martes, 28 de mayo de 2019


ENTONCES SE CUENTAN LOS MUERTOS 

Bienvenidos una semana más a Buscando leones en las nubes que hoy cierra, en otra emisión densa, cargada de largos textos y canciones, la serie que iniciamos hace siete días con África como protagonista, a partir de la celebración, el pasado 25 de mayo, del Día internacional de ese continente. Durante dos semanas, pues, nuestro espacio se centra en África a partir de un libro, de lectura necesaria aunque muy descarnado y terrible en sus textos, escrito por el periodista catalán Bru Rovira y que vio la luz en 2006 en la editorial RBA con el título de Áfricas. Cosas que pasan no tan lejos

Una decena de pasajes del libro, que recoge una serie de estremecedores reportajes sobre Somalia, Sudán del Sur, Liberia y Ruanda, cuatro países marcados por la violencia, integran la parte literaria del programa, que se complementa, como hace siete días, con música de intérpretes africanos recreando éxitos de artistas occidentales. 

Así, han sonado los hermanos Touré Kunda, de Senegal, recreando a Phil Collins; el Soweto Gospel Choir de Sudáfrica, y su versión de una identificable canción de U2; Docteur Nico y su Orchestre African Fiesta, que desde la República Democrática del Congo cantan a Aretha Franklin; la beninesa Angélique Kidjo, con un tema escogido de su último disco, una sorprendente grabación en la que repasa, íntegro, Remain in light, una de las obras maestras de los Talking Heads; Les Go, el trío/dúo femenino de Costa de Marfil, que se atreven con una bien conocida pieza de los norteamericanos Daryl Hall & John Oates; Charlotte Dada, de Ghana versionando a The Beatles; otra sudafricana, Miriam Makeba, “enfrentada” a Van Morrison; Orlando Julius, de Nigeria, y su interpretación del My girl de The Temptations; Ladysmith Black Mambazo, la tercera aportación de Sudáfrica al programa, con un clásico de Bob Dylan; y, por fin, otro senegalés, Youssou N'Dour que recupera el Jealous guy de John Lennon, cerrando la interesante banda sonora de la emisión. 

Una foto obra del propio Bru Rovira, extraída de otro de sus libros, acompaña, con su conmovedor dramatismo, esta reseña.

La colina

Una cárcel repleta de presos. Las fosas comunes con las cruces que recuerdan el genocidio. Unos curas. Unas monjas. Un destacamento de los militares. Niñas de catorce, de quince años, embarazadas. Viudas. Cientos de viudas. El ochenta por ciento de las mujeres han perdido a sus hombres. Ellas son las que ahora trabajan la tierra, crían a los hijos, llevan la comida al hombre, marido, padre, hermano que está preso en la cárcel. Huérfanos. Ochocientos huérfanos repartidos entre las familias de acogida. Hombres que beben cerveza de plátano. Promiscuidad. Pobreza extrema. Sida. Malaria. Judías. Siempre judías, cuando las hay. La vida ha vuelto a las colinas. Amanece con los cantos religiosos de las monjas. Anochece con los cantos de los presos que se escuchan a través de los muros. Por la noche reina el silencio. La oscuridad es profunda. Nadie se atreve a salir de casa. Muchos ni siquiera duermen en casa. Se esconden entre los plátanos mientras esperan la luz del día. Entonces se cuentan los muertos. Se hace balance de cómo ha ido la noche. Se cavan las tumbas de los muertos de hoy entre los muertos de ayer. Cuesta encontrar un trozo de tierra donde no aparezcan huesos humanos. Todo se hace en silencio.

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