martes, 29 de mayo de 2012


ME LARGO ESTA NOCHE

Durante un par de semanas, ésta y la próxima, Buscando leones en las nubes se centra en el universo poético de Manuel Vilas, el intenso poeta aragonés cuya poesía completa, o al menos lo esencial de ella, los poemas publicados hasta hace un par de años, se recoge en Amor. Poesía reunida. 1988-2010, publicado por la editorial Visor. Con posterioridad, Vilas ha publicado un nuevo volumen de poesía, en la misma editorial, Gran Vilas, merecedor del XXXIII Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla. Recientemente, también, ha visto la luz en Alfaguara, su última novela, Los Inmortales.

No tengo demasiado tiempo para comentaros aquí las muchas razones por las que me interesa enormemente la poesía de Manuel Vilas. Prefiero hacerlo en palabras de José Luis Piquero, poeta también y amigo del autor, que califica así el espíritu de su poesía: exaltada, irónica, desafiante, distinta. Y vitalista y apasionada. E igualmente, señala, desolación, irrefrenable apetito de vivir, humor, crudeza, golferío, cinismo y grandes dosis de encubierta ternura son los rasgos que definen al personaje que protagoniza estos poemas: un veraneante perpetuo que sólo sabe castigarse, celebrar la existencia, gastar el dinero en lo mismo que se lo gastan los turistas de todo tiempo y lugar, desear sin tasa a las mujeres y ansiar la muerte, pero una muerte al sol y junto al mar, después de haber amado mucho. Frívolo y profundo, descreído de los grandes relatos pero no de los pequeños placeres, de este personaje podría decirse lo mismo que de aquel de Carlos Marzal que trataba “por igual la muerte y los escotes”. Un personaje, y sigo con las palabras de Piquero, espigadas de un artículo en la revista Clarín, en verano de 2011, brutal, (…) cálido y conmovedor, (…) un niño equivocado, un libertino sentimental, siempre al borde de hacer algo drástico: suicidarse o enfundarse un traje de verano e ir a recorrer la playa (…) bebedor terminal, hedonista y dandy. Para acabar definiendo al autor: Si un rasgo inequívoco de todo intelectual que quiera sentar cátedra es el rechazo de la cultura popular y los superficiales entretenimientos del pueblo, está claro que Vilas pretende sentar cátedra en otras aulas. Sus poemas son endechas de amor a las cajeras de los supermercados, reflexiones sobre las pequeñas isletas de colorines del consumismo, cantos a los héroes más míseros: el Perry Smith de A sangre fría o el músico fracasado Doug Yule, a quien sus propios compañeros de la Velvet Underground no miraban a la cara. También los poetas, como Pound o James Joyce, fotografiados en sus momentos menos sublimes. Vilas se ríe de todos ellos (y de sí mismo) y para todos ellos tiene una infinita comprensión, un desmedido amor. ¿Y cuál es la dicción de esta voz insumisa y apasionada? La única posible: largos poemas de largos versos, afán narrativo, coloquialismo extremo, prosaismo, pero también una constante inventiva verbal que salpica los textos de brillantes intuiciones, que deja al lector sin aliento, como tras una sacudida. Calor (2008) es hasta ahora su último libro y se inicia con dos poemas muy significativos. El primero, “La lluvia”, es una particularísima e irreverente crónica de la boda de los Príncipes de Asturias, un tema que muy pocos poetas españoles se plantearían siquiera considerar. Del segundo se puede decir lo mismo: una oda al viejo coche del que uno se desprende para comprarse el último modelo, plan Prevert de por medio. Nuevamente el humor, una conmovedora ternura y un profundo tono elegíaco, nunca exento de sarcasmo y autoparodia. Nada en estos y en los demás poemas es lo suficientemente elevado como para no ser puesto en solfa y nada es lo bastante insignificante que no merezca una revisión, una búsqueda de su íntimo sentido. Desbordante, cáustico, iconoclasta, también emocionante y conmovedor, Vilas es una especie de francotirador amoroso, un terrorista de la felicidad que no pretende contribuir al orden moral del mundo sino, quizá, afirmar su irreductible libertad y decir lo que le da la gana. Diciéndonos, de paso, muchas cosas importantes sobre nosotros mismos. Indispensable.

En la edición de esta semana os dejo diez extensos -e intensísimos y excesivos y transparentes y sarcásticos y a veces brutales y crueles y siempre lúcidos- poemas entresacados de la antología citada y que aparecen envueltos en canciones cuyo tono íntimo y recogido, cuya delicadeza y hasta fragilidad pienso que no le gustarían demasiado a un poeta que incluye mucha música en su versos, aunque mucho más dura, con más aristas, más agresiva, más hiriente, más rotunda, más expuesta, más “negra”. Norah Jones, Marisa Monte, Rufus Wainwright, Tom Waits, Karen Souza, Lou Reed (que canta algo parecido a lo que yo escribo, como leemos en un poema que no he seleccionado), Nick Drake, Van Walker con Liz Stringer, Marlango y Katie Melua son los intérpretes que ponen algo de sosiego y ligereza a la poderosa y descarnada crudeza de los versos de Vilas.

Os dejo también, para completar esta breve aproximación al territorio literario de Manuel Vilas, con uno de sus poemas más representativos -que no aparece en ninguna de las dos emisiones-, Amor, que da nombre a la recopilación de Visor y que escucharemos también, leído por el autor, en el vídeo que acompaña a esta entrada. Tras él, os ofrezco el preámbulo a dicho libro, en el que el propio autor, expone algunas de las claves de su poesía.


Amor


Una mañana Manuel Vilas sacó todo su dinero de los bancos.


Fue a las cajas de ahorro, fue a las compañías de seguros,
vendió su coche, anuló su plan de pensiones,
se lo llevó todo en efectivo, un buen fajo de billetes calientes.


Qué bien, dijo, qué fuerte,
y todos los empleados y los directores querían disuadirle
pero Vilas tenía unas ganas infinitas de pasarlo bien.


Y luego se fue a ver enfermos,
a ver emigrantes, incluso se fue a las cárceles.


Quería ser un santo espectacular, tenía esa marcha,
tenía esa gran ilusión.
Quería ser Cristo, Lenin, San Pablo,
quería ir más allá del orden, de la naturaleza y de la vida.


Recorrió la ciudad de Zaragoza repartiendo dinero.
En Conde de Aranda, dio mil euros a tres árabes,
que le besaron los pies, y las manos y se arrodillaron.


En el barrio de Delicias, en la calle Barcelona,
dio trescientos euros a una negra africana,
y ella quería comerle el sexo al buen Vilas,
pero Vilas dijo hoy soy San Vilas,
consérvate para tu marido, él te necesita,
y yo os bendigo; anda, nena, ve en paz.


Y Vilas se echó a reír.


Fuego, qué fuego más grande,
y siguió repartiendo, a una vieja china
de un todo cien le dio seiscientos euros,
y la vieja le hizo una foto de diez millones de megapixels
y la amplió y la enmarcó y la colgó
en mitad de su tienda con dos velas debajo.
A un vendedor de La Farola, ese periódico
de los pobres, le dio ochocientos euros.
Y el vendedor se echó a llorar y ardía
como una vela en mitad de las catedrales antiguas.


Vilas quería ser un santo, tenía esa marcha.


Toda la mañana y toda la tarde estuvo quemando su dinero.


Miró la atmósfera y se estaban abriendo los palacios celestiales.


Estaba enamorado de sus semejantes.


Nunca vimos a nadie tan enamorado.



Palabras para Amor

Me gusta mi poesía, me da alegría cuando la leo, me pone de buen humor, me río, me mete caña, me entran ganas de vivir, me entran ganas de fiesta. Y esa es la razón principal de que me haya decidido a conformar este libro, esta reunión de mis poemas. A mí me costó mucho aprender quién quería ser literariamente. Comencé a escribir en Vilas en 1998. Tenía unos treinta y cinco años, y fue entonces, a esa edad del medio del camino de Dante, (esto de Dante lo digo porque si no lo digo habrá quien piense que no me lo sé), cuando supe que iba a escribir la poesía que mi vida estaba creando, y no la poesía que crearon otras vidas que no eran la mía. Me di cuenta de que ya no era pobre. Tenía un buen trabajo, un buen coche, y ganaba una pasta razonable y dejó de importarme la poesía; quiero decir que dejó de importarme la gran historia de la poesía. Quería pasármelo bien, y encima me había enamorado de mi propia vida. Mi vida me parecía gloriosa y mágica. Me dije: “Vilas, la vida es OK”. Allí, en esas coordenadas vitales, surgieron los primeros poemas de El Cielo (DVD ediciones, 2000). Y después vinieron Resurrección (Visor, 2005) y Calor (Visor, 2008). Desde entonces, desde aquel 1998 hasta hoy, hasta estos primeros meses del 2010, ha venido desarrollando esa marca llamada Vilas, tanto en prosa como en verso, y que no es más que un deseo de escribir de la forma más libre que me sea dado imaginar. Esa marca “Vilas” debería cotizar en bolsa. Esa marca no encierra más que un deseo de desenmascaramiento de la realidad social, política, cultural, económica, sentimental de estos primeros años del siglo XXI. A ese desenmascaramiento me he entregado en cuerpo y alma, y este libro es el resultado.

El Cielo, Resurrección y Calor se editan aquí tal y como se publicaron en su día, sin ningún cambio: ningún deseo de cambiar nada, esto es, la pereza planetaria como gran poética. Me gustan esos tres libros. Ellos son la guardia pretoriana, la legión invencible, de esta poesía reunida. Y los poemas nuevos que estoy escribiendo ahora también me gustan. Incluyo, en la última parte, cinco poemas inéditos del libro en el que ando metido y que todavía no tiene título. En realidad, para ese nuevo libro barajaba el nombre que da título a esta poesía reunida. Me gustan esos cinco poemas nuevos. Hay uno especial, mi favorito, el que ya es un fijo en mis lecturas públicas, el titulado precisamente “Amor”. Me gusta mucho leer en público ese poema; cuando llego al verso que habla de San Vilas la gente se ríe, pero se ríe a la manera en que yo quiero que se rían. Una risa extrañamente enamorada. Es la primera vez que se edita en libro el poema “Amor”. Estos cinco poemas nuevos fueron escritos a los largo del año 2009 y en los primeros meses de 2010, con un terrible esfuerzo, agotador. Escribir, y especialmente corregir poemas estresa mucho, y no hay convenio laboral que te ampare.

Los primeros diecinueve poemas que aparecen en Amor, fueron escritos y publicados entre 1988 y 1998. Son poemas de aprendizaje. Son mi arqueología literaria, necesaria y tradicional en cualquier poesía reunida. Y esa primera sección de Amor quiere ser un recordatorio de aquellos lejanos años de tanteos en que casi no me reconozco. Yo creo que fui un poeta de formación lenta. Me costó mucho madurar. Era un estudiante pobre. Creía que me iba a morir de hambre en cualquier momento. Si eres pobre, te cuesta más tiempo madurar literariamente. Estos diecinueve poemas contienen su pequeña evolución. Los cuatro primeros, los titulados “La luna”, “El joven poeta”, “Canción” y “Los demonios” son poemas publicados en 1998. Los escribí con veinticuatro años. No me reconozco en ellos ni aunque haga arduos esfuerzos de memoria. Veo a un adolescente intentando escribir poesía. “La corona entre las manos”, y “Once Upon A time” fueron publicados en 1990. Sigo viendo en ellos a un adolescente intentando escribir poemas neorrománticos. Sin embargo, en poemas como “Independencia”, y especialmente en “Hölderlin”, “Londres” o “La tumba de Jim Morrison en París”, que son poemas de 1993, comienzo a ver muy embrionariamente algunas cosas que ya me gustan más. El resto de esa sección, desde el titulado “La clase de Lengua” a “Noche de Reyes”, son poemas que se editaron en 1998 y que presagiaban, aunque de manera muy tímida, el tono literario que aparecería en El Cielo.

Amor es, en definitiva, lo que yo en este momento designo como mi poesía reunida. Aquí está toda mi dedicación a la poesía de estos años. He titulado esta poesía reunida con una simple y elemental palabra porque releyendo todos estos poemas, pienso que están llenos de un sentimiento cercano al amor. Tal vez ese sentimiento esté emparentado también con la exaltación, con la plenitud, con la euforia, con la libertad. Y creo que a estas alturas de mi vida ya solo me interesa el amor, en la medida en que el amor es la única experiencia humana que no procede de la gélida naturaleza, ni del absurdo universo, ni de la ficción de la historia, ni de la sociología emocional y cultural de un país llamado España. El amor es un buen lugar. Parece un sitio universal, cargado de energía, de energía elemental y no moral. No concibo el amor sino como una lucha a muerte contra los hipócritas. No concibo el amor sino como una exaltación de los MacDonald’s, de la música Pop, de las circunvalaciones que cercan las ciudades de la tierra, de la anarquía, de los hospitales, del cuerpo humano, de los hoteles, de la enfermedad, de las mejoras laborales, de las utopías que aún no han nacido, del humor irreductible, de los talleres de chapa y pintura, de las fábricas de muebles y de la ropa interior de algodón suizo de la princesa doña Letizia; el amor como un himno a los coches, al dinero, a la prostitución, a los comunistas. Un gran himno a los comunistas, Me gusta esa palabra porque asusta a la gente. Y en España asustar a la gente es una obligación histórica. Que yo tenga una obligación histórica no deja de sorprenderme, porque las obligaciones, en general, son aburridas y están mal pagadas. No concibo placer más grande que perseguir a lo largo de la Gran Vía madrileña, transmutado en un Frankestein invencible o mejor transformado en un Clint Eastwood impasible, a todas las autoridades culturales y políticas y sociales españolas. Necesitamos reírnos. Necesitamos más libertad. Necesitamos rebelión y más dinero para financiarla. Creo que no he escrito una poesía pequeño-burguesa, y con eso ya puedo quedarme tranquilo aunque mi vida sea, como la de todos, la vida de un pequeño-burgués, porque no se puede ser otra cosa. Hay márgenes: la poesía fue el mío. Imagino que nunca maduré. Hace frío fuera del mercado laboral. No, queridos, no he escrito una poesía pequeño-burguesa y dejadme, al menos, que sienta orgulloso de eso. No he contribuido al orden moral de este mundo.

El amor a todo me parece la única salida del laberinto. Y por otro lado, una garantía de que tu vida es buena, de que tu vida es maravillosa. Eso está queriendo decir la poesía que he escrito durante estos últimos quince años: que el amor vale la pena y que ser libre, también.

Ama mucho, hermano.

Quémalo todo mucho, hermano.

Me voy a comer el mundo.

M.V.
Mayo de 2010

Me largo esta noche

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Alberto ¡¡¡lo has conseguido!!! Me has hecho sonrojar en algunos momentos de tu programa. Estaba mi hijo pululando cerca de mí y le he tenido que decir que se saliese de la habitación.Encima me pregunta ¿es el señor de los leones el que está leyendo? y le contesto... si hijo el de los leones, el de los leones.
Tendrás que ir añadiendo al comienzo de algunos programas uno o dos rombos jejejejeje.

Bueno enhorabuena por el programa subidito de tono en algunas ocasiones.

Alberto:)

Alberto San Segundo dijo...

Gracias, Alberto, por tus comentarios siempre tan simpáticos y agradables... Conmovedor lo de tu hijo, ese "señor de los leones" me ha llegado al alma.

Y sí, procuraré avisar cuando vuelva a "subir el tono" del programa... aunque a estas edades uno ya no está para demasiados excesos, ni siquiera en la ficción...