UNA VIDA SIN COMPLICACIONES
En un trimestre en el que muchas de nuestras ediciones se han centrado con más frecuencia de la habitual en las propuestas monográficas, con Cole Porter, Supertramp, Dan Rhodes o Lester Young como protagonistas principales, esta semana volvemos a nuestro espíritu originario con una emisión miscelánea, compuesta por piezas musicales y fragmentos literarios de orígenes y planteamientos muy diversos aunque unidos todos ellos por la común inteligencia y sensibilidad que rezuman, como podréis comprobar en unos minutos. Desde el punto de vista de la literatura he escogido textos, con un punto de tristeza la mayor parte de ellos, que, en general, cuentan pequeñas historias más o menos cerradas en sí mismas, aunque abiertas -paradójicamente- a emociones e interpretaciones variadas, aunque siempre con un enfoque tierno y conmovedor. Todos ellos han sido entresacados de libros escritos por Antonio Gómez Rufo, Pablo D´Ors, Marcos Ordóñez, Julio Ramón Ribeyro, Santiago Gamboa, Lluís-Anton Baulenas, Patricia Melo, Camille Laurens, Emmanuel Carrère, Alex Susanna, Medardo Fraile y Rainer María Rilke.
Las canciones que acompañan los fragmentos literarios, todas en la voz de mujeres, son también algo pesarosas y melancólicas, aunque delicadas y muy bellas; una docena de temas, de publicación reciente en su mayoría, que espero que os entusiasmen. Sus intérpretes han sido Sophie Zelmani, Carly Simon, Anjani, Marianne Faithfull, Asa, Bebel Gilberto, Lori McKenna, Lily & Madeleine, Chiara Civello, Kareyce Fotso, Birdy y Paula Cole, que nos ofrece como cierre del programa una preciosa versión del clásico Autumn leaves (o Les feuilles mortes, en su original francés) recogida en la banda sonora de Medianoche en el jardín del bien y del mal, la película dirigida en 1997 por Clint Eastwood. Precisamente, Les feuilles mortes protagonizará, en una serie algo insólita y sorprendente cuyo planteamiento os desvelaré dentro de siete días, nuestras emisiones de las dos próximas semanas.
Una vez más, Edward Hopper, esta vez con un cuadro de 1954, City sunlight, ilustra, con su atmósfera de soledad y desesperanza, el tema de esta entrada.
Parecía destinada a una vida sin complicaciones, cuya curva de progresión una persona negativa, de las que ella no frecuentaba, habría considerado desalentadora: estudios superiores pero no demasiado a fondo, el tiempo de encontrar un marido sólido y cordial como ella; dos o tres niños hermosos a los que se inculca principios firmes y un talante alegre; un chalé en un barrio residencial con la cocina bien equipada; grandes fiestas en Navidad y de cumpleaños, sin distinción de generaciones; amigos como ella misma; un tren de vida que aumenta de forma moderada pero constante; luego la partida de los hijos, uno tras otro, sus matrimonios, el cuarto del mayor que se transforma en sala de música porque hay tiempo de reanudar la práctica del piano; el marido se jubila, no se ha notado el paso del tiempo, vuelve a haber momentos de melancolía, momentos en que se te cae la casa encima, se sienten los días demasiado largos y las visitas de los hijos son cada vez más espaciadas; se vuelve a pensar en aquel tipo con quien tuvo una breve aventura, la única, en los primeros años de la cuarentena, entonces fue algo horrible, el secreto, la embriaguez, la culpabilidad, más adelante te has enterado de que tu marido también ha vivido la suya, que incluso llegó a pensar en divorciarse; un escalofrío te anuncia la cercanía del otoño, es ya el Día de Difuntos, y un día, tras un examen de rutina, descubres que tienes un cáncer y que, en fin, se acabó, dentro de unos meses estarás enterrada. Una vida ordinaria, pero ella había sabido asumirla, habitarla como una buena ama de casa sabe infundir alma a un hogar y hacerlo agradable para sus seres queridos. No parece que ella hubiera soñado nunca con alguna otra cosa ni que en secreto hubiera perseguido una quimera. No había en ella el más mínimo bovarysmo, la menor inclinación hacia las fugas, la inconsecuencia ni, por supuesto, la tragedia. Emmanuel Carrère