martes, 31 de mayo de 2016

 
JOHN BANVILLE. EL MAR
 
Esta semana, siguiendo con la pauta que iniciamos hace quince días, os ofrezco una nueva emisión centrada en exclusiva en un determinado libro, en este caso otra novela de John Banville, a cuya última obra, La guitarra azul, dedicamos el espacio en nuestros dos últimos lunes.
 
En esta ocasión, para la preparación del programa he rastreado entre mis notas de lectura de una de las novelas mayores del escritor irlandés, El mar, que obtuvo el prestigioso premio Man Booker en 2005 y que os recomiendo con entusiasmo. Os ofrezco así una selección de una docena de fragmentos extraídos del libro y que aunque aparecen aquí fuera de contexto, tienen pleno sentido, tocan nuestra sensibilidad, invitan a la reflexión y pueden inducir en el lector y en el oyente -al menos eso espero- profundos pensamientos y emociones intensas.
 
Para facilitar este “impacto” emocional que pretendo con la lectura de los textos de Banville, os dejo también una muestra de espléndidas canciones que con su tono dulce e íntimo, melancólico y acogedor, constituyen el marco propicio para su disfrute. Sus intérpretes son Nancy Harms, Ben and Ellen Harper, Badi Assad, Benjamin Clementine, Adele, Robert Foster, Márcia, Bob Dylan, Chiara Civello con Chico Buarque, Bonnie Prince Billy, Sarah McKenzie y Silvia Pérez Cruz, que cierra el programa con su emotiva versión de Abril 74, la canción de Lluis Llach (¡triste Llach, hoy convertido al más rancio y antiguo y discriminatorio e injusto y reaccionario nacionalismo!) que más allá de su obvio contenido político coyuntural rezuma sensibilidad.
 
 
Llevamos a los muertos con nosotros hasta que también morimos, y entonces es a nosotros a quien llevan durante un tiempo, y luego nuestros portadores caen a su vez, y así sucesivamente en todas las generaciones imaginables. Yo recuerdo a Anna, mi mujer, nuestra hija Claire recordará a Anna y me recordará a mí, y luego Claire desaparecerá y otros la recordarán a ella, pero no a nosotros, y esa será nuestra disolución final. Cierto, algo de nosotros permanecerá, una fotografía desvaída, un mechón de su pelo, unas pocas huellas, unos cuantos átomos en el aire de la habitación donde exhalamos nuestro último aliento, y no obstante nada de todo eso será nosotros, lo que somos y los que fuimos, sino sólo el polvo de los muertos.

martes, 24 de mayo de 2016

 
JOHN BANVILLE. LA SOMBRA DEL PADRE
 
Esta semana os ofrezco la segunda parte de la breve serie que estamos dedicando a La guitarra azul, la excepcional última novela de John Banville. Vuelvo a remitiros, como hice hace siete días, al blog de mi otro espacio en la emisora universitaria, todosloslibrosunlibro.blogspot.com, para completar allí la información sobre el autor irlandés, con dos reseñas, una dedicada a su obra “propia”, podríamos decir, la que firma con su nombre verdadero, y otra centrada en los libros que aparecen bajo la rúbrica de Benjamin Black, el álter ego de Banville para sus novelas del género policiaco.
 
De La guitarra azul he entresacado una veintena larga de fragmentos muy interesantes, muy profundos y sugerentes, que aunque pensados para integrar la trama del libro o para caracterizar a su protagonista, sirven también, si los leemos fuera de contexto, para hacernos reflexionar sobre diversos aspectos de la naturaleza humana. En concreto, en los textos de esta emisión, todos con un tono algo sombrío y desconsolado y rezumando amargura y el lúcido escepticismo marca de la casa en el autor, tienen un especial peso los recuerdos de la infancia, y con ellos, la figura del padre, muy conflictiva en la vida del personaje principal de la novela.
 
Sirva por ello también este programa como una suerte de discreta despedida al mío propio, fallecido hace unas semanas, también mediante la presencia de algunas canciones, espigadas entre la melancólica banda sonora de la emisión, en las que el recuerdo de la figura paterna se constituye en motivo central del tema. Es el caso, sin duda, de My father’s eyes, la conmovedora composición de Eric Clapton con la que abrimos el programa, tras la cual suenan Lauren Anderson, Sun Kil Moon (en su pieza la emotiva remembranza es de su madre), Amy Winehouse, Colin Hay (también centrada en el recuerdo paterno), Ingrid St-Pierre, Coy Poole, Moira Waugh, Lindi Ortega, Coleman Hawkins y James Vincent McMorrow, que nos ofrece la enésima versión -más triste y oscura que el original- de Wicked game, el ya clásico de Chris Isaak (el número de recreaciones que conoce una obra da fe de su elevación al altar de lo intemporal e imperecedero), para cerrar nuestro espacio.
 
 
Un invierno, cuando era muy pequeño, no tendría más de cinco o seis años, contraje una de esas misteriosas enfermedades infantiles cuyos efectos son tan vagos y generales que nadie se molesta en darles nombre. Durante días permanecí en cama, medio delirando, en una habitación en penumbra, agitándome y gimiendo en un voluptuoso sufrimiento. Por órdenes del médico, a mis hermanos los habían desterrado a dormir en otro lugar de la casa y me dejaron en maravillosa soledad con mis sueños febriles. Las sábanas de mi cama tenían que cambiarse a diario y recuerdo cómo me fascinaba el olor de mi propio sudor, un tufo apestoso, viciado y denso, no del todo desagradable, para mí al menos. Mi madre debía de estar muy angustiada -la polio se extendía incontrolada en aquel tiempo- y no se separaba de mi lado, alimentándome con caldo de pollo y extracto de malta y aliviando mi frente ardiente con un paño húmedo. No obstante, era mi padre quien cada noche, antes de que cayera dormido, me traía un momento, especial e intenso, de tierna tregua. Tras deslizarse dentro de mi cuarto, colocaba su mano bajo mi cabeza y la levantaba apenas para, con destreza y asombrosa celeridad, girar la empapada, caliente y apestosa almohada hacia el lado fresco. Estoy seguro de que él sabía que estaba despierto. Pero por tácito acuerdo se entendía que yo me hallaba profundamente dormido y que, por tanto, no me daba cuenta del pequeño favor que me hacía. Por supuesto, yo no me dormía hasta que él había venido y se había ido. Qué extraña emoción sentía, medio de felicidad, medio de feliz terror, cuando se abría la puerta, proyectando un abanico de luz sobre el suelo del dormitorio, y la alta y desgarbada figura avanzaba con sigilo hacia mí, como el gigante bueno de un cuento infantil. Qué rara parecía asimismo su mano, no como la mano de alguien conocido, de hecho no parecía una mano en absoluto sino algo procedente de otro mundo que venía a mí, y mi cabeza aparentaba entonces no pesar nada, todo mi cuerpo parecía ingrávido y, durante un instante, yo flotaba libre, liberado de la cama, del cuarto, de mí mismo y como una paja, una hoja, una pluma, permanecía a la deriva y en paz en la suave y protectora oscuridad.

martes, 17 de mayo de 2016

 
JOHN BANVILLE. LA GUITARRA AZUL
 
Durante las próximas semanas, seis en total, nuestra emisión se va a centrar de manera monográfica en algunos libros de los que, en el curso de mis lecturas, he entresacado un número tal de citas interesantes que con ellas -y con el complemento de una música idónea- se pueden “redondear” unos programas muy atractivos y sugerentes.
 
En el caso de esta noche y de la del lunes que viene, el protagonismo recae sobre La guitarra azul, la por ahora última novela publicada por John Banville. El magnífico escritor irlandés ya protagonizó dos de las ediciones de Todos los libros un libro, mi otro espacio en Radio Universidad. En su personalidad principal, la del “auténtico” John Banville, os hablé de él a propósito de Antigua luz, una de sus novelas más accesibles, aunque en mi reseña aproveché para comentaros diversos aspectos de algunos de sus otros libros. Además, apareció también en su otro “avatar”, el de Benjamin Black, el seudónimo con el que publica novela negra, siendo el autor de una espléndida serie, protagonizada por el peculiar doctor Quirke, un anatomopatólogo especializado en la disección de cadáveres, que investiga y esclarece crímenes, de un modo siempre singular, en el Dublín de los años cincuenta del pasado siglo. Ambas críticas podéis encontrarlas en el blog de dicho espacio, cuya dirección ya conocéis: todosloslibrosunlibro.blogspot.com. Allí os remito para completar la información sobre este inteligente autor.
 
Su última novela, La guitarra azul, que participa de los rasgos más significativos de la literatura de su creador, esbozados en las reseñas que acabo de citaros, es también muy recomendable. A lo largo de su lectura yo he tomado infinidad de notas, recogiendo citas, comentarios, reflexiones, pensamientos y, en general, breves fragmentos que me han parecido significativos no solo desde el punto de vista del propio libro, del desarrollo de su trama o de la comprensión de la personalidad de sus protagonistas, sino también de un modo “exento” y autónomo a él. Se trata de textos con un interés en sí mismos y con un grado de profundidad y penetración tales que los hacen especialmente propicios para integrar hasta dos emisiones -como digo, la de hoy y la de dentro de siete días- de Buscando leones en las nubes.
 
Entre ellos, y como es habitual en nuestro espacio, suena una decena de deliciosas canciones, intimistas y algo melancólicas, tristes y desgarradas, llenas todas de emoción y sensibilidad, que se avienen de maravilla con el espíritu de los fragmentos literarios. Sus intérpretes son Andrea Motis -la última y jovencísima revelación del jazz español-, Rachel Yamagata, Franca Masu, Kimi Djabaté con Susana Travassos, Rebecca Binnendyk, Damien Jurado, Vinicius Cantuaria, Basia Bulat, Patty Pravo, Lucinda Williams y el excepcional Richard Hawley, un invitado habitual de Buscando leones en las nubes desde hace ya muchos años.

martes, 10 de mayo de 2016

 
B. B. KING. SIEMPRE NOS QUEDA EL BLUES
 
Esta semana nuestro espacio se centra en la figura de B. B. King, de cuya muerte se cumple el próximo 14 de mayo el primer aniversario.
 
Resulta imposible glosar aquí, aunque sea mínimamente, las múltiples facetas de la personalidad artística, como cantante, compositor y guitarrista, en el mundo del blues, el jazz y el rhythm and blues y hasta en el del pop o el del rock, del músico de Misisipi, su extraordinaria influencia en la obra de tantos otros artistas posteriores, su fecunda longevidad, ni siquiera mi propia experiencia personal en relación a su figura, salpicada de numerosos conciertos que en la década de los 80 me llevaron a Vitoria, San Sebastián o Madrid para encontrarme con su oronda figura rebosando vitalidad en interminables sesiones de frenética, tierna, sensible y siempre apasionante brillantez musical. Me limitaré pues a presentaros de modo sucinto el planteamiento que he elegido para este programa de homenaje y dejaré que sea su música la que protagonice esta espero que estimulante hora de radio.
 
No es fácil hacer una selección de temas escogiendo los más destacadas de una carrera de cerca de ochenta años, repleta de decenas de discos, de espléndidas canciones, de infinidad de números uno en las listas especializadas, de abundantes éxitos populares y grandes hits de repercusión mundial. He elegido, pues, catorce piezas que, siendo todas ellas conocidas y muy representativas de la obra de B. B. King, son, sobre todo, especialmente cercanas a mi particular vivencia de la música del estadounidense. Como tantas otras veces en casos similares, os ofrezco una sola -y no la mejor o la más significativa- de las múltiples posibilidades de aproximación al universo artístico de nuestro protagonista de esta noche.
 
Y como es la música de B. B. King la que me interesa, y no habiendo encontrado textos valiosos o ilustrativos o simplemente curiosos sobre el guitarrista, he espigado en diferentes periódicos y revistas musicales, buscados en internet, algunas declaraciones del músico, la mayor parte sin especial enjundia o trascendencia, algunas de dudosa procedencia o incluso probablemente apócrifas, en las que reflexiona sobre la música, el arte, su trayectoria y su importancia como intérprete, y, por supuesto, el blues.

martes, 3 de mayo de 2016


NO SABES LO QUE ES EL AMOR
 
La segunda edición de Buscando leones en las nubes dedicada al jazz con ocasión de la celebración, el pasado 30 de abril, del Día internacional de este género musical, se presenta muy densa en textos y canciones.

Como hace siete días os ofrezco una interesante serie de clásicos del jazz, acompañados con fragmentos de los sustanciosos comentarios que hace sobre ellos Ted Gioia en su libro, una monumental obra de referencia, El canon del jazz, publicado en España hace unos años por la editorial Turner. Una extensa crítica sobre el extraordinario libro, publicado originariamente en 2012 en Estados Unidos bajo el título de The Jazz Standards. A Guide to the repertoire, puede leerse en el blog de mi otro espacio en Radio Universidad de Salamanca: todosloslibrosunlibro.blogspot.com.

Y así, Liza, The man I love, Night and day, Our love is here to stay, Poinciana, `Round midnight, St. James Infirmary, Tenderly, The very thought of you, Willow weep for me y You don’t know what love is, son los temas clásicos que, continuando el orden alfabético que iniciamos el lunes pasado, suenan en la emisión en las interpretaciones de Al Jolson, Sophie Tucker, Mary Lou Williams, Dinah Washington, Keith Jarrett, Miles Davis, Jack Teagarden, Rosemary Clooney, Nat King Cole, Nina Simone y Ella Fitzgerald.


You Don’t Know What Love Is

Compuesta por Gene de Paul, con letra de Don Raye

Gene de Paul y Don Raye colaboraron en tres clásicos imperecederos de comienzos de la década de 1940, “You Don’t Know What Love Is”, “Star Eyes” y “I’ll Remember April”, que triunfaron en las listas pese a tener su origen en tres de las astracanadas más burdas de la época. “I’ll Remember April” sonó por primera vez en Ride’Em Cowboy (1942), un western bufo de Abbot y Costello; y “Star Eyes” se estrenó en I Dood It (1943), de Red Skelton; pero el punto de partida menos favorable de todos fue el de “You Don’t Know What Love Is”. La canción se compuso para una comedia bélica de Abbott y Costello titulada Keep’Em Flying (1943) —cuyo trailer se convirtió en un anuncio para la campaña de reclutamiento del ejército estadounidense—, pero se eliminó de la versión final antes del estreno. Aunque otras canciones de esa época contaron con el respaldo de Frank Sinatra, Bing Crosby o alguna otra estrella en ciernes, esta terminó en la papelera de la sala de montaje por no ser lo bastante buena para merecer unos minutos de metraje en pantalla, donde habría sonado interpretada por Carol Bruce, que hacía de azafata de la United Service Organizations.

A decir verdad, cuesta pensar en un estándar menos indicado para una película de humor. La canción de De Paul es una de las baladas más sombrías y melancólicas del repertorio jazzístico, y las interpretaciones más representativas extraen de la melodía una sensibilidad casi angustiada. Don Raye alude expresamente al blues en la letra —“You don’t know what love is until you’ve learned the meaning of the blues” [Uno no sabe lo que es el amor hasta que no aprende lo que significa el blues]— y el encadenamiento armónico, en buena lógica, suscita las frases de blues menor más descarnadas. Por otro lado, no pocos intérpretes han tratado de versionar “You Don’t Know What Love Is” en un tono superficial o desenfadado: una estrategia, por lo general, condenada al fracaso. Esta canción, más que casi ninguna otra, recompensa a aquellos artistas que prescinden de los esquemas preconcebidos y los fraseos ensayados de antemano para, en lugar de ello, canalizar en sus solos parte de su emoción más íntima.

La canción dispuso de una segunda oportunidad de aparecer en pantalla en 1942, cuando se incluyó en Behind the Eight Ball. El contexto, una vez más, era una comedia, en esta ocasión protagonizada por los Ritz Brothers, y la vocalista seguía siendo Carol Bruce. Sin embargo, antes de esta resucitación, algunos músicos de jazz ya habían empezado a fijarse en la pieza. En los últimos meses de 1941, “You Don’t Know What Love Is” acudiría al estudio de la mano de Ella Fitzgerald, Benny Goodman, Earl Hines, Harry James y otros líderes, siempre en forma de número vocal. En abril del año siguiente, Louis Armstrong interpretó la canción de De Paul y Raye para una retransmisión radiada en la costa oeste, de nuevo en versión cantada. Pero para entonces la pieza ya estaba perdiendo el favor de los músicos: durante los diez años que siguieron tan solo se registrarían unas pocas versiones de jazz.

Cuando la canción volvió a cobrar relieve en el mundillo, sus más firmes valedores fueron los trompetistas: Chet Baker grabó “You Don’t Know What Love Is” con acompañamiento de cuerda en 1953 y como número vocal en 1955, Miles Davis la grabó en una sesión de 1954 para el sello Prestige y Thad Jones la llevó al estudio a los pocos meses. Al iniciarse la segunda mitad de la década, la canción ya se había convertido en ingrediente habitual de grabaciones y recitales, y recibiría el imprimátur definitivo en 1956, cuando Sonny Rollins la incluyó en el sobresaliente Saxophone Colossus. Entre las versiones posteriores más destacadas, me permito llamar la atención del lector sobre tres grabaciones fundamentales de comienzos de la década de 1960: la lectura a piano solo de Lennie Tristano, recogida en el disco The New Tristano; la interpretación lírica que grabó John Coltrane para su álbum Ballads; y el dilatado ejercicio de flauta de Eric Dolphy, recogido en su elepé Last Date.

VERSIONES RECOMENDADAS

Ella Fitzgerald, Nueva York, 28 de octubre de 1941 • Earl Hines (con Billy Eckstine), Nueva York, 17 de noviembre de 1941 • Miles Davis, extraída de Walkin’, Hackensack (New Jersey), 3 de abril de 1954 • Chet Baker, extraída de Chet Baker Sings and Plays, Los Ángeles, 7 de marzo de 1955 • Sonny Rollins, extraída de Saxophone Colossus, Hackensack (New Jersey), 22 de junio de 1956 • Lennie Tristano, extraída de The New Tristano, Nueva York, otoño de 1961 • John Coltrane, extraída de Ballads, Englewood Cliffs (New Jersey), 13 de noviembre de 1962 • Eric Dolphy, extraída de Last Date, grabado en directo en el VARA Studio de Hilversum (Holanda), 2 de junio de 1964 • Freddie Hubbard, extraída de Outpost, Nueva York, 16 y 17 de marzo de 1981 • Roy Hargrove (con Antonio Hart), extraída de Approaching Standards, Nueva York, 1994.