martes, 19 de noviembre de 2019


ENTRE DOS ORILLAS 

Hoy cerramos la serie, iniciada hace siete días, dedicada a Gaël Faye y su novela Pequeño país, que gira sobre los sobrecogedores acontecimientos de las matanzas de Ruanda en 1994, de las que, por lo tanto, este 2019 se cumplen veinticinco años, y en las que los hutus acabaron con casi un millón de personas, la mayor parte de la etnia rival, los tutsis, en un brutal genocidio que sorprende por su proximidad en el tiempo, lo que permite constatar que la tendencia del ser humano al mal parece, por desgracia, imperecedera y consustancial a nuestra naturaleza. 

En la novela, emotiva y bellísima pese al terrible dramatismo de los sucesos narrados, Faye se “esconde” bajo la piel de su personaje principal, Gabriel, un chico de padre francés y madre ruandesa (en su biografía “real”, la madre de Gaël es de Burundi), que en su trigésimo tercer cumpleaños, viviendo en Francia tras abandonar muy joven los escenarios de la guerra, recuerda sus años infantiles en los que la felicidad absoluta de su vida libre en una África casi edénica se ve cortada de raíz por una guerra absurda, por el miedo y el dolor, por el desgarro y la pérdida, por la ominosa presencia de la muerte. 

Dejábamos hace siete días al niño, aterrado, que había empezado a experimentar los primeros signos del odio y el horror, a las puertas de una guerra que se desencadenaría a raíz de la muerte, el 6 de abril de 1994, de los primeros ministros de Ruanda y Burundi, ambos hutus, al ser derribado el avión en que viajaban en un atentado terrorista. Culpables -al decir de la mayoría dirigente hutu- del asesinato de sus líderes, los tutsis e incluso los hutus moderados, fueron masacrados en tres meses de despiadadas matanzas. 

De esa realidad objetiva da cuenta la novela de Faye, en paralelo al otro plano, más íntimo y subjetivo, que refleja la pérdida de la infancia, de sus orígenes y su patria por parte de un muchacho que no entiende la locura circundante y que se refugia en los libros para huir de las atrocidades que le rodean. 

Los fragmentos que voy a leeros aparecen en esta ocasión acompañados de la música del propio Gaël Faye, que aparte de su dimensión literaria presenta también una importante faceta como músico, en el ámbito del hip hop y el rap, en el cual ya ha presentado tres discos, Pili pili sur un croissant au beurre, Rythmes et Botanique y Des fleurs, de los que proceden las once canciones que sonarán en la emisión, en las que ha contado con la colaboración de otros músicos como Pytshens Kambilo, Julia Sarr, Ben L’Oncle Soul, Ousman Danedjo, Flavia Coelho, Bonga y Saul Williams. 

Como aviso para navegantes debo señalar que, dado el género en el que se inscriben las creaciones musicales de nuestro invitado, centradas sobre todo en la palabra, aunque la música no sea ni mucho menos desdeñable, su completa degustación exige el conocimiento del francés o la búsqueda de sus letras en internet. Unas letras, como puede imaginarse, centradas en idéntica temática autobiográfica que la de la novela, con la guerra, la violencia, el odio, la infancia perdida, el desarraigo, la inmigración, el choque de culturas como motivos centrales… 


Tres jóvenes que iban delante de mí atacaron de súbito a un hombre, sin razón aparente. A pedradas. Desde la esquina de la calle, dos policías miraban la escena sin moverse. Los peatones se detuvieron un momento, como para disfrutar del espectáculo gratuito. Uno de los tres agresores fue a buscar una gran piedra que estaba debajo del franchipán, sobre la que los vendedores de cigarrillos y de chicles tenían la costumbre de sentarse. El hombre estaba intentando levantarse cuando el pedrusco le reventó la cabeza. Se derrumbó cuan largo era sobre el asfalto. Su pecho se hinchó tres veces bajo su camisa. Rápidamente. Buscaba aire. Luego, nada. Los agresores se fueron tan tranquilamente como habían llegado, y los peatones continuaron su camino, evitando el cadáver como se rodea un cono de tráfico. La ciudad entera se agitaba, proseguía con sus actividades, con sus compras, con su trajín. La circulación era densa, sonaban los cláxones de los minibuses, los vendedores ambulantes ofrecían bolsitas de agua y de cacahuetes, los enamorados esperaban encontrar cartas de amor en sus buzones, un niño compraba rosas blancas para su madre enferma, una mujer vendía latas de concentrado de tomate, un adolescente salía del peluquero con un corte a la moda y, desde hacía algún tiempo, unos hombres asesinaban a otros con total impunidad, bajo el mismo sol de mediodía de antaño. 

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