martes, 7 de febrero de 2017


CAROLE KING. TAPESTRY

Esta semana interrumpimos la nebulosa serie que desde principios de año estamos dedicando a la brevedad, y que ha contado con programas centrados en las punzantes reflexiones sobre el amor de Stendhal, también en los microrrelatos, y que continuará con otras emisiones que girarán sobre los haikus y los aforismos, entre otras manifestaciones literarias de lo fragmentario y lo sucinto, de lo escueto y lo concentrado, para dedicar el espacio a un alegre recordatorio y un exultante homenaje a una cantante que me entusiasmó en mi juventud y que cumple ahora, dentro de unos días, setenta y cinco fecundos años.

Se trata de Carole King, nacida, en efecto, el 9 de febrero de 1942, y que ya había comparecido en Buscando leones en las nubes hace un par de cursos cuando dedicamos un programa al que había sido su marido, y compositor con ella de infinidad de grandes temas de los sesenta y setenta del pasado siglo, Gerry Goffin, fallecido el 19 de junio de 2014.

Yo descubrí a Carole King en 1971, a través de Tapestry, su álbum más destacado, que había visto la luz a principios de ese año. Como era habitual para casi todos los jóvenes en aquellos días, en los que el acceso a la música era, por la escasez de publicaciones y, sobre todo, por lo exiguo de nuestras asignaciones semanales, muy limitado, los discos que se podían adquirir eran pocos y muy escogidos, y una vez comprados los exprimíamos hasta conocerlos de un modo exhaustivo, extrayendo de ellos todos sus matices, identificando cada acorde, cada nota, cada recurso musical, anticipando así, en cada nueva escucha, giros, timbres, énfasis, vacilaciones, entonaciones, agotando todas sus posibilidades, disfrutando de la música como, al menos yo, no he vuelto a hacer desde entonces, y mucho menos en estos tiempos de sobreabundancia y fugacidad, de delirante exceso de oferta y su corolario, la superficialidad en la escucha.

Tapestry fue uno de aquellos elepés escogidos, en el que me adentraba una y otra vez, en unas ceremonias casi iniciáticas en las que, con el milagro de la música que sonaba, leía simultáneamente las letras -en aquellas hojas interiores que acompañaban a los discos- en un inglés para mí desconocido y que repetía por el mero encantamiento fonético de sus sugerentes e ininteligibles sonidos, tan, sin embargo, adictivos. Aún ahora, cuarenta y cinco años después, me asaltan sus textos al escucharlo y, cuando acaba una canción, afloran ya en mi memoria, inconscientemente, las primeras notas de la siguiente, un efecto inevitable de aquellos vinilos que se entendían -se vivían- como una obra completa, autónoma, unitaria y no, como ocurre en la actualidad con los discos, como un disperso recipiente de canciones aisladas.

Mi homenaje a Carole King se plantea ahora, por lo tanto, como un recuerdo nostálgico de aquella adolescencia tan lejana, para lo que voy a ofreceros, íntegro, Tapestry, con sus doce canciones sonando en su orden original y precedidas de sus letras, traducidas ahora sin demasiado respeto a la literalidad y sí muchas aportaciones de la intuición.

Confío en que esta doble celebración, la de la deslumbrante figura artística de Carole King, y la de la muy melancólica y algo lacrimógena evocación de mi primera juventud, pueda resultaros interesante.

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