domingo, 19 de julio de 2009


EL VIENTO DE LA LUNA
A pesar de que todo el mundo está aquí de vacaciones (yo mismo incluido), quiero ofreceros una nueva entrega (doble, además) de Buscando leones en las nubes, en parte por razones de oportunidad (como comprenderéis unas líneas más abajo), en parte porque no sé si podré reaparecer en el blog antes de septiembre (no descarto alguna recuperación agosteña de programas pasados) y seis semanas son muchas para dejar de alimentar a esta criatura que, como las plantas, se amustia y languidece si no se la provee de nutrientes con regularidad. Y ciertamente que resulta sustancioso, vigorizante y suculento el menú que ahora dejo aquí para solaz (eso espero) de los cuatro o cinco asiduos que seguís descargándoos programas pese a la tórrida y muy evidente desbandada estival.

El 20 de julio de 1969 el hombre pisó la luna (la prensa y los medios de comunicación nos bombardean estos días con reportajes variopintos sobre la efeméride). El crucial acontecimiento me sirve de excelente excusa para desempolvar un par de emisiones que salieron al aire en enero de 2007 y que tuvieron a la luna como protagonista principal. Se trata de dos programas, de una serie de cuatro dedicada a Antonio Muñoz Molina, centrados en El viento de la luna, la que hasta entonces era la última novela publicada (en la editorial Seix Barral) por el académico andaluz (se anuncia una nueva para el último trimestre de este año).

El viento de la Luna transcurre a lo largo de los días de julio de 1969 en los que la misión espacial del Apolo XI viajó a la luna, y que culminaron, el 20 de julio de ese mismo año, en aquel primer paseo de Amstrong y luego de Aldrin, por la superficie lunar. Recordaréis la famosa frase de Amstrong: Es un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad. Pues bien, en aquellos días, en Mágina, el inventado pueblo jienense en donde Muñoz Molina ha situado una gran parte de su obra, un chico de trece años, trasunto del propio autor, como lo es Mágina de su Úbeda natal, vive este suceso con la misma intensidad y apasionamiento con los que disfruta de las novelas de aventuras o los tebeos de ciencia ficción.

La novela juega en todo momento con el contraste entre dos planos. Por un lado se describe con precisión la atmósfera en la que se desarrollaba la vida gris, roma, sin expectativas, de un adolescente en la triste España franquista, un hijo de agricultores sin otra aparente perspectiva vital que la obediente reproducción de los esquemas de comportamiento marcados por su trayectoria familiar y por la mediocridad y las represiones de la vida provinciana. Por otro lado, ese adolescente sueña con las posibilidades -a las que la misión espacial y la conquista de la luna apuntan como metáfora- de una vida más plena, de una edad adulta y una madurez felices y logradas; una felicidad y un logro que el joven puede entrever, puede imaginar a través de la fascinación que encuentra en los libros y el cine. Y así, la expedición a la luna aparece como emblema de un futuro que -a los ojos del muchacho, casi un niño aún- se presenta como el advenimiento de una nueva era, no tanto para la humanidad entera, como señala el comandante Amstrong, cuanto para él mismo; una nueva era que sea a la vez clausura de un mundo antiguo y opresivo y apertura a una vida más verdadera, más intensa, más -podríamos decir- realizada. Hay a lo largo de la novela, pues, un juego constante entre la prosaica -y en ocasiones también poética- realidad adolescente y la fascinación por la aventura espacial como símbolo del sueño, del anhelo de libertad.

Me interesa resaltaros también que en El viento de la luna tiene un especial protagonismo el padre del autor, en otro rasgo claramente autobiográfico de la novela, y que el fallecimiento de su progenitor en los días de la escritura del libro llevó a Muñoz Molina a dedicárselo tiernamente a su padre. Y me interesa mencionaros este dato porque para mí, aún un niño en esos días, la llegada del hombre a la luna está también unida a la figura de mi padre que, entonces un hombre joven, más de lo que lo soy yo ahora, lleno de una inquietud, una curiosidad y un entusiasmo que hoy me resultan imposibles de asociar a su figura, intentó -vanamente, sin éxito alguno- convencer a sus hijos -yo, el primogénito, entre ellos- para acompañarlo a esas horas intempestivas en su presencia fascinada ante el televisor. No podéis siquiera imaginar (o quizá sí) la enorme fuente de reflexiones (sobre la dificultad de la existencia, sobre el sentido de la vida, sobre el paso del tiempo, sobre la desesperanza que nos trae la cercanía de la muerte, sobre la radical inutilidad de nuestros afanes) que supone para mí la nostálgica constatación del hecho de que mi padre, un anciano que parece haber dimitido de toda alegría e ilusión vitales, hubiera sido alguna vez un hombre lleno de estímulos, lleno de energía, lleno de vida, en el esplendor de su carrera, de su vida profesional y familiar… ¿he dicho esplendor?... sic transit gloria mundi.

La música que acompaña a los textos de Antonio Muñoz Molina la ponen unas cuantas canciones que hablan de la luna desde su mismo título. En algunas de ellas nuestro satélite ‘opera’ como referencia directa e inmediata, en otras se trata sólo de alusiones indirectas y más o menos metafóricas. En todos los casos, piezas preciosas, con ese tono lánguido y melancólico que tan bien se aviene con el estilo del programa y en esta ocasión, además, con la atmósfera del la novela del escritor andaluz. En la primera emisión los intérpretes fueron Billie Holiday, Celtic Fayre, Eels, Neil Young, Jazzamor, Grant Lee Phillips, Paul Simon, Tom Waits, Norah Jones y Sting. En el segundo programa, cantaron Alice, Lyle Lovett, Nick Drake, Nina Simone, David Gray, Petra Haden con Bill Frisell, Tindersticks, Ornella Vanoni, Sting (que recurrente, y al parecer algo obsesionado con la luna, repite), Mia Doi Todd, Nils Lofgren y Richard Hawley.

Mi poca disponibilidad de tiempo para confeccionar esta entrada (de hecho, lo esencial del texto que acabáis de leer repite lo que podréis encontrar en la introducción del primer programa) me impide ofreceros vídeos alusivos. Otra vez será (porque, os lo anticipo ya, habrá más ocasiones de hablar de la luna, de la noche en general en las emisiones de Buscando leones en las nubes del próximo curso).

Espero, vuelvo a insistir, tener ocasión de desembarcar aquí alguna otra vez a lo largo de este verano. En cualquier caso, y por si no es así, permitidme desearos a todos los que aún me leéis unas estupendas vacaciones. (También a los que ya no me leen, aunque ellos, sin duda, ya estarán disfrutando).


El viento de la luna I


El viento de la luna II

miércoles, 8 de julio de 2009


ARDE EL MAR BAJO EL FUEGO DE LEVIATÁN

En noviembre de 2002, con ocasión del naufragio del Prestige frente a las costas gallegas, del desastre ecológico provocado en sus aguas, en la fauna y en la flora marinas, de la dramática repercusión que supuso en las vidas de las gentes de Galicia la devastadora tragedia, Buscando leones en las nubes ofreció un programa especial que quería ser tanto un acto de simpatía y solidaridad con quienes sufrían esa horrible marea negra como un alegato y una protesta -en sordina, en voz baja, conforme al estilo de nuestra emisión- en contra de la avaricia ciega, la casi siempre fraudulenta e impune obsesión por el dinero, la codicia de los comerciantes, los abusos del poder y, en definitiva, en contra de ese estado de cosas -el que vivimos cotidianamente- que permite que tales situaciones se repitan una y otra vez. Un alegato que hacía suyos los gritos unánimes de Nunca mais, repetidos por la ciudadanía gallega en esos días.

El programa se organizó, inusualmente, en dos partes. En la primera, que se acomodó al esquema convencional de nuestras emisiones, seleccioné poemas de escritores españoles e hispanoamericanos que tienen al mar como centro y motivo principal acompañados de canciones también marinas, con el mar, en sus múltiples manifestaciones, como referente último de las letras y con el suave murmullo de las olas sonando literalmente en más de una pieza. Los poemas, extraídos como los del programa de la semana pasada del monográfico que la revista Litoral dedicó a ‘La poesía del mar’ hace ya algunos años, en un número hoy casi inencontrable, fueron escritos por grandes nombres de la literatura en español: Luis García Montero, José María Álvarez, Eduardo Chirinos, Leopoldo Alas, Gabriel Celaya, Eloy Sánchez Rosillo, Pablo Neruda, Pere Gimferrer y Ana María Navales. Las piezas musicales, extraordinarias todas, fueron interpretadas por Oscar Peterson, en una espléndida versión al piano del Wave de Antonio Carlos Jobim, Cassandra Wilson, Radio Futura, el Quarteto Morelenbaum con Riuychi Sakamoto, Augusto Cego, Enya, Adriana Calcanhoto, Esclarecidos y Cesaria Évora (que repite en los dos programas, aunque con canciones distintas) en una muestra variada pero con un inequívoco aire ibérico, con un número importante de canciones cantadas en español y portugués, no en vano nuestros pueblos han sido siempre marineros y pescadores, conquistadores y aventureros de la mar.

Tras esta primera parte más general, más abstracta e intemporal, leí, a modo de corolario, en una coda final vinculada específicamente a la tragedia del Prestige, un texto del genial Álvaro Cunqueiro, publicado en 1976, cuando el incendio y posterior hundimiento del buque tanque Monte Urquiola en La Coruña sumió a Galicia y a España toda en un pesar y una indignación similares a las que habrían de sufrir tres décadas más tarde. El breve escrito, un artículo de prensa, se editó luego en un librito recopilatorio de la obra periodística de Álvaro Cunqueiro relacionada con el mar, Fábulas y leyendas de la mar, publicado por la editorial Tusquets en 1982 en una edición a cargo de Néstor Luján. Por desgracia, casi treinta años después, el convincente relato lleno de prodigiosa erudición y humanísima cultura, repleto de fantasía y tocado por la poderosa imaginación del portentoso escritor de Mondoñedo, seguía absolutamente vigente, una prueba más de que la maldad, la corrupción, la estupidez, la improvisación, la desidia humanas no tienen cura, y una nueva evidencia, por si fueran pocas, de que el Nunca mais repetido hasta la saciedad en esas fechas se mostraba necesario y repleto de sentido. El texto de Cunqueiro, un escritor formidable, que os recomiendo muy vivamente, y del que os hablaré en alguna otra ocasión, fue leído entre los sones, melancólicos, pero a la vez optimistas e ilusionantes, de una bellísima pieza del grupo gallego Luar na lubre.

Quiero aprovechar la ocasión de que Cassandra Wilson sea una de las intérpretes presentes en la emisión para dejaros, en la sección de vídeos, una nueva muestra (ya ha habido otras) de su inmenso talento musical. Son seis magníficas versiones jazzísticas de algunos clásicos de la música popular de nuestros días. En primer lugar, una interpretación, grabada en el festival de jazz de Vitoria en 2005, del clásico de Bob Marley, Redemption song. A continuación, y en el mismo festival, Fragile, la conocida pieza de Sting. Luego, un vídeo, muy apropiado para Buscando leones en las nubes, por razones que no se os escaparán en cuanto lo veáis, con la excepcional Tupelo honey de Van Morrison. En cuarto lugar, la prodigiosa Time after time, tan bonita, tan íntima, en una versión tan sutil que soporta la austera foto fija de la cantante durante todo su transcurso. Después, en quinto lugar, el Come together de los Beatles, cantado a dúo con Diane Reeves. Por último, vuelvo a dejaros, como hace unos meses, el Harvest moon de Neil Young porque la delicadísima interpretación de Cassandra Wilson merece ser ‘revisitada’.




Arde el mar bajo el fuego de Leviatán