martes, 11 de noviembre de 2008


J.M.G. LE CLÉZIO

El Buscando leones en las nubes de esta semana (que salió al aire ayer con algún problema técnico en su emisión convencional) está dedicado al último premio Nobel de Literatura, el excelente escritor francés, Jean-Marie Gustave Le Clézio. Pese a que su acogida en el ámbito de la crítica literaria, de la prensa especializada y de los expertos en literatura ha sido más bien tibia, el impacto que la obra de Le Clézio ha producido siempre en mí ha sido poderosísimo, pues me parece un escritor formidable o, al menos, un escritor -más allá de sus valores literarios, que sin duda existen, y muy notables- cuyas preocupaciones, cuyos referentes, cuya visión del mundo, mostrados en sus obras, me parecen muy atractivos e interesantes, muy cercanos; unos motivos, unos temas que afloran en unas novelas siempre llenas de evocaciones, misteriosas y sugerentes, poéticas. Le Clézio es un escritor nómada, intelectualmente mestizo, de espíritu cosmopolita. Él mismo, nacido en Francia, ha vivido en México, Tailandia, las islas Mauricio, de donde procede su familia, una familia de blancos en el criollo país africano, y en donde ha ambientado algunas de sus novelas. En concreto, las islas Mascareñas son el escenario de El buscador de oro y El Viaje a Rodrigues, dos novelas extraordinarias. Su mujer es de origen saharaui y las historias de sus antepasados marroquíes impregnan Desierto y El pez dorado. México ha tenido también una presencia destacada en algunos de sus libros. Una especie de ficción biográfica, y hasta autobiográfica, El africano, relata su infancia en Ogoja, Nigeria, como telón de fondo de la extraordinaria peripecia vital de su padre, médico para todo en esas perdidas e inhóspitas tierras africanas. Una infancia dura y agreste, austera y esforzada, pero también intensa y feliz. No quiero hablar de exotismo, los niños son absolutamente ajenos a este vicio, dice en El africano, a próposito de su infancia nigeriana, el niño protagonista, que es el propio Le Clézio, no porque vean a través de los seres y de las cosas, sino porque, justamente, sólo ven eso: un árbol, un hueco en la tierra, una colonia de hormigas constructoras, una banda de chicos turbulentos en busca de un juego, un viejo de ojos nublados que tiende una mano descarnada, una calle en un pueblo africano un día de mercado, eran todas las calles de todos los pueblos, todos los chicos, todos los árboles y todas las hormigas. Ese tesoro está siempre vivo en el fondo de mí y no puede ser extirpado. Mucho más que simples recuerdos, está hecho de certezas. Y es igualmente en su obra, por lo tanto, al igual que en su vida, en donde se muestra permanentemente esta huella de la infancia, la memoria de paraísos perdidos y no del todo olvidados. A cada instante me siento traspasado por el tiempo de otra época, en Ogoja, escribe. Una obra en la que aflora, además, el interés por el otro, por quienes ocupan los márgenes de la devoradora cultura occidental, por los desfavorecidos, por los parias de la tierra, por las culturas minoritarias. Una obra, consiguientemente, muy atraída por la mezcla, por la extrañeza y la extranjería, por el exilio, por el desarraigo. Onitsha, La cuarentena, El pez dorado, nos presentan personajes fuera de su entorno, desplazados, viajeros, seres desconcertados que buscan un sentido a sus vidas en territorios exóticos, en la India o Marruecos, en Sudamérica, en el África negra o en islotes desolados en remotos archipiélagos del Índico… Un escritor espléndido, pues, autor de algunas novelas magníficas de búsqueda existencial, de vagabundeo espiritual, podríamos decir, de aventuras interiores, ambientadas en entornos salvajes, austeros, primitivos, en una naturaleza hostil, a menudo descarnada, inhumana, volcánica… La Academia Sueca ha recogido bastantes de estos aspectos de la literatura de Le Clézio resaltando, en la concesión del premio, su condición de escritor de la ruptura, de la aventura poética y de la sensualidad extasiada, investigador de una humanidad fuera y debajo de la civilización reinante.

He buscado una música, para ambientar la lectura de los breves e inspiradores fragmentos de las novelas de Le Clézio, que respondiera a esa idea de mezcla, de cosmopolitismo y ciudadanía del mundo, por decirlo así, de mestizaje, de interpenetración cultural que transpira la obra del último premio Nobel. Son piezas, en la mayor parte de los casos, que reflejan, cada una de ellas, la colaboración de dos o más músicos pertenecientes a tradiciones distintas y aparentemente alejadas entre sí. El resultado es, a mí me lo parece, espléndido, un juego de contrastes, de confrontaciones, de réplicas y contrarréplicas, que se resuelve en melodías deslumbrantes, en canciones preciosas, en piezas de una intensidad y una belleza casi siempre sobrecogedoras. Así, por orden de aparición suenan el dúo compuesto por la violinista sueca Ellika Frisell y el intérprete senegalés de kora Solo Cissokho; el ya clásico cantautor argelino Idir con la escocesa Karen Matheson, una garganta tocada por la mano de Dios, en palabras de su paisano Sean Connery; la portuguesa y a la vez caboverdiana Sara Tavares, un cruce de culturas ella misma; los cubanos del Buena Vista Social Club, con Compay Segundo al frente, renacidos en su senectud gracias al influjo del mago norteamericano Ry Cooder; la francesita Coralie Clément jugando a las contradicciones con el brasileño Toco, entre referencias literarias francesas y brasileñas; el portugués Rodrigo Leao con la canadiense Sonia Tavares en una evocadora pieza con aire falsamente cinematográfico; el maestro maliense de la kora Toumani Diabate con el virtuoso norteamericano del trombón Roswell Rudd, unidos en una interpretación prodigiosa, sensual, mágica, envolvente; Anoushka Shankar, una de las hijas del genial intérprete del sitar, Ravi Shankar (la más conocida es, sin embargo, su hermana, Norah Jones), que vive a caballo de Inglaterra, la India y California, remezclada magistralmente por los igualmente estadounidenses The Thievery Corporation; las vocalistas sudafricanas Mahotella Queens con otra escocesa, Eddie Reader y la también hindú Revetti Sakalar, sobre las bases hipnóticas de los productores Duncan Bridgeman y Jamie Catto, en ese proyecto magnífico que es One Giant Leap; y por último, la emocionante, estremecedora Miss Sarajevo, interpretada por el fallecido tenor italiano Luciano Pavarotti con los irlandeses de U2.



J.M.G. Le Clézio

4 comentarios:

  1. ...qué se puede decir ante esto...maravilloso cada elemento...extraordinario el conjunto.

    ResponderEliminar
  2. Gracias por tu tan amable comentario, Pía. Gracias, además, por ser, esta vez, la primera (la única)... creía (mi ego exigente creía) que este programa no le había gustado a nadie... ¡y al menos, la música es excepcional! (pero qué voy a decir yo).
    En cualquier caso, gracias por tu entusiasmo y por tu cariñoso aliento...

    ResponderEliminar
  3. Bueno, bueno,Alberto,sabes que muchos te seguimos pero se nos acaban los adjetivos.
    Clézio ha sido todo un descubrimiento, al igual que muchos temas musicales del programa.Lo añadiré a la lista de autores que debo leer en adelante.De momento tengo entre manos a otro francés:Patrick Modiano. Sólo ver la foto de la portada y el título del libro me hizo comprarlo ¿por qué será que estas cosas te dan un pálpito?.
    "En el café de la juventud perdida"
    Ya te contaré.

    ResponderEliminar
  4. Recién recuperado mi contacto con internet, me encuentro con este blog y con Alberto San Segundo...poco a poco iré leyéndote.
    Y, de momento, daré las gracias a Maxwell, Giacometti y internet, por permitir estos encuentros.

    ResponderEliminar