UNA FLOR BLANCA DOBLADA POR LA LLUVIA
Pese a que ayer, día 6 de diciembre, haya sido festivo y sin docencia en la Universidad de Salamanca, Buscando leones en las nubes se mantiene fiel a su habitual cita de los lunes saliendo al aire pare ofreceros una nueva entrega, la tercera, de la serie de cuatro que estamos dedicando a los diarios de Marcos Ordóñez, que con las anotaciones correspondientes a los años que van entre 2011 y 2016, aparecieron publicados en la editorial Anagrama en 2019. Con el título de Una cierta edad, el libro es magnífico y presenta las preocupaciones recurrentes de su autor -el paso del tiempo, la nostalgia del pasado, la cultura, la música, el cine, la literatura, el teatro, pero también los pequeños hechos cotidianos, los sucesos sin aparente importancia, las anécdotas triviales, las vivencias banales, las modestas verdades que afloran tras las comunes existencias.
En las primeras páginas de su libro el autor confiesa el propósito, las intenciones y el planteamiento que lo guían. Os dejo aquí ese largo texto, muy revelador del espíritu de la obra, y muy oportuno también para situaros de cara a una más fecunda escucha del programa:
Me gustan los diaristas que a veces, al doblar una esquina, parecen tararear a guisa de himno aquella vieja canción en la que Trenet proclamaba seguir siendo fiel a cosas sin aparente importancia, cosas que ellos consiguen volver interesantes por mirada, por estilo, por vocación de amenidad.
Pasados unos años, es curioso fijarse en lo que quedó fuera y lo que se filtró. Sucedieron cosas presuntamente importantes y no dejaron huella escrita (por fatiga, por miedo, por desinterés, porque pasó el día, y el día después del día), y en cambio anoté otras que tal vez al lector le parezcan triviales. Pero a veces esas trivialidades atrapan una pequeña verdad en mangas de camisa.
No sé por qué se abre o se cierra la boca del dietario. Tal vez pide alimento en épocas demasiado ruidosas, en las que todo parece acelerarse y confundirse. Escribí uno de modo continuado entre 1989 y 1994. Dejé de hacerlo cuando murió mi padre, no sé por qué. Eran unas notas muy extensas, muy minuciosas y, en mi recuerdo, un poco pesadas.
Quiero creer que al correr del tiempo esa forma se ha concentrado, se ha ido calmando, y ojalá las entradas de ahora se hayan vuelto más ligeras. Igual soy yo quien se ha calmado y se ha vuelto más ligero. Ojalá.
No volví a sentir la necesidad de inaugurar cuaderno hasta casi diez años más tarde. El nuevo me duró de 2003 a 2009, aproximadamente. Tampoco quise rescatarlo: había mucha negrura ahí adentro. Entretanto escribí otras muchas cosas que se fueron publicando.
En Una cierta edad hay cuadernos y columnas de seis años. Grosso modo, de 2011 a 2016: me gustan las medidas irregulares. La cronología nunca ha sido mi fuerte, y seguir y fechar el día a día me parece una esclavitud. O, simplemente, una lata.
También asoman, aquí y allá, como gatos por las esquinas del entretejido, artículos nocturnos que nacieron en estas páginas y publiqué en El País. De los muchos que escribí en esos años, he querido recuperar (podados, rehechos, o a veces tal cual, según iba viendo) algunos de los que me parecen, como decía antes, más íntimos, más autobiográficos. Los que surgieron con vocación diarística, de madrugada y a media voz.
Once fragmentos del libro constituyen hoy el núcleo central del programa, su lectura unida por otras tantas canciones, todas formando parte de la memoria sentimental del autor, todas bellísimas, todas muy representativas de una época, los años sesenta y setenta del pasado siglo, en la que se desenvolvieron la infancia, la adolescencia y la juventud de una generación, la de Ordóñez, la mía propia, que ahora sólo puede mirar ese pasado con creciente melancolía. Están interpretadas por Frank Sinatra, Mina, Gato Pérez, Maxime Le Forestier, Bob Marley, Muddy Waters, Caetano Veloso, Lynyrd Skynyrd, Count Basie, Paul Simon y Jethro Tull, el legendario del grupo de Ian Anderson que ejerció un enorme influjo musical sobre aquel adolescente despistado que yo era en aquellos días. Un largo fragmento de álbum Thick as a brick, forzosamente recortado pues sus dos únicos temas de en torno a veinte minutos cada uno, uno por cara del añejo LP, no caben en la estructura habitual de nuestro espacio, cierra el espacio por hoy.
Recuerdo la mano blanca de aquella chica, de noche, en un restaurante. Alzó la mano para mostrar algo deliciosamente infantil: la letra «P» escrita con bolígrafo sobre la piel, para recordar que tenía que devolverle a alguien un paraguas. No recuerdo su nombre ni su rostro, solo la mano, que parece volver envuelta en un olor muy fresco, a limón. Una mano que brota a la luz de una linterna, en un cobertizo; una mano saliendo del fondo del agua. Un agua clara, una mano viva. Una flor blanca doblada por la lluvia que, de pronto, se desprende del peso de las gotas. (Foto: Alfred Stieglitz)
Una flor blanca doblada por la lluvia
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