martes, 11 de junio de 2013


PRINCE. A VECES NIEVA EN ABRIL

El programa de esta semana, apresurado y denso como de costumbre, se centra en la figura de Prince, o el artista antes conocido como Prince, o el Artista a secas, o el Príncipe de Minneápolis, o el símbolo impronunciable, o como quiera que se llame ahora uno de los creadores más relevantes de la música funk, soul, pop y rock -aunque ya no sabe uno en qué género incluir en realidad a un personaje tan inclasificable-, una de las figuras más destacadas, más innovadoras, más -incluso- revolucionarias del universo de la música en general, pues, de las últimas tres décadas.
 
Prince cumplió cincuenta y cinco años el pasado 7 de junio y por ese motivo -y por la trascendencia de su música- dedicamos una emisión completa a sus canciones, una emisión en la que podéis escuchar una decena de estupendos temas del artista, acompañadas de algunos fragmentos significativos de sus correspondientes letras. Starfish and coffee, When doves cry, I could never take the place of your man (que aparece en el vídeo con el que se cierra este entrada, en una interpretación reciente), Raspberry beret, Sometimes it snows in april, Sign o the times, Little red Corvette, Take me with u, Nothing compares 2 U y Purple rain son sus títulos escritos con la particular grafía del excéntrico personaje. Todas son magníficas y representativas. Quizá podréis echar en falta algún título, una mayor presencia de un determinado disco, de una cierta etapa de su fecunda producción musical. Yo mismo podría haber seleccionado otras veinte canciones igual de extraordinarias e igual de descriptivas del legado artístico de Prince. Baste repetir que las diez seleccionadas son espléndidas, dibujan un retrato fidedigno del creador y, además, son, quizá, mis diez mejores canciones de un Prince que me entusiasmó en los 80, llenando algunas de mis horas más alegres y felices. Recuerdo aún un magnífico concierto en Pontevedra, hace más de veinte años, todos mucho más jóvenes, más llenos de energía, más vivos... En fin, ya sabéis cómo es Buscando leones en las nubes, en cuanto uno se descuida aparece la nostalgia.
 
Las letras que os ofrezco están recogidas del libro Prince. Canciones que presentó la Editorial Fundamentos en 1991 en su colección Espiral. Con muy atinada traducción de Miguel Comamala y un interesante prólogo de Quim Casas, el pequeño volumen permite una aproximación muy ajustada al universo principesco. Con la misma intención divulgativa os dejo también un artículo de Diego A. Manrique publicado originariamente, el 28 de marzo pasado, en El País, y ampliado después en el blog del magnífico periodista.
 
Espero que este homenaje a Prince os permita recuperar a un artista que lleva unos años semidesaparecido del primer plano de la actualidad (parece que hay un nuevo disco a punto de salir, y se anuncian algunas actuaciones en el Festival de Montreux), y a aquellos de vosotros que aún no lo conocéis -afortunados por poder descubrir su música- os acerque a una figura esencial de la música de los últimos treinta años.
 

La (triunfal) guerrilla de Prince
 
Para decirlo finamente, Prince tiene verdadero arte para tocar las narices. Son pocas las entrevistas que concede pero cada una se salda con grandes titulares y escándalo mediático. Un día, arremete contra Internet, a pesar de que anteriormente él dedicara notables esfuerzos a explotar el mercado digital. Luego, manifiesta su desprecio por las versiones que se hacen de sus canciones, aunque no hay noticia de que rechace los correspondientes derechos de autor.
 
Proclama su admiración por el orden reinante en los países islámicos; hasta encuentra ventajas en el burka. De lo que piensa sobre el matrimonio gay, procura no hablar: lleva años como Testigo de Jehová y abomina de su época libertina. Por si acaso, advierte que todavía tiene “muchos amigos gays y lesbianas”.
 
Con todo, su reputación está en alza. Hace unas semanas, fue la estrella de South By Southwest, el festival tejano dedicado a la “música alternativa”: un concierto patrocinado por el gigante Samsung, a cambio de un millón de dólares. Mastiquen muy lentamente la bonita paradoja de que, si se hiciera la voluntad de Prince, las empresas de telecomunicaciones tendrían poco negocio. También en marzo, le consagraron un homenaje, Music by Prince, en el Carnegie Hall neoyorquino. ¿Participantes? Desde D'Angelo a Elvis Costello. Este verano, viene por Europa, dónde sus entradas están volando. Y muchos artistas estudian su modelo de negocio, que le permite ingresos extraordinarios, superiores a los de muchos colegas de la Primera División.
 
Tras el deplorable conflicto con Warner Music, cuando rechazaba su nombre profesional y trivializaba el gran drama histórico de América al escribir la palabra “esclavo” en la cara, ya no firma contratos de larga duración con las discográficas. Ahora, si tiene música fresca (algo que parece no ser su prioridad), pacta con alguna multinacional para que el álbum se distribuya internacionalmente. Las disqueras pican, con la esperanza de que el acuerdo derive en una relación larga, y a veces reciben desagradables sorpresas: Sony se las prometía tan felices con Planet Earth (2007)... hasta que descubrió que, previo pago de cantidades millonarias, Prince también había acordado que se regalara con la edición dominical de cuatro potentes periódicos europeos. Solo en el Reino Unido, se colocaron cerca de tres millones de copias.
 
Pero la clave de su prosperidad reside en sus directos. Desde hace bastante tiempo, Prince suele funcionar como su propio promotor, al menos en Estados Unidos. Alquila grandes o pequeños recintos, deja que corra el boca a oreja y, una vez descontados los gastos, no tiene que repartir la taquilla con nadie. Ha probado experimentos astutos como entregar su nuevo disco Musicology (2004) a los compradores de entradas para la gira correspondiente. Eso le permitió volver a la clasificación de los más vendedores, obligando de paso a la cabreada revista Billboard a revisar las reglas para confeccionar sus listas, a fin de que nadie repitiera la jugada.
 
Se siente justificado a la hora de buscar dinero fresco. Como Duke Ellington, considera que su instrumento principal es su orquesta, una banda extensa -22 personas en su última encarnación- a la que exige devoción y paga con regularidad. Ha comercializado incluso sus legendarios conciertos privados, que se celebraban en locales exclusivos tras el final de algún show oficial. Hoy se rentabilizan con entradas costosas. Y sin obviar reglas estrictas: sus hombres de seguridad expulsan incluso a algún VIP que cree que, en su caso, no se le aplicaba la prohibición de introducir móviles de última generación.
 
No le importa caer antipático. En contra de cualquier lógica, mantiene una guerra intermitente contra los fansites, los sitios de Internet donde se juntan sus sufridos admiradores. Pretende impedir que circule gratuitamente su música e incluso intentó ampliarlo a la difusión de su imagen. Con YouTube y similares, la pelea es prolongada. No se cree, y tiene bastante razón, que empresas tan sofisticadas no sean capaces de desarrollar filtros para su música: “si son capaces de eliminar el material porno ¿cómo no pueden evitar que se cuelen los videos no autorizados por el artista?”
 
Cuidado, no es que Prince tenga la solución para monetizar el disfrute de la música en la era digital. Ha puesto en marcha servicios basados en la suscripción que dejaron irritados a muchos seguidores, al cerrarse sin muchas explicaciones cuando los contables comprobaron que no salían de los números rojos.
 
De cualquier forma, Prince tiene pocos competidores en su liga. Aplica la lección de Las Vegas al apostar que los fans viajaran a ver unos directos bien publicitados. Fue una de esas hazañas -llenar 21 noches el O2 londinense- lo que llevó indirectamente a Michael Jackson a su destrucción: se empeñó en batir el récord, con 50 conciertos. La relación entre ambos resultó conflictiva: Prince le envió una caja con objetos que un horrorizado Michael pensó que obedecían a rituales de vudú. Sin embargo, Jackson bautizó al menor de sus hijos como Prince Michael II (no se confundan, el mayor también es conocido como Prince). Por su parte, Prince recuerda al desaparecido de vez en cuando, tocando un llenapistas de los Jacksons, Shake your body (down to the ground).
 
Tampoco le hablen de Madonna. Entre los dos hubo un flirteo que quedó en nada. Durante su choque con Warner, se quejaba de que la empresa invertía sus recursos en ella, cuando él se consideraba el artista de la compañía con mayor potencial comercial. Curiosamente, Madonna cumplía una de las condiciones de las mujeres de Prince: lo que en Estados Unidos llaman origen “étnico” (italiano, en su caso). Sus sucesivas esposas fueron Mayte García y Manuela Testolini. Se le relacionó luego con la vocalista Bria Valente, de verdadero nombre Brenda Fuentes.
 
Ante el asombro de muchos íntimos, no llegaron a vivir juntos. Su mansión en Beverly Hills, alquilada al jugador de baloncesto Carlos Boozer, suele abrirse ocasionalmente a fiestas donde acuden famosos de Hollywood, como la pareja Penelope Cruz-Javier Bardem. El entretenimiento está garantizado: el señor de la casa toca y luego deja a un DJ trabajando. Hay go-gos en acción, incluyendo algún espécimen masculino. Tampoco falta la comida, aunque sea vegetariana. Pero no hay ni rastro de las orgías soñadas por algunas mentes calenturientas.




Prince. A veces nieva en abril

1 comentario:

JLO dijo...

excelente nota... Prince es el mas grande claro... salu2