martes, 8 de diciembre de 2020


DE UNA FORMA MISTERIOSA 

Buscando leones en las nubes os ofrece esta semana, en una edición apretadísima del programa, la segunda emisión de la serie en la que, desde hace siete días, recuperamos el proyecto previsto para las jornadas en las que debían celebrarse Día del libro y la Feria del libro de Salamanca. El ciclo, pospuesto en su momento como consecuencia del impacto de la crisis del coronavirus, surge como un homenaje a la lectura y los libros. El centro de los cuatro programas es una obra excepcional, un deslumbrante y muy sugestivo ensayo en el que su autora, la filóloga Irene Vallejo, examina, en un itinerario adictivo recorrido con una erudición, una inteligencia y una potencia narrativa formidables, toda cuanta dimensión de la historia del libro podamos imaginar, a partir, fundamentalmente, de una muy documentada y sabia indagación en la antigüedad grecorromana. 

En mi otro espacio en Radio Universidad de Salamanca, Todos los libros un libro, presenté hace algunos meses mi reseña de El infinito en un junco -pues ese es el título de la obra de Vallejo-, un comentario que podéis consultar en el blog del programa, lo que me permite cerrar ahora este prólogo con una muy breve mención al enfoque que guía la presente emisión. 

Son nueve los fragmentos del libro, casi todos bastante extensos, los que integran mi propuesta de ahora. En ellos, imbricados con retazos de la historia de Grecia y Roma, aparecen recuerdos personales, referencias de lecturas, relatos sobre librerías, anécdotas sobre el mundo del libro, reflexiones sobre el impacto de la tecnología en nuestras mentes y, en general, fascinantes historias sobre las muchas manifestaciones del acto de leer a lo largo del tiempo. 

Entre los muy interesantes textos suenan algunas preciosas canciones, todas con el tono de recogimiento y dulzura, de belleza y sensibilidad que caracterizan nuestra habitual oferta musical, interpretadas por Bonnie “Prince” Billy, Emily Mure, Ingrid St-Pierre, The Cowboy Junkies, Ann Ducros, Asa, Oum, Jodymoon y Luisa Sobral. 


Los libros no han perdido del todo ese primitivo valor que tuvieron en Roma, la sutil capacidad de trazar un mapa de los afectos y las amistades. Cuando unas páginas nos conmuevan, un ser querido será el primero a quien hablaremos de ellas. Al regalar una novela o un poemario a alguien que nos importa, sabemos que su opinión sobre el texto se reflejará sobre nosotros. Si un amigo, una amada o un amante coloca un libro en nuestras manos, rastreamos sus gustos y sus ideas en el texto, nos sentimos intrigados o aludidos por las líneas subrayadas, iniciamos una conversación personal con las palabras escritas, nos abrimos con mayor intensidad a su misterio. Buscamos en su océano de letras un mensaje embotellado para nosotros. 

Cuando apenas se conocían, mi padre le regaló a mi madre un ejemplar de Trilce, los poemas de juventud de César Vallejo. Tal vez nada de lo que sucedió después hubiera sido posible sin la emoción que esos versos despertaron. Ciertas lecturas son una forma de derribar barreras, ciertas lecturas nos recomiendan al desconocido que las ama. No tengo parentesco con el prodigioso César Vallejo, pero lo he injertado en mi árbol genealógico. Igual que mis remotos bisabuelos, el poeta fue necesario para que yo existiera. 

A pesar del empuje de la mercadotecnia, los blogs y las críticas, las cosas más bellas que hemos leído se las debemos casi siempre a un ser querido —o a un librero convertido en amigo—. Los libros nos siguen uniendo y anudando de una forma misteriosa.

 
De una forma misteriosa

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