martes, 8 de julio de 2014


EL PERFUME DE TU CUERPO

A lo largo de este mes de julio, en cuatro lunes sucesivos, y en emisiones que, con la programación regular de Radio Universidad ya finalizada, sólo saldrán al aire a través de este blog, os voy a ofrecer cuatro programas que recogen una treintena larga de fragmentos extraídos de un libro magnífico, Aromas, escrito por Philippe Claudel y publicado, como el resto de su obra, por la editorial Salamandra. En el blog de mi otro espacio en Radio Universidad, Todos los libros un libro, podréis encontrar información sobre otros libros de Claudel y ampliar así la información sobre los muchos motivos de interés de la obra del novelista francés.
 
Hoy, este Aromas que centrará nuestros programas veraniegos no es propiamente una novela, sino una especie de evocación autobiográfica -o al menos con una destacada presencia de la propia vida del escritor- en la que Philippe Claudel rescata, a través de los olores a los que hace referencia el título, los escenarios de su vida -sobre todo los de su infancia- en una rememoración, inundada de poesía y lirismo, de melancolía y sensibilidad, de los días del pasado, revividos gracias a la poderosa capacidad de sugestión de los perfumes, las fragancias, los aromas de personas y lugares, de objetos y espacios, de alimentos y plantas y lociones y bebidas y ropas y tantos “motivos para el recuerdo” más. Intimista y nostálgico, delicado y conmovedor, el sutil ejercicio de memoria que nos ofrece el magnífico escritor francés es deslumbrante y proporciona momentos de lectura inolvidable, algunos de los cuales pretendo trasladaros aquí en estas cuatro ediciones de julio que ahora os presento.
 
Entre los fragmentos literarios, hoy dedicados a los aromas de las sábanas limpias, las novias, los jerseys, la canela, la crema solar, los habanos, las bodegas, las aulas y el despertar (este último texto, repleto de ternura, de enamorada entrega, de belleza y dulzura, os lo ofrezco también aquí, íntegro, al término de esta entrada), suenan también perfumadas canciones, rezumando olores y fragancias varias que completan nuestra propuesta de esta noche. Sus intérpretes, Carol Andrade, Van Morrison, Gianna Nannini, Hooverphonic, Liane Foly, Ibrahim Ferrer, Greg Brown, Maria Dimitriadi y At Swin Two Birds, nos hablan en sus temas de los olores de aceites y jazmines, del de las gardenias y el café, del adorable olor de la piel amada, del atávico olor del miedo animal, del intenso olor del sexo, del evanescente olor del amor, del penetrante e inolvidable y muchas veces doloroso olor del pasado.
 
 
Despertar
 
Salgo de la noche con la sorpresa de seguir vivo. Con el paso de los años, empiezo a ver ese momento cotidiano como la renovación de una frágil prórroga. Temo que una noche se acabe y, al acostarme, apagar la luz y besar a la mujer a la que quiero, sea la última vez que haga esas cosas habituales. No es miedo a morir, sino más bien pánico a no vivir más, es decir, a emprender solo caminos desconocidos, ya sea el de la muerte, del que nada sabemos, pero que imagino como un callejón sobre cuyas dimensiones no podrán informarme ni mis inoperantes sentidos ni mi conciencia, irremisiblemente apagada; ya sea el de la vida, pero la vida sin la presencia de mi amada, que sería entonces una existencia cercenada, mutilada, sanguinolenta. Así que, cuando me despierto y poco a poco retomo mi lugar en el somnoliento mundo, en el corazón de la mañana y de la luz naciente, mis manos van como imantadas a acariciar el cuerpo que descansa junto al mío, mientras siento el calor y oigo la lenta respiración de ese cuerpo, que sigue sumido en el sueño sin sospechar que yo acabo de abandonarlo; me acurruco a su lado, piel contra piel, sumergiéndome en la tibieza nocturna de las sábanas y de la tela, más fina y liviana, del camisón que lo cubre, dejando a la vista hombros, brazos y el nacimiento del pecho, por el que mis dedos se deslizan para sentir la vida y los latidos de la sangre. Son instantes de la más pura intimidad, de un amor que no necesita palabras para expresarse. Los olores de los cuerpos de quienes se aman y han compartido las horas nocturnas, aunque separados por su solitario sueño, tienen mucho que ver con los que flotan en esos cuentos de hadas en los que una princesa encantada aguarda el beso de su príncipe para despertar. Lo que percibo es el calor de la vida en hibernación, restaurada por un descanso que ha relajado el cuerpo, que lo ha distendido como a una suave tela de seda liberada de un cajón. Antes de que mi amada abra los ojos, antes de que me vea y me sonría, lo que deseo abrazar oliendo su piel y su pelo es nuestra presencia común, que hace de ese despertar un nuevo comienzo de nuestro amor, el alba resucitada de una armonía duradera.

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