martes, 10 de junio de 2014


FÚTBOL ES FÚTBOL

Bienvenidos a Buscando leones en las nubes, que una semana más sale al aire con nuestra singular propuesta de música y literatura. En esta ocasión, la dimensión estrictamente literaria va a estar un poco ausente en la emisión aunque estoy seguro de que, pese a ello, vais a disfrutar del programa. El próximo día 12, pasado mañana, dan comienzo en Brasil, como no habéis podido dejar de constatar, dado el bombardeo mediático, los Campeonatos mundiales de fútbol. Y es por ello por lo que las dos próximas ediciones de Buscando leones en las nubes, la que ahora os presento y la de dentro de siete días, tienen al balompié, al deporte-rey, como protagonista exclusivo.
 
En esta primera entrega os ofrezco algunas conocidas frases sobre el fútbol que pertenecen ya a la leyenda de un deporte que carga sobre sus espaldas casi un siglo y medio de historia. Se trata de reflexiones, sentencias, comentarios y hasta chascarrillos de origen e intención diversos, algunos con vagas pretensiones filosóficas, intelectuales o al menos de “elevadas” miras, otros meras manifestaciones del ingenio espontáneo y genial de sus creadores; estos intensos y comprometidos, aquellos demostrativos de la proverbial ignorancia que la cruel mirada de los aficionados achaca a muchos de los futbolistas profesionales; los mejores conteniendo valiosas enseñanzas sobre el juego y la vida, el resto, al menos, simpáticos y divertidos; todos muy interesantes y capaces de mostrarnos el balompié desde muy diferentes ángulos, técnicos, intelectuales, poéticos, irónicos y humorísticos o, simplemente, cotidianos y hasta algo anodinos.
 
Recapitulados de entre mis habituales lecturas futbolísticas, su presencia aquí es en gran parte debida al genio de Ángel González y Miguel A. Herguedas, dos excelentes periodistas que salpican sus crónicas futboleras con numerosas anécdotas y dichos sobre el universo del fútbol y sus casi siempre muy especiales pobladores. Eduardo Galeano, Jorge Valdano, Francesco Totti, Arrigo Sacchi (cuyo nombre convertí en esdrújulo en mi errónea pronunciación -una más- en antena), Albert Camus, Cesar Luis Menotti, George Best, Carlos Bilardo, Tommy Docherty, Vujadin Boskov, Johan Cruyff, Lucas Podolski y el genial y legendario entrenador del Liverpool de los sesenta, Bill Shankly, que nos deja, para cerrar el programa, dos de sus innumerables e inspiradas sentencias futbolísticas, son los autores -escritores, jugadores y técnicos- de los inspirados textos leídos.
 
Entre ellos, canciones de fútbol, animadas canciones de fútbol (sin nada que ver, pues, con nuestro tono melancólico habitual), también presentadas con la intención de dar cabida aquí a la multiplicidad de acercamientos musicales al fenómeno del fútbol: himnos que corean los aficionados, canciones oficiales de las diferentes ediciones de los campeonatos del mundo, temas que han cantado los seleccionados de diversos países para animarse antes de la competición, exaltadas apologías de héroes futbolísticos, modestos temas pop que sin inicial intención sociológica acaban dibujando el retrato de una sociedad en la que el fútbol es un elemento esencial, definitorio casi. Y como siempre, en esta mezcla heteróclita, abrimos al máximo la perspectiva con canciones españolas -en catalán-, brasileñas, argentinas, francesas, italianas, chilenas, mexicanas y hasta camerunesas. Las energéticas piezas programadas, vinculadas todas, como digo, al mundo del deporte-rey, han sido interpretadas por Flavia Coelho, Manu Chao, New Order, Pepe Kallé, Edoardo Bennatto con Gianna Nannini, Rodrigo, Mickey 3D, Guillermina Motta, Pitbull con TKZee y Dario G, Skank, Rita Pavone, Patricia Manterola, The Ramblers y The Lightning Seeds que con el contagioso Football is coming home, compuesto para apoyar a la selección inglesa en el mundial de 1998, cierran esta primera edición futbolera de Buscando leones en las nubes.
 
Como colofón a esta entrada os dejo un breve texto autobiográfico del escritor francés Philippe Claudel, extraído de Aromas, su último libro publicado en España (que, por cierto, protagonizará nuestras emisiones de julio), y que tiene en los partidos de la infancia -recordados con un tono de agridulce melancolía- su motivo central.
 
La encantadora portada de un libro de principios del siglo pasado sobre El arte del foot-ball y un conocido cuadro de "El aduanero" Henri Rousseau, pintado en 1908 y titulado Los jugadores de football, acompañan esta entrada.
 
Espero que entre tanto ruido redundante emitido estos días por los medios de comunicación convencionales, la peculiar y enamorada mirada de Buscando leones en las nubes sobre el deporte del balón pueda interesaros.
 
 
Duchas colectivas.
 
Respecto al fútbol, sólo tengo recuerdos cenagosos y fríos. Enfangados. Desagradables. Largos miércoles de entrenamiento bajo cielos de hollín y lluvia persistente, amenizados por el estrépito y el negruzco penacho de los trenes, ferrobuses Michelin en tonos rojos y crema que pasan no muy lejos del estadio, expulsando su humo de gasóleo, y los ladridos de nuestro entrenador, un individuo bajo y fornido como un fox terrier que imagina que somos Gerd Müller, Paul Breitner, Johann Cruyff o Dominique Bathenay. Los partidos se disputan los sábados, pero yo nunca juego. Me quedo en el banquillo, titular indiscutible de mi puesto de reserva, listo para saltar al campo como una fiera, engañado por las mentiras del entrenador, que me repite: “¡Te reservo como última baza, Claudel!” Mis compañeros corren, aúllan, esperan, chutan, marcan goles, se abrazan. Yo me quedo al margen. Olvidado. Ignorado. La última baza jamás se juega. Me excluyen de la fiesta. Vuelvo a guardar en mi bolsa el equipo, impecable. Mi madre no tiene que lavarlo. Es la más feliz. Me consuelo coleccionando los cromos de Panini con las imágenes de nuestros ídolos. Son autoadhesivos y huelen a plástico. Durante dos temporadas, no falto a ningún entrenamiento. Me entrego en cuerpo y alma. Sigo todas las consignas. Quiero destacar, que el entrenador se fije en mí, figurar en la lista que el viernes por la tarde aparecerá pegada en la luna del bar Le Globe con los titulares del sábado. A veces, el entrenador me dedica una frase -“¡Claudel, has vuelto a sorprenderme!”-, que interpreto como un elogio, cuando en realidad se mofa de mi incompetencia, que me lleva a meter un gol en propia meta. Octubre, noviembre, diciembre, enero, febrero, marzo. El campo se transforma en un barrizal y nosotros empujamos el balón como un condenado su carretilla llena de pedruscos. Al final del entrenamiento, parecemos ídolos bárbaros cubiertos de agua y tierra. Los vestuarios no tienen calefacción. Los tacos resuenan en el suelo. Nos quitamos los chorreantes uniformes, que se han vuelto homogéneamente marrones. Nuestros alientos forman nubecillas de vaho. El aire huele a grasa animal, alcanfor, mentol, árnica y aguardiente. Todos usamos Bálsamo de Castor para calentar los músculos de los muslos antes del esfuerzo. Menudo guirigay se monta. Gritos, risas, empujones, insultos jocosos, falsas peleas, eructos, pedos, pullas. Todos en cueros. Camino de las duchas, me tapo con ambas manos el sexo, apenas formado, caracol ridículamente esmirriado y encogido, barbilampiño y vergonzoso, mientras que otros, como Voiry, muy orgulloso del suyo, exhiben ya cipotes de competición, largos como plátanos, peludos, insolentes, guasones, se los cogen, los muestran a todos, los bambolean. De los caños oxidados brota agua hirviendo. Las paredes son de hormigón, el suelo, de cemento. Desaparecemos en una niebla de baño turco. Todos usamos el mismo jabón Palmolive. La espuma nos chorrea hasta los pies. De repente, hace calor, pero bajo el aroma a limpio persiste el antiguo olor de fondo, auténtico distintivo del lugar, un sordo tufo a frío húmedo y azulejos, a edificio viejo y achacoso, a juntas atacadas por la lepra del moho y a vaho dulzón. Escondo la pilila lo mejor que puedo y, mientras me enjabono, sueño con el próximo sábado. El entrenador me permite saltar al campo. Sólo quedan diez minutos. Nos ganan seis a cero. Corro en todas direcciones, distribuyo el balón. Ejecuto pases decisivos. Cabezazos imposibles. Cañonazos de volea estilo Jean-Michel Larqué. Gracias a mí, remontamos. No paramos de marcar. Todo el estadio aúlla mi nombre: “¡Claudel! ¡Claudel!” Tras el último toque de silbato, me sacan a hombros. La última baza ha decidido el partido. Pronto también mi foto aparecerá en un cromo Panini.

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