martes, 29 de octubre de 2019


NADIE ES FELIZ DEMASIADO TIEMPO 

Esta semana Buscando leones en las nubes os ofrece la cuarta edición de la serie de cinco que estamos dedicando a Doscientas sesenta y siete vidas en dos o tres gestos, un peculiar libro en el que el italiano Eugenio Baroncelli retrata, con, como indica el explícito título, apenas unos cuantos rasgos, a varias decenas de personajes singulares, unos, muy conocidos, renombradas figuras del arte, la literatura, la ciencia, la historia o la cultura en general, y otros absolutamente desconocidos, a menudo inventados por el autor. 

El resultado final de libro, a partir de estas breves semblanzas de hombres y mujeres que, sea cual sea su condición, aparecen reflejados en lo más humano de sus personalidades, es magnífico, en un texto lleno de sensibilidad, emoción, ironía y erudición. 

Para el programa de hoy he seleccionado otros diez protagonistas, cuyas vidas, resumidas en unos cuantos agudos párrafos, aparecen rodeadas de encantadoras melodías, todas recogidas e intimistas, todas melancólicas, todas bellísimas, en consonancia con el “clima” habitual del espacio. Anna St. Louis, Hama Sankare, ZAZ, Fun Lovin’ Criminals, The Jayhawks, Diana Krall, The Innocence Mission, Wanda Sá, J. J. Cale y Van Morrison, músico de recurrente presencia en nuestro espacio, que cierra la emisión, son sus inspirados intérpretes. 


Evelyn Waugh, viajero sin esperanza 

Nació en Londres en 1903. Como Raymond Chandler o Joseph Conrad, tampoco consiguió suicidarse de chaval: impresionado por el convincente aforismo de Eurípides (“El mar limpia todos los males de los hombres”), dejó su ropa sobre las arenas de la playa de Bournemouth y entró ufano en las aguas del Mar del Norte, pero atacado por un banco de urticantes medusas, volvió a la orilla a rascarse con furia todas aquellas antiestéticas lesiones. No lo interpretó como una señal del destino, que comparaba con una mujer muy parlanchina, porque en el destino no creía. 

Si bien no creía ni siquiera en el amor, el 27 de junio de 1927 se casó con una tal señorita Gardner, de aspecto gracioso, líneas menudas, frágil de salud y de nombre Evelyn, como él, por lo que los amigos para distinguirlos los llamaban Evelyn-él y Evelyn-ella. Al año siguiente embarcaron en el Stella Maris, que zarpaba para un crucero por el Mediterráneo. Viajaban en una lujosa cabina de primera clase pagada por la compañía a cambio de que él escribiese un diario del viaje. Evelyn-él no escatimó, hablando de los lugares de postal que visitaron, en aguda y sarcástica ironía. “El trenecito que lleva a Catania echa más humo que el Etna”. “El pianista ateniense, inexplicablemente, viste un inconfundible traje georgiano”. “Dos cabras flacas buscan alimento en el campo de fútbol, sobre el cual tropieza un equipo de muchachos egipcios perfectamente uniformados de jugadores”. El embajador inglés, en la deslumbrante Estambul, se pasó toda la noche felicitando a Evelyn-ella, creyéndola la autora de sus libros. 

Comparada con la esperanza, la realidad destaca por su decepcionante y estimulante inferioridad. También su matrimonio, entre traiciones, reconciliaciones y nuevas rupturas, acabó mal. Mientras, hacia el final de su diario, él se disculpó antes de ser acusado: “Nadie es jamás feliz demasiado tiempo”.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me incorporo de nuevo ALberto.. después de un periodo de aclimatación. Me estoy poniendo al día con tus programas... Un saludo y gracias por permanecer ahí, por la constancia y por un programa muy delicado y cuidado.

Alberto San Segundo dijo...

¡Muchas gracias!