martes, 29 de mayo de 2012


ME LARGO ESTA NOCHE

Durante un par de semanas, ésta y la próxima, Buscando leones en las nubes se centra en el universo poético de Manuel Vilas, el intenso poeta aragonés cuya poesía completa, o al menos lo esencial de ella, los poemas publicados hasta hace un par de años, se recoge en Amor. Poesía reunida. 1988-2010, publicado por la editorial Visor. Con posterioridad, Vilas ha publicado un nuevo volumen de poesía, en la misma editorial, Gran Vilas, merecedor del XXXIII Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla. Recientemente, también, ha visto la luz en Alfaguara, su última novela, Los Inmortales.

No tengo demasiado tiempo para comentaros aquí las muchas razones por las que me interesa enormemente la poesía de Manuel Vilas. Prefiero hacerlo en palabras de José Luis Piquero, poeta también y amigo del autor, que califica así el espíritu de su poesía: exaltada, irónica, desafiante, distinta. Y vitalista y apasionada. E igualmente, señala, desolación, irrefrenable apetito de vivir, humor, crudeza, golferío, cinismo y grandes dosis de encubierta ternura son los rasgos que definen al personaje que protagoniza estos poemas: un veraneante perpetuo que sólo sabe castigarse, celebrar la existencia, gastar el dinero en lo mismo que se lo gastan los turistas de todo tiempo y lugar, desear sin tasa a las mujeres y ansiar la muerte, pero una muerte al sol y junto al mar, después de haber amado mucho. Frívolo y profundo, descreído de los grandes relatos pero no de los pequeños placeres, de este personaje podría decirse lo mismo que de aquel de Carlos Marzal que trataba “por igual la muerte y los escotes”. Un personaje, y sigo con las palabras de Piquero, espigadas de un artículo en la revista Clarín, en verano de 2011, brutal, (…) cálido y conmovedor, (…) un niño equivocado, un libertino sentimental, siempre al borde de hacer algo drástico: suicidarse o enfundarse un traje de verano e ir a recorrer la playa (…) bebedor terminal, hedonista y dandy. Para acabar definiendo al autor: Si un rasgo inequívoco de todo intelectual que quiera sentar cátedra es el rechazo de la cultura popular y los superficiales entretenimientos del pueblo, está claro que Vilas pretende sentar cátedra en otras aulas. Sus poemas son endechas de amor a las cajeras de los supermercados, reflexiones sobre las pequeñas isletas de colorines del consumismo, cantos a los héroes más míseros: el Perry Smith de A sangre fría o el músico fracasado Doug Yule, a quien sus propios compañeros de la Velvet Underground no miraban a la cara. También los poetas, como Pound o James Joyce, fotografiados en sus momentos menos sublimes. Vilas se ríe de todos ellos (y de sí mismo) y para todos ellos tiene una infinita comprensión, un desmedido amor. ¿Y cuál es la dicción de esta voz insumisa y apasionada? La única posible: largos poemas de largos versos, afán narrativo, coloquialismo extremo, prosaismo, pero también una constante inventiva verbal que salpica los textos de brillantes intuiciones, que deja al lector sin aliento, como tras una sacudida. Calor (2008) es hasta ahora su último libro y se inicia con dos poemas muy significativos. El primero, “La lluvia”, es una particularísima e irreverente crónica de la boda de los Príncipes de Asturias, un tema que muy pocos poetas españoles se plantearían siquiera considerar. Del segundo se puede decir lo mismo: una oda al viejo coche del que uno se desprende para comprarse el último modelo, plan Prevert de por medio. Nuevamente el humor, una conmovedora ternura y un profundo tono elegíaco, nunca exento de sarcasmo y autoparodia. Nada en estos y en los demás poemas es lo suficientemente elevado como para no ser puesto en solfa y nada es lo bastante insignificante que no merezca una revisión, una búsqueda de su íntimo sentido. Desbordante, cáustico, iconoclasta, también emocionante y conmovedor, Vilas es una especie de francotirador amoroso, un terrorista de la felicidad que no pretende contribuir al orden moral del mundo sino, quizá, afirmar su irreductible libertad y decir lo que le da la gana. Diciéndonos, de paso, muchas cosas importantes sobre nosotros mismos. Indispensable.

En la edición de esta semana os dejo diez extensos -e intensísimos y excesivos y transparentes y sarcásticos y a veces brutales y crueles y siempre lúcidos- poemas entresacados de la antología citada y que aparecen envueltos en canciones cuyo tono íntimo y recogido, cuya delicadeza y hasta fragilidad pienso que no le gustarían demasiado a un poeta que incluye mucha música en su versos, aunque mucho más dura, con más aristas, más agresiva, más hiriente, más rotunda, más expuesta, más “negra”. Norah Jones, Marisa Monte, Rufus Wainwright, Tom Waits, Karen Souza, Lou Reed (que canta algo parecido a lo que yo escribo, como leemos en un poema que no he seleccionado), Nick Drake, Van Walker con Liz Stringer, Marlango y Katie Melua son los intérpretes que ponen algo de sosiego y ligereza a la poderosa y descarnada crudeza de los versos de Vilas.

Os dejo también, para completar esta breve aproximación al territorio literario de Manuel Vilas, con uno de sus poemas más representativos -que no aparece en ninguna de las dos emisiones-, Amor, que da nombre a la recopilación de Visor y que escucharemos también, leído por el autor, en el vídeo que acompaña a esta entrada. Tras él, os ofrezco el preámbulo a dicho libro, en el que el propio autor, expone algunas de las claves de su poesía.


Amor


Una mañana Manuel Vilas sacó todo su dinero de los bancos.


Fue a las cajas de ahorro, fue a las compañías de seguros,
vendió su coche, anuló su plan de pensiones,
se lo llevó todo en efectivo, un buen fajo de billetes calientes.


Qué bien, dijo, qué fuerte,
y todos los empleados y los directores querían disuadirle
pero Vilas tenía unas ganas infinitas de pasarlo bien.


Y luego se fue a ver enfermos,
a ver emigrantes, incluso se fue a las cárceles.


Quería ser un santo espectacular, tenía esa marcha,
tenía esa gran ilusión.
Quería ser Cristo, Lenin, San Pablo,
quería ir más allá del orden, de la naturaleza y de la vida.


Recorrió la ciudad de Zaragoza repartiendo dinero.
En Conde de Aranda, dio mil euros a tres árabes,
que le besaron los pies, y las manos y se arrodillaron.


En el barrio de Delicias, en la calle Barcelona,
dio trescientos euros a una negra africana,
y ella quería comerle el sexo al buen Vilas,
pero Vilas dijo hoy soy San Vilas,
consérvate para tu marido, él te necesita,
y yo os bendigo; anda, nena, ve en paz.


Y Vilas se echó a reír.


Fuego, qué fuego más grande,
y siguió repartiendo, a una vieja china
de un todo cien le dio seiscientos euros,
y la vieja le hizo una foto de diez millones de megapixels
y la amplió y la enmarcó y la colgó
en mitad de su tienda con dos velas debajo.
A un vendedor de La Farola, ese periódico
de los pobres, le dio ochocientos euros.
Y el vendedor se echó a llorar y ardía
como una vela en mitad de las catedrales antiguas.


Vilas quería ser un santo, tenía esa marcha.


Toda la mañana y toda la tarde estuvo quemando su dinero.


Miró la atmósfera y se estaban abriendo los palacios celestiales.


Estaba enamorado de sus semejantes.


Nunca vimos a nadie tan enamorado.



Palabras para Amor

Me gusta mi poesía, me da alegría cuando la leo, me pone de buen humor, me río, me mete caña, me entran ganas de vivir, me entran ganas de fiesta. Y esa es la razón principal de que me haya decidido a conformar este libro, esta reunión de mis poemas. A mí me costó mucho aprender quién quería ser literariamente. Comencé a escribir en Vilas en 1998. Tenía unos treinta y cinco años, y fue entonces, a esa edad del medio del camino de Dante, (esto de Dante lo digo porque si no lo digo habrá quien piense que no me lo sé), cuando supe que iba a escribir la poesía que mi vida estaba creando, y no la poesía que crearon otras vidas que no eran la mía. Me di cuenta de que ya no era pobre. Tenía un buen trabajo, un buen coche, y ganaba una pasta razonable y dejó de importarme la poesía; quiero decir que dejó de importarme la gran historia de la poesía. Quería pasármelo bien, y encima me había enamorado de mi propia vida. Mi vida me parecía gloriosa y mágica. Me dije: “Vilas, la vida es OK”. Allí, en esas coordenadas vitales, surgieron los primeros poemas de El Cielo (DVD ediciones, 2000). Y después vinieron Resurrección (Visor, 2005) y Calor (Visor, 2008). Desde entonces, desde aquel 1998 hasta hoy, hasta estos primeros meses del 2010, ha venido desarrollando esa marca llamada Vilas, tanto en prosa como en verso, y que no es más que un deseo de escribir de la forma más libre que me sea dado imaginar. Esa marca “Vilas” debería cotizar en bolsa. Esa marca no encierra más que un deseo de desenmascaramiento de la realidad social, política, cultural, económica, sentimental de estos primeros años del siglo XXI. A ese desenmascaramiento me he entregado en cuerpo y alma, y este libro es el resultado.

El Cielo, Resurrección y Calor se editan aquí tal y como se publicaron en su día, sin ningún cambio: ningún deseo de cambiar nada, esto es, la pereza planetaria como gran poética. Me gustan esos tres libros. Ellos son la guardia pretoriana, la legión invencible, de esta poesía reunida. Y los poemas nuevos que estoy escribiendo ahora también me gustan. Incluyo, en la última parte, cinco poemas inéditos del libro en el que ando metido y que todavía no tiene título. En realidad, para ese nuevo libro barajaba el nombre que da título a esta poesía reunida. Me gustan esos cinco poemas nuevos. Hay uno especial, mi favorito, el que ya es un fijo en mis lecturas públicas, el titulado precisamente “Amor”. Me gusta mucho leer en público ese poema; cuando llego al verso que habla de San Vilas la gente se ríe, pero se ríe a la manera en que yo quiero que se rían. Una risa extrañamente enamorada. Es la primera vez que se edita en libro el poema “Amor”. Estos cinco poemas nuevos fueron escritos a los largo del año 2009 y en los primeros meses de 2010, con un terrible esfuerzo, agotador. Escribir, y especialmente corregir poemas estresa mucho, y no hay convenio laboral que te ampare.

Los primeros diecinueve poemas que aparecen en Amor, fueron escritos y publicados entre 1988 y 1998. Son poemas de aprendizaje. Son mi arqueología literaria, necesaria y tradicional en cualquier poesía reunida. Y esa primera sección de Amor quiere ser un recordatorio de aquellos lejanos años de tanteos en que casi no me reconozco. Yo creo que fui un poeta de formación lenta. Me costó mucho madurar. Era un estudiante pobre. Creía que me iba a morir de hambre en cualquier momento. Si eres pobre, te cuesta más tiempo madurar literariamente. Estos diecinueve poemas contienen su pequeña evolución. Los cuatro primeros, los titulados “La luna”, “El joven poeta”, “Canción” y “Los demonios” son poemas publicados en 1998. Los escribí con veinticuatro años. No me reconozco en ellos ni aunque haga arduos esfuerzos de memoria. Veo a un adolescente intentando escribir poesía. “La corona entre las manos”, y “Once Upon A time” fueron publicados en 1990. Sigo viendo en ellos a un adolescente intentando escribir poemas neorrománticos. Sin embargo, en poemas como “Independencia”, y especialmente en “Hölderlin”, “Londres” o “La tumba de Jim Morrison en París”, que son poemas de 1993, comienzo a ver muy embrionariamente algunas cosas que ya me gustan más. El resto de esa sección, desde el titulado “La clase de Lengua” a “Noche de Reyes”, son poemas que se editaron en 1998 y que presagiaban, aunque de manera muy tímida, el tono literario que aparecería en El Cielo.

Amor es, en definitiva, lo que yo en este momento designo como mi poesía reunida. Aquí está toda mi dedicación a la poesía de estos años. He titulado esta poesía reunida con una simple y elemental palabra porque releyendo todos estos poemas, pienso que están llenos de un sentimiento cercano al amor. Tal vez ese sentimiento esté emparentado también con la exaltación, con la plenitud, con la euforia, con la libertad. Y creo que a estas alturas de mi vida ya solo me interesa el amor, en la medida en que el amor es la única experiencia humana que no procede de la gélida naturaleza, ni del absurdo universo, ni de la ficción de la historia, ni de la sociología emocional y cultural de un país llamado España. El amor es un buen lugar. Parece un sitio universal, cargado de energía, de energía elemental y no moral. No concibo el amor sino como una lucha a muerte contra los hipócritas. No concibo el amor sino como una exaltación de los MacDonald’s, de la música Pop, de las circunvalaciones que cercan las ciudades de la tierra, de la anarquía, de los hospitales, del cuerpo humano, de los hoteles, de la enfermedad, de las mejoras laborales, de las utopías que aún no han nacido, del humor irreductible, de los talleres de chapa y pintura, de las fábricas de muebles y de la ropa interior de algodón suizo de la princesa doña Letizia; el amor como un himno a los coches, al dinero, a la prostitución, a los comunistas. Un gran himno a los comunistas, Me gusta esa palabra porque asusta a la gente. Y en España asustar a la gente es una obligación histórica. Que yo tenga una obligación histórica no deja de sorprenderme, porque las obligaciones, en general, son aburridas y están mal pagadas. No concibo placer más grande que perseguir a lo largo de la Gran Vía madrileña, transmutado en un Frankestein invencible o mejor transformado en un Clint Eastwood impasible, a todas las autoridades culturales y políticas y sociales españolas. Necesitamos reírnos. Necesitamos más libertad. Necesitamos rebelión y más dinero para financiarla. Creo que no he escrito una poesía pequeño-burguesa, y con eso ya puedo quedarme tranquilo aunque mi vida sea, como la de todos, la vida de un pequeño-burgués, porque no se puede ser otra cosa. Hay márgenes: la poesía fue el mío. Imagino que nunca maduré. Hace frío fuera del mercado laboral. No, queridos, no he escrito una poesía pequeño-burguesa y dejadme, al menos, que sienta orgulloso de eso. No he contribuido al orden moral de este mundo.

El amor a todo me parece la única salida del laberinto. Y por otro lado, una garantía de que tu vida es buena, de que tu vida es maravillosa. Eso está queriendo decir la poesía que he escrito durante estos últimos quince años: que el amor vale la pena y que ser libre, también.

Ama mucho, hermano.

Quémalo todo mucho, hermano.

Me voy a comer el mundo.

M.V.
Mayo de 2010

Me largo esta noche

martes, 22 de mayo de 2012


UN TENUE RAYO DE LUZ

Esta semana continuamos con el protagonismo de Diana Krall que centra, como hace siete días, la vertiente musical del programa. La delicadeza, la sensibilidad, la contenida expresión de las emociones que caracterizan su música rezuman por doquier en un programa, intimista y sosegado, introspectivo y dulcísimo, en el que podréis escuchar algunas piezas que rozan -en el piano y la voz de la canadiense- la perfección. The look of love, They can't take that away from me, Departure bay, Garden in the rain, The girl in the other room, Cry me a river, Narrow daylight, But not for me, Let’s falll in love, That old feeling y The heart of saturday night, el clásico de Tom Waits, son los títulos, casi todos grandes standards del jazz, con los que sin duda podréis disfrutar.

A la hora de completar la vertiente literaria de la emisión, me he dejado llevar por las sugerencias que ha suscitado en mí la escucha de una de esas bellísimas piezas musicales, Narrow delight. Ese leve rayo de la primera luz del día que entra en nuestra habitación colándose entre las rendijas de las persianas y del que habla la canción, esa mínima muestra de un verano que se inicia, con toda su promesa de esplendor, de brillo, de acogedora calidez, resulta una metáfora apropiada para la idea común que se esconde -más o menos oculta- tras todos los textos escogidos para acompañar la música de Diana Krall. Se trata de fragmentos, entresacados de algunos libros que he leído en los últimos meses, unidos entre sí por ese muy sutil hilo conductor del que el tenue rayo de luz de la canción se constituye en una especie de emblema. Quienes seguís habitualmente Buscando leones en las nubes sabéis que muy a menudo evocamos en nuestras emisiones el territorio de los sueños, aludimos a esa aspiración tan humana de inventar mundos distintos a los de nuestra casi siempre anodina realidad, subrayamos la natural tendencia de hombres y mujeres que les lleva, que nos lleva, a construir quimeras que mejoren y embellezcan nuestra torpe cotidianidad. Sin embargo, en la presente edición, el tono general de los textos que aparecen en el programa es justo el contrario, el de un cierto conformismo sano, el que se deriva de la aceptación del presente, de las cosas que de verdad “pesan” en la vida, de los innumerables pequeños placeres aparentemente sin importancia que la existencia encierra. Y así, ese mínimo y esperanzador rayo de sol de la canción ejemplifica algunos de los placeres por los que merece la pena vivir: los muchos milagros de la naturaleza, el cielo que brilla, las presurosas nubes, el mar incesante, la blanquísima nieve, el limpio soplo de la brisa fresca, la lluvia liberadora; el cultivo paciente de nuestro propio jardín (en los dos sentidos del término, el real y el metafórico); los dulces recuerdos de la infancia; los goces del amor y hasta los de la soledad tras el desamor; los cientos de maravillas cotidianas que no advertimos con nuestra mirada apresurada y rutinaria; las soporíferas delicias (valga el oxímoron) de la vida familiar, el encantador aburrimiento ocioso de una tarde dominical, el disfrute, en definitiva, de la normalidad.

Realismo sereno y maduro, adulto, pues, frente a esa idealización, ese ánimo utópico y soñador, algo infantil, en el que tantas otras veces nos hemos deleitado. Y ello a través, como digo, de las reflexiones y comentarios o breves impresiones escritos por Emmanuel Carrère, John Maxwell Coetzee, Peter Matthiessen (al que olvidé citar en la emisión radiada), Richard Ford, Vasili Grossman, Adolfo García Ortega, John Lanchester, Howard Jacobson, Andreï Makine, Philip Roth y Haruki Murakami. Os dejo además un texto de la poeta uruguaya Juana de Ibarbourou relacionado con ese rayo de luz (espléndida la foto de NickoEncina) que ha dado pie al programa entero.

Por la persiana entornada entra al comedor en penumbra, un rayo de sol matinal. Y por la misma rendija sale a la calle, oblicua hacia arriba, una banda ancha y dorada de moléculas. Parece una legión de bailarines, pues, mirando atentamente, veo que cada uno de los puntitos rubios gira de una manera vertiginosa sobre sí mismo. Si yo supiera física, ¡cuantas observaciones podría hacer ahora! Pero no sé nada más que imaginar y soñar. Y miro con envidia a esa banda de átomos que se va a correr el mundo, llevándose quizás el secreto de todas mis intimidades. ¡Oh granitos de polvo que vais a ver lo que yo no he de mirar jamás: bosques, mares, ciudades, templos, auroras boreales, maravillas! De soplo en soplo, de ráfaga en ráfaga, recorréis la tierra, sorprenderéis el secreto de mil mujeres, y cuando el viento os vuelva a traer otra vez a este lugar, quizás haya transcurrido un gran montón de siglos. Yo no seré ya más que un puñadito de polvo amarillo. Y entonces me iré a danzar y a correr por el mundo con vosotros.

Un tenue rayo de luz

martes, 15 de mayo de 2012


LEER A SU LADO

Con la Feria del libro recién terminada en la ciudad, Buscando leones en las nubes dedica, como es ya norma no escrita en nuestra pequeña historia, una emisión a celebrar el placer de la lectura, la satisfacción inmensa que los libros proporcionan a nuestras vidas. En ella, como en otras ocasiones similares, os presento una selección de textos breves, escritos por grandes nombres de la literatura -y por otros que no lo son tanto-, que tienen al libro como objeto y en los que se resaltan, como digo, los benéficos efectos que la lectura produce. Llevo años recopilando citas sobre libros, impresiones, pensamientos, reflexiones acerca de las virtudes y los vicios (pocos) que conlleva la lectura, sobre las posibilidades que ofrece para el entretenimiento y la diversión, para el aprendizaje y el conocimiento del mundo, para el crecimiento personal y el disfrute, para paliar las penas de la vida y para multiplicar sus maravillas. De ese amplísimo arsenal de referencias entresaco cada año una docena para completar con ella una nueva emisión “libresca”. En el caso del programa de esta semana, son Gustave Flaubert, James Wood, Alan Bennett, Orham Pamuk, Antonio Muñoz Molina, Emili Teixidor, Javier Cercas, Ricardo Piglia, Enrique Vila-Matas, Josefina Aldecoa, Mario Vargas Llosa y Gustavo Martín Garzo los responsables de las amenas y profundas consideraciones en torno a los libros.

Como complemento a las citas literarias, he escogido esta vez la música recogida y delicada, plena de sensibilidad, intimista, bellísima, surgida íntegramente de la voz y de las manos de la cantante y pianista Diana Krall, con respecto a la cual vengo anunciando desde hace meses mi intención de dedicarle algún programa monográfico. Pues bien, ese momento ha llegado, y por partida doble, pues dentro de siete días también protagonizará en su integridad la vertiente musical del Buscando leones en las nubes de esa semana. En la emisión que ahora os presento podéis escucharla interpretando un puñado de grandes y deliciosos clásicos (con profusión de “yous” en su título; altruísta, la chica): Why should I care, How deep is the ocean (How high is the sky), Almost blue, The boulevard of broken dreams, When i look in your eyes, Baby, baby all the time, If i had you, I'll string along with you, I remember you, Exactly like you, Gee baby, ain't i good to you y I miss you so. De todos ellos, he escogido la nostalgia de The boulevard of broken dreams para cerrar esta entrada con una muestra “en vivo” del talento de Diana Krall.

Como magnífico broche final del programa os dejo a continuación con un apasionado texto (que no sé si ya he ofrecido aquí en alguna otra ocasión, mi memoria al borde del colapso) de Elvira Lindo, tan querida en Buscando leones en las nubes. Tan querida (hablo de sentimiento y emoción), y tan valorada (y me refiero ahora a lo racional), pues sus comentarios son por lo habitual atinados, sus análisis con mucha frecuencia lúcidos, y sus puntos de vista siempre carentes de prejuicios y radicalmente libres. Leer a su lado es el título del breve e intenso y genial artículo, que yo he encontrado en el blog de la madrileña, en una entrada del 23 de septiembre de 2008.


Leer a su lado

Leer. Leer sin ganas. Leer por aburrimiento. Leer para no hacer ruido. Leer para dejar que tu padre duerma la siesta. Leer porque no te dejan poner la tele. Leer porque ya nadie quiere contarte un cuento. Leer porque te han castigado sin salir. Leer porque estás en la cama con fiebre. Leer porque estás solo. Leer porque imitas a tus hermanos mayores. Leer porque lo hace tu madre. Leer libros para niños. Leer novelas que no te dejan leer. Leer hasta que te apagan la luz. Leer sin leer, pensando en otra cosa. Leer en la biblioteca. Leer todos los libros de la biblioteca infantil. Leer porque tu hermana lee en la cama de al lado. Leer libros de Tintín en casa de tu abuelo. Reír porque tu tía llora con una novela. Llorar porque te da pena el abominable hombre de las nieves. Leer y leer y leer cinco líneas sobre sexo. Leerlas y leerlas una vez más. Leer porque quieres estar solo. Leer porque te sientes solo. Leer porque te crees distinto. Leer para encontrar almas gemelas. Leer aquello que aún no has vivido. Leer para llenarte la cabeza de pájaros. Leer para presumir. Decir que has leído un libro que no has leído. Resumir libros en literatura que no has leído. Sacar buenas notas en literatura haciendo resúmenes de libros que no has terminado. Leer para imitar lo que has leído. Leer para fardar. Leer para ligar. Leer para consolarte de un abandono. Leer por falta de planes. Leer por falta de amor. Leer porque se ha ido con otra. Leer para que no digan. Leer mientras esperas. Leer sentado en el wáter. Leer para dormirte. Leer para poder hablar con él. Leer el libro que él te recomendó. Leer para sorprenderle. Leer por puro gusto. Leer por vaguería. Leer porque no te gustan los deportes. Leer porque no tienes un duro. Leer para olvidar. Leer para recordar. Leer para aprender. Leer un coñazo impresionante. Leer un libro que no quieres que se acabe. Leer el libro de un amigo. Leer todos los libros de un hombre que te gusta. Leerle el pensamiento. Leer el libro que él está leyendo. Leer el libro que él querrá leer después. Leerle a tu hijo. Leerle hasta que se quede dormido. Leerle hasta que te quedas dormida. Leerle el Tintín que tú leíste. Leerle cuando se muere el Abominable Hombre de las Nieves. Leerle y consolarle luego su llanto inconsolable. Leerle para que aprenda a estar solo. Leerle para volver a vivir la infancia. Leerle por gusto. Ver cómo un hijo lee. Releer. Leer sólo lo que te gusta. Leer sólo aquello que te emocione. Leer por amor. Leer a su lado.

Leer a su lado

martes, 8 de mayo de 2012


NO HAY PEOR LUJURIA QUE PENSAR

Cuarta y última emisión de Buscando leones en las nubes dedicada a Wislawa Szymborska, la extraordinaria poeta polaca que ha protagonizado de manera monográfica el último mes de nuestro programa. Para la edición de esta semana he escogido poemas varios, no centrados en un motivo unitario, que giran sobre temas diversos (la muerte, suicidas y entierros, el terrorismo, la lectura, la importancia de las ideas y del pensamiento) y que aparecen acompañados por preciosas canciones, una vez más interpretadas por mujeres, que se desenvuelven en nuestra tónica habitual de sosiego y tranquilidad, de intimidad y recogimiento. Lucy Woodward, Luciana Souza, Fatoumata Diawara (la magnífica cantante maliense -a mi juicio, la más deslumbrante aparición en la escena mundial de un artista africano en los últimos años- vuelve a protagonizar nuestra sección de vídeos cantando Clandestin), Madeleine Peyroux, Rebekka Bakken, Rachel Harrington, Laetitia Velma, Paula Morelembaum, Amy Winehouse, The Watson Twins y Rumer son las voces que suenan en el programa.

La última aproximación que hacemos en Buscando leones en las nubes al universo literario y personal de Wislawa Szymborska nos la trae hoy, sólo aquí en el blog, Fernando Savater, un declarado admirador de la polaca. Szymborska, ligeramente grave es el título del obituario con el que el muy lúcido filósofo español despidió a la poeta en El País al día siguiente de su muerte.

Szymborska, ligeramente grave

En uno de sus poemas -Contribución a la estadística- Wislawa Szymborska enumera cuántas de cada cien personas son las dispuestas a admirar sin envidia -dieciocho-, las capaces de ser felices -como mucho, ventitantas-, las que de la vida no quieren más que cosas -cuarenta, aunque quisiera equivocarse-, las inofensivas de una en una pero salvajes en grupo -más de la mitad seguro-, las dignas de compasión -noventa y nueve- y acaba: “Las mortales: cien de cien. Cifra que por ahora no sufre ningún cambio”. Y sigue sin cambiar porque ayer la propia autora del poema acaba de confirmar la estadística con su fallecimiento. En otros muchos aspectos, por el contrario, fue la excepción que desafía lo probable y rutinario. Su poesía es reflexiva sin engolamiento ni altisonancia, de forma ligera y fondo grave, directa al sentimiento pero sin chantaje emocional. Breve y precisa, escapa a ese adjetivo alarmante que tanto satisface a los partidarios de que importe el tamaño: torrencial. Sobre todo nos hace a menudo sonreír, sin incurrir en caricaturas ni ceder a la simpleza satírica. Lo más trágico de la poesía contemporánea no es lo atroz de la vida que deplora o celebra, sino la falta de sentido del humor de los poetas. Se les nota especialmente a los que quieren ser festivos y son sólo grotescos o lúgubres (aunque los entierros también son fiestas, claro y más precisamente fiestas de guardar).

De esta frecuente maldición escapa, risueña y agónica, Szymborska: ¿cómo podría uno renunciar a ella? Hija -y luego, con los años, algo así como hada madrina poética- de un país europeo que apuró el siglo XX hasta las heces y padeció dos totalitarismos sucesivos, en su caso la duradera atrocidad jugó a favor de su carácter: le dio modestia, le dio recato, le dio perspicacia y le permitió distinguir entre lo que cuenta y lo que nos cuentan. Carece de retórica enfática pero eso no disminuye su expresividad, sino que la hace más intensa por inesperada. Cuando comenzamos a leer uno de sus diáfanos poemas nos ponemos a favor del viento, para recibir la emoción de cara, pero nos llega por la tangente y no para derribarnos sino para mantenernos en pie. Confirma nuestros temores sin pretender desalentarnos: sabe por experiencia que todo puede ser política pero también nos hace experimentar que la política no lo es todo. Se mantiene fiel, aunque con ironía y hasta con sarcasmo, a la pretendida salvación por la palabra y sin embargo nunca pretende decir la última palabra: porque en ese definitivo miramiento estriba lo que nos salva.

Nadie ha sabido conmemorar con menos romanticismo y con mayor eficacia el primer amor, cuya lección inolvidable se debe a no ser ya recordado…y por tanto acostumbrarnos a la muerte. Se dedicó a las palabras con delicadeza lúdica, jugando con ellas y contra ellas pero sin complacerse en hacerlas rechinar. Como todo buen poeta, fue especialmente consciente de su extrañeza y hasta detalló las tres más raras de todas, las que se niegan a sí mismas al afirmar: “Cuando pronuncio la palabra Futuro, la primera sílaba pertenece ya al pasado. / Cuando pronuncio la palabra Silencio, lo destruyo. / Cuando pronuncio la palabra Nada, creo algo que no cabe en ninguna no-existencia”.

No hay peor lujuria que pensar

martes, 1 de mayo de 2012


LA FERIA DE LOS MILAGROS

Tercera emisión de Buscando leones en las nubes dedicada a la poeta polaca Wislawa Szymborska, premio Nobel de Literatura en 1996 y fallecida hace un par de meses. En la elaboración de los programas he sido consciente de dos grandes obstáculos o inconvenientes iniciales. Por un lado, está la dificultad que supone el escoger tan sólo unos cuarenta poemas, aproximadamente (los que pueden encajar razonablemente en el corto espacio de cuatro horas de radio), de entre los muchos de la autora que me entusiasman, por lo que hay bastantes de ellos -que los más fieles seguidores de la escritora polaca quizá echaréis en falta- que no han encontrado acomodo en las diversas emisiones. Por otro lado, sé también que es vano cualquier intento de encerrar a la poesía en la rigidez de unas categorías que por definición tienden a ser reduccionistas, aunque, pese a ello, sí que me he decidido a trazar unas tenues fronteras, a marcar algunas pautas muy leves -y por ello también difusas- que permitieran sistematizar las distintas selecciones que aparecen en los cuatro programas. Así, en la primera entrega os mostré algunos poemas de carácter más o menos autobiográfico -en un sentido muy amplio del término- en los que se recogía tanto algún suceso de la vida real de la autora, de su particular itinerario personal en la existencia, como -sobre todo- aspectos de su trayectoria como ser humano, de la biografía de nuestra especie, podríamos decir. La segunda emisión se completó con versos en los que el tema del amor desempeñaba un papel principal o, en algún caso, aparecía con un tratamiento meramente alusivo y casi residual.

Los versos seleccionados esta semana, siendo de temática variada, tienen como elemento común el que constituyen una aproximación a la condición humana, un acercamiento a la figura de los hombres y las mujeres que vagamos algo perplejos por este mundo difícil. Poemas más o menos metafísicos o existenciales, escritos desde una visión de nuestra existencia siempre optimista, siempre lúcida, siempre esperanzada.

Y entre los preciosos poemas, al igual que en las semanas precedentes, música bellísima interpretada por Sharon Robinson, Neil Diamond, Marcio Faraco, Razia Said, John Hiatt, Jolie Holland, Glen Hansard, Marissa Nadler, Aster Aweke (cuya sobrecogedora canción Ameseginalehu aparece en el vídeo final, en el que pese a que no hay correspondencia alguna entre imagen y sonido podréis disfrutar de su voz formidable, de su indudable atractivo y del impresionante ambiente de sus conciertos), Jabier Muguruza y Natalie Merchant.

Como cierre a esta entrada os dejo el extenso prólogo, aunque muy interesante y esclarecedor, que la escritora mexicana Elena Poniatowska, de ascendencia polaca y de la misma generación que Wislawa Szymborska, escribió para Poesía no completa, la estupenda antología de versos de la Premio Nobel publicada en 2002 por el Fondo de Cultura Económica.


Sergio Pitol, amoroso de Polonia, nombra el primer establecimiento que se abrió entre los escombros de Varsovia después de la segunda Guerra Mundial: una florería. Así imagino a Wislawa Szymborska, surgiendo solitaria entre la neblina de un nuevo amanecer de cenizas y diamantes como en la película de Wajda.
Isaac Babel narra que los jinetes polacos cargaban a galope tendido contra los tanques blindados alemanes. Así veo a Wislawa Szymborska, sobre un maravilloso caballito polaco, lanza en mano, desafiante de ideologías y consignas, mientras la trepidación humana hace que unos hombres conduzcan tanques de guerra para destruir a otros. Szymborska siempre ha defendido la subjetividad frente al adoctrinamiento masivo.
Para ella, la autodestrucción es peor que la accidental muerte colectiva.
Aunque nació el 2 de julio de 1923 en Bnin, un pueblo al oeste de Polonia, Szymborska vive desde los ocho años en Cracovia, una de las ciudades más bellas del mundo. Cracovia, severa, alerta, esencial, retraída como una mujer que ha sufrido mucho; Cracovia permanece a la expectativa, como toda Polonia. Sale a caminar con su vieja bufanda y sus botines negros en la nieve y mira atrás y a los lados por si algún posible invasor con dientes ensangrentados la viene siguiendo. Codiciada por ávidos vecinos, avanza rápido porque sabe que su supervivencia depende sólo de ella.
Blanca y roja, Polonia es una imagen de Szymborska, una manzana roja partida en cruz que aparece cuando la nieve se derrite.
Si geografía es destino, el de Polonia, país mártir, país trágico si los hay, está marcado por las invasiones de Rusia, Austria (como Imperio austrohúngaro) y Alemania, que la mutilaron, le hicieron pagar un precio atroz obligando a sus ciudades a cambiar de identidad cada vez que las ocupaban o se la repartían rusos o alemanes. Los polacos, despojados, tuvieron que comerse sus propios corazones.
¿Qué les pasa a los habitantes de un país con vecinos empeñados en borrarlo de la faz de la tierra, al grado de que en algún momento en los mapas de Europa Polonia ya ni siquiera aparecía?
Aman a su país por encima de todo.
Las sucesivas particiones de Polonia, la llegada de Hitler y de Stalin al poder, la ocupación del país, la presencia de campos de concentración como los de Auschwitz-Birkenau y Treblinka pudieron asfixiar la voz de una Wislawa que en 1942 tenía 19 años. Desde la Universidad Jagellona, Szymborska padeció el aniquilamiento de su patria y, más tarde, el estalinismo —que llevó a Milosz a refugiarse en Estados Unidos—.
En su universidad, la joven Wislawa estudia literatura y sociología, y en marzo de 1945, al final de la guerra, publica su primer poema: “Busco la palabra”, en el suplemento literario del diario Dziennik Polski, y descubre que los ritmos poéticos son los mismos que los latidos de su corazón.
Wislawa Szymborska poeta, escribe a mano, dibuja signos en la hoja de papel, signos más complejos que los nuestros, a los que sólo hemos inventado un sombrerito para volver eñe la ene, porque en el idioma polaco hay eles partidas y eses con tilde que se pronuncian con el íntimo sonido de alcoba “shshsh”. Nos sorprendemos ante tantas consonantes juntas, “szczypnac’”, “c’wiczyc’”, “skrzywdzic’”. Esos signos adquieren vida cuando trascienden la tinta con que fueron escritos. Escuchar poesía eslava es adentrarse en una cantata catedralicia, una imploración, un lamento que proviene del principio de los tiempos. Alguna vez pude oír al ruso Józef Brodsky y mi asombro persiste y su canto sigue retumbando entre las paredes. La poesía de Szymborska es más ligera pero comparte las características de los idiomas de Europa central.
De 1953 a 1981, Wislawa trabaja en la redacción del semanario La Vida Literaria. Le atrae la poesía medieval francesa, la ama y la traduce. Comprendió que para ella la poesía era una forma de respiración y tuvo la sensatez necesaria para formular las preguntas que están todo el tiempo ahí, en el aire, esperándonos. Wislawa debió darse cuenta de que la pregunta es el inicio del saber.
Leer un poema es un rito de iniciación en el que el libro desaparece para convertirse en mensajero. La de Szymborska no es una poesía mística, sin embargo, sus poemas tienen la magia de la revelación. Y la de la sonrisa.
“A los existencialistas no les gusta bromear.” Wislawa, menos solemne y más irónica, más desacostumbrada de sí misma, nos revela que filosofía y poesía son vasos comunicantes. Wislawa tiende puentes entre ellas y se pregunta en qué se diferencian. ¿Qué es filosofía y qué es poesía? Filosofía es el arte de pensar, poesía el de intuir. Ambas son ríos que desde distintos manantiales desembocan en dos palabras que Szymborska insistió en repetir en su discurso de recepción del Nobel: “No sé”. Según ella, esas dos sílabas entrañables le abrieron la puerta a Isaac Newton y a María Sklodowska-Curie, su compatriota. “En el lenguaje de la poesía, donde se calibra cada palabra, nada es normal. Ni una sola piedra, ni una sola nube. Ni un solo día o una sola noche. Y, sobre todo, ni una sola existencia, ninguna existencia en este mundo.” Szymborska, con su modestia, vierte luz sobre la esencia del mundo.
Conocer nuestra esencia es conocer también algo del universo, por eso el poema nos conecta con el dios que cada uno somos. Lo que somos en lo más profundo, sólo se nombra mediante la palabra que el poeta atrapa. Szymborska, lúdica espectadora de sí misma, dice que “La Eva de la costilla, la Venus de la espuma, / la Minerva de la cabeza de Júpiter / eran más reales. // Cuando él no me mira, / busco mi reflejo / en la pared. Y sólo veo / un clavo del que han descolgado un cuadro”.
La poesía de Szymborska es gracia y descubrimiento.
Szymborska pasa del amor a la humanidad al amor por el individuo, y tal vez de allí derive su preferencia por la sencillez. Un pedazo de cielo es todo el cielo. A la poesía szymborskiana la acompaña la creencia de que lo muy pequeño contiene lo más grande y así el individuo es más grande que la humanidad. Amar a la humanidad es una abstracción, pero amar al individuo es tangible. Esta reivindicación del individuo nos hace ver al hombre no sólo como el inventor de la guerra sino como el creador de la belleza.
Muy pronto, Wislawa supo que su mundo giraría alrededor del instante poético. Lo supo tan bien que escribió Las tres palabras más extrañas:

Cuando pronuncio la palabra Futuro,
la primera sílaba pertenece ya al pasado.
Cuando pronuncio la palabra Silencio,
lo destruyo.
Cuando pronuncio la palabra Nada,
creo algo que no cabe en ninguna no
existencia.

En 1996, una sorprendida Wislawa Szymborska (“hay otros mejores que yo”) obtiene el premio Nobel, sumándose así a los tres escritores polacos que la antecedieron, Sienkiewicz (1905), Reymont (1924) y Milosz (1980). Testigo del nacimiento de Solidaridad, Szymborska lo comparte también con Lech Walesa, quien recibió el de la Paz en 1983.
La Academia sueca señala que Szymborska (comparable a Samuel Beckett y a Paul Valéry) ha sido calificada como el “Mozart de la poesía por la riqueza de su inspiración y sobre todo por la leve gracia con que ordena las palabras”, pero también “que hay algo de la furia de un Beethoven en su actividad creadora”.
Sal, Llamando al Yeti, Gente sobre el puente, Si acaso, El gran número, Fin y principio y otros títulos conforman sus nueve tomos de poesía a lo largo de 50 años literarios; conforman una obra celebrada dentro y fuera de Polonia. Los jóvenes la siguen, la cantan, la aman. Los 10 000 ejemplares de la primera edición de El gran número (un número infinito, paradoja inconcebible, un número sin número, el más pequeño de los círculos, cualquiera de ellos, Pi o el del borde del vaso) se venden en una semana de 1993. A Szymborska la canta Kora con su voz dulce en la noche de Varsovia (“la noche, viuda del día”, como la llama Szymborska). La escoge por su sentido del humor y porque el juego sonoro de sus ritmos es musical. También Lucía Prus la vuelve refrán callejero. “Amor a primera vista” es hoy una canción en que Szymborska asegura que el destino juega con los enamorados, los hace verse por la ventana, subir escaleras, perderse en la primera esquina. Todo está previsto, todo está contabilizado. Finalmente la modernidad es una suma inacabable de individuos que por una abstracción son reducidos a una cuenta bancaria, un número telefónico, las placas de un auto.
Sus poemas nítidos, aforísticos, nada describen, ninguno se alarga demasiado. Su ironía es precisa, tajante a veces. Más que cantar grandes elegías, exalta, juguetona, traviesa, las pequeñas y curiosas diferencias que nos determinan.
Szymborska anda de boca en boca, la tararean, la dicen en voz baja y en voz alta, es parte de la vida cotidiana por su modestia, su sencillez estilística y porque no vuela encima ni debajo de nadie.
Octavio Paz afirmaba que la poesía hay que decirla en las plazas públicas y promovió con Homero Aridjis los festivales de Morelia, Michoacán, en los que un público compuesto por campesinos, amas de casa, barrenderos, placeras y artesanos escuchaban embelesados a los poetas venidos del mundo. A partir de ese momento, la poesía empezó a volar no sólo por encima de los tejados mexicanos sino sobre los océanos.
A Szymborska, obsesionada por la Atlántida, mítico continente perdido entre Europa y América, de la cual supuestamente se derivan nuestras culturas, le habría gustado ver a la gente que va y viene en el zócalo detenerse para escuchar que la golondrina es una “espina de la nube, / ancla del aire, / Ícaro mejorado, / frac en el séptimo cielo”.
A los otros grandes poetas polacos no les sucedió lo que a Szymborska. Ni su compatriota Zbigniew Herbert, “para muchos el más grande poeta europeo del fin de siglo”, ni Czeslaw Milosz son tan festejados por los jóvenes como ella. José Emilio Pacheco, quien conoce bien la poesía de Europa central y ha ponderado a Herbert, a Czeslaw Milosz, a Vasko Popa, admira a esta mujer que hoy tiene 78 años y el cabello blanco y ha declarado que lo que más le gusta de los viajes es el regreso. Szymborska, que abomina del lugar común y de la falsa erudición, vive como una araña en el centro de su laberinto, prefiere quedarse en casa a fraguar las respuestas que en sus poemas sorprenden por inesperadas.
Para Szymborska, al igual que para los grandes: Heany, Milosz, Herbert, la vida humana, en última instancia, sólo puede ser comprendida como un hecho poético.
“Cuando escribo siempre tengo la sensación de que alguien está detrás de mí haciendo muecas. Por eso huyo, todo lo que puedo, de las grandes palabras”, comentó Wislawa en alguna de sus escasas entrevistas. Después del Nobel no tuvo más remedio que someterse a la curiosidad internacional, pero —aunque se benefició con el discurso de Kruschov condenando los crímenes de Stalin en 1956 y el consiguiente deshielo— siempre se mantuvo alejada de la política. “El escritor no debe usar la herramienta de la política, debe enfrentarse solo al mundo”, declaró, a diferencia de Milosz, Herbert o Szczypiorski, quienes en los ochenta abanderaron la oposición anticomunista.
Puede quererse a la gente —declaró— pero no es necesario buscarles un salvador. Cada vez que pienso en las ideologías recuerdo una película de Chaplin donde Charlot se va de viaje. Cargaba una maleta de hierro que no lograba cerrar, y cuando por fin corre el cerrojo, quedan fuera una manga de camisa, una pierna de pantalón. Entonces Charlot toma unas tijeras y corta todo lo que cuelga fuera de la maleta. Lo mismo pasa con las teorías intelectuales.
En el punto exacto entre el humor y lo ridículo, entre el pesimismo y el entusiasmo, se encuentra la poesía de Szymborska, que busca el claroscuro, la contradicción de sentimientos y efectos poéticos en el poema mismo. El claroscuro refleja la riqueza de posibilidades que ofrece la existencia humana. No sólo hay Hitlers y Mozarts, también hay hombres y mujeres que encuentran, en distintas latitudes y de distinta forma, las respuestas a las mismas viejas preguntas de la humanidad.
Imposible separar a Wislawa Szymborska de Cracovia, patrimonio de la humanidad. Cracovia, situada en el centro de Europa, como Szymborska, es mediterránea. Una de las reinas de Polonia, Bona, fue italiana, y todavía hoy los polacos llaman a las verduras “italianas” porque fue ella quien las introdujo en su dieta. Los polacos hablaban latín y su arquitectura florentina es la más fluida de Europa central. Sólo hay 11 cuadros de Leonardo da Vinci en el mundo y uno de ellos se encuentra en el Museo de los Czartoryski en Cracovia. “La dama con el armiño” podría ser Wislawa. Lo atestiguan la timidez de una sonrisa apenas esbozada y el recato de una mano grande y fuerte que protege al armiño.
Quizá Wislawa no asista a la iglesia de Santa María porque se ha declarado atea en un país católico, pero es imposible que no celebre al trompetero (de carne y hueso) que desde lo alto del campanario de Santa María sale a dar la hora en un solo aliento musical que se interrumpe abruptamente porque un tártaro mató a alguno de sus antecesores de un flechazo cuando atacó Cracovia. Los turistas azorados abren grandes los ojos porque el trompetero es un símbolo de libertad. Los alemanes, durante su criminal ocupación, prohibieron esa costumbre única en el mundo.
Sepultar a los poetas junto a los reyes en la catedral de Wawel es otra bella costumbre. Adam Mickiewicz, Juliusz Slowacki descansan al lado de la reina Jadwiga y los reyes Casimiro y Segismundo Augusto. Respiran al unísono su sueño de altezas serenísimas. Los héroes de la época napoleónica, Tadeusz Kos’ciuszko y Józef Poniatowski, sueñan de nuevo las grandes batallas que les dieron la victoria sobre los rusos o se tiran sobre sus monturas al río Elster antes de entregarse al enemigo. (¡Ah, los caballos polacos!) A la sombra de sus soberanos de piedra, Ignacio Paderewski, músico y primer ministro, yace bajo una lápida blanca, y si uno se acerca es fácil percibir el murmullo de miles de orquestas.
Wislawa ha escrito que para ella la muerte es una exageración y siempre llega un poco después. Todavía la esperan años tranquilos en la Roma polaca, como se llama a su ciudad, Cracovia. A pesar del Nobel, que la lanzó de cabeza al mundanal ruido, sabe que la muerte es torpe y “a veces ni siquiera tiene la fuerza de aplastar una mosca en el aire y son muchos los gusanos que la han abandonado”.
Por algo dice Wislawa Szymborska que no hay “nadie en mi familia que haya muerto de amor. / Lo que pasó, pasó, pero nada de mitos. / ¿Romeos tuberculosos? ¿Julietas con difteria? / Algunos, por el contrario, llegaron a la decrepitud. / ¡Ninguna víctima por falta de respuesta / a una carta salpicada de lágrimas!”
Cuenta Oliver La Naire (que la entrevistó en 1996) que para verla tuvo que atravesar un angosto pasillo en medio de un conjunto habitacional, subió escalones de cemento gastados por cuatro generaciones y finalmente la encontró esperándolo recargada en el marco de la puerta, vestida con una falda amplia y un grueso suéter de lana.
Habla de “una abuela sonriente de uñas cuidadosamente pintadas”. “En la entrada de su minúsculo departamento, se amontonan muñecos de peluche, pequeños vasos con flores, accesorios de loza que, juntos, componen un carnaval de chácharas”, puntualiza La Naire.
Ni las uñas cuidadosamente pintadas, ni el carnaval de chácharas, hacen juego con Szymborska, que alguna vez le pidió a la felicidad que no se enojara por considerarla suya y que compuso, como quien no quiere la cosa, su epitafio:

Aquí yace, como la coma anticuada,
la autora de algunos versos. Descanso
eterno
tuvo a bien darle la tierra, a pesar de que
la muerta
con los grupos literarios no se hablaba.
Aunque tampoco en su tumba encontró nada
mejor que una lechuza, jacintos y este
treno.
Transeúnte, quita a tu electrónico cerebro
la cubierta
y piensa un poco en el destino de
Wislawa.

La feria de los milagros