martes, 16 de noviembre de 2021


UN VIEJO PIANISTA DE OJOS TRISTES 

Hace apenas un par de meses Domingo Villar, el escritor de Vigo, autor de tres espléndidas novelas policiacas -La playa de los ahogados, Ojos de agua y El último barco-, ambientadas en la ciudad gallega y protagonizadas por el entrañable inspector Leo Caldas, publicó en la editorial Siruela un muy tierno libro, de título Algunos cuentos completos, en el que se recogen diez relatos de su autoría complementados con preciosos linograbados de Carlos Baonza. 

Esta noche, en una emisión que se presenta apretada por las particularidades de su enfoque y su estructura, voy a ofreceros mi lectura de seis de esas breves, deliciosas, melancólicas, dulces y a mi juicio siempre algo tristes historias, un prodigio de delicadeza, humor, belleza y sensibilidad, en las que puede percibirse la huella de Castelao y Cunqueiro, esos dos maestros de la literatura gallega. Antes de ellas, y a modo de introducción al programa, os leeré la nota preliminar del libro en la que Villar explica la razón de ser de sus cuentos y la de su publicación. 

La alusión que hace el escritor en dicho preámbulo al pianista que acompañaba su lectura compartida de los relatos en encuentros con amigos y familiares, me ha llevado a elegir al inconmensurable Keith Jarrett como acompañamiento musical idóneo de los textos del vigués. Así, dejaré que suene su monumental Concierto de Colonia, registrado por el sello ECM el 24 de enero de 1975, intercalado entre la maravilla de los relatos de Villar. La desbordante extensión del exquisito y primoroso disco, de duración superior a una hora, el hecho de que conste de sólo cuatro largas piezas, la primera de veintisiete minutos, y la inevitable e igualmente gozosa necesidad de dejar espacio a los cuentos, me obligan a trocear de un modo algo abrupto el emocionado arrebato artístico en que consiste la que quizá sea la obra magna de un pianista que, con ahora setenta y seis años y tras sufrir dos derrames cerebrales recientes, ha decidido abandonar la interpretación. Espero que este crimen artístico que me veo obligado a perpetrar no os imposibilite el disfrute de la encantadora música y de los muy estimulantes textos. 

Deseo por ello, además, que la presente edición de Buscando leones en las nubes sirva como homenaje a Keith Jarrett, una figura fundamental en la historia del jazz contemporáneo. Ante la imposibilidad de encontrar en Youtube vídeos del concierto de Colonia, os dejo aquí una estupenda versión del clásico I loves you Porgy.


Siempre he escrito cuentos. Por alguna razón, no me encuentro cómodo al enfrentarme a textos demasiado extensos. Si me siento a escribir sin intuir un horizonte, temo que me abandonen las fuerzas a media travesía, como me abandonarían si me echase a nadar sin divisar la otra orilla. De hecho, no deja de sorprenderme la extensión de alguna de mis novelas, pues yo las contemplo como sucesiones de cuentos, de capítulos breves que, tal vez por degeneración, se fueron entrelazando hasta alcanzar una dimensión mayor. 

Algunos de los relatos que conforman este libro fueron recogidos en el diario La Voz de Galicia, otros los reservaba para encuentros familiares como narraciones orales sin otra intención que celebrar la risa compartida y la amistad. Invariablemente, a los postres, tras la lectura, alguien me preguntaba por qué no publicaba aquellos cuentos y yo me escabullía con el pretexto de mantenerlos como sustancia de intimidad. 

En una de esas ocasiones estaba sentado a la mesa mi amigo Carlos Baonza, un maravilloso artista natural que convive con su singular mundo interior sin un ápice de pose o presunción. De aquel encuentro surgieron algunos otros en los que, a medida que yo iba leyendo los relatos, Carlos los recreaba improvisando sus escenas con el pincel. 

La cosa se fue sofisticando hasta encaminarse a una suerte de sesiones de cine mudo —«Variaciones sobre cuentos de Domingo», las llamábamos— en las que, siempre para un grupo de amigos y acompañados al piano por Sami Kangasharju, yo leía mis pequeñas historias mientras proyectábamos los linograbados de Carlos. 

Y todo se hubiera quedado en ese territorio privado si no hubiera llegado esta realidad tan de cuento, este aislamiento forzoso que dificulta el compartir momentos felices. Sin risas ni música, era preciso evocar aquellos instantes alegres y dejar volar las historias íntimas. 

Este libro de cuentos pretende celebrar la vida y la amistad en un encuentro, como en nuestras reuniones de amigos, entre mis pequeños relatos y los linograbados de Carlos Baonza. 

El título responde a una ocurrencia doméstica: en sus últimos años, mi padre fue recogiendo en una carpeta muchos de los textos que había ido escribiendo a lo largo de su vida. En ella convivían romances, sonetos satíricos, nanas, canciones y cartas —conservo como un tesoro una que me escribió al nacer, en la que me cuenta su emoción y las circunstancias de aquel mundo de principios de los setenta al que yo acababa de llegar—. Como no fue capaz de recopilar todos los escritos, decidió bautizar la carpeta como ALGUNAS OBRAS COMPLETAS, un título tan ingenioso y divertido como el personaje y que yo me he tomado la licencia de homenajear. 

Un viejo pianista de ojos tristes

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