chesney, Zaz, Elvis Costello, Sarah McLachlan, David Gilmour, Carrie Underwoood, Jerry Lansdowne, Dixie Chicks y el infortunado Glen Campbell, autor de I’m not gonna miss you, la triste balada de despedida de la gran leyenda del country, fallecido en agosto de 2017 víctima del Alzheimer, con la que cerramos el programa.