martes, 15 de octubre de 2019


DOS MINUTOS 

Esta semana Buscando leones en las nubes os abre la puerta a una nueva apasionante emisión. Y creo no excederme en el adjetivo, porque pasión suscita la lectura de Doscientas sesenta y siete vidas en dos o tres gestos, un espléndido libro escrito por Eugenio Baroncelli y que presentó en España la editorial Periférica en 2016, en el que el italiano pergeña los rápidos perfiles de esos dos centenares y medio largos de personajes, bastante disímiles entre sí, escritores, artistas, reyes, científicos, inventores, poetas y estadistas, pero también gentes desconocidas, ciudadanos anónimos o directamente inventados, a los que “detiene” en un momento o una situación o un determinado episodio de sus vidas, hechos o sucesos que en ocasiones se revisten con la condición de acontecimientos trascendentes, pero que en otros, probablemente los más, resultan anodinos y triviales, sin más valor que el de su semejanza -a causa, precisamente, de su vulgaridad- con las circunstancias en las que se desarrollan las vidas de cualquiera de nosotros, seres de existencias irrelevantes en el continuo devenir histórico. 

Entre los textos, diez hoy, como hace siete días, otros tantos temas musicales, delicados y bellísimos, con los que esperamos completar un programa que aparte de haceros pensar permita vuestro disfrute. Kieran Kane con Rayna Gellert, Dido, Greta Matassa, Calexico con Iron & Wine, Zizi Possi, Glen Hansard, Stranded Horse, Richard Hawley, Laura Avanzolini y Norah Jones componen la banda sonora del programa 


Adalinda Bré, la mujer que vivió dos minutos 

Nacida en Monza en 1946, el verano de 1964 fue a pasar las vacaciones a Rímini. La noche del 2 de julio se puso una camiseta blanca y una falda azul, larga, que hacía un ruido que la anticipaba, y salió a bailar con sus amigas. De entre las sombras apareció un caballero desconocido que la invitó. Bailaron durante dos minutos, el tiempo necesario para que el providencial vals llegara a su fin. Después de lo cual, él, que calzaba un par de zapatos de punta que dejaban sobre la pista agudas huellas, la acompañó hasta la mesa, y ella se marchitó bajo el sol inexorable de otros cuarenta y cuatro años. Fue un breve incendio en un amplísimo horizonte. No se volvieron a ver. A Rímini, durante años, ella volvería con su marido y los dos hijos que entretanto le dio. Metía en la maleta su larga falda azul, y alguna vez se la ponía, con la intención de comprobar si todavía aquel frufrú atraía a alguien. 

Miró el cielo con los prismáticos y vio todas esas cosas inciertas que se ven con los prismáticos. Miró el mar como si fuese una pista de baile. Vivió una vida vaga y un recuerdo exacto. 

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