martes, 31 de mayo de 2011


SOLOMON BURKE
La edición de esta semana de Buscando leones en las nubes se plantea como un homenaje a un músico deslumbrante recientemente fallecido; un músico no demasiado conocido, al menos en los grandes circuitos comerciales, en los que había reaparecido no obstante hace algunos años, pero con una carrera extensísima, que llegó a abarcar varias décadas, repleta de canciones intensas y apasionadas, melodías calientes y sensuales unas veces, románticas y delicadas otras. Se trata de Solomon Burke, que el pasado 10 de octubre moría, a los setenta años de edad, en un avión que lo traía desde su Estados Unidos natal a Europa, en donde pensaba iniciar una nueva gira de conciertos.

Solomon Burke era un artista inmenso y desbordante; lo era en todos los sentidos, con sus 21 hijos, 90 nietos y 19 biznietos, aceptando las cifras en la versión de la wikipedia, con su excesivo y peculiar desempeño como reverendo y predicador, con su obesidad mórbida que lo obligaba a actuar sentado, así lo puede ver yo en un concierto deslumbrante en Madrid y así lo podéis ver en la foto que preside esta entrada. Había alcanzado su mayor éxito en los años 60, con Everybody needs somebody to love como hito destacado, objeto de múltiples versiones. Pero su carrera se estancó durante décadas, o al menos careció de la esperable repercusión pública, permaneciendo en un segundo plano alejado del rutilante estrellato, hasta que en 2002 un disco, Don’t give up on me, supuso su reencuentro con el gran público, que descubrió por fin en él al genial intérprete de soul y blues que era. Del magnífico disco, una auténtica maravilla con fantásticas versiones de Tom Waits, Van Morrison, Elvis Costello y tantos otros genios, podréis encontrar una muestra muy completa en el programa con diez de sus once magistrales piezas.

Y como complemento a la música de Solomon Burke he querido, una vez más en Buscando leones en las nubes, presentaros literatura negra. Poemas de escritores afroamericanos, escritores americanos de raza negra que en sus versos, de modo más o menos explícito, dan cuenta del drama de su raza, de los sufrimientos vividos por sus hermanos en la opresión y la discriminación secular que han padecido los negros. Poemas indisimuladamente políticos en algún caso, más recogidos e íntimos en otros, combativos en su mayor parte, repletos de sensibilidad siempre, y casi todos entresacados de un artículo que con el título Veinte poemas de poetas afroamericanos y una canción desesperada, presentó Hilario Barrero en la asturiana revista Clarín en la primavera de 2009. Abrió la emisión la sobrecogedora Balada de Birmingham de Dudley Randall, inspirada en el atentado que sufrió en 1963 la iglesia baptista en esa ciudad de Alabama y en el que murieron cuatro niñas. Tras ella, los versos de Countée Cullen, Maya Angelou, Leroi Jones, Nikki Giovanni, Sonia Sánchez, Lucille Clifton, Derek Walcott, Wanda Coleman y, como cierre del programa, Langston Hughes, al que ya dedicamos dos emisiones en Buscando leones en las nubes hace unos años con ocasión de la elección de Barack Obama como primer presidente negro de la historia de los Estados Unidos. Y a Obama, precisamente, se refiere Hilario Barrero en la nota de introducción a su antología: Para que el señor Obama haya llegado a ser el presidente número cuarenta y cuatro de los Estados Unidos tuvo que haber muchos presidentes que tenían criados negros, para que haya hecho historia han tenido que ocurrir asesinatos, linchamientos, violaciones, abusos y denuncias y para que dos niñas negras vivan en la Casa Blanca otras niñas tuvieron que morir en la explosión de una iglesia en Birmingham. La historia americana tiene escrito un tiempo de vergüenza que al recordarlo produce rabia e impotencia. Si la poesía es en ocasiones un arma que dispara dos veces, en esta selección de poetas afroamericanos hay poemas que fueron bombas de relojería colocadas en el corazón y en la conciencia de los blancos. Casi todas han explotado; otras, todavía, esperan hacerlo. La mayoría de los poetas escogidos vivieron los peores momentos de la discriminación, lucharon por una igualdad que se les negaba en la tierra de la libertad y lo hicieron como mejor sabían hacerlo: con la palabra (...) Mejor que miles de ensayos, con más intensidad que cientos de teorías, más claro que oscuros textos sociales, estos poemas breves en su mayoría, militantes, llenos de rabia y orgullo, de impotencia y agresividad, pero cargados de esperanza son los mejores testigos de un período vergonzoso en el país de la libertad.
La poesía, la mejor cronista.

Monográfico de Solomon Burke también en la sección de vídeos. Pero en este caso con canciones grabadas en vivo y que, en su mayoría, no han sonado en el programa; canciones con un toque más soul y animado, frente a las de la emisión, algo más cercanas a la languidez del blues. Abrimos de un modo arrasador con Everybody needs somebody to love. A continuación Detroit city (I wanna go home) y Cry to me (ambas grabadas en el festival de jazz de Vitoria y con un sonido demasiado bajo). Luego dos duetos, con Mack Rice en el clásico de éste último Mustang Sally, y con Zucchero en una arrebatadora e intensa A devil in me. Y como cierre, un medley (¿por qué no diré popurrí?... cuánta estupidez) con breves fragmentos de Cry to me, Proud Mary y No one us are free (ésta con letra también muy combativa, muy cercana al tono general de los poemas del programa), cuya contagiosa efervescencia propicia que el ritual acostumbrado en sus conciertos -la ofrenda de rosas al artista por parte de jóvenes (y no tan jóvenes) vestales- convierta al escenario en un frenesí abarrotado y caótico en el que la música no importa demasiado; una escena que por otro lado, viendo cómo se relamía el bueno de Solomon, quizá pueda darnos alguna de las claves de la desmesurada prole de la oronda divinidad.



Solomon Burke

martes, 24 de mayo de 2011


LA MEMORIA DE LA JUVENTUD PERDIDA


El desencadenante de la emisión de esta semana de Buscando leones en las nubes surge, como tantas otras veces, de un hecho fortuito (ni siquiera eso, no llega a ‘hecho’), de un fogonazo repentino y azaroso. Una tarde, escuchando el último disco de Phil Collins, caí en la cuenta de la reciente aparición de una significativa cantidad de nuevos discos de una serie de grandes figuras de la música popular que en este último año nos han ofrecido su más actual propuesta discográfica. En efecto, el propio Phil Collins, Paul Simon, Brian Ferry, Peter Gabriel o Neil Young, entre otros, han presentado en estos meses nuevas obras (plagadas de versiones, pareciera como si, en cierto sentido, se les hubiera acabado la creatividad). Me dije entonces que mostrar el fruto de ese trabajo casi crepuscular de algunos de estos dinosaurios, llamémosles así, de la escena musical mundial, grandes nombres del mainstream, que diría un crítico cool, podría resultar interesante para un programa. De modo que me puse a escuchar con detenimiento todos esos discos seleccionando de entre ellos las canciones más acordes con el espíritu sosegado y melancólico que es en cierto modo una de las marcas de identidad de Buscando leones en las nubes. El resultado final es este conjunto de once piezas magníficas que integran la emisión, interpretadas por Eric Clapton, Phil Collins, Joe Cocker, Neil Diamond, Robert Plant, Brian Ferry, Rod Stewart, Brian Wilson, Sting, con el que canta Jo Lawry, Peter Gabriel y Neil Young.

Y como en estos casos unas ideas tiran de las otras, escuchando a estos artistas ya consagrados, casi todos por encima de los sesenta años, en muchos casos en el ocaso no siempre memorable de sus carreras, pensé en el paso del tiempo, en los estragos que la vida produce, en el despiadado correr de la edad, en el forzoso declinar de la existencia. Y por ello decidí rastrear en mis archivos de citas y referencias literarias (llevo años anotando frases que me gustan de los libros que leo) en busca de algunas que tuvieran que ver con la memoria y el recuerdo, con la nostalgia de la infancia y de la juventud perdidas, con la añoranza de otros tiempos que ahora, retrospectivamente, inventamos mejores de lo que en realidad fueron (por cierto, una foto de un Vigo no demasiado diferente al de mi niñez preside esta entrada), también con el olvido que los años traen a nuestras vidas. Siendo, como de modo evidente soy, un muy racional hombre de presente que no se regodea en la contemplación pasiva de lo ya acontecido, me encanta sin embargo la nostalgia, hasta el punto de que puedo entender e identificarme (en parte) con lo expresado (de modo ambiguo, por otro lado) por el escritor inglés John Banville en un fragmento (que ya leí en alguna emisión antigua) de esa obra maestra absoluta sobre el pasado y el recuerdo (entre otros muchos temas, todos sugestivos, todos espléndidamente tratados) que es El mar, la excepcional novela publicada hace un tiempo por Anagrama.

Vives en el pasado —me dijo.
Estuve a punto de contestarle mal, pero me contuve. Después de todo, tenía razón. Se supone que la vida, la auténtica vida, es una lucha, una acción y una afirmación inagotable, la voluntad embistiendo con su cabeza roma contra la pared del mundo, cosas por el estilo, pero cuando vuelvo la vista atrás me doy cuenta de que la mayor parte de mis energías se dedicaron siempre a la simple búsqueda de cobijo, de comodidad, de, sí, lo admito, un rincón acogedor. Comprenderlo se me hace sorprendente, por no decir escandaloso. Antes me veía como una especie de bucanero, enfrentándome a todo el que se me ponía a tiro con un alfanje entre los dientes, pero ahora me veo obligado a reconocer que me engañaba. Esconderme, protegerme, guarecerme, eso es todo lo que realmente he querido siempre, amadrigarme en un lugar de calor uterino y quedarme allí encogido, oculto de la indiferente mirada del sol y de la severa erosión del aire. Por eso el pasado supone para mí un refugio, allí voy de buena gana, me froto las manos y me sacudo el frío presente y el frío futuro. Y no obstante, ¿cuál es la verdadera existencia del pasado? Después de todo, no es más que lo que fue el presente una vez el presente ya ha pasado, no más que eso. Pero vaya.

Con este mismo tono íntimo y nostálgico del libro de Banville y punteando la emisión aparecen las reflexiones, las evocaciones de la juventud de Antonio Soler, Inma Monsó, Juan Antonio Masoliver, M.G.Vassanji, Ignacio Martínez de Pisón, Harry Thompson, Ricardo Menéndez Salmón, Philippe Claudel, Anna Gavalda, Bernhard Schlink y Adolfo García Ortega.

La sección de vídeos la integran Neil Young con su Love and war, Bryan Ferry en una versión del Song of the siren de Tim Buckley, Peter Gabriel con el I think its going to rain today de Randy Newman, y Rod Stewart con el clásico What a difference a day makes.

Para cerrar os dejo con otra página de El mar, llena de evocaciones de la adolescencia. Resulta, creo, una ilustración magnífica del tono del programa y recoge, además, lo esencial del clima de la novela, por lo que, de propina, espero que os despierte el interés por su lectura.

Veraneábamos aquí cada año, mi padre, mi madre y yo. No lo habríamos expresado de este modo. Veníamos aquí a pasar los veranos, eso es lo que habríamos dicho. Qué difícil es hablar como yo hablaba entonces. Vinimos a pasar todos los veranos, durante muchos, muchos años, hasta que mi padre se fue a Inglaterra, como hacían los padres a veces en aquella época, y siguen haciendo, si a eso vamos. El chalet que alquilábamos era un poco menos que una maqueta de madera de una casa de tamaño natural. Tenía tres habitaciones, una salita en la parte de delante que también era cocina y dos diminutas habitaciones en la parte de atrás. No había cielo raso, sólo la parte inferior del tejado de cartón alquitranado. Las paredes estaban revestidas de una madera involuntariamente elegante, estrecha, biselada, que en días soleados olía a pintura y a savia de pino. Mi madre cocinaba en un fogón de parafina, cuyo diminuto agujero para meter el combustible me proporcionaba un placer oscuramente furtivo cuando me hacían limpiarlo, pues para la tarea utilizaba un delicado instrumento hecho de una tira de hojalata flexible y un rígido filamento de alambre que sobresalía en ángulo recto de la punta. Me pregunto dónde está ahora la pequeña cocina Primus, tan maciza y resistente. No había electricidad, y de noche nos alumbrábamos con una lámpara de aceite. Mi padre trabajaba en Ballymore y por las tardes venía en tren, mudo y furioso, acarreando la frustración de ese día como un equipaje apretado en su puño cerrado. ¿Qué hacía mi madre durante todo el día cuando él se iba y yo no estaba en casa? Me la imagino sentada a la mesa cubierta por el hule de esa casita de madera, una mano bajo la cabeza, alimentando sus desafecciones a medida que el largo día llega a su ocaso. Entonces aún era joven, los dos lo eran, mi padre y mi madre, desde luego más jóvenes de lo que yo soy ahora. Qué raro se me hace pensar eso. Todo el mundo parece más joven que yo, incluso los muertos. Los veo allí, a mis pobres padres, jugando a que lo nuestro era un hogar en la infancia del mundo. Su infelicidad fue una de las constantes de mis primeros años, un zumbido agudo e incesante que apenas se podía oír. Yo no los odiaba. Los quería, probablemente. Sólo que se entrometían en mi camino, me impedían ver el futuro. Con el tiempo dejaría de verlos, se convertirían en mis padres transparentes.




La memoria de la juventud perdida

martes, 17 de mayo de 2011


LOS SENDEROS Y EL BOSQUE

De nuevo mis inacabables obligaciones laborales me impiden dejaros hoy aquí una presentación mínimamente decente del programa. Me limito, pues, a transcribir con algunos ligeros retoques mis palabras preliminares radiadas ayer para que podáis haceros una somera idea de la línea argumental de nuestra emisión de esta semana.

He seleccionado, para conformar la parte literaria de la emisión, once poemas extraidos del libro Los senderos y el bosque, una estupenda antología editada por Visor. En él, el antólogo, el también poeta Luis Antonio de Villena (que desde hace muchos años es uno de mis favoritos y al que dedicaremos un programa monográfico antes de que acabe el curso) recoge varias decenas de poemas escritos por los distintos ganadores del prestigioso Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe, que desde 1998 lleva destacando lo mejor de la poesía española e hispanoamericana. Si naturalmente -escribe Villena en el prólogo- el territorio y las posibilidades de la poesía son un bosque (como un bosque) y no son pocos los poetas que culminan perdidos en él, los poetas buenos hayan [sic] una senda que les permite recorrer ese bosque o parte de él, bien que un observador algo objetivo -como debiera ser el crítico- notará enseguida que la senda o sendero para no extraviarse está muy lejos de ser una exclusiva y sola, como quieren ciertos híspidos gurús de lo único, sino que bien al contrario, los senderos son muchos (tantos como las posibilidades del poeta, su dominio de la tradición y el oficio) y lo que es mejor, ninguno se excluye entre sí. Transitaremos, pues, por esos diversos senderos, a través de la voz de once jóvenes poetas -con excepciones: algunos, sin embargo, no lo eran ni en el momento en que fueron premiados- y, en cualquier caso, once poetas de una gran calidad, como podréis comprobar si escucháis la emisión. Por cierto, (y entre paréntesis), si nunca estoy satisfecho de mi voz leyendo poesía, esta semana el resultado es, a mi juicio, todavía más deplorable de lo normal. Sé -me digo- que es difícil leer poemas (¿mantengo el orden de los versos o ‘prosifico’ el texto?, ¿respeto el ritmo y la rima o privilegio el sentido?, ¿respiro con los versos o con mi organismo?, ¿siento con el poema y acepto entonces que me equivocaré al leer o intento una lectura sin errores a costa de sonar frío?) y que por ello jamás quedaré contento. En fin... compraos el libro y leed a vuestro antojo, disfrutaréis más). Jaime Siles, Felipe Benítez Reyes, Vicente Gallego, Aurelio Asiain, José María Álvarez, Silvina López Medín, Luis García Montero, Juan Antonio González Iglesias, Josefa Parra, Jenaro Talens y Joaquín Pérez Azaustre son los poetas cuyos versos no han podido escapar a mi masacre.

Unos versos que aparecen arropados por algunas excelentes canciones que he entresacado de mis escuchas de los últimos meses (relativamente 'últimos’; como sabéis los más asiduos seguidores de Buscando leones en las nubes, los programas se gestan con meses de antelación; éste en concreto está casi cerrado desde las pasadas navidades) y que contribuyen, con nuestro habitual tono recogido y algo melancólico a crear un clima propicio al disfrute. Una banda sonora excepcional, en mi opinión, debida a Harper Simon, Melody Gardot, Grant Lee Phillips, Sun Kil Moon, Rumer, Marissa Nadler, Asa, Ruth Cameron, Youn Sun Nah, Smoke Fairies y Martina Topley Bird.

Algunas de las chicas del programa aparecen también en la sección de vídeos, con piezas distintas a las interpretadas en la emisión. Melody Gardot y Sweet memory; Asa, con dos canciones, Fire on the mountain y su éxito Jailer; Marissa Nadler y Mexican summer; las Smoke fairies con Gastown; y You Sun Nah en una magnética versión del clásico My favourite things.




Los senderos y el bosque

martes, 10 de mayo de 2011


NUNCA HE HECHO OTRA COSA QUE LEER

Como todos los años cuando se acerca la Feria del libro a Salamanca, Buscando leones en las nubes dedica una emisión a los libros, a los hábitos lectores, a los placeres sin cuento y a la enorme satisfacción que nos proporciona la lectura, a las emociones que nos procura el acto de leer y a la irresistible pasión que a algunos nos arrastra hacia los libros. Tenéis en el blog dos programas antiguos de esta índole (En la soledad de los libros y Libros 2009, que yo recuerde ahora) y hay al menos otros cuatro de temporadas muy anteriores que esperan la ocasión para aparecer en esta página. Escogemos para ello, como en esas otras ocasiones, citas de libros, fragmentos literarios que tienen a la lectura como centro. En este caso, los autores de los textos son Philip Kerr, Alan Bennett, Jean-Claude Carrièrre, James Salter, Enrique Gil Calvo, António Câmara, Jean Michel Guenassia, Andrés Trapiello, Umberto Eco, Franz Kafka y Alberto Manguel. Un cuadro muy evocador de Jean-Jacques Henner, La lectora, recrea en su imagen el tema central de la emisión.

Entre los fragmentos literarios surgen algunas preciosas canciones, recogidas y algo melancólicas, muy propicias en cualquier caso para degustar los textos y para conformar un programa que espero os resulte encantador. Sus intérpretes, casi todos asiduos de nuestras emisiones, son, para empezar, uno de mis grupos revelación de esta temporada, los atmósfericos Soap & Skin con la magnética voz de la jovencísima austriaca de nombre impronunciable Anja Plaschg al frente, y luego Alí Farka Touré con Toumani Diabaté, Paula Morelenbaum con Joao Donato, Lizz Wright, Isobel Campbell con Mark Lanegan, Brian Ferry, Frazey Ford, Antony and the Johnsons, Tracey Thorn, Betty LaVette y la nigeriana Sade Adu, de la que estos dos últimas temporadas hemos escuchado aquí casi íntegro su último espléndido disco.

Para la sección de vídeos he escogido las cuatro canciones que más me gustan del programa, Mr. Gaunt PT 1000, una auténtica maravilla de Soap & Skin (una calificación que no desmerece el que haya sido utilizada para la campaña publicitaria de un automóvil), Come undone, de Isobel Campbell y Mark Lanegan, My lord my love, de Antony and the Johnsons, y Late in the afternoon de Tracey Thorn; todos cantando en directo, salvo Antony, del que no encontré ninguna grabación en vivo de la canción emitida.

Cierro esta entrada con la transcripción íntegra de un artículo, publicado por el escritor Andrés Ibáñez en el ABC de las letras y las Artes del 29 de julio de 2006. Bajo el título Leer: cómo se hace, para qué sirve, el autor desgrana una serie de interesantes reflexiones sobre la lectura, que concuerdan con el espíritu del programa y que, sobre todo, os van a resultar muy sugestivas.

Ahora, querido lector, querida lectora, estás leyendo. ¿Crees que tus ojos “se deslizan” por las líneas como una especie de góndola a lo largo de un canal? Te equivocas. Los ojos humanos no se deslizan, sino que saltan por la línea escrita. Saltan, se detienen una centésima de segundo, leen las palabras que hay antes y después, vuelven a saltar de nuevo, y así hasta llegar al final de la línea: entre tres y seis saltos por línea, según lo apretadas que estén las palabras o la atención con que se lee.

Tampoco nuestra atención se desliza, sino que salta. Aunque leamos con atención, no leemos todas las palabras: nos distraemos continuamente. Nuestra atención no está preparada para leer un chorro continuo de palabras únicas y esenciales, y los textos en los que uno no se puede perder ni una palabra (por ejemplo, ciertos textos de filosofía) tenemos que leerlos una y otra vez para entenderlos. Los textos bien escritos (como este, por ejemplo) consisten en continuas reelaboraciones de lo mismo, en variaciones y variaciones de un tema. Es necesario decir las cosas muchas veces para que el lector las entienda. Es necesario, digámoslo así, dar muchos ejemplos. La literatura es, en cierto modo, el arte de poner ejemplos. Cervantes dice en un par de frases que Don Quijote se volvió loco: a continuación, se dedica, a lo largo de cientos y cientos de páginas, a poner ejemplos.

“Diferir” significa dos cosas: (1) decir algo diferente de lo que dice otro, y (2) postergar, es decir, retrasar en el tiempo. Todas las frases que existen, desde la primera que se escribió al principio de los tiempos, comparten esas dos cualidades. Difieren y se difieren. Diga usted algo, cualquier cosa. En seguida notará que es imposible decir eso “completamente”, y que necesita añadir otra frase más para aclarar la primera. La segunda frase aporta precisión y acota el campo de significado de la primera, pero también introduce significados nuevos, nuevas cosas que hay que aclarar. Aparece así una tercera frase, que pretende dejar perfectamente claras la primera y la segunda. El “significado”, pues, esa perla perfecta, esa flor azul inconcebible, difiere: se retrasa. Y también difiere en el otro sentido, se hace cada vez más diferente. Así surge la literatura: por la imposibilidad de decir nada completamente, de decir nada definitivamente.

Antiguamente, leer se percibía como algo semejante a hablar. Esa es la razón de que en las inscripciones romanas, por ejemplo, las letras estén tan juntas: sólo se entiende dónde empiezan y terminan las palabras si se leen en voz alta. Fue San Agustín el primero que describe a una persona leyendo en silencio, es decir, leyendo con los ojos. A partir de entonces comienza el proceso que llevará a la lectura moderna, que percibimos no como algo semejante a hablar, sino como algo semejante a mirar. Leemos con los ojos, excepto los ciegos, que leen con los dedos: claro que los ciegos también ven con los dedos.

Pero ¿qué es lo que vemos? Cuando leemos literatura, no vemos las letras. Ni siquiera vemos la página. Es posible que al principio, por espacio de unas frases, veamos la página, pero luego, si la magia de la literatura se produce de verdad, los ojos comienzan a ver cosas que no están físicamente presentes. Entonces leer ya no se parece ni a hablar, ni a mirar, sino a recordar. ¿Por qué los libros suelen estar escritos en pasado, si nos cuentan cosas que sentimos como presentes? Sin duda el origen está en los aedos que contaban las hazañas épicas sucedidas siempre mucho tiempo atrás, pero esa convención bien podría haber caído en desuso como tantas otras. No, los libros están escritos en pasado porque son algo así como recuerdos inducidos.

Leer es una creación, y todo el que lee es creador. El buen lector lee sin prisa, lee sin expectativas. El buen lector no desea aprender nada ni convertirse en una persona mejor: desea vivir más, tener experiencias reales. El buen lector no va en busca de diversión, sino de alimento. Claro que, ¿quién desea alimentarse de una sustancia que no resulte deliciosa? El buen lector sabe que cuando entra en los caminos de un libro entra también en su propio interior, y que las cosas que encuentra en esos caminos, dragones o rosas, estatuas o ratas, están también dentro de él. Leer es viajar por dimensiones inexploradas del palacio de la imaginación; quiero decir, visitar cuartos de la propia casa mental que de otra forma estarían siempre cerrados. Leer es viajar, leer es descubrir, leer es construir en el espacio interior una casa, una resistencia. Leer es construir una casa para el alma. Leer es construirse un alma.





Nunca he hecho otra cosa que leer

martes, 3 de mayo de 2011


ARQUITECTOS DE SUEÑOS


La pauta más habitual en Buscando leones en las nubes desde sus inicios la constituye un tipo de programas en los que no hay un hilo conductor claro y en los que textos y canciones no siguen una línea argumental cerrada y bien definida sino que se presentan aislados, sostenidos tan sólo por la belleza que encierran en sí mismos, por su capacidad de sugestión, sin que, como ha sido más frecuente, no obstante, en los últimos años, giren sobre un autor o un intérprete determinado o sirvan para ilustrar una idea concreta, ejemplificar un movimiento social, celebrar un particular acontecimiento cultural, o resumir el espíritu de una obra, de un libro, de un personaje singular. Llevo muchos años, como ya escribí aquí en otra ocasión, llenando cuadernos (ahora ya lo hago, signo de los tiempos, directamente en el ordenador) con frases y fragmentos más amplios extraídos de los libros que leo, poemas que me gustan, referencias de canciones. De todas esas libretas, blocs y agendas he ido entresacando las citas con las que a lo largo de las primeras temporadas de emisión he elaborado estos programas que he llamado ‘misceláneos’. Y así, durante largo tiempo, en Buscando leones en las nubes no proliferaban los programas monográficos a los que estáis acostumbrados nuestros seguidores más recientes, sino, muy al contrario, estos otros algo dispersos, con músicas y fragmentos literarios de muy diversos pelajes, de intención y alcance variados, de orígenes y propósitos bien distintos. La finalidad última era provocar, merced a esa mezcla, a través de la confrontación que deseábamos fecunda, gracias al revelador contraste entre unos y otras, entre la iluminadora profundidad y la honda evocación de las citas literarias por un lado, y la maravilla siempre emotiva de las piezas musicales, la aparición de esa belleza inteligente que ha sido desde el comienzo nuestro último horizonte, quizá ambicioso y desmesurado, pero siempre muy presente entre nuestras intenciones.

Pues bien, mi planteamiento inicial para el programa de esta semana pretendía moverse una vez más en ese territorio indefinido de las canciones y los textos heterogéneos y sin nada, aparentemente, en común. Sin embargo, al menos en los fragmentos literarios, he podido constatar, a medida que iba elaborando el guión del programa, una cierta reiteración en los temas de fondo, que comparten una idea común, que se citan en un territorio coincidente (muy mío, por otro lado, uno de los grandes ejes recurrentes de mi vida): el de los deseos insatisfechos, las aspiraciones pretendidas y no siempre logradas, los anhelos a menudo truncados, los sueños tantas veces no realizados. El resultado, no del todo buscado, como digo (¿o mi inconsciente sí lo premeditó?; ¿premedita el inconsciente?, ¿medita incluso?), es así un programa, el de ayer noche, que nos habla sobre la condición humana y una de sus más esenciales verdades: somos, por encima de todo, arquitectos de sueños. Y de esos sueños, de la voluntad a menudo frustrada de introducir cambios radicales en nuestras vidas, de la construcción de proyectos que casi siempre se desvanecen en el aire, de los propósitos frecuentemente ilusorios, de las fabulaciones y quimeras que se traducen de continuo en fracasos, en grises realidades, en desesperanzas, de todo ello nos dan cuenta los magníficos textos escritos por James Salter, Andrés Neuman, Giani Stuparich, Orham Pamuk, Gustavo Martín Garzo, Haruki Murakami, John Maswell Coetzee, Jonathan Franzen, Jean Michel Guenassia, Friedrich Hörderlin, Ivo Andric y Alice Munro que integran el programa.

De esa condición esencialmente soñadora del hombre, de ese estado de permanente e imposible aspiración del ideal que constituye a mi juicio, ya lo he dicho, lo más noble y profundamente humano de todos nosotros, habla también, aunque sea como metáfora, el bellísimo cuadro de Matisse que ilustra esta entrada, El sueño de Ícaro (desayuno, desde hace décadas, con ese cuadro frente a mis ojos; el inevitable Cola-Cao y Matisse siempre a mi lado, más allá de otras circunstanciales -y no siempre tan fieles- compañías mañaneras). El anhelo inalcanzable de otras vidas perfectas, realizadas, el sueño, que arrastramos desde la expulsión del paraíso (si creemos en ello, aunque sea, de nuevo, sólo en un plano metafórico), de dejar atrás la pobre naturaleza humana, el deseo insatisfecho de superar nuestros límites, el ansia de vivir entusiasmados, de ser como dioses (entusiasmo procede etimológicamente -el dato me gusta mucho, lo repito de continuo- de un término griego que significa, más o menos, llevar un dios dentro). La locura del deseo, aspirar a tocar el sol, imaginar un ingenio volador con el que trascender nuestra pobre animalidad, construir poderosas alas, soñar con el vuelo libre, caer, caer, caer... La vida...

En fin… y la música, muy acorde -con su dulzura, con una cierta languidez, con su intimismo- para acompañar tan sesudas reflexiones, la ponen los daneses Our broken garden con la magnética Anna Bronsted al frente, Mavis Staples, Sly Johnson, K.D. Lang, Stranded Horse con Ballaké Sissokó, geniales, lo que hace menos disculpable el que olvidara citarlos en la emisión, Idrissa Soumaoro, The Swell Season, John Hiatt, Eels, Court Yard Hounds, Nina Becker y Ed Harcourt.

A algunos de estos intérpretes podéis verlos en actuaciones en directo en los vídeos que dejo aquí. Our borken garden y la atmosférica In the lowlands; Stranded horse en Thee (no he encontrado ninguna interpretación en vivo de Shields, la maravilla que sonó en el programa); los cinematográficos The swell season y la bellísma In these arms; el ínclito Mark Oliver Everett y su Eels en That’s not her way; para terminar con Ed Harcourt cantando Killed by the morning sun.




Arquitectos de sueños