martes, 1 de noviembre de 2011


NADA QUE TEMER


Mañana se celebra el Día de Difuntos, y en estas fechas, una de nuestras costumbres más notables y que se ha venido repitiendo con cierta asiduidad, aquí en Buscando leones en las nubes, es dedicar en estos días alguna emisión a reflexionar, con ocasión de la efeméride, acerca de la muerte, una realidad obviamente consustancial a la propia vida pero a la que parece queramos dar la espalda, como si una suerte de temor irracional nos impidiera encarar lo que sin ninguna duda será nuestro destino final. Para ello en la parte literaria del programa, se recogen algunos fragmentos de Nada que temer, la última obra publicada en España de Julian Barnes, como siempre por Anagrama (que ya debe estar a punto de ofrecernos la más reciente, The Sense of an ending, con la que ganó hace unos días el Man Booker Prize), y que gira sobre el mismo eje central que nos ocupa esta noche, la muerte.

Repararéis en que me he refugiado, en la frase precedente, en el genérico ‘una obra’ sin adentrarme en vericuetos clasificatorios más intrincados. Y es que Nada que temer se resiste a la fácil simplicación de los géneros. Teóricamente, podríamos adscribirlo a lo que los británicos han llamado, en expresión también importada en nuestro país, literatura de ‘no ficción’. Pero teniendo en cuenta de que en esa rúbrica caben tanto las abracadabrantes memorias de un famosillo de la televisión como un compendio de recetas de cocina, tanto el último disparate más o menos esotérico de Paulo Coelho como un delirio iluminado sobre la guerra civil, se puede comprender que deba afinar más mis planteamientos si quiero situaros con precisión el libro. En realidad, este Nada que temer, que la editorial ofrece en la solvente traducción de Jaime Zulaika, es un híbrido, una mezcla de géneros: ensayo, autobiografía, memorias, reflexiones literarias. La wikipedia la califica de ensayo; yo, en la emisión, la he presentado como novela, en una interpretación ciertamente teñida de una ligereza fruto de los flexibles límites en los que se desenvuelve el género, que cada vez acoge más variantes en su seno. Pero en fin, una vez más, qué nos importan las etiquetas, no es el continente y sí el contenido lo relevante, y os aseguro que éste, el caudal de información, de reflexiones, de humor, de brillantez literaria que se encierra en las doscientas cincuenta páginas del libro de Julian Barnes resulta altamente estimulante, y ello pese al tema principal sobre el que gravita todo el libro, ni más ni menos que la muerte, esa muerte en relación a la cual dice el autor que, al menos en principio, nada habría que temer.

Sin embargo no es del todo así. En el año 2006 Julian Barnes cumplió sesenta años y la entrada en esa decisiva década de su existencia (todas lo son, pero a medida que el tiempo pasa, la trascendencia de los años se acentúa, tal y como quizá muchos de vosotros habréis experimentado) le llevó a recoger por escrito sus pensamientos, sus meditaciones, su indagación en los vericuetos de su propia identidad, su perplejidad, su desconcierto, sus certidumbres (pocas), sus emociones (también pocas en un escritor tan aparentemente racional), en fin, sus miedos, ante la muerte. Escribir sobre la muerte no aumenta o disminuye el miedo que le tengo, confiesa.

El libro se plantea como una larga e ininterrumpida divagación en la que comparecen los temas esenciales del universo literario del inglés: la familia, la obra de otros escritores, la literatura en general, la religión, el arte, la filosofía, Dios. No creo en Dios, pero le echo de menos, así da comienzo, significativamente, el libro. Y todos esos asuntos aparecen enlazados en un envolvente hilo narrativo, en un discurso muy fluido que va y viene, que vuelve sobre los temas una y otra vez, que se reitera, que incide en algunos elementos que se repiten, al modo de una pieza musical en la que se reconocen ciertas frases, ciertas notas, ciertos acentos, que surgen aquí y allá, y que hacen discurrir muy eficazmente el relato, que avanza entre digresiones y desvíos, dotándolo de una agilidad y una apariencia de sencillez que son marca del autor, pero que esconden, sin embargo, una compleja arquitectura.

En Nada que temer Julian Barnes habla de la vida de su familia, de su infancia, de su hermano filósofo, al que introduce como interlocutor, y por tanto como personaje literario, en la obra, de sus recuerdos de sus padres (comprensivo con su progenitor, despiadado a veces en lo que afecta a la memoria de la madre)... pero el libro no es una autobiografía. Por cierto, escribe, esto no es mi autobiografía. Tampoco es la búsqueda de mis padres (....). Lo que estoy haciendo, en parte -y que puede parecer innecesario-, es intentar comprobar hasta qué punto están muertos.

Más allá de la intrahistoria familiar, sus meditaciones sobre la muerte se anclan también en la obra de escritores que tuvieron a nuestra condición mortal como objeto de sus reflexiones e incluso de sus obsesiones. El libro, interesantísimo también aunque sólo fuera por este enfoque, aparece trufado de infinidad de citas de numerosos autores que aportan sus visiones de la muerte: Stendhal, Montaigne, Flaubert, Somerset Maughan, los hermanos Goncourt, Alphonse Daudet, y, sobre todo, Jules Renard, de cuyo diario se hacen abundantes y sustanciosas transcripciones. Algunas de esas citas aparecen en el programa entreveradas con fragmentos debidos al propio autor.

Y en este entramado de falsa autobiografía, historia familiar, referencias literarias y pensamientos personales del autor, surge también el muy sutil y divertido humor británico de Barnes, de tal manera que la distancia irónica con la que de un modo demoledor relativiza cualquier sombra de grandilocuencia en el tratamiento de temas potencialmente tan dramáticos, convierte la lectura del libro en una distendida y gozosa delicia. A modo de ejemplo, cuenta en un momento del libro que cuando cumplió los sesenta años se negó a recibir regalos de sus amigos, a los que aleccionó para que evitaran ese enojoso trámite. Sin embargo, una amiga, que desoye las reiteradas advertencias en ese sentido del escritor, le envía un paquetito que contiene una insignia de solapa, provista de una pila, que emite destellos rojos y azules que dicen HOY 60. Su inicial irritación al recibirlo, se transmuta en inmediato buen humor cuando lee las palabras del fabricante impresas en la parte posterior del envoltorio: AVISO, puede causar interferencias con los marcapasos.

Es un libro altamente recomendable, este Nada que temer, editado por Anagrama y escrito por Julian Barnes, el cual, por cierto, y por irónica desgracia, perdió a su mujer a los pocos meses de la publicación del libro. Espero que podáis percibir su interés a partir de los fragmentos seleccionados en el programa y también con el texto que os dejo aquí como cierre de esta entrada.

En lo que se refiere a la música, la emisión la integran preciosas canciones, en general tristes, que aluden también, más o menos literalmente, a la muerte: la de los seres queridos, la del amor, la de las cosas que nos rodean y van desapareciendo, la pequeña muerte simbólica y placentera que el sexo supone, y tantas otras... Sus intérpretes: Morrisey, Current 93, Cassandra Wilson, Emiliana Torrini, Tom Waits, Toni Childs, Scott Walker, Duffy, Coldplay, Portishead y Patty Griffin.

Esta última protagoniza también la sección de vídeos. Acompañada de Buddy Miller y The McCrary Sisters interpreta la estremecedora Death’s got a warrant, de letra desasosegante: No puedes esconderte, Dios tiene tu número, sabe dónde vives, la Muerte tiene una orden de captura a tu nombre.


¿La conciencia de la muerte tiene algo que ver con que yo sea escritor? Quizá. Pero de ser así no quiero saberlo ni averiguarlo. Recuerdo el caso de un humorista que, al cabo de años de psicoterapia, entendió finalmente las razones de por qué necesitaba ser gracioso; y en cuanto lo comprendió, dejo de serlo. Así que no me gustaría arriesgarme. Aunque me imagino una de esas elecciones entre dos aternativas. Señor Barnes, hemos examinado su estado y llegamos a la conclusión de que su miedo a la muerte está íntimamente relacionado con sus costumbres literarias, que son, como otras tantas de su profesión, simplemente una reacción trivial a la mortalidad. Inventa historias para que su nombre, y un porcentaje indefinido de su individualidad, continúen existiendo después de su muerte física, y esta precisión le aporta una especie de consuelo. Y aunque intelectualmente ha comprendido que podría ser olvidado antes de su muerte, o si no poco después, y que a la larga todos los escritores serán olvidados, al igual que toda la especie humana, aún así parece valer la pena. No sabemos con certeza si escribir es para usted una reacción visceral a lo racional o una reacción racional a lo visceral. Pero le pedimos que tenga en cuenta lo siguiente: hemos ideado una nueva operación cerebral que elimina el temor a la muerte. Es un procedimiento sencillo que no requiere anestesia general; de hecho, usted puede observar su progreso en una pantalla. Limítese a seguir con la mirada ese punto de intenso color anaranjado y observe cómo el color se apaga gradualmente. Por supuesto, descubrirá que la operación también suprimirá el deseo de escribir, pero muchos de sus colegas han optado por este tratamiento y lo han considerado beneficioso. La sociedad, en general, tampoco ha protestado porque haya menos escritores.

Tendría que pensármelo, desde luego. Podría preguntarme cómo mis obras irían creciendo solas, y si esta idea siguiente es tan buena como imagino. Pero espero declinar la oferta; o al menos negociarla, pedirles que la hagan más atractiva. ¿Y si en vez de eliminar el miedo a la muerte eliminan la muerte misma? Esto sería seriamente tentador. Ustedes me libran de la muerte y yo dejo de escribir. ¿Qué les parece este trato?




Nada que temer

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola, estoy escuchando el audio, y me gustado temática; yo en el día de difuntos, tengo la costumbre de releer el tenorio. Pensar sobre la muerte, aceptarla y no tenerle miedo, es fundamental.
Nos creemos eternos, y más en esta época del culto a lo joven, el cuerpo, la belleza y otras vanidades. No interesa a los que mueven lo hilos vender la idea de que la única realidad inevitable, es que tarde o temprano moriremos. Y parece que evitando el tema, cuál totem sagrado que nos proteja, creemos que así la parka pasará de lejos, sin recordar nuestro nombre.
El que escribe, ya probó el beso de la muerte,y sin saber muy bien, cómo, pero sobre tdo el por qué, sigue aquí... quiza, para realizar la tarea que le queda por hacer o simplemente...suerte. El caso es que sin saber cómo he venido a descubrir el blog y a su autor. Y la verdad es que es algo muy curioso a la par que agradable, ya que como dice el adagio: "cuando el alumno está preparado, entonces, aparece el maestro. Muchas gracias, seguire de cuando en vez si me es posible la emisión, y si no es posible, lo haré en el blog.
Namaste.