No sé cuánta gente oirá mi programa. A veces sospecho que no está oyéndolo nadie, lo que se dice nadie: cero personas en total, y eso me produce una sensación de afantasmamiento: la voz inútil que suena en la noche vacía. Y entonces me siento como un turista belga que tocase el acordeón o similar en mitad del desierto de Nafud o similar. (Felipe Benítez Reyes)
martes, 25 de noviembre de 2008
EL AROMA DE LAS MUJERES
Con la emisión de esta semana de Buscando leones en las nubes he pretendido compensar un poco el tono agrio (impactante, desgarrador, habéis escrito en este blog) de los textos de hace siete días. He querido ofrecer un programa que operase a modo de contraste con el de la semana pasada. Si entonces, con ocasión del homenaje a Cesare Pavese, leía algunos fragmentos del diario del escritor italiano, su genial El oficio de vivir, unos fragmentos referidos a las mujeres teñidos por su radical misoginia, por su a veces brutal escepticismo, en esta ocasión vuelvo a hablar de las mujeres, pero desde una perspectiva más optimista, más alegre, más, incluso, entusiasta, ardiente, exultante. Para el programa de este lunes he seleccionado una serie de textos de escritores, casi todos hombres, que amando extraordinariamente a las mujeres, no concibiendo la existencia sin su encanto, sin su fascinación, sin su influjo, sin su magia, sin su aroma, lo explicitan abiertamente en sus palabras. Unas palabras que evocan la aparición fugaz e irrepetible de una sombra femenina en una calle, que dan noticia de su paso perturbador por nuestras vidas de pobres hombres desarbolados por su maravilla, de la estela fulgurante que deja su rastro; palabras que hablan de emoción, de deslumbramiento, de dulzura, de felicidad, de exaltación, de enamoramiento y, en último término, de vida, de una vida plena, realizada, lograda, de esa promesa de una vida intensa que encierra siempre (aunque no lleguemos a alcanzarla) la repentina irrupción de una mujer hermosa en nuestra aburrida cotidianidad. Esos textos, que, insisto, nos hablan del deseo que siempre suscita la belleza femenina, del erotismo difuso que impregna tras su paso calles y parques, casas y plazas, trenes y aviones y oficinas y edificios y jardines, de la provocadora ensoñación en que nos sume su visión, de la potencia vital que despierta su resplandor, están entresacados de algunos libros de John Banville, Philip Roth, José Juan Tablada, Orham Pamuk, Olivier Rolin, Antoni Casas Ros, James Salter, David Trueba, Anne-Marie Garat, Andrew Miller y Bernhard Schlink. Una edición de Buscando leones en las nubes hecha, pues, a partir de la mirada de los hombres, pese a la presencia entre ellos de Anne-Marie Garat (aunque hablando por boca de un varón, uno de sus personajes), una emisión sobre las mujeres pero con un enfoque inequívocamente masculino.
Y para evocar ese misterio apenas entrevisto que encierra una mujer a la que nos cruzamos en la calle, esos segundos irrepetibles que nos marcarán para siempre, aunque se agoten en sí mismos, la emisión se nutre de canciones con intérpretes femeninas, también. Con las pautas habituales de Buscando leones en las nubes, es decir, música intimista y relajada, sosegada y algo lánguida, levemente triste y con un punto de dulce melancolía, han salido al aire unas cuantas piezas preciosas, varias versiones, muchos tonos acústicos, alguna exótica balada africana, en fin, el menú más previsible de Buscando leones en las nubes. Así, han sonado Martina Topley-Bird, Susan Wong, Eliza Gillkyson, Vanessa Rubin, Rosa Passos, Adele, Holly Throsby, Sophie Zelmani, Sibongile Khumalo, Aimee Mann y Elisabeth Fraser.
He elegido como título para el programa El aroma de las mujeres porque en muchos de los fragmentos literarios se evoca la presencia femenina a través del difuso encanto de su perfume: el aroma como símbolo de lo inaprensible, de lo intenso, de lo fugaz y de lo que, a la vez, permanece, del rastro apenas intuido pero que perdura en nuestra memoria, de la palpitación del instante, del poderoso influjo de lo no tangible. El aroma como metáfora, pues. Pero como no sólo de metáforas vive el hombre y como, por otro lado, nos adentramos en la campaña publicitaria de Navidad que, pese a lo aterradora, siempre nos depara más de una maravilla, os dejo aquí el enlace a una página en la que encontraréis diez de los mejores anuncios de perfumes femeninos de los últimos años. Unos anuncios dirigidos, entre otros, por David Lynch o Wong Kar Wai, y que cuentan con la presencia de Keira Knightley, Sarah Jessica Parker o Gisele Bundchen y con la música de Beyoncé o Blondie, por citar tan sólo algunos nombres de artistas muy relevantes y atractivas. Además, aquí mismo, en un lugar que he querido que fuera principal y muy destacado de esta entrada, os dejo dos preciosidades: el anuncio de Amour, de Kenzo, con la música de CocoRosie envolviendo con su aura de mágica belleza unas imágenes extraordinariamente delicadas, y el de Eternity Moment, de Calvin Klein, en el que la aparición deslumbrante de Scarlett Johansson explica por sí sola la idea del Buscando leones en las nubes de esta semana… y la razón de ser de un perfume… y el sentido de la vida… y hasta la existencia de Dios, si alguien requiriera evidencias…
(Permitidme una confidencia final: una vez escuchado el programa de esta semana percibo en él, en los fragmentos leídos -también estas últimas palabras de presentación de los anuncios me dan un poco esa impresión-, no sólo un evidente -y espero que disculpable- enfoque masculino, sino un cierto tono mucho más lamentable, algo repetitivo e insistente, una cantinela babeante de viejo verde patético… ¿lo seré ya?, ¿me deslizo inevitablemente por la dura pendiente de la senectud deseante y sólo deseante? De todas formas, espero que todo, textos y canciones, anuncios y comentarios, os resulte interesante y sugestivo… aunque, quizá, sí, lo confieso, quizá… se me vea un poco el plumero. En fin…)
El aroma de las mujeres
martes, 18 de noviembre de 2008
CESARE PAVESE
El 9 de septiembre de 1908 nacía en un pueblecito cercano a Turín Cesare Pavese, el imprescindible escritor italiano. El Buscando leones en las nubes de esta semana pretende rendir homenaje a su figura aprovechando, con un cierto retraso (pero hay que recordar que hasta finales de octubre no comenzaron las emisiones por este curso), el centenario de su nacimiento.
Poeta, novelista, escritor de cuentos, la obra literaria de Pavese viene marcada por una biografía algo tortuosa: la muerte del padre cuando él es sólo un niño; la dificultad de la relación con su madre, que adopta el papel más severo y riguroso que hubiera debido corresponder a la figura paterna, una madre en la que la sensibilidad infantil no encuentra ternura ni afecto; una personalidad tímida, introvertida, con inclinación al aislamiento, retraída; una infancia algo traumática y una adolescencia solitaria, con fuertes tendencias, ya de joven, hacia el suicidio; una vida adulta amarga, inadaptada, llena de conflictos interiores; un destierro político, confinado durante un año en un pueblo perdido en la remota Calabria, que exacerba su propensión a la soledad; largas etapas de encierro en la casa de su hermana, en la que se recluye, incapacitado para una vida normal, activa; una problemática relación con las mujeres, con el trasfondo de su impotencia sexual, unas mujeres a las que necesita y por las que se ve reiteradamente abandonado (traicionado, a su juicio); y, por fin, su suicidio en la habitación de una pensión de Turín, cuando aún no ha cumplido los cuarenta y dos años. Todo esto da asco. Basta de palabras. Un gesto. No escribiré más, son las últimas palabras (en la traducción de Esther Benítez) que escribe en su diario, una de su obras mayores, el magistral El oficio de vivir.
En la vertiente literaria, el programa ofrece algunos fragmentos, muy breves, casi aforismos, extraídos de ese El oficio de vivir, un libro en el que afloran todas su obsesiones, todas sus preocupaciones: el dolor, la soledad, el odio, la frustración, la rabia, el sexo, la muerte, el suicidio, la tristeza, la política, la literatura, los reiterados fracasos amorosos. Los textos que he seleccionado tienen a las mujeres como centro y motivo principal. Pavese tenía una visión muy dura, desencantada y absolutamente misógina de las mujeres. Sea por el poderoso, negativo y algo castrante influjo de la madre, sea porque su experiencia amorosa enlazó desengaños y traiciones, sea por una reiterada vivencia del dolor, del fracaso sentimental, de la soledad, su visión de la mujer es, muchas veces, descarnada, ofensiva, desesperanzada, brutal incluso; una visión que Pavese expresa sin paliativos, de un modo rotundo, muy duro, lo que lo aleja, ciertamente, de la corrección política imperante en la actualidad.
Y para compensar ese tono exasperado de las opiniones de Pavese sobre las mujeres, para equilibrar la balanza, pudiéramos decir, la parte musical del programa la protagonizan dulces, sensuales y sugerentes intérpretes italianas. Así, han sonado la grave voz de Carmen Consoli; la, por el contrario, susurrante y algo aniñada Amalia Grè; Lalli, nombre artístico de Marinella Ollino, en su fecunda unión musical con Piero Salizzoni; la aún italiana Carla Bruni, pese a que, tras los reiterados excesos verbales de Berlusconi, esté madurando la idea de un definitivo afrancesamiento; la romana Chiara Civello, que vive, no obstante, de manera habitual en Nueva York; Fiorella Mannoia con una ya muy larga y excelente trayectoria musical; Laura Fedele, que hace una extraordinaria versión de un clásico de Tom Waits; la gran dama, una de las divas de la música italiana, Ornella Vanoni; la siciliana Patrizia Laquidara; la muy italiana, aunque neoyorkina de nacimiento, Rossana Casale; y, por último, Raffaella Destefano al frente del grupo Madreblu interpretando una pieza magnífica, Certamente, que aparecía en la banda sonora de la serie de televisión Los Soprano.
Cesare Pavese
martes, 11 de noviembre de 2008
J.M.G. LE CLÉZIO
El Buscando leones en las nubes de esta semana (que salió al aire ayer con algún problema técnico en su emisión convencional) está dedicado al último premio Nobel de Literatura, el excelente escritor francés, Jean-Marie Gustave Le Clézio. Pese a que su acogida en el ámbito de la crítica literaria, de la prensa especializada y de los expertos en literatura ha sido más bien tibia, el impacto que la obra de Le Clézio ha producido siempre en mí ha sido poderosísimo, pues me parece un escritor formidable o, al menos, un escritor -más allá de sus valores literarios, que sin duda existen, y muy notables- cuyas preocupaciones, cuyos referentes, cuya visión del mundo, mostrados en sus obras, me parecen muy atractivos e interesantes, muy cercanos; unos motivos, unos temas que afloran en unas novelas siempre llenas de evocaciones, misteriosas y sugerentes, poéticas. Le Clézio es un escritor nómada, intelectualmente mestizo, de espíritu cosmopolita. Él mismo, nacido en Francia, ha vivido en México, Tailandia, las islas Mauricio, de donde procede su familia, una familia de blancos en el criollo país africano, y en donde ha ambientado algunas de sus novelas. En concreto, las islas Mascareñas son el escenario de El buscador de oro y El Viaje a Rodrigues, dos novelas extraordinarias. Su mujer es de origen saharaui y las historias de sus antepasados marroquíes impregnan Desierto y El pez dorado. México ha tenido también una presencia destacada en algunos de sus libros. Una especie de ficción biográfica, y hasta autobiográfica, El africano, relata su infancia en Ogoja, Nigeria, como telón de fondo de la extraordinaria peripecia vital de su padre, médico para todo en esas perdidas e inhóspitas tierras africanas. Una infancia dura y agreste, austera y esforzada, pero también intensa y feliz. No quiero hablar de exotismo, los niños son absolutamente ajenos a este vicio, dice en El africano, a próposito de su infancia nigeriana, el niño protagonista, que es el propio Le Clézio, no porque vean a través de los seres y de las cosas, sino porque, justamente, sólo ven eso: un árbol, un hueco en la tierra, una colonia de hormigas constructoras, una banda de chicos turbulentos en busca de un juego, un viejo de ojos nublados que tiende una mano descarnada, una calle en un pueblo africano un día de mercado, eran todas las calles de todos los pueblos, todos los chicos, todos los árboles y todas las hormigas. Ese tesoro está siempre vivo en el fondo de mí y no puede ser extirpado. Mucho más que simples recuerdos, está hecho de certezas. Y es igualmente en su obra, por lo tanto, al igual que en su vida, en donde se muestra permanentemente esta huella de la infancia, la memoria de paraísos perdidos y no del todo olvidados. A cada instante me siento traspasado por el tiempo de otra época, en Ogoja, escribe. Una obra en la que aflora, además, el interés por el otro, por quienes ocupan los márgenes de la devoradora cultura occidental, por los desfavorecidos, por los parias de la tierra, por las culturas minoritarias. Una obra, consiguientemente, muy atraída por la mezcla, por la extrañeza y la extranjería, por el exilio, por el desarraigo. Onitsha, La cuarentena, El pez dorado, nos presentan personajes fuera de su entorno, desplazados, viajeros, seres desconcertados que buscan un sentido a sus vidas en territorios exóticos, en la India o Marruecos, en Sudamérica, en el África negra o en islotes desolados en remotos archipiélagos del Índico… Un escritor espléndido, pues, autor de algunas novelas magníficas de búsqueda existencial, de vagabundeo espiritual, podríamos decir, de aventuras interiores, ambientadas en entornos salvajes, austeros, primitivos, en una naturaleza hostil, a menudo descarnada, inhumana, volcánica… La Academia Sueca ha recogido bastantes de estos aspectos de la literatura de Le Clézio resaltando, en la concesión del premio, su condición de escritor de la ruptura, de la aventura poética y de la sensualidad extasiada, investigador de una humanidad fuera y debajo de la civilización reinante.
He buscado una música, para ambientar la lectura de los breves e inspiradores fragmentos de las novelas de Le Clézio, que respondiera a esa idea de mezcla, de cosmopolitismo y ciudadanía del mundo, por decirlo así, de mestizaje, de interpenetración cultural que transpira la obra del último premio Nobel. Son piezas, en la mayor parte de los casos, que reflejan, cada una de ellas, la colaboración de dos o más músicos pertenecientes a tradiciones distintas y aparentemente alejadas entre sí. El resultado es, a mí me lo parece, espléndido, un juego de contrastes, de confrontaciones, de réplicas y contrarréplicas, que se resuelve en melodías deslumbrantes, en canciones preciosas, en piezas de una intensidad y una belleza casi siempre sobrecogedoras. Así, por orden de aparición suenan el dúo compuesto por la violinista sueca Ellika Frisell y el intérprete senegalés de kora Solo Cissokho; el ya clásico cantautor argelino Idir con la escocesa Karen Matheson, una garganta tocada por la mano de Dios, en palabras de su paisano Sean Connery; la portuguesa y a la vez caboverdiana Sara Tavares, un cruce de culturas ella misma; los cubanos del Buena Vista Social Club, con Compay Segundo al frente, renacidos en su senectud gracias al influjo del mago norteamericano Ry Cooder; la francesita Coralie Clément jugando a las contradicciones con el brasileño Toco, entre referencias literarias francesas y brasileñas; el portugués Rodrigo Leao con la canadiense Sonia Tavares en una evocadora pieza con aire falsamente cinematográfico; el maestro maliense de la kora Toumani Diabate con el virtuoso norteamericano del trombón Roswell Rudd, unidos en una interpretación prodigiosa, sensual, mágica, envolvente; Anoushka Shankar, una de las hijas del genial intérprete del sitar, Ravi Shankar (la más conocida es, sin embargo, su hermana, Norah Jones), que vive a caballo de Inglaterra, la India y California, remezclada magistralmente por los igualmente estadounidenses The Thievery Corporation; las vocalistas sudafricanas Mahotella Queens con otra escocesa, Eddie Reader y la también hindú Revetti Sakalar, sobre las bases hipnóticas de los productores Duncan Bridgeman y Jamie Catto, en ese proyecto magnífico que es One Giant Leap; y por último, la emocionante, estremecedora Miss Sarajevo, interpretada por el fallecido tenor italiano Luciano Pavarotti con los irlandeses de U2.
J.M.G. Le Clézio
viernes, 7 de noviembre de 2008
MÁS JAPÓN
Dejo ahora aquí, con algún retraso, el programa del lunes pasado, el segundo de la serie que Buscando leones en las nubes ha dedicado al Japón con ocasión de la exposición de fotografía que durante el mes de octubre se presentó en el Centro Cultural Hispano Japonés de Salamanca. Imágenes del Japón era el título de la exposición y en ella se ofrecían setenta fotografías, realizadas por Carlos Montenegro, en las que se reflejaba de un modo muy amplio la enorme variedad y la riqueza cultural y arquitectónica, natural y humana del país nipón. Una de esas magníficas fotos, la del Torii Itsukushima, en la isla de Miyajima, es la puerta que abre la entrada de hoy al blog, una puerta simbólica que opera a modo de invitación al descubrimiento de una civilización tan fascinante como la japonesa. Los Torii son arcos tradicionales que aparecen normalmente a la entrada de los templos shintoístas japoneses y que delimitan la frontera entre el espacio sagrado y el profano.
En esta segunda emisión se repite el esquema de la primera entrega. Por un lado, piezas musicales con un inequívoco aire japonés, pese a su extracción de ámbitos muy diversos que van desde la electrónica al jazz, desde el folklore tradicional a la música clásica, desde la tonada pop hasta algún no muy atrevido experimento de vanguardia. Los intérpretes de las diversas canciones fueron Aus, Marisha Kosugi con X-Cultures, Haruka Nakamura, Aki Tsukuyo, Piana, Ryuichi Sakamoto con Minekawa Takako, Keiko Matsui, Koto Vortex, Takahiro Kido, Akira Senju y Hako Yamazaki.
Entre las piezas musicales, en la vertiente literaria del programa, he seguido ofreciendo una selección de haikus. El haiku es una de las formas (sin duda la más conocida) de la poesía tradicional japonesa. Aunque hay antecedentes bajo distintas acepciones en el siglo VIII y en diversos clásicos de los siglos X y XI, su popularidad empieza a crecer en el siglo XII. Los grandes nombres del género aparecen, no obstante, a partir del siglo XVII: Matsuo Bashô (1644-1694), Yosa Buson (1716-1783), Issa Kobayashi (1762-1826) y Shiki Masaoka (1867-1902), de cada uno de los cuales he leído tres poemas en el programa. La denominación actual, haiku, surge en el siglo XIX, siendo su manifestación más habitual la de un poema breve, generalmente de diecisiete sílabas, dispuestas en tres versos de cinco, siete y cinco sílabas respectivamente. No obstante, tanto el número de versos, como su extensión o la distribución de las sílabas en ellos pueden variar, alejándose del patrón métrico habitual. El poema carece de rima y de título así como, originalmente, de signos de puntuación o mayúsculas, en un reflejo externo, con ese despojamiento y esa austeridad de las formas, de la simplicidad, de la expresión sencilla, concisa y clara, que son rasgos destacados del haiku.
La mayor parte de los haikus incorporan un vocablo que vincula el poema a una estación del año. Así, ligados a la primavera aparecen las flores del ciruelo, del cerezo, del sauce, las golondrinas, el ruiseñor, la neblina, las montañas, las ranas, las mariposas. Al verano corresponden las fiestas, el canto del cuclillo y la alondra, las chicharras, las luciérnagas, las lluvias estacionales, los manantiales, las peonías, la plantación del arroz. En otoño se muestran ánsares y garzas, libélulas y crisantemos, la cosecha del arroz, las noches largas, la luna. Por último, el invierno se refleja en las nieves, la escarcha, los campos helados y yermos, el viento glacial, la vejez, la pobreza. Por otro lado, el fondo del poema, su temática, suele centrarse en la descripción de algún suceso o alguna escena real o imaginada. El sentido literal de haiku (o haikai) es “lo que está sucediendo en este lugar, en este momento”. El poeta recoge de un modo brevísimo e intenso, al modo de un relámpago esclarecedor, un acontecimiento, aparentemente banal, pero al que su mirada, la penetración, la agudeza, la sensibilidad de su mirada dotan de capacidad evocadora, de potencia expresiva, de emoción y espíritu y belleza y sentimiento y ensueño y trascendencia.
Espero que música y textos os resulten agradables e intensos.
Japón II
domingo, 2 de noviembre de 2008
MAMÁ
El 5 de agosto de 2006 murió mi madre. Algunas semanas después le dediqué mi primer programa de modesto homenaje y particular recordatorio en Buscando leones en las nubes. El 5 de febrero de 2007, seis meses después, se emitió el segundo de los programas en su memoria.
Hoy, día de difuntos, quiero ofreceros aquí ambas emisiones en una nueva ocasión para su recuerdo (en mi caso, en el de mi familia, en el de quienes la conocieron) y para la reflexión (en el de cualquiera que los escuche, pues creo que lo que en ellos se cuenta tiene un valor universal, trasciende la anécdota personal -siendo ésta importante, siendo esencial: era mi madre- y toca algo, un último reducto de la intimidad que a todos nos concierne).
En el primero de los programas leí un texto precioso de Elvira Lindo que, con el título de Corazón abierto y con la enfermedad y la muerte de su propia madre como motivo central, se publicó en El País el 30 de agosto de 2006, a los pocos días de morir la mía. Entre las conmovedoras palabras del relato de Elvira Lindo intercalé algunas canciones, todas muy tristes y muy emotivas, que con la muerte de la madre como tema principal, en la mayor parte de los casos, o con la muerte contemplada desde una perspectiva más general, en los demás, interpretaron Grant Lee Phillips, Bruce Springsteen, Annie Lennox, Iris Dement, Antony And The Johnsons, Johnny Cash, Sarah McLachlan, Lene Marlin, Eric Clapton y Gary Jules.
Para la segunda de las emisiones elegí un enfoque masculino, mucho más cercano a mi sensibilidad, pues, para hablar del terrible impacto que supone en nuestras vidas la desaparición de la madre. En el programa leí fragmentos de un libro excepcional, una auténtica obra maestra, El libro de mi madre, de Albert Cohen, publicado hace muchos años por la editorial Anagrama. Albert Cohen rememora, ya un hombre maduro, años después de su fallecimiento, que había tenido lugar en 1943, en una Marsella ocupada por los nazis, la figura de su madre, su infancia con ella, su vida con ella, en un texto tristísimo y apasionado, emocionante y desolador, lleno de ternura y de amor, de dolor y melancolía, de recuerdos y nostalgia y lágrimas y afecto y gratitud y pesar... Para acompañar los textos de Albert Cohen, me pareció oportuna una alternativa musical autobiográfica. Escogí una serie de canciones (las más tristes) de mi última adolescencia y mi primera juventud, por entender que, más allá de la infancia, es esa etapa de la vida, en la que el joven rebelde (todos lo son) busca su independencia y ansía construir su espacio propio, fuera de la esfera de la tutela maternal, la que representa mejor, quizá, la influencia que la madre ejerce en nuestras vidas (para bien y para mal, con su amor entregado, solícito e incondicional, pero también con su afán protector, su cariño a veces algo asfixiante, su abrazo naturalmente posesivo que en ocasiones impide volar). Salieron al aire, así, preciosas canciones de Pink Floyd, Emilio Cao, Graham Nash, Lluis Llach, Genesis, The Rolling Stones, Neil Young, The Mamas and the Papas, The Beatles, Simon & Garfunkel y Luis Emilio Batallán, que constituyen la banda sonora, como digo, de algunos de los años más importantes (por cambiantes, por desconcertados, por indecisos, por titubeantes, también por tristes) de mi propia vida.
Espero que ambos programas puedan, recordando a mi madre, traeros a la memoria a las vuestras, y por ello, aunque entre lágrimas, os hagan felices.