martes, 16 de febrero de 2021


UN MAR DE ARENA 

Como anticipábamos hace siete días, al despedir la breve serie de dos emisiones dedicadas a Woody Allen y su autobiografía, A propósito de nada, nuestro programa continua hoy con su contenido cinematográfico a partir de un ciclo, que se prolongará durante cuatro semanas, centrado en un libro excepcional que fue objeto, asimismo, de una deslumbrante traslación a la gran pantalla. 

Estoy hablando de El paciente inglés, la novela, escrita por el canadiense nacido en Colombo, capital de un Ceilán que hoy es Sri Lanka, Michael Ondaatje, que ganó en 1992, año de su publicación, el prestigioso premio Man Booker, que desde 1969 se concede cada año a la mejor novela original escrita en lengua inglesa por un ciudadano de un país perteneciente a la Commonwealth o a la República de Irlanda. Además, el pasado 2018, y ante la entonces inminente celebración de los cincuenta años del galardón, se otorgó el Golden Man Booker Prize, que seleccionó entre las novelas ganadoras de los premios anuales a la más destacada de todas ellas y que fue a parar, también, al libro que, llevado por mi fervoroso entusiasmo, ocupará con carácter monográfico la vertiente literaria de los cuatro programas. 

Uno de los personajes del libro, el paciente inglés de su título, el conde László Almásy, interpretado por Ralph Fiennes, será el protagonista, bien que “estilizado”, “literaturizado”, conveniente y radicalmente reinventado para la ficción, el centro de la película, del mismo título que la novela, dirigida en 1996 por Anthony Minghella; una superproducción que, con un reparto magnífico -el mencionado Fiennes, Kristin Scott-Thomas, Juliette Binoche, William Dafoe, Naveen Andrews y Colin Firth en sus papeles principales-, obtendría nueve Oscars esa temporada. 

El pasado 10 de febrero presenté, en mi otra colaboración con Radio Universidad de Salamanca, Todos los libros un libro, una completa reseña de la novela, acompañada de un breve análisis del film, a los que os remito ahora para completar mi forzosamente exiguo comentario de hoy. 

Baste decir, para permitiros comprender mejor los textos que a continuación os leeré, que El paciente inglés nos muestra a cuatro personajes “encerrados”, en un par de meses entre la primavera y el verano de 1945, cuando la Segunda Guerra Mundial está llegando a su término, en un antiguo convento de monjas, una espléndida pero desvencijada villa italiana -Villa San Girolamo-, primero baluarte alemán, luego hospital aliado y ahora abandonada y parcialmente destruida, plagada de minas, tras la retirada de las tropas del Reich y el avance del Ejército Britoestadounidense -fuerzas canadienses, británicas y estadounidenses, sobre todo- hacia el norte de la península Itálica. Un enfermo anónimo -el paciente inglés- de imposible identificación pues su deformado rostro -y parte de su cuerpo- está carbonizado tras sufrir gravísimas quemaduras al caer su avión en llamas en el desierto, espera la muerte, al no poder sumarse, por la gravedad de sus lesiones y los dolores atroces que lo asaltan, inmovilizado en su camilla, ni a los convoyes que dejando atrás la Toscana liberada prosiguen su marcha victoriosa, ni a otros pacientes y sanitarios que buscan un lugar seguro en zonas más meridionales. Junto a él, seducida por el enigma que encierra el hermético personaje y progresivamente interesada en cuanto, muy tímidamente, empieza a contar de los intensos avatares de lo que fue su vida, se quedará Hana, una enfermera canadiense de apenas veinte años, que lo cuidará con creciente atracción. En el -pese a lo ruinoso de su estado- idílico paraje comparecerá al poco tiempo Caravaggio, un hombre torturado, de pasado difuso, ladrón “por naturaleza” y espía sobrevenido, antiguo amigo de la familia de Hana a la que conoció con solo dieciséis años en Canadá. Semanas más tarde, arribará a la villa Kip, un zapador sij, que llega a la zona rastreando explosivos y desactivando minas, y que instalará su tienda de campaña en los ahora salvajes jardines de la mansión. 

En la emisión de hoy, asistiremos a las evocaciones del doliente enfermo, que nos llevan a las semanas en que, tras su accidente de aviación, recorrió las regiones septentrionales del desierto libio, en un viaje febril y alucinado, transportado por los nómadas que lo recogieron y cuidaron tras verlo emerger de la bola de fuego en la que se había convertido su avión después de estrellarse en la ardiente arena sahariana. 

Este escenario desértico, inhóspito, hostil e inhumano, justifica mi elección de la banda sonora del programa, una selección de canciones interpretadas por cantantes y grupos de los países del Sahara, en su mayor parte artistas tuaregs, misteriosos habitantes de estos áridos territorios, extremados y solitarios, que propician, que exigen, casi inevitablemente, una música repetitiva, insistente, obsesiva e hipnótica. Nuestros invitados de esta noche son Tinariwen, Fatou Seidi Ghali, Tartit, Faris Amine con Terakaft, Bombino, Les filles de Illighadad, Habib Koité, Mariem Hassan y Tamikrest.

 
Un mar de arena

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