martes, 29 de octubre de 2013


SI DOS PERSONAS SE QUIEREN MUCHO

Buscando leones en las nubes os ofrece esta semana una nueva emisión repleta de textos y canciones relativos al amor. Son trece las piezas musicales y otras tantas las citas literarias con las que queremos acercarnos a ese sentimiento universal tan capaz de enardecernos o, como aflorará en la mayor parte de los fragmentos leídos, sumirnos en el dolor y la melancolía. Laura Veirs, Pink Turtle, Gabrielle Aplin, Youn Sun Nah, Cecile McLorin Salvant, Sixto Rodríguez, Yoro Ndiaye con Baba Maal, Chiara Mastroianni, Night Beds, Jennifer Porter, Jose James con Emily, Coque Malla con Leonor Watling y María Gadú, que cierra la emisión con su desesperado Mais que a mim (interpretado a dúo con Ana Carolina; también en el vídeo que acompaña esta entrada) de letra desgarrada (Intenté hablar pero no supiste oír, intenté admitir, intenté volver y pude ver cuánto me equivoqué. Te amé más que a mí, sí, mucho más que a mí), componen la lírica y algo triste banda sonora del programa. Ese tono desesperanzado aparece también en unos textos en los que el amor se muestra casi siempre contrariado, amargo, frustrado, soñado, imposible; unos textos escritos por Kirmen Uribe, Juan Gabriel Vásquez, Michel Houellebecq, Clara Usón, Maxence Fermine, Susana Fortes, Álvaro Pombo, James Salter, Fernando Pessoa, Paola Capriolo, John Maxwell Coetzee, José Avello y Francisco Goldman, autor del largo fragmento final -que reproduzco íntegro aquí- extraído de Di su nombre, la estremecedora y emotiva crónica -que no deberíais perderos- de la bellísima historia de amor vivida con su mujer Aura, escrita a partir de la trágica muerte de esta, ocurrida antes de haberse cumplido dos años de su enamorado matrimonio.

El enigmático, intenso y muy sugerente Los amantes, un cuadro de René Magritte de 1928, ejemplifica -en consonancia con la propuesta del programa- la dulce complejidad del amor y sus contradicciones: la ternura y la incomunicación que a veces conlleva, sus misterios y sus secretos, la irresistible atracción y el difícil contacto entre quienes se aman, el deseo y la incomprensión, la intimidad y la distancia...


Poco después, una gélida noche neblinosa, mientras volvía caminando de un restaurante, vi a Aura en el árbol que había al final de nuestra manzana, ella estaba arriba, entre las ramas desnudas y húmedas que resplandecían con el fulgor del alumbrado público, me sonreía como aquella vez, pocas noches después de su muerte, cuando la había visto flotando en su propio halo de luz lunar sobre el Zócalo. La felicidad y el asombro disolvieron mi incredulidad y me paré en la acera para devolverle la sonrisa, entrando en calor con mi propio fulgor amoroso. Me acerqué al árbol, coloqué las manos sobre el tronco y lo besé.

Me parecía verosímil que Aura hubiera elegido un árbol de nuestro barrio para esconderse, sobre todo aquél árbol, el más grande de nuestra manzana, un robusto arce plateado del que brotaba un exuberante follaje en verano, aunque entonces sus ramas intrincadas y largas estaban desnudas. Aura había recorrido las calles de arriba abajo en primavera, fotografiando las brillantes hojas nuevas de los árboles y las flores. Se había comprado una guía de los árboles del noreste para poder identificarlos y sorprender con sus nombres.

A lo largo de muchos de los días siguientes, cada vez que bajaba por esa manzana veía a Aura en aquel árbol, con su sonrisa y sus ojos brillantes flotando entre las ramas, y entonces su felicidad llegaba a mí y me detenía a besar el tronco, pero una tarde doblé la esquina con más cosas en la cabeza, me olvidé de levantar la mirada para ver el árbol y pasé junto a él sin más, pero sentí una fuerza que tiraba de mi cabeza hacia atrás, como si me agarrara por el cabello. Desconcertado y humillado, me volví, regresé al árbol, me disculpé y lo besé.

Me preguntaba qué debían pensar los vecinos al verme actuar así. El árbol estaba justo enfrente de una brownstone en cuyo apartamento de la planta baja vivía un tipo fornido, bastante envejecido, que parecía motero; tenía bíceps de tacle defensivo y una barba entrecana y tupida. Me preguntaba qué pensaría cuando advirtiera que yo me detenía constantemente frente a la verja de su apartamento para besar aquel árbol. No me preocupaba que fuera violento conmigo, pero lo imaginé saliendo para decirme algo como: “¿Qué coño haces?”, así que después de una semana, si había gente en la acera o si veía que el motero tenía las luces encendidas y las cortinas abiertas, tan sólo extendía una mano para hacerle cosquillas al tronco cuando pasaba frente a él mientras susurraba: “Hola, mi amor, ¿cómo estás hoy? Te quiero”.

Esos días sentí una ligereza emocional desacostumbrada, algo parecido a la felicidad. ¿Me estaba volviendo loco? Aura no está de verdad en el árbol, me decía. No obstante, una noche fría me desperté como a las tres de la madrugada y recordé que ese día no me había detenido a saludar al árbol ni siquiera una vez. Salté de la cama, me puse mi chaquetón de pluma sobre el pijama, me calcé unas zapatillas y salí a la calle. Esa noche había caído una lluvia helada. La acera estaba resbaladiza por el hielo, lo cual me recordó que Aura nunca había dominado el arte de caminar sobre las aceras heladas, siempre resbalaba o pisaba en falso, y yo me burlaba diciéndole que era como Bambi sobre el estanque congelado.

El árbol de Aura jamás se había visto tan hermoso como aquella noche, parecía esmaltado y brillaba como si hubieran vertido sobre él una mezcla de diamantes líquidos y luz estelar.

-Francisco, dijo, ¡¡no me casé para pasar todo el tiempo sola en un árbol!!

-¡Claro que no, mi amor! Eché los brazos alrededor del tronco y apreté mis labios contra su helada corteza áspera.


4 comentarios:

Anónimo dijo...

Un programa con música de Lou Reed con motivo de su fallecimiento no estaría mal Alberto. Te lo comento como iniciativa. El programa precioso. Es una gozada poder escuchar todas las semanas tu trabajo.

Alberto San Segundo dijo...

Gracias por la sugerencia, ya había pensado en dedicar alguna emisión a Lou Reed, ya lo he "incorporado" a mi lista (interminable lista) de "futuribles"... pero, como quizá sabes -lo he reiterado aquí en muchas ocasiones-, el tiempo de "cocción" de los programas es lento y pausado. Dentro de un año, en el primer aniversario de su muerte, habrá, probablemente, homenaje al músico neoyorquino.

Un saludo

Anónimo dijo...

Cada programa es un regalo. Gritelo alto y claro. Gracias por hacer la noche de los lunes momentos unicos.
Ansío de nuevo poder escuchar esa sensacion indescriptible.saludos

Alberto San Segundo dijo...

Gracias, Anónimo comentarista, por tus "exaltadas" y entusiastas palabras. Me alegro de que los programas puedan llegar a provocar estas reacciones.

Un saludo