martes, 5 de junio de 2012


LA GLORIA DE MI VIDA

Esta semana Buscando leones en las nubes os ofrece la segunda entrega de la corta serie de programas dedicados a la poesía de Manuel Vilas, el más que interesante poeta de Barbastro -y doy el dato porque tiene relevancia y ayuda a comprender algunas referencias de sus versos. Los poemas leídos en la emisión de ayer noche pertenecen, como los de hace siete días, al libro Amor. Poesía reunida (1988-2010) que publicó hace un par de años la editorial Visor. La crudeza, lo descarnado, el lenguaje áspero, la ironía brutal, la desnudez emocional, la sinceridad abrupta y a veces sangrante de la poesía de Vilas, y tantos otros de sus rasgos estilísticos más destacados, son analizados por Lorenzo Oliván en un artículo publicado el 24 de enero de este 2012 en La Estafeta del Viento, la revista de poesía de la Casa de América. Con el título de Universo Manuel Vilas, os lo ofrezco íntegro al final de esta entrada.

La banda sonora del programa, elegida conforme a los parámetros acostumbrados en Buscando leones en las nubes de tranquilidad y recogimiento, de sosiego e introspección, no concuerda demasiado con el mundo de Vilas, más hosco y agresivo, menos complaciente, más radical. Espero que el contraste entre el realismo a menudo tosco de los poemas y la delicadeza de las canciones de Lana del Rey (esplendorosa y sosísima, algo cursi y fascinante en el vídeo de Without you), The Waterboys, Sia, Patricia Barber, Fionn Regan, Joe Grushecky, Richard Hawley y Natalie Merchant pueda, no obstante, interesaros y disfrutéis de una muy atractiva hora de radio. Espero también que la somera muestra de la poesía de Vilas que os ofrezco en estos dos programas pueda despertar en vosotros el deseo de conocer el resto de su obra. 



Universo Manuel Vilas

Manuel Vilas ha convertido en firma de la casa lo de titular sus libros con un solo sustantivo, casi siempre un sustantivo tajante, que por ello adquiere resonancias de cierta provocación. Empezó a tantear su terreno con El cielo. Ahí aún se permitió el exceso, el barroquismo, el arabesco, el lujo, el alarde de un artículo, y ahí ya nos abrió las puertas de su paraíso particular. Con Zeta, firmó a fuego su invento haciendo el gesto del zorro, pero a lo perro lobo que le aullaba a la vida. Y a partir de entonces ha tendido a marcar sus libros con el hierro de su ganadería: Magia, Resurrección, Calor, España... La mayoría de los escritores titulan libros. Manuel Vilas en cambio, tiende a ponerles nombre, como si en vez de hacer literatura hiciese hijos a los que hay que bautizar e inscribir en el padrón. Y como el nombre imprime carácter, él imprime carácter a sus criaturas hasta en el acto básico de cómo llamarlas.

Pero estoy convencido de que si se ha atrevido a agrupar su poesía reunida bajo el término de Amor es única y exclusivamente porque sabe que a estas alturas el universo Vilas está bien definido y sabe que sus lectores en ningún momento van a asociar esa palabra con nada que tenga que ver con el sentimentalismo fácil ni con ningún almíbar emocional cursi, relamido y ñoño. Los tres libros claves que se agrupan aquí, El cielo, Resurrección y Calor, han dibujado un espacio tan nítido de “nueva sentimentalidad” (nada que ver con la de la escuela granadina) que el poeta es consciente de hasta qué punto ha reformulado y refundado esa vieja y manoseada palabra de la tribu.

La poda que ha realizado de su etapa anterior a El cielo ha sido drástica, extrema. Vilas le ha pegado un corte sin compasión a su poesía primera, como si el tajo se lo hubiese dado un tipo escapado de una película de su amado Tarantino: sin compasión y sin frases plañideras de por medio. Diez años de poesía, del 88 al 98, que sumarían al menos tantas páginas como las del presente volumen, han quedado reducidos a 19 poemas. Ni siquiera el autor se toma la molestia en el prólogo de recordarnos los títulos de aquellos libros: El osario de los tristes, El rumor de las llamas, El mal gobierno o Las arenas de Libia. El modelo que sigue es el de Luis Cernuda, que agrupó sus primeras creaciones poéticas con la expresión “Primeras poesías”. Las primeras poesías del sevillano se tornan “primeros poemas”. Pero la principal diferencia está en que Cernuda rescató incluso más (23 poemas en concreto) de entre muchísimos menos.

Manuel Vilas, a partir del 98, siente que se ha autopracticado un trasplante de cara y corazón (quien crea que exagero que mire la cara del poeta con bigote incipiente cuasicernudiano, trajeado, con corbata, que aparece en la contracubierta de El rumor de las llamas, de 1990). Por eso, con la poesía de su prehistoria literaria resulta lógico que no le sirva un simple lifting, sino una gran quema, una santísima quema de todo aquello en lo que no se reconoce. Él explica todo esto mucho mejor que yo: “A mí me costó mucho aprender quién quería ser literariamente. Comencé a escribir en Vilas en 1998. Tenía unos treinta y cinco años...cuando supe que iba a escribir la poesía que mi vida estaba creando, y no la poesía que crearon otras vidas que no eran la mía”.

En algunos pasajes de esta poesía reunida nos da pistas de quién era antes de 1998. En “Rosarios y navajas” recuerda aquellos años viajando por Aragón con la mirada de Iván el Terrible. Y en “Brandeso-Estación” nos habla de un paisaje que está, cito al poeta, lleno de “inspiraciones luctuosas, / como yo lo estuve hace diez años”. El primer Vilas era un poeta de perfil más hosco, más inclinado a la elegía que a la celebración, un rebelde romántico enfrentado con el mundo, con un lenguaje más pretendidamente poético. Alguien que sigue modelos y que lo hace ya con armónicos y acentos sólo suyos, pero que no ha roto del todo los moldes. Cuando el poeta crea su molde único y escribe ya cien por cien, no en Cernuda ni en Gil de Biedma ni en nadie, sino en Vilas y sólo en Vilas, como él nos dice de forma tan lograda, es sin duda a partir de El cielo. Se da cuenta entonces de que había puesto el foco en el sitio equivocado, en las palabras y no en la vida. Se da cuenta entonces de que está harto de la poesía palabrera, con más ropaje que cuerpo y nervio vivo.

Octavio Paz se quejaba de que la tradición poética española, en la época de las vanguardias, no se había abierto a la realidad con el empuje radical, arrasador de todo corsé y de todo límite, que sí se había dado en otras tradiciones, en la americana a partir de Whitman o en la inglesa a partir de Eliot. “Way out” se impone como un poema crucial, con título además muy significativo, para entender la nueva poesía vilasiana, y enlaza con las palabras que cité antes, del prólogo: “me parecía que nada de lo que... me estaba pasando tenía que ver con Machado, Lorca, y todos esos, o tal vez sí, pero yo no lo sabía, tal vez con Whitman, sí, quizá ése”.

Esta poesía se ha abierto a la realidad y ha ensanchado los límites de lo poético como muy pocas en la tradición española. Hay que reconocer eso sin titubeos y con toda la contundencia e insistencia que haga falta. De hecho creo que estamos ante una voz poética que, como nos advierte en “Michaud” debe más, dentro de nuestra literatura, a la lección de El Lazarillo y La Celestina (y, aunque ahí no lo menciona, habría que añadir El Quijote) que a Machado, Lorca y nuestros demás poetas. Manuel Vilas habita en el mismo desierto moral que Lázaro, descree de las instituciones de forma tan radical como él (“todas las instituciones de la tierra son una enervante mentira”, nos advierte), la escuela de la vida la enseñado a pensar sobre todo en el cuerpo y en lo que éste demanda, y seguro que entiende a la perfección que en un país como el nuestro, tan propenso a todo tipo de tiranías y a los excesos del poder, el autor de El Lazarillo se viese obligado a ocultarse en la sombra. Cuando Vilas lee la poesía de un Pedro Salinas, por ejemplo, apuesto a que conecta, al menos en cierto modo, con lo mismo que pensaba Sempronio sobre las ensoñaciones idealizantes de su amo Calixto, como demuestra cuando dice que “debajo del vestido / está lo que a Pedro Salinas tanto entusiasmara / y no supo muy bien cómo llamar / sino usando lo de siempre: las metáforas”.

Otros poetas van a la caza y captura de detalles sorprendentes que se ocultan bajo el lado aparencial de las cosas. Manuel Vilas prefiere, en cambio, hacer entrar en sus versos, por la puerta grande, los detalles de la vida a los que en general no se les había dejado entrar: un mechero Bic, un Mazda 6, un helado “Mágnum” de chocolate blanco o unos pantalones de pata de elefante. Pero además deja entrar al lenguaje en su más amplia gama de registros, desde el insulto contundente típicamente hispánico al tecnicismo último y, por si esto fuera poco, como al desgaire y con toda naturalidad, se vuelve condescendiente y se pone metafórico a su estilo, como cuando nos habla de que el tejado de su casa era un acordeón de ceniza, o de que un labio era una hélice de sangre o de que “la luz era una alemana negra, harta de joder con tantos hombres”.

Durante los últimos años en la poesía española ha habido una tendencia a ponerse hímnico, e incluso a ponerse místico. En 0 descubrirán a alguien que ensalza a la vida, a la santísima vida, en su más radical variedad, en lo bajo y en lo alto (en lo que se creía que era bajo pero en realidad es altísimo), sin calzar el coturno, sin poner los ojos en blanco, sin poéticas anacrónicas de corta y pega. “Como todo se ha muerto, sólo nos queda lo que siempre estuvo allí desde el principio: el cuerpo. Nos dedicamos a darle placer al cuerpo. Somos helénicos, griegos, mediterráneos. Platón ha vuelto”, nos dice el poeta. Pero no nos engañemos, el himno sostenido a pesar de los pesares se entona sin perder la perspectiva del sistema en que vivimos, adoptando sobre todo el punto de vista de una clase media muy quemada que se sabe perteneciente a un linaje de esclavos, y la voz que lo entona oscila entre la exaltación y la soledad, entre el vitalismo y la neurosis.

Releo poemas como “Las manos de las cajeras”, “Flores”, “La lluvia”, “El comulgatorio” y tantos, tantos otros, y no recuerdo poemas de crítica social tan personales, tan potentes, tan originales. Releo “El crematorio” y pienso que Jorge Manrique se debería levantar de allá donde estén sus restos para darle un beso en la frente a Manuel Vilas por haber tratado la muerte del padre con una belleza tan de hoy y tan de siempre. Releo el poema inédito que da título a este volumen o recuerdo aquello del cadáver de Cela servido con su guarnición de ministros o aquello otro de “los aragoneses pintados con los brazos en jarras. Y los brazos en jarras como una forma de pensamiento” y sé que me sonrío como Manuel Vilas quiere que me sonría. Y soy feliz.

Esta poesía me recuerda a una gran Y. En su afán de abrazarlo y fundirlo todo, abunda en ebrias enumeraciones repletas de nexos copulativos. Lo copulativo, en el más amplio sentido de la palabra, en todas sus formas y en todas sus posibles combinaciones, resulta muy importante en ella. Por otra parte la Y es la letra del abecedario que más se parece a una copa, y cuántas copas de ginebra, cerveza, vino blanco, etc. corren por estos versos. Pero también tiene algo abstracto de guitarra eléctrica, y cuánto debe al pop y al rock este territorio poético tan inconfundible. La Y, además, ensalza en parte a una V, la V de la santa, de la santísima vida, derritiéndose de puro calor, de pura energía elevada a la enésima potencia.

Manuel Vilas habita, por tanto, en una Y, pero tiene tanta marcha que se ha pasado un pueblo y se ha instalado en Z, en Zaragoza. Le ha pisado a fondo y ha quemado todo el abecedario. Y es que, como comprobará todo aquel que viaje con él por estas poesías reunidas, está que se sale. Sí, verdaderamente, está que se sale, hermanos.

La gloria de mi vida

2 comentarios:

Anónimo dijo...

http://www.youtube.com/watch?v=LD2os4izRng&feature=related

Tu último programa me ha "provocado" Dies Irae.

Si la escuchas, hazlo con el sonido muy bajo, de no hacerlo así creo que no llegaras al final de la canción, jajaja. Nada que ver con tus "intimistas" y "preciosísimas" canciones. ;)
Un muy fuerte fuerte abrazo.

Alberto San Segundo dijo...

Pues vaya que lo siento... jamás imaginé que Buscando leones en las nubes pudiera provocar tales efectos... ejem... apocalípticos... En fin...

Y no... no he sido capaz de llegar al final de la canción...

Gracias, no obstante, por tu participación y tu amabilidad...