martes, 25 de febrero de 2014


NOIR

Hay una tradición en Buscando leones en las nubes que se viene repitiendo desde hace años con muy pocas excepciones y que consiste en hacer coincidir la ceremonia de entrega de los Oscars correspondiente a cada temporada con una emisión alusiva al mundo del cine. El próximo 2 de marzo los emblemáticos premios hollywoodienses llegan ya a su octogésima sexta edición y desde aquí hemos confeccionado un programa muy particular centrado en un interesante género cinematográfico, el “noir”, las películas de gánsteres y detectives, de policías y criminales, el thriller, el cine negro, en suma.
 
Para ello he seleccionado dieciséis frases que se escuchan en otras tantas películas del género, casi todas grandes clásicos, la mayor parte de las cuales han sido entresacadas de un libro esencial sobre la materia, Noir, escrito por el controvertido aunque para mí indispensable -como divulgador y crítico, no tanto como director- José Luis Garci. Un libro, cuya segunda edición revisada publicó la editorial Notorius en septiembre de 2013, del que podréis leer (a partir de mañana) una amplia reseña en el blog correspondiente a mi otro programa en Radio Universidad, todosloslibrosunlibro.blogspot.com. En los fragmentos escogidos pueden apreciarse, siquiera de un modo tenue, algunos de los principales rasgos del género: los diálogos descarnados, las réplicas rotundas, el acerado ingenio, la frialdad sentimental, el alcohol como refugio y sufrimiento, la mujer, siempre femme fatale, encarnación del mal y camino de perdición, la irremisible traición y el aciago destino, el cínico escepticismo como actitud ante la vida, el descreimiento en el amor pese a la vivencia (o a causa de ella) de su agridulce condena, el fracaso existencial, la soledad como condición última del hombre, y todos esos tópicos, espléndidos y evocadores tópicos, del cine negro.
 
Las películas en las que podéis encontrar los textos seleccionados son El parador del camino de Jean Negulesco; Agente especial, dirigida por Joseph H. Lewis; Born to kill de Robert Wise; Cry danger cuyo realizador fue Robert Parrish; La casa número 322 de Richard Quine; Atraco perfecto, la primera película de Stanley Kubrick; Doña Diabla, de Tito Davison; Perdición (Double Indemnity), quizá la mayor joya del género, debida al genio de Billy Wilder; Corazón de hielo de Gordon Douglas; Los sobornados, un gran titulo de Fritz Lang; El padrino, la obra maestra de Francis Ford Coppola; Retorno al pasado, también genial, de Jacques Tourneur; Fuego en el cuerpo, un clásico moderno dirigido por Lawrence Kasdan; Envuelto en la sombra, de Henry Hathaway; El halcón maltés, la confusa, fallida y sin embargo espléndida obra de John Huston; y El extraño amor de Martha Ivers, dirigida por Lewis Milestone.
 
Y entre los evocadores fragmentos han sonado las casi siempre melancólicas voces de Anita Ellis, Nat King Cole, Ella Fitzgerald, Benny Carter, Claudia Drake, Chet Baker, Jo Ann Greer, Leith Stevens, Jo Stafford, Illinois Jacquet, The Jazz at the movies Band, Jane Russell, Jack Sheldon, la banda de Duke Ellington con Johnny Hodges al saxo, Lizabeth Scott y Dooley Wilson, interpretando piezas que en su versión original -la escuchada en el programa en la mayor parte de los casos- aparecieron en películas tan fundamentales del cine negro como Gilda, de Charles Vidor; Blue Gardenia, otra estupenda obra de Fritz Lang; Pete Kelly’s blues, de Jack Webb; Jennifer, dirigida por Joel Newton; Detour, otra obra maestra de Edgar G. Ulmer; This world, then the fireworks de Michael Oblowitz; la no muy conocida y sin embargo espléndida La dama de Trinidad, que realizó Vincent Sherman; Infierno 36, un thriller de Don Siegel; otro clásico, La senda tenebrosa, dirigida por Delmer Daves; la serie de Mike Hammer, con diversos realizadores; el primer El cartero siempre llama dos veces, la fundamental película de Tay Garnett; Macao, otra película indispensable dirigida por Josef von Stenberg y Nicholas Ray; El largo adiós, de Robert Altman, con un Robert Mitchum inconmensurable; Laura, otra cima del cine negro, debida a la maestría de Otto Preminger; Ciudad en sombras, de William Dieterle; y por fin, la inevitable Casablanca, el clásico de Michael Curtiz en el que suena As times goes by, en la algo doliente voz de Dooley Wilson, con el triste tarareo previo de la inolvidable Ingrid Bergman, en una secuencia -y su coda algo extendida- que os dejo para poner fin a esta entrada.
 

martes, 18 de febrero de 2014


LA LEYENDA DE TOMBUCTÚ

Esta semana cerramos la breve serie dedicada al Malí e iniciada hace siete días en la que, sobre la base de un muy interesante artículo escrito por José Naranjo y publicado en El País Semanal el pasado 6 de octubre (y no el 11, como por error he señalado reiteradamente en los programas) con el título de Tombuctú, la vida después de la guerra, estamos ofreciéndoos una muestra representativa de la música del influyente -en este territorio artístico- país africano.
 
Las significativas estampas de la vida maliense recogidas en el reportaje (al que pertenece la foto de Joe Penney que ilustra esta entrada) se presentan aderezadas con la envolvente música de Bassekou Kouyaté con Kasse Mady Diabaté, Vieux Farka Touré, Fatoumata Diawara, Lobi Traoré, Sidi Touré, Ablaye Cissoko con Aissata Balde, Mamadou Kelly, Zani Diabaté & The Super Djata Band, Doussou Paradis, Salif Keita, Boubacar Traoré, Rokia Traoré y Toumani Diabaté con Ballaké Sissoko, en una amplia muestra de la riqueza y la variedad de estilos que pueblan la fascinante escena artística de uno de los países más fecundos musicalmente del continente africano.
 
Otro estupendo artículo de prensa, Los 'griots' ya no cantan en Malí, publicado por Amelia Castilla en El País, el 17 de septiembre de 2012, nos da cuenta -de un modo somero- de los efectos que ha provocado en la música de dicho país la guerra sufrida por los malienses a lo largo de estos dos últimos años. Os lo transcribo íntegramente como cierre a esta reseña.
 
 
 
Los ‘griots’ ya no cantan en Malí
 
Afel Bocoum, cantante y guitarrista, vive desde hace unos meses como un refugiado en Bamako. Dejó su casa de Niafunké, en el norte de Malí cuando los grupos islamistas próximos a Al Qaeda tomaron el poder en la zona, tras la declaración de independencia de los tuareg. Su aldea, al lado del río Níger, donde también vivía la familia del mítico Ali Farka Toure se ha convertido ahora en un pueblo fantasma. Ambos forman parte de las más de 80.000 personas que han recurrido al éxodo interno y se han refugiado en la capital del país, huyendo de la sharía, ley islámica que, entre otros vetos, prohíbe la música. Y con ellos se esfuma también el Festival del Desierto que se celebraba en Essakane a dos horas de Tombuctú.
 
No es Malí un país donde viajar resulte fácil. Carreteras de tierra roja atraviesan las aldeas y por los caminos se mueven mujeres o niñas cargadas con leña o agua que recogen, a veces, a kilómetros de distancia. En esos caminos la distancia se mide por días de viaje. La relación norte-sur nunca ha sido sencilla. Los deseos de independencia de los tuaregs, que quedaron marginados por el poder central, nunca fueron bien vistos en el resto del país, pero nadie esperaba que el territorio quedara partido. A la rebelión armada tuareg le siguió un golpe de estado para derrocar al presidente constitucional. Los militares dejaron las calles en silencio en los primeros momentos, pero la situación para los malienses se ha ido normalizando. Nick Gold, responsable de World Circuit y el productor que puso las músicas del mundo en el mapa, califica la situación de “dramática” aunque reconoce que la diferencia entre el norte y el sur es abismal. “La situación política ha hecho muy difícil la vida de las personas, incluidos los músicos y sus invitados”. Como productor de Ali Farka Toure conoce de primera mano las penurias que han pasado sus hijos. Todos han escapado a Bamako y las noticias que llegan de Niafunké son desoladoras. Hasta el plan de regadío, financiado por el mítico guitarrista, que permitía la llegada de agua a la aldea, ha sido destruido por “los barbudos”.
 
En Malí, uno de los países más pobres del mundo, la música forma parte de la vida espiritual de sus habitantes. Los griots transmiten oralmente la cultura y su opinión cuenta con cierto prestigio social. En apenas 600 kilómetros, los que van de Mopti a Bamako, se pasa del infierno al llamémosle ¡purgatorio! Bamako era la capital africana donde más y mejor música en vivo se podía escuchar. Convertida en punto de encuentro de músicos, productores y managers, llegados de todo el mundo en busca de nuevos talentos, no era raro escuchar a Toumani Diabate tocando la kora una noche cualquiera en el Blonba, uno de los clubs en los que se reunía la burguesía y que ahora se ha cerrado. Hace apenas tres años, la etnomusicóloga Lucy Durán y directora del programa Routes de la BBC, pasó seis semanas en Bamako. “Salí cada noche para escuchar música en diferentes locales y el nivel era muy alto”. Viajar ahora a la capital maliense se ha convertido en una aventura, los gobiernos occidentales desaconsejan viajar a la zona ante el grave peligro de secuestro.
 
La música cuenta cada vez con menos espacio para llegar a los ciudadanos. Se han cerrado locales de música en vivo y los estudios de grabación apenas funcionan, pero todavía se escuchan orquestas en directo y se han autorizado las Sunun, fiestas de celebración de las bodas que invaden las calles los fines de semana y con las que se ganan la vida muchos músicos. Discos como el de Brothers in Bamako, una colaboración de Habib Koite y Eric Bibb que se publica ahora, no será fácil que se repitan en un tiempo. Salif Keita vive entre París y Bamako, pero Rokia Traoré que pensaba instalarse en la capital seguirá viviendo en Francia.
 
Luis Sánchez-Vellisco, encargado de asuntos culturales de la embajada de España en Bamako, cuenta que en todos los conciertos a los que ha acudido tras el golpe de estado todos los artistas han hecho un llamamiento por la paz y cantantes consagradas como Oumou Sangaré aprovechan sus actuaciones en el extranjero para denunciar la difícil situación de las mujeres de su país. Recién llegada a Londres, tras participar en African Express, un tren que ha recorrido con 80 músicos algunas ciudades de Reino Unido y en el que se ha reencontrado con músicos malienses, Durán incide en la cruda realidad: “Son conscientes que la situación no se va a recuperar en años”. Sumidos en la desesperación algunos artistas ya han iniciado una reconversión. Es el caso de un balafonista que ha invertido todos sus ahorros en una máquina que detecta el oro.

martes, 11 de febrero de 2014


REGRESO A TOMBUCTÚ

Esta semana y la de dentro de siete días nuestra emisión nos llevará, una vez más, a Malí, en un nuevo recorrido musical, aunque en esta ocasión sin un acompañamiento literario en sentido estricto, por el culturalmente apasionante -y en estos momentos aún convulso- país africano. Regresamos a Malí, regresamos a una de sus ciudades emblemáticas, Tombuctú, a partir de un interesante artículo escrito por José Naranjo y publicado en El País Semanal el pasado 11 de octubre con el título Tombuctú, la vida después de la guerra. En él, el autor presenta una ilustrativa panorámica de la existencia en un Malí que se recupera lentamente de las heridas que causó la guerra que durante gran parte de 2012 y 2013 aterrorizó a la población maliense y sigue aún hoy día presente en sus vidas. Una espléndida foto de Joe Penney que acompañaba dicho reportaje ilustra esta entrada.
 
Entre los fragmentos del reportaje periodístico, sonarán entre los dos programas un total de veinticinco extraordinarios temas interpretados por algunos de los más significativos artistas del musicalmente muy fecundo país africano. En concreto, en la presente edición os ofrezco una serie de intensas, profundas, sugestivas y bellísimas canciones interpretadas por Moussa Diallo, Idrissa Soumaoro, Ramatou Diakité, Ali Farka Touré, Issa Bagayogo, Nahawa Doumbia, Kalory Sory, Amadou y Mariam (uno de cuyos recientes conciertos, dentro del festival Eurockéennes 2012, cierra, íntegro, este breve comentario) Sali Sidibe, Oumou Sangaré, Afel Bocoum y Aminata Kamissoko.
 
Os dejo también aquí, como despedida, otro significativo artículo de José Naranjo (que colabora habitualmente en un magnífico blog de temática africana, África no es un país, que os recomiendo vivamente) publicado hace algunas semanas, el 17 de enero de 2014, en El País, y en el que se describe la larga y tortuosa peripecia que siguen miles de africanos que atraviesan el continente en condiciones durísimas en pos del sueño de Europa.
 
 
En el camino, todo el mundo te roba 
 
Estación de buses de la empresa Binke Transport, en Faladié (Bamako). Son las doce del mediodía y en la calle el calor aprieta. Aún faltan cuatro horas para que salga el autobús con destino a Sevaré, en el centro de Malí, pero Sidi Djeri y Abdel Karim Coulibaly, de 24 y 21 años, ya esperan sentados en un banco al abrigo del sol inclemente. Apenas hablan francés, proceden del barrio de Hamdallaye y llevan el viaje grabado en la cara. La Aventura la llaman aquí. “¿A dónde vais?”, les preguntamos. “A Argelia”, responden con ingenuidad. Poco les diferencia del resto de viajeros, sólo esa mirada, esa sensación que transmiten de estar perdidos, de no saber realmente qué les espera más allá.
 
En Bamako, la capital de Malí, se da una gran paradoja. Hay miles de candidatos a iniciar el viaje hacia Europa, están en cualquier calle, en cualquier taller mecánico, en todos los cruces de caminos, pero, a la vez, son invisibles. “Si les preguntan no lo suelen reconocer abiertamente, pero muchos tienen ese sueño en la cabeza”, asegura Ousmane Diarra, 42 años, presidente de la Asociación de Malienses Expulsados (AME) sentado en su despacho del barrio de Djelibougou. La atracción es poderosa, pero los caminos que llegan al mar atraviesan un gigante de arena cada vez más ominoso, más difícil de penetrar, más lleno de peligros. Y aun así, muchos lo intentan. Una y otra vez.
 
Samakoun Dembele es todo un veterano de la Aventura. Este joven de Kita (región de Kayes) que pronto cumplirá los 33 años ha cruzado el Sahara en ocho ocasiones. Ahora trabaja como guardián en Bamako, donde gana unos 50 euros al mes que le dan para malvivir. Conoce las cárceles de Túnez y Libia y los centros de retención de España e Italia, hasta donde llegó en patera en dos ocasiones. “En el camino, todo el mundo te roba, los pasadores, los policías, los guardias de la prisión, bandidos que asaltan los camiones en complicidad con los chóferes. Nadie se preocupa por lo que te pasa”, asegura. “De momento estoy aquí, pero nunca se sabe”, añade, “quizás vuelva a intentarlo”.
 
Sidi y Abdel Karim sí lo saben. Ellos se van. Acomodados en dos asientos, silenciosos, pensativos, inician el viaje. A su lado, Lamine, un curandero guineano que viste traje de chaqueta y corbata y que asegura que con sus pastillas caseras cura la próstata en 24 horas, los mira con indiferencia. Igual que el resto del pasaje. El bus sale con dos horas de retraso y a 60 kilómetros de Bamako, primer contratiempo. Una rueda revienta y hay que esperar a que traigan el repuesto desde la capital. Perdemos cuatro horas más. Poco después, ya pasado Segou, segunda avería. Ahora es el eje de la dirección y la reparación, en esta ocasión, no es tan sencilla. Sidi y Abdel Karim no se inmutan. Así se viaja por África, nunca se sabe qué va a ocurrir a la vuelta de la esquina. Como los otros pasajeros, desapercibidos en el eterno deambular de África, bajan del bus y se sientan a esperar sentados sobre unas piedras.
 
El viaje hacia Europa es multiforme, poliédrico, tiene mil caras, sentidos y senderos. Desde los pueblos de origen repartidos por todos los países de África occidental, los jóvenes parten impelidos por la pobreza y la falta de horizontes, pero sin muchas ideas concretas. A bordo de autobuses, furgonetas y camiones van llegando a las grandes ciudades, cruces de caminos donde aguardan la próxima etapa. Hacen trabajos esporádicos para ir tirando, para pagarse el trayecto, la comida y un lugar donde dormir. Cuando logran reunir lo suficiente, reinician la Aventura. Y así, durante meses o años, van saltando de país en país. Pero a medida que se acercan a Níger, Argelia, Marruecos o Libia las dificultades son cada vez mayores. Imposible saber cuántos han muerto de hambre y de sed, engañados en este desierto.
 
A partir de Sevaré se empiezan a ver los restos de la reciente guerra que ha vivido Malí. Un puñado de vehículos calcinados y casas destrozadas por los bombardeos nos dan la bienvenida en Konna. En el autobús viajan más de 80 personas, muy por encima de su capacidad. Es como una lata de sardinas, todos los espacios, escaleras y pasillo, van llenos de gente que hace el trayecto incluso de pie. Tras pasar Douentza, nueva avería. El joven Abdoulaye Ag Tanal, un cantante tuareg, coge su guitarra y ameniza la espera entre vasos de improvisado té y charlas a la sombra de los árboles. Tras la pertinente reparación, nos sorprende la noche en el camino. Imposible llegar a Gao, por motivos de seguridad la ruta está cerrada. Toca dormir en Gossi, sobre alfombras alquiladas a 20 céntimos la noche y arropados solamente por un manto de estrellas. Hace frío. Cada uno busca su rincón.
 
Al día siguente, ya en Gao, los pasadores hacen pronto acto de presencia. Boubacar se acerca al autobús e interpela a los jóvenes que bajan. “¿Vas para Argelia? Puedo ayudarte”. Decidimos seguirle y nos conduce hasta una calle del barrio de Quatrieme desde donde salen los vehículos hacia el país vecino. Allí, Karim, un tuareg negro malencarado, nos da los precios. 50 euros si vas en cabina, veinticinco en el remolque, subido sobre los sacos de harina. Durante la guerra, la ruta de Kidal se cerró unos meses. Pero ahora vuelve a estar activa, el flujo de camiones y 4x4 es constante, diario. Y los aventureros lo saben.
 
La otra opción es ir hasta Níger. La carretera a Niamey presenta un estado impecable y, superado el paso fronterizo de Yassane, no hay obstáculos hasta la capital nigerina. Allí, en los alrededores de la estación de buses de la empresa Sonef, encontramos a decenas de jóvenes que vienen de toda África occidental, Gambia, Liberia, Camerún, Nigeria... Si en Bamako eran sólo sombras, apenas una declaración de intenciones, su presencia es ahora evidente. Abraham Mare salió de Banjul (Gambia) hace un año y medio. Tras recorrer Senegal, Malí y Burkina Faso su último destino ha sido esta calle polvorienta de Niamey. “No me queda dinero, lo poco que tenía me lo quitó la policía, así que ahora no tengo siquiera la posibilidad de decidir”, asegura. De Guinea Bissau, Nando Caba está en una situación similar. Él llegó hasta Libia pasando por Agadez y estaba a punto de conseguir una plaza en un barco hacia Italia, pero fue detenido, encarcelado y enviado de vuelta a Níger. Ahora trabaja como pintor por seis euros al día y duerme sobre cartones en un contenedor.
 
Justo al lado está el restaurante Cordon Bleu, regentado por Nataly Niambelé. Aunque es joven, los viajeros la llaman mamá. “Hace más de un año abrí este pequeño local y, pasado un tiempo, empecé a ver a los chicos que llegaban en los autobuses y dormían tirados frente a la puerta. Me daba pena, así que decidí invitarles a comer”. Desde entonces, Nataly ya sabe que una de las marmitas de arroz con carne o pollo con cebolla que prepara cada día está reservada para los emigrantes. “Lo hago con la fe de que Dios me va a ayudar, no puedo mirar para otro lado. Ellos son buenos chicos, incluso me cuidan el restaurante por la noche”, asegura.
 
Bertrand Fanko era uno de ellos. Camerunés de 30 años salió de su Douala natal en 2008 con la intención de abrir un negocio. Recorrió Nigeria, Benín, Togo, Burkina Faso, Malí, Senegal, de vuelta a Malí y finalmente Níger. En Dakar montó una pequeña industria artesanal de harina de pescado para el ganado, pero fracasó; en Bamako vendía productos de limpieza para coches y tampoco le fue muy bien. “Me dije a mi mismo ¿y por qué no intentar ir a Argelia o a Europa como los demás? Quizás allí lo consiga finalmente”, recuerda. Una vez en Niamey, exhausto, sin dinero, acudió a la catedral en busca de refugio. Y se encontró al padre Mauro.
 
Mauro Armanino, genovés, misionero de 61 años, delgado, alto, barba blanca y pelo largo, siete años en África. “Recuerdo a Bertrand perfectamente”, explica el sacerdote, “lo encontré durmiendo en un banco del patio y le dije que no se fuera a Argelia, le convencí para que se quedara. Estos chicos no existen para nadie. Vivimos en un sistema económico que necesita la guerra permanente, un sistema montado por el colonizador que insinúa el lujo, promete y luego no mantiene la promesa y usa la violencia para mantener al colonizado lejos”, asegura el sacerdote, que desde hace tres años ayuda a los jóvenes en tránsito, los escucha, los encamina hacia los foyer, (hogares de acogida autogestionados en los que se agrupan por nacionalidades), intenta echarles una mano, buscarles algo de trabajo para que puedan volver, para que desistan en su idea. “Están tan frustrados… En Europa son irregulares y lo tienen mal, pero han llegado; los que están aquí no llegaron nunca a ningún sitio”.
 
Al final, Bertrand decidió quedarse en Niamey, donde ha emprendido un nuevo negocio. “Cuando estaba en Bamako tenía un amigo congolés que se llamaba Mupao. De repente, empezó a vestir bien y se le veía feliz. Me dijo que se dedicaba a arreglar las uñas a las mujeres. Así que pensé que yo también podía hacerlo. Fui a una peluquería de Niamey y pagué 30 euros para que me enseñaran. Ahora voy al mercado y ofrezco mis servicios, que realizo a domicilio o en la misma calle”, asegura. Enseña una fotocopia plastificada de uñas pintadas de todos los colores y con todas las formas. Es su tarjeta de visita. Por cada mano gana tres euros. El negocio, esta vez sí, no le va mal y ya está en fase de expansión. “Ayer aprendí a arreglar las pestañas”, añade.
 
En la zona de Buropa, al lado de un inmenso vertedero de basura que arde en decenas de hogueras donde los niños buscan qué aprovechar, está el foyer de los malienses. Ibrahim Ouattara, de Sikasso, y el jovencísimo Demba Tandja, de Yelimané (Kayes), pasan la tarde sentados en la barra de una cafetería callejera. Boubacar Traoré se anima a decir algo. “En Bamako están las cosas mejor que aquí, hay alguna posibilidad de trabajar y es difícil ver a gente dormir en la calle”, asegura con un punto de nostalgia, “pero para seguir el camino tenemos que pasar por Niamey”. Este maliense de sonrisa franca está en lo cierto, ahora vive en uno de los países más pobres de la Tierra.
 
Una imagen que bien podría reflejar la realidad de Níger es la de 16 millones de personas sentadas sobre cientos de miles de toneladas de rico uranio que sirven para alimentar las centrales nucleares de Francia. Y, sin embargo, la gran parte de estas personas no tiene para comer. Acosados por las hambrunas recurrentes, por enfermedades como la diarrea o la malaria que provocan miles de muertes cada año, sobre todo entre los niños, y por la implacable desertificación, la mayoría de la población vive en la franja meridional del país con una de las tasas de natalidad más altas del mundo, 7,2 hijos por mujer. “Ese es uno de los problemas, los aventureros no están mucho peor que buena parte de los nigerinos”, asegura el padre Mauro.
 
Y, encima, ahora están bloqueados. Desde la muerte el pasado mes de octubre de un centenar de emigrantes cerca de la frontera con Argelia después de que su camión sufriera una avería, las autoridades han decidido aplicar mano dura en el control de los flujos. Los fallecidos eran temporeros del sur de Níger que iban a trabajar en la agricultura, de ahí que más de la mitad de los fallecidos fueran mujeres y niños. Pero da igual. El viaje es igual de arriesgado para todos. La policía ha cerrado unos 70 pisos patera en Agadez y está expulsando hacia el sur, a Niamey, a decenas de jóvenes cada día.
 
“Ahora están atascados aquí, ni para adelante ni para detrás”, explica el padre Anselmo Mahwera, sacerdote tanzano que huyó de la vecina Gao por la guerra y que desde hace dos años está afincado en la capital de Níger. Pero todos los actores de esta África en permanente movimiento están convencidos de que el bloqueo no durará mucho tiempo, demasiada gente ganando dinero a costa de los migrantes, policías, pasadores, chóferes, como para que se detenga este inmenso río de mil afluentes. Será más difícil, más peligroso, más oculto, más osado. Ya lo está siendo. Pero también igual de imparable.

martes, 4 de febrero de 2014


MÁRCIO FARACO. A PESAR DE LA OSCURIDAD

Esta semana os ofrecemos la segunda y última entrega de la breve serie dedicada simultáneamente a la poesía de Brasil y al cantautor de aquel país Márcio Faraco -que cumplió cincuenta años en una fecha indeterminada (que decenas de consultas en internet no han sido capaces de dilucidar) de 2013- en una conjunción muy atractiva de la dulzura de los temas del delicadísimo cantante y la belleza de los poemas de algunos relevantes autores brasileños, entresacados de la muy recomendable antología La poesía del siglo XX en Brasil, publicada 2012 por la editorial Visor en su colección La estafeta del viento, en una edición de la que es responsable José Javier Villarreal. De ella está extraído Receta de mujer, el excelente poema de Vinicius de Moraes que emitimos hace siete días y que cierra hoy esta breve presentación.
 
Manuel Bandeira, Oswald de Andrade, Adélia Prado, Cecilia Meireles, Antonio Cicero, Joâo Cabral de Melo Neto, Haroldo de Campos, Ferreira Gullar, Mario de Andrade, Armando Freitas Filho y Ana Cristina Cesar son los autores de los poemas que han sonado en la emisión complementando las deslumbrantes canciones (Lado a lado, Ciranda, Problema de visao, Com tradiçao, Sumidouro, A pesar de escuridao, Tempestades de verao, Boa viagem, Sarapatel humano, O sobreviviente y Pao com pao) de nuestro homenajeado.
 
 
Receta de mujer. Vinicius de Moraes
 
Las muy feas que me perdonen,
Pero la belleza es fundamental. Es necesario
Que haya algo de flor en todo eso,
Algo de danza, algo de haute couture
En todo eso (o entonces
Que la mujer se socialice elegantemente en azul, como en la República
Popular China). No hay términos medios posibles. Es necesario
Que todo eso sea bello. Es necesario que de pronto
Se tenga la impresión de ver una garza apenas posada y que un rostro
adquiera de vez en cuando ese color sólo aprehensible en el tercer minuto
de la aurora.
Es necesario que todo eso sea sin ser, pero que se refleje y germine
En la mirada de los hombres. Es necesario, es absolutamente necesario
Que todo sea bello e inesperado. Es necesario que unos párpados cerrados
Recuerden un poema de Éluard y que se acaricie en unos brazos
Alguna cosa más allá de la carne: que se los toque
Como al ámbar de una tarde. Ah, dejadme deciros
Que es necesario que la mujer que allí está como la corola ante el pájaro
Sea bella o por lo menos tenga un rostro que recuerde un templo y
Sea ligera como un resto de nube: pero que sea una nube
Con ojos y nalgas. Las nalgas son importantísimas. Los ojos,
Y esto ni se discute, que miren con cierta maldad inocente. Una boca
Fresca (¡nunca húmeda!) móvil, viva, es también obstinadamente requerible.
Es necesario que las extremidades sean flacas: que los huesos
Despunten, sobre todo la rótula al cruzar las piernas, y las pélvicas puntas
En el abrazo de una cintura móvil. Gravísimo es sin embargo el problema de
las clavículas: una mujer sin sabrosas clavículas
Es como un río sin puentes. Indispensable
Es que haya una hipótesis de barriguita, e inmediatamente
La mujer se eleve como un cáliz, y que sus senos
Sean de estilo greco-romano, antes que gótico o barroco, Y
 puedan iluminar la oscuridad con una capacidad mínima de cinco velas.
Es absolutamente preciso que el cráneo y la columna vertebral
Se vislumbren ligeramente… ¡y que exista un gran latifundio dorsal!
Los miembros que terminen como astas, pero que haya un cierto volumen de muslos
Y que sean lisos, lisos como un pétalo y cubiertos de suavísimo vello
Absolutamente sensible a la caricia en sentido contrario.
Es aconsejable en la axila un dulce césped de aroma propio
Apenas sensible (¡un mínimo de productos farmacéuticos!).
Preferibles son sin duda los cuellos largos
De forma que la cabeza dé a veces la impresión
De no tener nada que ver con el cuerpo, y la mujer nos recuerde
Flores sin misterio. Pies y manos deben contener elementos góticos
Discretos. La piel debe ser fresca en las manos, en los brazos, en la espalda y en la cara,
Pero los recovecos e interioridades deben tener una temperatura nunca inferior
A 37° centígrados, capaces eventualmente de provocar quemaduras
De primer grado. Los ojos, que sean de preferencia grandes
Y de rotación por lo menos tan lenta como la de la tierra; y
Que se sitúen siempre más allá de un invisible muro de pasión
Que es necesario sobrepasar. Que la mujer sea alta en principio.
O, si es baja, que tenga la actitud mental de los altos pináculos.
Ah, que la mujer dé siempre la impresión de que, si se cierran los ojos,
Al abrirlos ella no estará más presente
Con su sonrisa y sus intrigas.
Que ella surja, no venga; parta, no vaya;
Y que posea una cierta capacidad de enmudecer súbitamente y hacernos beber
La hiel de la duda. Oh, principalmente
Que ella no pierda nunca, no importa en qué mundo, No importa en qué circunstancias, su infinita volubilidad
De pájaro; y que acariciada en el fondo de sí misma
Se transforme en esfera sin perder su gracia de ave; y que exhale siempre
El imposible perfume; y destile siempre
La embriagante miel; y cante siempre el inaudible canto
De su combustión; y no deje de ser nunca la eterna danzarina
De lo efímero; y en su incalculable imperfección
Constituya la cosa más bella y perfecta de toda la innumerable creación.