UN MUNDO SIN TIEMPO
Buscando leones en las nubes os ofrece esta semana una acelerada segunda emisión, que nace irónicamente apremiada por el reloj, de la serie de tres que desde hace siete días estamos dedicando al tiempo, a partir de Los sueños de Einstein, el magnífico libro de Alan Lightman, presentado el pasado 2019.
En la muy atractiva obra, de la que dentro de diez días tendréis una completa reseña en mi otro espacio de Radio Universidad de Salamanca, Todos los libros un libro, vemos al científico alemán en 1905, cuando en pleno frenesí creativo, asaltado su cerebro por las novedosas ideas que conformarán su teoría de la relatividad, se adormece en la oficina de patentes de Berna en la que trabaja. En sus sueños, el entonces jovencísimo Albert explora las consecuencias prácticas que produciría en la vida cotidiana la completa realización de sus revolucionarios postulados.
En el programa de esta noche os propongo nueve de esos sueños, envueltos en las también ensoñadoras canciones de otros tantos músicos, temas todos que tienen igualmente al tiempo como motivo central, tanto en su concepción más abstracta y filosófica como en sus dimensiones más comunes: la tiranía de los relojes, la infancia que perdimos y añoramos, la vejez que nos vence, la fugacidad de una vida que se nos escurre entre los dedos, y tantas otras manifestaciones de nuestro obligado sometimiento al inexorable paso de las horas, de los días, de los años. Sus intérpretes son Barbra Streisand, Dayna Kurtz, Frank Sinatra, Madredeus, Harry Chapin, Chico Buarque, Bob Dylan, Scott Walker y Enya, con su música atmosférica y bellísima que nos transporta a evanescentes paisajes sonoros.
En el número 27 de la Viktoriastrasse, en Berna, una joven está tumbada en la cama. El sonido de la pelea de sus padres llega hasta su habitación. Se tapa los oídos y mira la fotografía que hay sobre la mesa, una fotografía de sí misma cuando era una niña, agachada en la playa, junto a su padre y su madre. En una de las paredes de su cuarto hay una mesa de madera de castaño. Sobre ella hay un lavamanos. La pintura azul de la pared está cuarteada y ha empezado a caerse. A los pies de la cama hay una maleta abierta, medio llena de ropa. Mira la fotografía y luego hacia el tiempo. El futuro es sugerente. Se decide al fin. Sale de casa a toda prisa sin terminar de hacer la maleta, directa hacia el futuro. Se apresura a avanzar un año, cinco, diez, veinte, hasta que de pronto echa el freno, pero viaja a tal velocidad que no consigue detenerse hasta que tiene cincuenta años. Los episodios han pasado tan rápido que apenas ha podido verlos. Un abogado calvo que la deja embarazada y luego se marcha. La sombra de un año en la universidad. Un pequeño apartamento en Lausanne durante un tiempo. Una amiga en Friburgo. Unas visitas aisladas a unos padres que envejecen. La habitación de hospital en la que muere su madre. El húmedo apartamento de Zúrich con olor a ajo en el que muere su padre. Una carta de su hermana, que vive en algún lugar de Inglaterra.
La mujer recupera el aliento. Tiene cincuenta años. Está tumbada en la cama, trata de recordar su vida, contempla su fotografía de niña, agachada en la playa junto a su padre y su madre.
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