martes, 24 de junio de 2014
LA SONRISA DEL CIELO SON LAS NUBES
Esta nueva emisión de Buscando leones en las nubes os ofrece una propuesta “redundante”, podríamos decir, pues el eje sobre el que giran tanto los textos como las canciones que he elegido para completarla es el de las nubes. Llevaba tiempo -años- queriendo dedicar un programa -y al final van a ser dos- a nuestro principal referente metafórico, pero no ha sido hasta hace unos meses, con la publicación de una excepcional antología poética, Ángeles errantes. Las nubes en el cielo poético español, en una edición espléndida, debida a Antonio Lafarque y presentada por el Centro Cultural Generación del 27, de Málaga, cuando he encontrado el impulso -y el alimento espiritual- para llevarla a cabo. En el muy atractivo volumen se recogen cincuenta poemas de otros tantos poetas españoles, desde Bécquer -con una Rima de 1871- hasta Juan Marqués -con una pieza de 2010-, que tienen a las nubes como protagonistas más o menos principales. El libro ha sido editado en la Antigua Imprenta Sur de Málaga que, fundada por Emilio Prados en 1925, fue un lugar clave en la publicación de la obra de los autores de la generación del 27. Ángeles errantes apareció en una edición no venal, por lo que quiero agradecer aquí la amabilidad de Eduardo Herrero, el cual me envió un ejemplar desde el Centro Cultural en el que es responsable de contenidos multimedia. Os dejo, para complementar esta entrada, el interesante prólogo del compilador, tan ilustrativo sobre el valor significativo de las nubes y tan próximo -en su esencia, no en su letra- al espíritu que guía nuestro Buscando leones en las nubes desde su nacimiento hace ya quince años.
En el programa -que como digo tendrá su continuación la semana próxima- aparecen las nubes -nuestras nubes- en todas sus facetas, reales y metafóricas, literales y simbólicas, líricas y meterológicas, en una muestra amplia y muy sugestiva de la potencialidad poética del meteoro. Los autores de los “nebulosos” versos son Luis García Montero, José Ángel Valente, Karmelo C. Iribarren, Juan Carlos Abril, León Felipe, Josep. M. Rodríguez, Rafael Espejo, Lorenzo Oliván, Felipe Benítez Reyes, Luis Muñoz y José Mateos.
Y entre los poemas, canciones que hablan, claro está, de nubes, nubes negras, nubes rojas, nubes fugaces, nubes veloces, ligeras, hinchadas, cargadas, nubes ominosas, blancas nubes prometedoras de una alegría primordial... Temas, con el habitual tono de intimismo e introspección habituales en Buscando leones en las nubes, interpretados por Alma Micic, Marc Lavoine, Erik Truffaz con Ed Harcourt, Sting, Tori Amos, Simon & Garfunkel, Vic Chesnutt, Michele Shocked, Carol Sloane, Alice y Joni Mitchell que con su clásico Both sides now (con esa frase certera que hubiera podido titular la emisión: realmente no sé qué son las nubes) cierra este nuestro primer paseo por las nubes por esta temporada.
Desde la ventana de su habitación y el tejado de la Residencia de Estudiantes, Emilio Prados “cazaba” nubes con un espejo de mano e intentaba reflejarlas sobre la pared. García Lorca homenajeó al amigo íntimo y a su insólito pasatiempo dedicando “La balada del gran amor” a “Emilio Prados, cazador de nubes”. Recientemente, Chema Madoz quiso ir más lejos y “atrapó” una nube en una jaula, intento muy acorde con su poética fotográfica. Ambas formas de prisión son expresiones de un mismo afán: capturar lo efímero y frágil cargado de significado simbólico. Y a ello se han dedicado poetas de todas las generaciones porque las nubes y sus hermanas las nieblas, brumas y calimas, son algo más que fenómenos atmosféricos.
Las nubes fueron clasificadas con criterios meteorológicos por el farmacéutico británico Luke Howard a comienzos del siglo XIX, aunque la observación de las mismas data de la Antigüedad. Por ejemplo, en varios párrafos de Meteorologiká (c. 337 a.n.e.) Aristóteles diserta en torno a su génesis y posterior deriva en fenómenos acuosos. Los cuatro libros que componen la obra conocieron versiones latinas desde el griego, destacando la de Cornelius van Brugge (1224-1259), astrónomo y uno de los primeros cabalistas europeos, quien además de Meteorologiká tradujo y reordenó la Vulgata a partir del Codex Amiantinus y la Vetus Latina, con el fin de limpiarla de erratas y malinterpretaciones cometidas por los copistas. Pero fue más lejos y, por su cuenta y riesgo, añadió una adenda que circuló en los ambientes iniciados hasta llegar a manos del papa Alejandro IV, gran impulsor de la Inquisición. A consecuencia de ello, Van Brugge fue apresado y torturado en los sótanos del Palazzo dei Papi, en Viterbo, hasta morir. Sus manuscritos fueron pasto del fuego, aunque el apéndice de la Vulgata escapó de las llamas.
¿Cuál era el contenido de esta pieza única? No podemos saberlo con certeza puesto que su rastro se perdió y la bibliografía al respecto es escasísima. Sólo hemos encontrado referencias en Adiciones heterodoxas a las traducciones latinas de la Biblia (Madrid, Manuel Rivadeneyra, 1850), versión del original alemán Anhang heterodox aus der latainischen Überselzung der Bible (Maguncia, 1618), de Michel Zemog, enriquecidas con unas excelentes miniaturas de Laurent Lavas. Comenta Zemog que era práctica relativamente frecuente hacer aportaciones personales a los textos traducidos, a pesar de la expresa prohibición eclesiástica sobre el particular. La adenda de la Vulgata escrita por Cornelius van Brugge contenía descripciones pseudocientíficas y reflexiones teológicas en torno a determinados cuerpos celestes, nubes incluidas. Describía la rebelión de un grupo de ángeles de la Tercera Jerarquía contra Dios en demanda de la asignación de un sexo determinado a su estatus corpóreo. Recibieron la cólera divina en forma de condena eterna: la pérdida de identidad al ser transformados en materias evanescentes, vagamundas, brevísimas en duración temporal y, a lo sumo, cambiantes dentro de su anonimia. En definitiva, fueron convertidos en nubes. Concluía Van Brugge que el Diluvio fue el llanto de estos ángeles por el castigo.
Pero la saña divina no sólo no consiguió privar de belleza y poder de seducción a los ángeles rebeldes sino que su nueva corporeidad atrajo la atención de poetas, pintores y artistas en general, que hallaron en ellos una fuente inagotable de estímulos creativos. De modo directo o metafórico los poetas han prestado atención preferente a las nubes por lo que resulta habitual contemplar su paso por el cielo poético español. La presente selección, necesariamente breve por razones de espacio, es una muestra de ello. El antólogo se da por satisfecho si, a semejanza de Emilio Prados, el lector “cazara” algún poema y recuperara el entretenimiento de ver sobrevolar esas masas angelicales de vapor mientras admira sus proteicas capacidades. Ellas, indolentes, nos contemplan con parsimonia y un punto de extrañeza.
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Ángeles errantes,
La sonrisa del cielo son las nubes
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2 comentarios:
Nubes… Hoy tengo conciencia del cielo, pues hay días en que no miro para él pero losiento, viviendo en la ciudad y no en la naturaleza que la incluye. Nubes… Son ellashoy la principal realidad, y me preocupan como si el velarse el cielo fuera uno de losgrandes peligros de mi destino. Nubes… Pasan de la barra al Castillo, de occidente aoriente, en tumulto disperso y desnudo, blanco a veces, se van deshilachadas a lavanguardia de no sé qué; medio negro otras si, más lentas, tardan en ser barridas por elviento audible; negras de un blanco sucio si, como si quisieran quedarse, ennegrecenmás con su recorrido que con su sombra lo que las calles abren de falso espacio entre laslíneas clausuradoras del caserío. Nubes… Existo sin saberlo y sin quererlo moriré. Soy la pausa entre lo que soy y lo queno soy, entre lo que sueño y lo que la vida ha hecho de mí, el promedio abstracto ycarnal entre cosas que no son nada, siendo yo nada también. Nubes… ¡Qué desasosiegosi siento, qué malestar si pienso, qué inutilidad si quiero! Nubes… Están pasandosiempre, unas muy grandes, pareciendo, porque las casas no dejan ver si son menosgrandes de lo que parecen, que van a ocupar todo el cielo; otras de tamaño incierto, pudiendo ser dos juntas o una que se va a partir en dos, sin sentido en lo alto del airecontra un cielo fatigado; otras más, pequeñas, semejando juguetes de cosas poderosas, bolas irregulares de un juego absurdo, sólo por un lado, en soledad inmensa, frías. Nubes… Me interrogo y me desconozco. Nada he hecho de útil y nada haré de justificable. He gastado la parte de mi vida que no perdí en interpretar confusamentenada haciendo versos en prosa a las sensaciones intransmisibles con las que hago mío eluniverso incógnito. Estoy harto de mí, objetiva y subjetivamente. Estoy harto de todo, yde todo el todo. Nubes… Lo son todo, desmontes de lo alto, cosas hoy las únicas realesentre la tierra nula y el cielo que no existe; jirones indescriptibles del tedio que lesimpongo; niebla condensada en amenazas de color ausente; sucios algodones en ramade un hospital sin muros. Nubes… Son como yo, un paisaje deshecho entre el cielo y latierra, al hilo de un impulso invisible, tronando o sin tronar, alegrando blancas uoscureciendo negras, ficciones del intervalo y del descamino, lejos del ruido de la tierray sin el silencio del cielo. Nubes… Continúan pasando, siempre continúan pasando, enun discontinuo enrollar de madejas descoloridas, en un prolongamiento difuso de falsocielo deshecho.Fernando Pessoa, ‘Libro del desasosiego’
Con un día como hoy(el tiempo acompaña al programa y viceversa),se escucha de otra manera la música y los poemas.Ni que hubieras sido adivino,Alberto.
Un saludo,
Marga
Gracias por el fragmento, Marga. Pessoa, como siempre, genial.
Un saludo
Alberto
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