martes, 26 de enero de 2010


LA ELEGANCIA DEL ERIZO. UN SIEMPRE EN EL JAMÁS

Como ya he contado aquí en más de una ocasión, el proceso de gestación de un programa tipo de Buscando leones en las nubes es lento, demorado y tranquilo, a veces arduo (aunque siempre disfruto mucho), y se ajusta a un ritual que casi en todos los casos sigue etapas parecidas: primero surge -al modo de una chispa o fogonazo, una suerte de iluminación- una idea, el tema o argumento central de la emisión; a partir de ese momento la rumio en mi cabeza durante semanas hasta acabar puliéndola; si la considero viable empiezo a hacer acopio de posibles textos y canciones para ilustrarla; más adelante llevo a cabo una primera selección de ese material, luego otra más, y aún una tercera o una cuarta; elegidos las canciones y los textos definitivos, ajusto la probable duración de la lectura de los fragmentos, verifico la extensión de las piezas musicales, acomodo unos y otras para lograr su encaje idóneo entre sí y en una hora de emisión, decido el orden adecuado; para terminar pienso en las palabras introductorias y en las que despedirán el programa … y meses después, a veces años después, por fin todo está cerrado y llega la hora de encaminarse a la emisora a radiar el programa. A modo de ejemplo os diré que en este momento tengo encima de mi mesa los apuntes, las ideas germinales -en un mayor o menor estado de desarrollo- de una treintena de programas que acabarán emitiéndose en los próximos doce meses (o incluso aún más tarde). Ved aún otra muestra bien significativa de mi modo de trabajar: el artículo de Carlos Boyero sobre Tom Waits en el que basé la emisión previa a la Navidad se publicó el 11 de julio de 2008. Ese mismo día yo ya había decidido hacer un programa con él. Su programación definitiva no tuvo lugar, no obstante, hasta el 21 de diciembre de 2009.

Y así ha ocurrido también en el caso de las emisiones de estas dos semanas, la presente y la próxima. Yo leí La elegancia del erizo (tengo la primera edición, de septiembre de 2007… y ya lleva treinta) en la primavera de 2008 y ya entonces pensé que haría algún programa con sus textos. Desde ese momento se ha repetido el sólito itinerario (¿habéis visto a alguien más pedante?: ¡¡¡¡quién demonios escribe sólito en un blog!!!!!). En fin… el caso es que ahora, año y medio -casi dos años- después, la emisión (que a la postre serán dos; ¿a la postre?... ¡¡¡¡¡¡aggggggg!!!!!!) ve la luz.

La elegancia del erizo cuenta, en paralelo, dos historias que sólo al final acabarán confluyendo, la de Renée, la portera del número 7 de la calle Grenelle, un edificio en el que viven algunas, pocas, seleccionadas familias de ‘lo mejor’ de París, altos funcionarios, banqueros, artistas, y la de Paloma, la hija de doce años de un matrimonio de la alta burguesía parisina, su padre un diputado, ex ministro, y su madre, una mujer que, sin ser una intelectual, es doctora en Letras y, como dice su hija, escribe sus invitaciones para cenar sin faltas de ortografía y se pasa el tiempo dándonos la tabarra con referencias literarias. La familia, que completa la hermana de Paloma, la pija moderna Colombe, es extremadamente rica y habita en uno de los ocho enormes pisos del edificio de la calle Grenelle.

Renée es una portera atípica, encerrada en una apariencia que encaja en los rasgos externos que imaginamos en cualquier persona de su condición. Pero, más allá de su previsible superficie, en Renée encontramos un ser sensible e inteligente, autodidacta, que conoce y degusta las obras de los grandes filósofos (la autora, Muriel Barbery, es profesora de filosofía y ese poso aflora en la novela); una persona, esta portera, Renée, que aprecia las grandes obras de la creación artistica e intelectual del hombre y que por debajo o más allá de las rutinas de su profesión vive una vida espiritual.

Por otro lado, Paloma es una niña inteligentísima, y precisamente por su extraordinaria lucidez es, en cierto modo, una inadaptada. Decidida a suicidarse el día en que cumpla los trece años por su incapacidad de hacer frente al absurdo y el sinsentido que entrevé en la vida de los adultos, Paloma se entrega al proyecto de plasmar en su cuaderno dos tipos de reflexiones, que van apareciendo, alternadas, en distintos capítulos de la novela. Por un lado, las que ella llama Ideas profundas, que pertenecen al territorio del espíritu y que son pensamientos que plasma en un pequeño poema, a la manera de un haiku (la presencia de Japón es muy intensa en la novela). Por otro lado, entre estas ideas elevadas Paloma intercala el llamado Diario del movimiento del mundo, obras maestras de la materia, la belleza del movimiento de las gentes, de los cuerpos, de las cosas.

Ambos personajes viven, pues, una existencia más plena, más intensa, más verdadera, escondida entre los pliegues de su aparente banalidad exterior. Tienen, como señala un párrafo de la novela que leeré en el programa de la semana próxima, la elegancia del erizo, por fuera están cubiertas de púas, una verdadera fortaleza, pero por dentro tienen el mismo refinamiento sencillo de los erizos, que son animalillos falsamente indolentes, tremendamente solitarios y terriblemente elegantes.

En fin, resulta imposible daros cuenta, siquiera de un modo somero, de la multiplicidad de puntos de interés de esta magnífica novela. Espero que los fragmentos que os ofrecezco en estos dos programas, con ‘parlamentos’ de sus dos protagonistas, estimulen el interés por ella. Compradla, leedla, mejor aún, devoradla, disfrutad con ella, apasionaos con sus personajes admirables… estoy seguro de que no os váis a arrepentir. Hay además, una película, El erizo, estrenada recientemente, basada en la novela. No la he visto, aunque a priori (y sé que se trata de un prejuicio irracional e injustificable) me suena a francesada empalagosa.

Para la música de estos dos programas he elegido piezas de autores más o menos pertenecientes a la llamada nouvelle chanson francesa. Se trata de una serie de músicos, que publican su obra a partir de los años noventa del pasado siglo, y que, tanto por su creatividad y su efervescencia artística, como por la magnitud de su número y el impacto mediático de alguna de sus personalidades, parecen reeditar, cuarenta y hasta cincuenta años después, un fenómeno como el de la primera chanson, con las enormes repercusiones y la extraordinaria influencia que aquél tuvo. Jacques Brel (que era belga), Barbara, Yves Montand, Georges Brassens, Juliette Gréco, Françoise Hardy y muchos otros nombres míticos de aquel fecundo movimiento ven cómo su legado reaparece, convenientemente modernizado y recreado con las aportaciones del rock o del pop más actuales, en los discos de tantos jóvenes (y no tan jóvenes) creadores. En el primer programa de la serie podéis escuchar a Karpatt, Coralie Clément, Vincent Delern, Julie Delpy (la conocida actriz, quizá la que menos encaja en una corriente de fronteras, por otro lado, difusas), Helena Noguerra que suena arropada por la banda sonora del portugués Rodrigo Leâo, Keren Ann, Charlotte Gainsbourg, Dominique A, Carla Bruni, Romane Serda y Benjamin Biolay cantando junto a su ex-mujer Chiara Mastroianni.

Quiero dejaros también una muestra en vídeo de alguno de los artistas que han sonado en la emisión, aunque esta vez no he querido repetir las canciones del programa. Quien sí se repite es la protagonista, que parece la misma (¡esa languidez tan gala!) en los cuatro vídeos. Por un lado, esa francesita típica adopta las formas de Coralie Clément interpretando L’ombre et la lumière, una bossa nova a la moda parisina. A continuación, nuestra ingenua jovencita se metamorfosea en Keren Ann, cantando Ailleurs con una coreografía repolluda que puede provocar vómitos, aunque la canción es bonita. Más adelante la chica comparece metida en la piel de una Charlotte Gainsbourg (tan parecida a su madre, la guapísima Jane Birkin, como a su padre, el muy feo Serge Gainsbourg) con problemas de insomnio, no necesariamente causados (al menos no se ha podido demostrar) por la machacona repetición electrónica tan habitual en las producciones del dúo Air. La canción, pese a todo estupenda, es 5.55. Por último, en una vuelta de tuerca al concepto de ‘francesidad’, ahora tan debatido en el país vecino, podéis escuchar a la italiana Carla Bruni que susurra una preciosa Chanson triste en un escenario sobre el que no he podido divisar al ínclito Sarkozy (salvo que lo tape la batería).




La elegancia del erizo. Un siempre en el jamás

martes, 19 de enero de 2010


LA MELANCOLÍA. GENIO Y LOCURA EN OCCIDENTE

Hace cuatro años, con ocasión de la clausura de la exposición “Melancolía. Genio y locura en Occidente”, que entre octubre de 2005 y enero de 2006 se ofreció en las Galerías Nacionales del Grand Palais de París, Buscando leones en las nubes dedicó un programa a esta no siempre dramática y sí muchas veces dulce emoción. Como sabéis, la semana pasada este tema ya constituyó el motivo central de una emisión que giró sobre el libro de Eric G. Wilson, Contra la felicidad. En defensa de la melancolía. Con esa razonable excusa -completar una breve y melancólica serie invernal- y con la más leve e injustificable de mis siempre excesivas obligaciones laborales (no quiero dar demasiado la lata con este prosaico motivo recurrente, pero por desgracia así ocurre con frecuencia) me veo obligado a recuperar ahora aquel programa emitido entonces para seguir disfrutando de esos placeres literarios y musicales con los que nos recreamos los espíritus melancólicos.

En la exposición parisina, espléndida, se rastreaba la presencia de esta emoción a lo largo de la Historia del Arte occidental, analizándola, mostrándola desde ángulos diversos vinculados a la filosofía, la medicina, la psiquiatría, la religión, la teología o la literatura. Como podréis comprobar si escucháis la emisión, entonces yo invitaba a los oyentes a pasearse por la excelente página web del Grand Palais si querían gozar de las muchas maravillas de la muestra. Desgraciadamente la página ha expirado (¿y no decían que en internet estaba todo y para siempre?), por lo que sólo puedo, ahora, dejaros dos vínculos -uno, muy somero, del propio Grand Palais; el otro, algo más completo, de un particular- en los que encontrar algún eco de la exposición.

Los textos leídos en el programa son, o bien referencias citadas como complemento y explicación de las obras de arte en la propia exposición, o bien breves fragmentos de obras diversas recogidos de mis lecturas personales. Se trata de reflexiones, siempre interesantes y sugerentes, debidas a Andrés Trapiello, George Minois, Adolfo García Ortega, Víctor Hugo, Anton Chejov, Denis Diderot, Pío Baroja, Jackie Pigeaud, Aristóteles, Luisgé Martín y Emmanuel Kant. La música, con la que he procurado envolveros en una atmósfera melancólica, acorde a la tristeza profunda de los textos, está interpretada por Richard Hawley, Rosie Thomas con Ed Harcourt, Peter Gabriel, Sophie Zelmani, Djosinha, Gwyneth Herbert, Madeleine Peyroux, Adriana Maciel con Zeca Baleiro, Nouvelle Vague, Ryan Adams y George Michael.

Os dejo también, como de costumbre, algunos vídeos, cinco exactamente, relacionados con la música emitida en el programa. En lo visual no son gran cosa, para mi gusto, pero las canciones son preciosas y ya sólo por ello merecen la pena. Para empezar, Let it be me, con Rosie Thomas y Ed Harcourt con el fondo de una foto fija de todo punto inexplicable. A continuación, la preciosa Oh dear de Sophie Zelmani; las fotos de fondo son ahora cambiantes, agradables pero algo esotéricas, rozando peligrosamente el estilo new age. Algo mejores (la universal e irrefrenable tendencia a la cursilería siempre acechando, no obstante: dadle una cámara a un tipo y le asaltará de inmediato la vena ‘artística’, con resultados devastadores sobre la estética… y hasta la ética) son las fotografías en blanco y negro que acompañan el clásico Weary blues interpretado por Madeleine Peyroux. En una intimista actuación en Barcelona está grabada la versión que los Nouvelle Vague hacen de otro clásico, aunque éste más reciente, ochentero, In a manner of speaking, de los Tuxedomoon. Y para cerrar, un brevísimo Jesus to a child, de Georges Michael, registrado en una ceremonia de la MTV.




La melancolía. Genio y locura en Occidente

martes, 12 de enero de 2010


CONTRA LA FELICIDAD. EN DEFENSA DE LA MELANCOLÍA

Los dos primeros programas de Buscando leones en las nubes en el año 2010 están dedicados (muy apropiadamente, a mi juicio, para así marcar de modo inequívoco desde el comienzo el tono de nuestras emisiones) a la melancolía. Creo que de todas las emociones humanas la melancolía es la que se aviene mejor con el espíritu que guía Buscando leones en las nubes desde sus inicios. Somos, los buscadores de leones, seres algo tristes; o mejor dicho, no sólo lo somos, sino que incluso nos complacemos en cultivar los aspectos más nostálgicos, más sombríos, más lánguidos, más recogidos, más apagados de la existencia, aunque hay en nuestra experiencia mucho de placer, de satisfacción, de alegría incluso, pese a la aparente paradoja... ¡¡¡puede ser tan hermosa la tristeza!!! (pensad en un día frío y lluvioso, en las nieves de estas últimas jornadas; arrellanados en nuestro sillón favorito, leemos bellos poemas que hablan de amores imposibles y escuchamos canciones desesperanzadas y tristes mientras el mundo, afuera, gira, insensato y hostil, vana e inútilmente). En fin, debe ser la débil vena romántica que todavía me queda, vestigio absurdo de una juventud muy inocente; eso y la nostálgica atmósfera de tempus fugit tan habitual siempre que se hace balance de un año que finaliza, pero ¡¡¡cuánta felicidad (cuánta, a veces, amarga felicidad) en la melancolía!!!

Y es por ello por lo que no puedo encontrarme reconocido del todo en la definición que de ella da nuestra Real Academia de la Lengua: Tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida de causas físicas o morales, que hace que no encuentre quien la padece gusto ni diversión en nada. Es bonita la primera parte, esa idea de sosiego, de vaguedad, de profundidad y ligereza, como si quien padece la melancolía (no es un verbo tan horrible: apasionarse y padecer comparten raíces etimológicas) habitara un territorio especial, hecho de formas tenues, de sentimientos leves, poco definidos, que no acabaran nunca de consolidarse; un territorio que recorriéramos con pausa, casi flotando, en una existencia algo etérea, irreal, muy intensa sin embargo, una existencia fuera del tiempo, fuera, en cualquier caso, del frenético tiempo de nuestros días, lejos de las prisas, de los gritos, de la brutal banalidad que nos envuelve por doquier. Por ello no es cierta, no al menos en mi caso, la segunda parte de la noción académica... ¿cómo que quién vive melancólicamente no encuentra gusto ni diversión en nada? Lo reitero: ¡¡puede ser tan bella la tristeza!!... Y precisamente, a disfrutar de esa belleza melancólica presente en textos inteligentes y músicas preciosas es a lo que aspira, semana tras semana desde hace once temporadas, Buscando leones en las nubes. Espero por ello que, pese al tono sombrío de la mayor parte de las canciones y los fragmentos leídos en el programa de ayer, el resultado os resulte, como a mí, altamente estimulante.

La vertiente literaria de este primer programa del año gira sobre un excelente libro, algo provocador pero muy atrayente, y que quiero presentaros de modo somero. Su autor es el norteamericano Eric. G. Wilson (desconozco cuál es el nombre que se oculta tras esa G); el título es Contra la felicidad. En defensa de la melancolía y ha sido publicado por la editorial Taurus en traducción de Amado Diéguez Rodríguez. Vaya por delante, para todos aquellos de vosotros (seguro que no tantos) que quizá asociéis el género ensayístico con aridez, que el libro del que ahora os hablo es, aparte de extraordinariamente interesante, de muy fácil y amena lectura. Es evidente, claro, que cuando digo fácil no me refiero a trivial o simple, sino a que se lee con fluidez y soltura aunque haya que detenerse, paladearlo, reflexionar, abrirse paso e indagar en las muy sugestivas ideas que propone, en los atractivos argumentos que plantea.

La tesis principal de Contra la felicidad. En defensa de la melancolía puede resumirse muy brevemente. Vivimos en un mundo, en estas sociedades desarrolladas de principios del siglo XXI, que no sólo privilegia la felicidad, el placer, el disfrute inmediato, la gratificación del momento, la satisfacción instantánea de los sentidos… sino que nos impone, nos exige, nos condena en cierta forma, a esa felicidad, a una existencia plena, intensa, sin momentos oscuros, sin tristezas, sin hastío, sin depresiones, sin penas, sin duelo, sin lamentos, sin lágrimas. En nuestra opulenta sociedad del bienestar -no hace falta ir muy lejos: pensad en estas recientes navidades (pese a que los efectos de la crisis económica puedan haber mitigado sus habituales exaltación y derroche)-, todos nuestros deseos pueden, y hasta deben, ser satisfechos, por lo que la melancolía, la nostalgia evocadora de otros mundos, de otros momentos, de otras identidades, las ensoñaciones vagarosas que nos llevan a imaginar otras vidas, el anhelo inconformista que nos hace apreciar nuestra imperfección, todas esas manifestaciones del fracaso, del lado sombrío de la vida, de la limitación consustancial al ser humano, de la conciencia de nuestra naturaleza mortal, aparecen como sensaciones y hasta sentimientos totalmente proscritos. En la era del Prozac, de los libros de autoayuda, de los refinamientos gastronómicos al alcance de cualquiera, de los cruceros de placer en los que la clase media se entrega a un hedonismo asequible, en la era los spas y la segunda vivienda como exigencia casi existencial, en la era del erotismo omnipresente, de los tuppersex, del divorcio exprés, de la baja resistencia a la frustración, de la permanente fiesta juvenil, de la cultura del botellón (¡¡¡la ‘cultura’ del botellón!!!), de la patética resistencia a la vejez, y de su corolario, la adolescencia perpetuada ad infinitum, en la era de la inmediatez, del todo ahora ¡ya!… parece prohibida la melancolía.

Y es contra este estado de cosas contra el que se alza el libro de Eric Wilson. A partir del análisis de la sociedad norteamericana y de su obstinada y algo inmadura conminación a la felicidad, Wilson sostiene que, muy al contrario, los grandes logros de la especie humana se han obtenido a partir de las reflexiones, de la creatividad, de la innovación que sólo el estado de inquietud, de desajuste, de carencia, de inestabilidad que lleva consigo la melancolía, puede proporcionar. Y así, el autor defiende la melancolía como auténtica fuerza vital, genesíaca, transformadora de nuestra existencia. Se apoya para ello, y eso es otro de los aspectos interesantes del libro, en referencias literarias, filosóficas, musicales de un gran número de autores que han dejado huella de su paso en el mundo, precisamente a través o gracias a su temperamento melancólico: poetas como William Blake, John Keats o Emily Dickinson, compositores clásicos como Beethoven o Haydn, músicos actuales como Tom Waits, Bruce Springsteen, John Lennon o Joni Mitchell, pintores como Goya o Van Gogh. El resultado de su amena indagación es, como os digo, muy interesante, por lo que os recomiendo vivamente este Contra la felicidad. En defensa de la melancolía de Eric G. Wilson, del que he entresacado los textos leídos en el programa de esta semana (textos no sólo debidos al propio Wilson, sino también citas, por él mencionadas, de Coleridge, Keats o Amiel).

Y para completar la parte musical de la emisión he seleccionado once maravillas, once canciones espléndidas y tristísimas, que rezuman delicadeza y sensibilidad. Once joyas debidas a The Leisure Society, Bebel Gilberto, Chris Garneau, los fantásticos Eels (¿o debería escribir ‘el fantástico Eels’?; os anticipo un monográfico en Buscando leones en las nubes dedicado a la sorprendente figura literaria y musical del muy singular Mark Everett), Melody Gardot, Chris Eckman, Cat Power, Micah P. Hinson, Norah Jones, Ângela Rô Rô y Karen Dalton. Os ofrezco ahora de nuevo cinco de estas canciones en la sección de vídeos, aunque con la peculiaridad de estar interpretadas, todas ellas, en vivo. En primer lugar, We were wasted, de The Leisure Society, grabada en el Cafe de la Danse, en París. A continuación, Bebel Gilberto interpreta una austera Cançao de amor en un programa televisivo brasileño; no es su mejor versión, pero no está del todo mal (por cierto, he visto a Bebel Gilberto en concierto y es más bien floja; sus discos, en cambio, a menudo en manos de excelentes productores, me gustan mucho). Luego, un siempre singular y magnífico Chris Garneau, envuelve de magia las calles de Viena, en un algo excéntrico experimento, con Hands on the radio, que está muy cerca de ser una obra maestra. La genial Melody Gardot, que pese a su juventud y a su relativamente corta carrera musical lleva acompañándonos en Buscando leones en las nubes desde hace años, aparece en The Union Chapel, en Londres, bordando su My one and only thrill. Terminamos con otra de las favoritas del programa, Cat Power, que nos deleita con Who knows where the time goes en unas sesiones para la revista Rolling Stone.




Contra la felicidad. En defensa de la melancolía

lunes, 4 de enero de 2010


SI TE COMES UN LIMÓN SIN HACER MUECAS

Aprovechando las vacaciones universitarias (que aún siguen y que interrumpen la programación ordinaria de Radio Universidad), voy a inaugurar el blog de Buscando leones en las nubes en 2010 (¡bienvenidos y feliz año a todos!) recuperando un programa antiguo. Se trata de una emisión que salió al aire hace algo más de dos años, dedicada al escritor catalán Sergi Pàmies.

Sergi Pàmies es un consumado escritor de relatos. Ha publicado ya varios libros de cuentos, pero también algunas novelas, siendo igualmente colaborador habitual del diario La Vanguardia -antes lo fue de El País-, en el que escribe una columna de crítica de televisión. Su por ahora última colección de relatos, editada como el resto de su obra por la Editorial Anagrama, lleva por título Si te comes un limón sin hacer muecas y es de 2007. En ella se recogen veinte excelentes cuentos muy cortos precedidos por un prólogo entusiasta y esclarecedor del novelista Enrique Vila-Matas. De este libro está extraído el relato que he leído en la, así llamada, sección literaria de la emisión que ahora os ofrezco. Os recomiendo encarecidamente, además, el volumen que el escritor catalán publicó con anterioridad a éste, extraordinario también; su título, inequívoco y redundante entonces, algo desfasado hoy, El último libro de Sergi Pàmies (sobre uno de sus cuentos, excepcional y tristísimo, conmovedor y magistral, girará otro programa de Buscando leones en las nubes, que ya está casi elaborado -en los papeles- y que procuraré emitir, si me resulta posible, antes de finalizar el curso).

Los cuentos de Si te comes un limón sin hacer muecas se mueven, casi todos, en el terreno de la cotidianidad más banal. Sus personajes, las situaciones en las que se ven envueltos, las historias que se narran son aparentemente triviales pero, por detrás de su superficial simplicidad, siempre hay algo, un giro, una mirada, un enfoque, una vuelta de tuerca no previsibles que los hacen explotar, que nos muestran el drama, la tragedia, el absurdo, la inquietud, la incertidumbre, el sinsentido de la existencia humana. En Monovolumen, la falta de simpatía que el personaje principal siente hacia su vecino le hace rehuir el contacto con él, pero la proximidad de sus coches en el aparcamiento y la competencia implícita derivada de la comparación entre ambos modelos de automóviles desencadena el desenlace del cuento, en el que afloran la tristeza y la melancolía. En Brindis, el encuentro fortuito entre un escritor y una mujer que asiste a una de sus conferencias desembocará en un encuentro amoroso que es, a la vez, real e imaginado, y, en cualquier caso, desesperanzado y escéptico. En El juego, un inocente pasatiempo entre padre e hijo se convierte en una muerte dramática y una resurrección inquietante, tras un fugaz paso por los dominios de San Pedro. En Convalecencia, la repentina enfermedad y consecuente hospitalización de su suegro, llevan al personaje a hacer un descubrimiento que, quizá, alterará su vida conyugal. En Sangre de nuestra sangre se narran las insólitas consecuencias de una cierta laxitud, tan contemporánea, en la educación de los hijos. En La vida dulce, aflora la soledad irremisible de un tímido recalcitrante que reencuentra el amor de su juventud.

En todos los cuentos hay tristeza, desamparo, melancolía, desolación; hay desconfianza, amores agostados, frustraciones; hay insatisfacción y tedio; pero hay también ternura, ironía y humor. Pàmies sabe captar y, sobre todo, sabe transmitir, con inusual economía de medios, la soledad de la vida actual, la deshumanización de los rituales urbanos en este desasosegante siglo XXI. El relato elegido para el programa se titula Precisamente hablábamos de ti, contiene la mayor parte de las claves de la obra de su autor y, como podréis comprobar, es magnífico.

La música que acompaña la narración de la historia, siempre en el tono intimista habitual de Buscando leones en las nubes, la interpretan Souad Massi, Neil Halstead, Simone Kopmajer, Inara George, Adriana Calcanhoto, Rufus Wainwright, Bassekou Kouyate con Ngoni Ba, Grant Lee Phillips, y Michael Stipe con Asha Bhosle, entre los múltiples colaboradores del proyecto One Giant Leap.

También os traigo vídeos para empezar el año. El algo huraño Neil Halstead, haciendo una introspectiva (más de lo habitual en él, si cabe) Martha mantra en un café de Brighton en 2009. Le sigue Inara George (¿se pronunciará Ainara, a la vasca?), entre nubes (quién sabe si buscando leones), susurrando Fools work, qué belleza de canción. En directo en un programa televisivo aparece Adriana Calcanhoto cantando su almodovariana (entre otras referencias explícitas) Esquadros. A continuación, un doliente Rufus Wainwright se lamenta, gime y se retuerce intentando convencer a la audiencia de que no está preparado para el amor en Not ready to love, grabado durante el festival de jazz de Montreux en el año 2007. Y para finalizar, una maravilla absoluta, The way you dream con, entre otros, Michael Stipe y Asha Bhosle. Se trata de una de las piezas mayores de un disco por otro lado repleto de ellas, One giant leap, una obra maestra sin discusión, grabado en 2002 por dos productores y músicos ellos mismos, Jamie Catto y Duncan Bridgeman, que viajaron por todo el mundo registrando sonidos variados y recogiendo las colaboraciones de músicos de los cinco continentes, que aparecen reunidos en una amalgama que, aparte de su extraordinario valor musical, funciona como metáfora perfecta del universo globalizado y sin fronteras en el que nos movemos en este comienzo de siglo. Junto al CD original se editó también un DVD, gran parte de cuyas imágenes se puede encontrar en Youtube. Ambos, disco y película, son excepcionales. ¡¡¡No os los perdáis!!! ¡¡¡Es lo mejor de la década que acaba (como mínimo)!!!




Si te comes un limón sin hacer muecas