martes, 1 de abril de 2014


OCTAVIO PAZ. DOS CUERPOS FRENTE A FRENTE

El 31 de marzo de 1914, hace ahora cien años, nacía Octavio Paz, el inmenso poeta mexicano, al que vamos a dedicar esta semana nuestra emisión en Buscando leones en las nubes con ocasión de su centenario.
 
Yo empecé a leer a Octavio Paz en mi etapa universitaria, aún recuerdo el precioso volumen de su entonces Poesía completa, que abarcaba su obra entre 1935 y 1975, publicado por Seix Barral en un cofre, como digo, muy atractivo. Una atracción que junto a su precio prohibitivo para un estudiante provocó su discreta y gratuita apropiación por mi parte en la librería de El Corte Inglés de Vigo. Era 1979, creo, mi disculpable “delito” habrá, sin duda, prescrito. Años después, en 1985, me empapé de gran parte de la obra ensayística de Paz, sobre todo el indispensable El laberinto de la soledad, con ocasión de un fecundo e inolvidable viaje a México (qué recuerdos, cómo pasan los años, dónde estará ahora C.; el tiempo, siempre inclemente, disolviendo el recuerdo del amor).
 
En el programa de esta semana y, por comprensibles razones vinculadas a la duración del espacio, os presento una muestra mínima de su ingente obra poética. Una selección reducidísima y no demasiado representativa, no sólo porque, como es obvio, elegir trece poemas de entre cientos contenidos en su poesía completa es, en términos absolutos, una tarea casi imposible, condenada a la limitación, sino porque, además, he querido recoger exclusivamente poemas de temática amorosa (salvo el que cerrará el programa, una exaltada celebración de la vida ante la muerte), lo que reduce aún más el valor “significativo” de la selección. La poesía del Premio Nobel mexicano se mueve en registros muy variados, muy ricos, el experimentalismo, la preocupación metafísica, el surrealismo, la búsqueda formal... pero son sus poemas de amor, muy físicos, muy carnales, rezumando erotismo y pasión, llenos de lirismo y dulzura, de imágenes deslumbrantes, arrebatadoras, los que más me han interesado siempre y por ello los he escogido para integrar la emisión esta noche, empezando con Tu nombre, el poema que abre la antología a la que acabo de referirme. A propósito del amor en la literatura de Octavio Paz, os recomiendo también La llama doble, un lúcido ensayo, un sugerente recorrido por la historia del amor en Occidente.
 
Y como siempre, música relajada, tranquila, intimista y bellísima para acompañar la maravilla de los versos. Damien Jurado, Catherine Russell, Ed Harcourt, Linda Perhacs, Bill Callahan, Krista Detor, Patrick Nugier, Dena Taylor, Rick Redbeard, Mallu Magalhaes, Gregory Porter (cuyo Our love -tan apropiado en una emisión que, una vez más, habla de amor- aparece en el vídeo que acompaña este comentario), Eliana Printes y Mark Lanegan son los intérpretes que han sonado en el programa.
 
Os ofrezco a continuación, para clausurar esta entrada, Dos cuerpos, el intenso poema de Paz que da título a la emisión, y La poesía: profesión de fe, un interesante artículo sobre el poeta publicado por Clara Janés en El País el pasado 22 de marzo.
 
 
Dos cuerpos
 
Dos cuerpos frente a frente
son a veces dos olas
y la noche es océano.
 
Dos cuerpos frente a frente
son a veces dos piedras
y la noche desierto.
 
Dos cuerpos frente a frente
son a veces raíces
en la noche enlazadas.
 
Dos cuerpos frente a frente
son a veces navajas
y la noche relámpago.
 
Dos cuerpos frente a frente
son dos astros que caen
en un cielo vacío
 
 
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La poesía: profesión de fe. Clara Janés
 
“Altos muros del agua, torres altas, / aguas de pronto negras contra nada, /impenetrables, verdes, grises aguas, / aguas de pronto blancas, deslumbradas”. Muchos son los versos de Octavio Paz con una estructura análoga a la de estos. Y si seguimos leyendo el poema, en la tercera estrofa encontramos: “El resonante tigre de las aguas, / las uñas resonantes de cien tigres, / las cien manos del agua, los cien tigres / con una sola mano contra nada”. Este modo, que además de no temer la rima asonante incorpora la repetición de palabras con distintas ubicaciones y pesos, responde en primer lugar la inteligencia y el dominio de quien esto escribe. Octavio Paz, es sabido, aparece como uno de esos manantiales de luz del intelecto que ilumina todas las parcelas del acervo humano. En su poesía hace lo propio a través del mismo hecho poético. Y este se presenta, dice él, en el ritmo, la música, la metáfora, la analogía, la combinatoria... El ritmo es el esqueleto, pero es la plástica del poema lo que más llama la atención en su obra. Las palabras nos dicen algo que está más cerca de nosotros que su sentido, actúan como los colores en un cuadro.
 
En estas estrofas, de coger un pincel y pintar azul el “agua”, blanca la “nada” y rojo el “tigre”, tendríamos en la primera cuatro manchas azules y una blanca, y en la segunda, tres manchas rojas, dos azules y una blanca. Se diría una obra de Miró, pero también se trata de un trayecto. En la primera hallamos “muros”, “torres” e “impenetrables”, puros obstáculos, y por otro lado “aguas”, “verdes” y “deslumbradas”, que invitan a un fluir. El conjunto entero del poema se presenta como un ámbito cerrado y seductor, un laberinto visual en el que todo se resuelve en la misma contraposición de sus elementos. La maestría de Octavio Paz es esta: atraparnos liberándonos a la vez con su particular modo de empleo de los materiales.
 
¿Se trata de una cuestión externa? Él mismo nos contesta: “La forma que se ajusta al movimiento / no es prisión, sino piel del pensamiento”.
 
Hay que adivinar, pues, el pensamiento a través del aspecto y no a través del contenido de la palabra. ¿Cuál es el propósito final? Paz no diría nunca como Cirlot: “Poesía es lo que el mundo no es y no me da”. Tan culto y conocedor del mundo surrealista o esotérico como este, se halla, en cambio, en la posición contraria: será el poeta el que tome del mundo lo que quiera y lo someta a metamorfosis. Gran ensayista y pensador, el mexicano afirma: “Un poema no solo es un objeto verbal, sino que es una profesión de fe”. De hecho es el cuerpo del poema al que él da vida como “artista”, el objeto de su fe, por ello es hasta tal punto completo su logro. Y en el poema se halla el mundo entero.
 
Si Mallarmé, así lo destaca Paz, veía “la poesía como máscara de la nada”, para él sería más bien "máscara de todo". Con sus libros, llámense Libertad bajo palabra, Árbol adentro, Ladera Este, Blanco o Salamandra nos sitúa ante todas las culturas de todas las épocas, desde las autóctonas mexicanas a las del Japón y de la India o a las vanguardias europeas de la primera mitad del siglo XX, sin evadir siquiera el hilo de sus propios pasos (Pasado en claro) y siempre con esa luz que es proyección del pensamiento sobre el poema de modo que atrae, de inmediato, a los ojos. Él es plenamente consciente de ello pues afirma: “La poesía / como la verdad, se ve”, y también: “La crítica del objeto prepara la resurrección de la obra de arte no como cosa que se posee, sino como presencia que se contempla”.

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