martes, 1 de marzo de 2011


UN AMOR DE CINE

Una vez fui a ver una película y lo que salía era como yo y más que yo; como mi vida y más que mi vida, y entonces todo era más grande.

Abrimos nuestra entrada de esta semana con esta espléndida cita de John Steinbeck, premio Nobel de literatura y, sobre todo, a los efectos de lo que hoy nos ocupa, autor de Las uvas de la ira, la gran novela en la que se basa la película del mismo título, una obra maestra de la historia del cine (aprovecho la excusa para mandar un saludo especial a mis alumnos del Máster de Profesor de Secundaria, con los que hemos estado analizando la película en las clases de estas últimas semanas). El texto, extraído de la novela, resume de modo ejemplar la maravilla que durante generaciones (quizá ahora menos) ha sido el cine como reflejo y superación de la vida, como mágico espejo en el que se recreaba una vida bigger than life (por seguir con alusiones cinéfilas).

Y es que el cine protagoniza hoy Buscando leones en las nubes, en una emisión cinematográfica del programa que ya se ha hecho habitual en las semanas cercanas a la entrega de los Oscars. Conformando la sección literaria os encontraréis con frases alusivas al amor extraídas de distintas películas, no necesariamente oscarizadas, entresacadas del libro Un amor de cine, que sin autor reconocido fue publicado en 2009, por Debolsillo, un sello de la editorial Mondadori. El libro recoge unas ciento veinte citas, entre parlamentos, frases y diálogos, de películas muy conocidas y que giran sobre las distintas vertientes del amor. Cada cita viene acompañada de la correspondiente ficha de la película y de un fotograma representativo de la misma. El resultado final es un volumen muy atractivo, muy bonito, de entrañable y amena lectura. Las citas, por orden de aparición, pertenecen a las siguientes películas: El diablo dijo no, dirigida por Ernst Lubitsch; City of angels, de Brad Silberling; Un tranvía llamado deseo de Elia Kazan; A los que aman, de nuestra Isabel Coixet; La ventana indiscreta, del genial Alfred Hitchcock; El indomable Will Hunting, dirigida por Gus Van Sandt; Hechizo de luna, de Norman Jewison; El paciente inglés, del llorado Anthony Minghella; Don Juan de Marco, de Jeremy Leven; El amor tiene dos caras, que dirigió Barbra Streisand; y por último esa pequeña joya recóndita y casi olvidada, El marido de la peluquera, obra maestra de Patrice Leconte.

Para la vertiente musical de la emisión he buscado canciones, estupendas canciones, con el tono algo melancólico marca del programa, que han aparecido, sin haber sido tampoco premiadas, en distintas películas de los últimos veinte años. He huido casi siempre de lo obvio, privilegiando las canciones que me gustan y que encajan en la atmósfera del programa frente a las más conocidas y comerciales. Algunas de ellas ya habían sido emitidas naturalmente en distintas ediciones de Buscando leones en las nubes, otras, en cambio, suenan ahora por primera vez. Todas, en cualquier caso, cumplen con el doble requisito de su vínculo cinematográfico y de su excelente calidad. Se trata de Save me, interpretada por Aimee Mann y que forma parte de la banda sonora de Magnolia, la película de Paul Thomas Anderson; Perfect day, cantada por Lou Reed en Trainspotting, de Danny Boyle; Playground love, del dúo francés Air, y que aparece en Las vírgenes suicidas de Sophie Coppola; Someone like you, una maravilla más de Van Morrison que podemos escuchar en French kiss de Lawrence Kasdam; la conocidísima -y que repite en el programa- Wicked game, de Chris Isaak, escogida por David Lynch para la música de Wild at heart; la tristísima I grieve, de Peter Gabriel, que ilustra la última secuencia de City of angels, dirigida por Brad Silberling, película que aparece en las dos secciones -literaria y musical- de la emisión; Why, en interpretación intensa de Annie Lennox, que se escucha en Sólo ellas, los chicos a un lado de Herbert Ross; Glory box, con la siempre emocionante Beth Gibbons al frente de Portishead, reconocible como fondo sonoro para las imágenes -de dudoso interés en sí mismas- de Jóvenes y brujas de Andrew Fleming; Golden brown, un clásico de The Stranglers que el exmarido de Madonna, Guy Ritchie, seleccionó para su Snatch. Cerdos y diamantes; otra joya, la delicada Guaranteed de Eddie Vedder, que integra la banda musical de Into the wild, la película de Sean Penn; y para finalizar, una vez más, la genial Natalie Merchant, con uno de sus éxitos de los inicios de su carrera en solitario, Motherland, escogido por nuestro Guillermo Fesser para su película Cándida.

Para completar la sección de vídeos he seleccionado fragmentos de cinco películas de entre este inmenso aluvión de referencias. Se trata de las secuencias -más o menos largas- que incluyen los textos leídos en el programa de El diablo dijo no, City of angels, El indomable Will Hunting, El paciente inglés (que sólo he podido encontrar en su versión original) y esa escena final de despedida conmovedora, tristísima y pese a todo a mi juicio esperanzada, de El marido de la peluquera.




Un amor de cine

3 comentarios:

Fely dijo...

Amores de cine...intensos, dolorosos.
Estupenda la selección de vídeos.
La música como siempre me ha encantado.
Pero entre tanto amor sentido, a mi lo que me fascina son "esos ocultos atajos que se abren camino al alma",lo que nos atrae de una persona y que puede llevar a enamorarnos... química o "extraña alquimia". El qué aunque no sepamos el porqué.

Alberto San Segundo dijo...

Como siempre oportuna, Fely. Estupendas tus aportaciones y muy interesantes tus comentarios. Qué decir de los 'ocultos atajos' y de su secreto encanto.

Gracias

Anónimo dijo...

Mirando por internet he visto un poema de cine..que puede encajar en este apartado de "Buscando leones en las nubes" espero que os guste. Llevo una semana de retraso en el programa. Como los malos estudiantes siempre ando a "trancas y barrancas" pero eso si... SIEMPRE FIEL:

Con violetas de los cinematógrafos en las ojeras
y nostalgia de estanque en los ojos,
de estanque con lotos,
definitivamente en el amor naufragas,
isla flotante de pluma y nardo
en un mar de cabezas desoladas
y de huraños deseos.

Haces pensar nómade y frágil en mis manos y tan remota
en los caballos de las películas
que corren, que corren, que corren
miles de miles de millas de celuloide
para salvarte,
para salvarte del rapto de los bandoleros
que te llevan en el pavés de sus deseos,
y entregarte al fin incólume
como el sueño de una niña de cristal y malva
al héroe impecable de las películas.

Haces pensar en los peligros erizados de montañas,
de montañas de cartón que en las películas
sorprenden con minas de secretos y bandidos galantes,
aptos para el aplauso en flor de la galería.
Haces pensar en los incendios de bosques,
que se apagan en un beso de salvamento,
y en los raudales en que se precipita
la fuga de una barca perseguida
que a los pies del milagro se detiene,
y en las carreras de aeroplanos
que hincan certeras flechas de aluminio
en el corazón espeluznante del vacío,
y en las locomotoras que pasan
sobre las cabezas encogidas de los espectadores
laminando un grito de ficticias muertes.

Te desvaneces en un suspiro
y en un relámpago te amplías,
te amplías desmesuradamente como la muerte.
El brazo, para ceñirte, circunvala el mundo.
La luz, para recrearte,
se tortura en los obturadores burlando vigilancias
de directores siniestramente irreales.
­Marchas a mi lado y no te siento,
marchas a mi lado y no te siento,
urdida mentira de los cinematógrafos,
viviente sólo a clareadas de luz y azogue:
en el deseo florecido,
Y en la instantánea retina del recuerdo.

Alberto