martes, 17 de julio de 2018


J. J. CALE. DESPUÉS DE LA MEDIANOCHE 

Esta semana y la que viene vamos a dedicar nuestro espacio a un extraordinario músico que no ha gozado, sin embargo, de una repercusión pública acorde con su talento y su, incluso, genialidad. Se trata de J. J. Cale, de cuya muerte, el 26 de julio de 2013, se cumple en pocos días el primer lustro. 

En setenta y cinco años de vida, de los cuales casi sesenta fueron de carrera profesional, Cale grabó una quincena de magníficos discos y aunque permaneció casi siempre algo al margen del primer plano del éxito, fuera del brillo de los focos, su influencia musical se ha dejado notar en infinidad de artistas, de los cuales son, sin duda, Eric Clapton y Mark Knopfler los más conocidos. 

En las dos emisiones de homenaje a su figura podréis escuchar treinta y cinco de sus principales temas, que sonarán entre retazos de su itinerario vital y artístico, en un relato elaborado por mí a partir de fuentes muy diversas, la biografía oficial de su página web, un artículo de Diego Manrique en El País, otro de Emilio de Gorgot para Jotdown (un fragmento del cual aparece aquí, como cierre a este post), los comentarios para el público italiano de Flavio Brighenti en La Repubblica y Elio Girompini en Il Corriere della Sera, y una breve reseña sobre su trayectoria artística publicada en la página francesa de Universal Music. 


J.J. Cale ha sido más importante que famoso. No sé si se preocupaba mucho por ninguna de las dos cosas. Parecía feliz dedicándose a la música sin tener que soportar los agobios del estrellato. Él era huidizo y reservado y ya tenía una vida hecha cuando Clapton le posibilitó empezar a ganar dinero con la música, y el dedicarse a grabar discos y hacer giras no parecía implicar la necesidad de adoptar un estilo de vida demasiado distinto al que ya se había fabricado durante su época de completo anonimato. 

Sin embargo, sí salía de gira y promocionaba sus discos; de manera discreta, pero los promocionaba. No obstante, su integridad personal y artística parecían contar mucho más en su balanza que la posibilidad de alcanzar el gran estrellato. Desperdició unas de las grandes ocasiones de colar una canción en el Top Ten estadounidense (sin que Clapton estuviera por medio) cuando se negó a acudir a un programa de TV porque le obligaban a hacer playback, y porque encima no le permitían que lo acompañase su banda habitual. Casi cualquier otro músico hubiese tragado con esas condiciones a cambio de una oportunidad de promoción instantánea ante millones de espectadores en la televisión nacional. A J.J. Cale, simple y llanamente, no le importaban tanto esas cosas. 

Ahora J.J. Cale ha muerto y probablemente la gente descubrirá que había bastantes más canciones memorables en su repertorio aparte de las que Clapton, con admirable criterio, adaptó con brillantez a su estilo. Y también descubrirán que no pocos artistas han recibido su influencia directa. Poco nos importa, como tampoco le importaba a él, que nunca haya adquirido la condición de «estrella». Así vivió más tranquilo, que es lo que siempre pretendió conseguir. Y su música tranquila es lo que nos quedará para recordarnos que no se necesita la fama para pensar que uno ha triunfado en la vida. A él le bastó el aprecio, respeto y admiración de otros muchos artistas y de un público reducido pero entregado. Y sobre todo le bastó saber que había abandonado para siempre los trabajos de mierda de su juventud. ¿Qué más puede necesitar un hombre? Seguramente se siente satisfecho con su vida, ahora que definitivamente está contemplándola —como siempre, sin mover un solo músculo de su rostro— desde algún lugar más allá de la medianoche.

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