martes, 14 de mayo de 2019


EL RÍO 

Bienvenidos a una nueva edición de Buscando leones en las nubes, un programa dedicado a El río, la novela de Rumer Godden que ya presenté hace un par de meses en mi otro espacio de Radio Universidad y cuya reseña podéis leer en su blog, todosloslibrosunlibro.blogspot.com. 

Baste decir ahora, para situar en su contexto los fragmentos que voy a leeros, que la protagonista de la novela es una niña, Harriet, un trasunto de la propia autora, que relata su infancia en la India, en unos años posteriores al final de la Primera Guerra mundial. La chica vive en Naranyanganj, un pueblo de Bengala -la actual Blangladesh- en el que el río Lakhya marcaba la vida entera de las gentes. Su padre es el director de una fábrica de yute cuyo ajetreo constante marca, en paralelo al fluir del río, el ritmo de la vida. 

Sus idílicos días en la mansión familiar, hechos de juegos e ilusiones, de ensoñaciones e ingenuidad, de aventuras e imaginación, serán también los del descubrimiento del mundo, los del crecimiento y el primer atisbo de la madurez, en un relato fascinante lleno de belleza y sensibilidad en el que el río del título impregna la narración entera. 

Entre los evocadores textos de la novela de Rumer Godden os ofrezco algunas canciones, algunas clásicos indiscutibles y todas espléndidas, con los ríos como eje central, tanto desde un punto de vista literal como metafórico: ríos de lágrimas, de pena, del tiempo… Sus intérpretes son Bruce Springsteen, Lisa Ekdahl con Peter Nordahl Trio, Nick Drake, Herbie Hancock con Corinne Bailey Rae, Antony and The Johnsons, Van Morrison, Madeleine Peyroux, Alison Krauss, Carla Bruni, Bebel Gilberto y Richard Hawley, cuya profunda voz pone fin a la emisión. 


El río de Harriet tenía una milla de ancho y fluía mansamente entre bancos de lodo y arena blanca. Cruzaba unas llanuras de yute y algodón que alcanzaban el horizonte bajo el peso azul del cielo. —Si tengo cierto sentido del espacio—afirmaría Harriet ya de mayor—, se lo debo a ese cielo. El río desembocaba en el mar a través del delta en la bahía de Bengala, su destino final. Había vida en sus profundidades y en su superficie: vida de peces autóctonos, de cocodrilos y de marsopas, que surgían del agua y daban volteretas en el aire mostrando su piel de color gris y bronce, iridiscente bajo el sol; flotaban bancos de jacintos de agua que florecían en primavera. El tráfico por el río también le otorgaba mucha vida; navegaban los vapores correo con chimeneas negras y ruedas de paletas, que hacían romper las olas contras la orilla; remolcadores a vapor que arrastraban barcazas de yute; barcos nativos hechos de mimbre sobre los cascos de madera en cuyas proas tenían ojos pintados y viejas velas desplegadas al viento; había también barcos de pesca con forma de media luna flotando en el centro del río y pescadores de piernas flacas que chapoteaban en las aguas poco profundas provistos de cestas de mimbre y de unas redes pequeñas y muy finas que lanzaban para atrapar unos pececillos brillantes del tamaño de un dedo. Los peces eran parte integrante del tráfico y cada parte de ese tráfico abrigaba sus propios objetivos, pero el río los arrastraba a todos en su corriente. 

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