martes, 3 de marzo de 2020


UNA FELICIDAD TAN GRANDE 

Buscando leones en las nubes os ofrece esta semana, en una emisión de nuevo marcada por la densidad de textos y canciones, el segundo programa de la serie de tres dedicada a Constance de Salm y su Veinticuatro horas en la vida de una mujer sensible, un interesante libro publicado en 2011 por la editorial Funambulista. 

La novela de la escritora francesa describe, a través de las cuarenta y seis cartas que incluye, la atribulada jornada de su narradora, una mujer víctima -y el término es ciertamente oportuno y significativo- de la pasión amorosa. Al descubrir a su amante, una noche, a la salida de la Ópera, subiendo al carruaje de otra mujer, Madame B., previsiblemente abandonada y sin recibir ninguna noticia de su inusitada conducta, se abismará en unas devastadoras veinticuatro horas de tortura emocional durante las cuales, recorrerá todas las etapas -contradictorias, vehementes, excesivas- del delirio amoroso, en una trayectoria que nos muestra los extremos -los picos de entusiasmo y los valles de depresión- a los que puede conducir la versión más exacerbada de la experiencia de la pasión sentimental. 

Trece fragmentos de esas cartas, que siguen la evolución cronológica de la desasosegante jornada, de sus vaivenes emocionales, de su cambiante e turbadora emotividad, aparecen en la emisión de esta semana, envueltas entre las sensibles e intimista melodías de otras tantas cantantes, en una voluntaria feminización del espacio, que de esta forma celebra, con algunos días de adelanto, el Día internacional de la mujer, que tendrá lugar el próximo 8 de marzo. 

Renee Olstead, Corinne Bailey Rae, Asa, Norah Jones, Mariza, Malia, Cyrille Aimée, Rebekka Bakken, Ingrid St-Pierre, Amelia, Patricia Barber, Lizz Wright y Julie Doiron han contribuido, con sus voces dulces y acogedoras, con la belleza de sus melodías, a crear la atmósfera de intimidad y delicadeza que impregna, a mi juicio, el programa.


A madame la princesa de ***

A vos, señora y amable amiga, dedico esta pequeña novela en la que el tema, la forma, el tipo de observaciones sobre las que se basa, todo, difiere de mis otras obras; así pues, para vos, para el público y para mí misma, se imponen, a mi entender, algunas explicaciones. 

La empecé hace más de veinte años. Le daba, a la sazón, y sigo dándole, poca importancia. Sometiéndome a la ley de no escribir ni una sola palabra que no estuviese dictada por el sentimiento o por la pasión, haciendo sentir, en el breve espacio de veinticuatro horas, a una mujer vivaz y sensible todo lo que el amor puede inspirar de embriaguez, de turbación y, sobre todo, de envidia, tan sólo quería hacer una novela sobre una idea que me gustaba, dando con ella respuesta a algunas recriminaciones que me habían sido dirigidas acerca del tono serio y filosófico de buena parte de mis libros. Aquellos con los que me estrené en la literatura constituían ya una respuesta suficiente; pero los usos y costumbres dictan de tal manera que las mujeres que escriben traicionen sin cesar el secreto de sus más tiernas sensaciones, que las que logran encerrarlas en su corazón parecen, de algún modo, experimentar pocas de ellas, o cuanto menos, menospreciar esa sensibilidad que constituye sin duda uno de los más hermosos atributos de nuestro sexo, pero que cada cual concibe y expresa según su carácter y la naturaleza de su propio talento. 

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