martes, 21 de noviembre de 2023


LA MUERTE ES MEJOR QUE LA VIDA 

Esta semana, nuestro espacio os ofrece la segunda y última emisión de la breve serie que dedicamos a Antología de Spoon River, uno de los grandes títulos de la poesía norteamericana y hasta universal y que, con más de cien años a sus espaldas, comparece esta noche en nuestro espacio dentro de un corto ciclo que tanto aquí como en mi otro programa de Radio Universidad de Salamanca, Todos los libros un libro, estamos dedicando a los cementerios, con ocasión de la celebración, el pasado 2 de noviembre (y no de octubre, como, equivocadamente, dije en la emisión), del Día de los difuntos. 

Hace siete días os ofrecí trece de los cerca de doscientos cincuenta poemas del libro envueltos entre intensas piezas de blues de Chicago. Con una estructura idéntica, serán catorce los poemas que escucharéis esta noche, todos protagonizados, como en el resto de los versos de la obra de Edgar Lee Masters, por las voces de difuntos, habitantes fallecidos en ese Spoon River de ficción pero que tiene ya, casi, estatuto de realidad, a partir de su fecunda vida en el imperecedero universo de la literatura. 

Homesick James, J.B. Lenoir, Elmore James, Otis Spann, Kansas Joe McCoy, Floyd Jones, Eddie Boyd, Sunnyland Slim, Little Walter, Snooky Pryor, Lee Brown, Papa Charlie McCoy, David ‘Honeyboy’ Edwards y Lovie Lee han puesto la banda sonora a un programa en el que la emoción, la lucidez, la desesperación, el odio y la ternura, los lamentos y la resignación, la amargura y la tristeza de los habitantes del cementerio de Spoon River han compuesto un fresco significativo de la sensibilidad humana. 


Elizabeth Childers 

¡Polvo de mi polvo, 
y polvo en mi polvo 
oh, niña muerta al venir al mundo, 
muerta en mi muerte! 
Sin conocer el Aliento de la Vida, aunque lo procuraste con afán, 
con un corazón que latió mientras viviste en mí, 
y se detuvo cuando me dejaste para siempre. 
Todo está bien, mi niña. Porque nunca recorriste 
el largo, largo camino que comienza con los días de la escuela, 
cuando los deditos borronean bajo las lágrimas 
que caen sobre los garabatos de las letras. 
Y la primera herida, cuando un compañerito 
te deja por otra; y las enfermedades, 
y el rostro del Miedo junto a tu cama;  
la muerte del padre o de la madre, 
o avergonzarte de ellos, o la pobreza. 
Termina el pesar inocente de los días de escuela 
y ya la ciega naturaleza te hace beber 
de la copa del Amor, aunque sepas que está envenenada; 
¿hacia quién te obliga a volver la flor de tu rostro, 
al jardinero o al inútil? ¿Cómo es la sangre que nos llama? 
Pura o inmunda, qué más importa, 
la sangre que llama nuestra sangre. 
Y luego tus hijos— ¡Ay!, ¿qué podrá ser de ellos? 
¿Y cuál tu sufrimiento? ¡Niña! ¡Niña! 
¡La muerte es mejor que la vida!

La muerte es mejor que la vida

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