martes, 10 de enero de 2012


DAVID BOWIE. PODEMOS SER HÉROES

Jueves, siete de la tarde: la decadencia está a punto de introducirse en cinco millones de hogares. Los padres, pulcramente trajeados, se acomodan en el sillón más cómodo; las madres, con el delantal puesto, recogen los platos; y los hijos, todavía con la camisa y el pantalón del uniforme, se apiñan en torno a una pequeña televisión para cumplir con el ritual más sagrado de la semana.

El escaso público presente en el estudio, que pulula ataviado con chalecos de punto y trajes, aplaude educadamente el sonido de dos acordes menores. Quien los rasguea en una guitarra azul de doce cuerdas es un puesto que ocupa el puesto número 41 en la lista de éxitos. La cámara le enfoca primero las manos y luego la cara, donde atrapa un sutil amago de sonrisa, como la de un niño que espera salir indemne de una travesura. Pero en el momento en que sus amigos, Trevor, Woody y Mick Ronson, estallan con un redoble en la caja y una guitarra ronca, la cámara se aleja y David Bowie les dirige una mirada audaz, una sonrisa lasciva. Mientras el público, formado por adolescentes excitados y padres escandalizados, trata de asimilar ese mono guateado y multicolor, eso pelo exuberante y naranja, esos dientes puntiagudos y esos ojos soñolientos pintados con rímel, él entonces entona una sucesión de imágenes fascinantes: radio, extraterrestres y rock and roll. Y a pesar de que el público se debate aún con ese espectáculo confuso y exagerado, de repente, un staccato de la guitarra envía un mensaje en morse y, sin previo aviso, llegamos al estribillo.

De la novedad inquietante a una familiaridad tranquilizadora; en ese momento, la voz de Bowie entona suavemente: There’s a starman... y salta una octava hacia arriba, un viejo truco de la Tin Pan Alley para marcar la distensión, el clímax. Y al tiempo que describe a ese amable extraterrestre que espera en el cielo, el público reconoce de repente una melodía y un mensaje extraídos claramente, sin pudor, del himno en tecnicolor de los años de guerra, el escapista Over the Raimbow de Judy Garland. Hemos llegado a terreno conocido, podemos unirnos y cantar la melodía, y a pesar de que dura sólo cuatro compases, son suficientes para que David Bowie trate de alcanzar la inmortalidad. Menos de un minuto después de haber visto su rostro en Top of the Pops, el programa musical de la BBC dirigido al público familiar, Bowie se apoya la mano, delgada y grácil, en la mejilla y su compañero de pelo rubio platino se una a él al micrófono. En ese instante, con tranquilidad y descaro, Bowie rodea el cuello del guitarrista con el brazo y acerca a Ronson cariñosamente hacia él. De nuevo suena el mismo salto de octava al cantar starman, aunque esta vez no sugiere escapar de los límites terrenales, sino de los límites de la sexualidad.

Entre tanto, el público de quince millones de espectadores trata de asimilar a esta criatura exótica y pansexual. En miles de hogares, los chavales, cientos, miles de ellos, están extasiados, al tiempo que los padres lo miran con desprecio, gritan o se van de la habitación. Y mientras se siguen preguntando cómo reaccionar, se produce otro viraje: al son de let the children boogie, David Bowie and The Spiders irrumpen con un ritmo de baile descaradamente a lo T.Rex. Para toda una generación de adolescentes se acaba de hacer la luz: aquellos noventa segundos de una tarde soleada de julio de 1972 alteraron el ritmo de sus vidas. Hasta aquel momento, la música pop había tratado fundamentalmente de la pertenencia, la identificación con el grupo. Sin embargo, esta música, que había sido coreografiada con esmero en un sótano frío y húmedo situado bajo una agencia de señoritas de compañía en el sur de Londres, era un espectáculo sobre la no pertenencia. Para algunos chavales aislados y diseminados por el Reino Unido, después para los de la Costa Este de Estados Unidos y más tarde para los de la Costa Oeste, había llegado la hora. Era el turno de los outsiders.
 
Así, de este sugestivo e interesante modo, se abre Starman, la biografía de David Bowie, firmada por el periodista musical Paul Trynka, y recientemente publicada en España por la editorial Alba. Estoy comenzando a leerla en estos días y espero poder daros cuenta de ella en una futura entrega de este blog. Por ahora, me sirve para introducir el programa de esta semana de Buscando leones en las nubes. Como quizá sabréis por una campaña -podríamos llamarla-  relativamente notoria en los medios de comunicación: artículos en prensa, menciones en televisión, homenajes en otros programas radiofónicos, anteayer, 8 de enero, David Bowie celebró su sexagésimo quinto cumpleaños. Pero el aniversario bowiano es doble, porque este 2012 que ahora empieza se cumplirán cuarenta años de la aparición de un disco excelente y fundacional, un punto de inflexión en la carrera de ese genio de la música popular y un hito destacadísimo en la historia del rock and roll. Se trata del ya mítico Ziggy Stardust, una de las obras maestras de un músico que cuenta con varias en su dilatada carrera. Por ambas razones, Buscando leones en las nubes dedica dos emisiones al camaleónico Bowie, recogiendo algunas de las canciones del disco citado y presentando también -más allá del propio Ziggy Stardust- algunas otras de las piezas más significativas del enigmático artista.

Y para acompañar el siempre feliz espectáculo de las canciones de Bowie tendremos las letras, las complejas, las herméticas letras de esas canciones, traducidas por dos incondicionales: Francisco Satué, de quien son, en el programa de hoy, Five years y Ziggy Stardust, y nuestro muy conocido Alberto Manzano, a quien corresponden el resto de las versiones: Scary monsters, China girl, Diamonds dogs, Heroes, Ashes to ashes, Let´s dance y Tonight.

Quiero cerrar esta entrada con el vídeo al que alude la introducción del libro de Trynka, Starman. Esa actuación decisiva e inaugural (de una nueva era en la música) de David Bowie en el Top of the Pops de la BBC despide por hoy mi personal y sentido homenaje al Gran Duque Blanco.




David Bowie. Podemos ser héroes

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