martes, 26 de febrero de 2013
NINA SIMONE. JOVEN, CON TALENTO Y NEGRA
Por segunda semana consecutiva Buscando leones en las nubes dedica su emisión a Nina Simone, en estas fechas en las que se cumplen los ochenta años de su nacimiento y los diez de su muerte. En el presente programa podréis escuchar catorce canciones (Strange fruit, Four women, To be young, gifted and black, Mississippi Goddam, Come ye, Black is the color of my true love’s hair, Ne me quitte pas (if you go away), That's all i want from you, Willow weep for me, Just like a woman, Forget, After you've gone, My man's gone now y My baby just cares for me) interpretadas por la genial artista y en las que pueden encontrarse bastantes de los registros estilísticos -jazz, soul, blues- en los que se desenvuelve su música, y también algunos de los temas esenciales en su vida y su obra. Singularmente, las primeras piezas que suenan son algunas de las más destacadas que la diva dedicó a la lucha por los derechos civiles y a la denuncia de las intolerables injusticias sufridas por la raza negra a lo largo de la historia -y en demasiadas ocasiones también del desgraciado presente- en los Estados Unidos. El resto de la emisión lo integran clásicos del jazz, algún gran éxito de la música popular, y hasta ese My baby just cares for me, que tan poco gustaba a su autora y que casi treinta años después de su primera edición tanto reconocimiento -que no dinero- le proporcionó.
Entre canción y canción, aparecen las palabras de la propia Nina Simone, entresacadas de una interesante biografía que con el título de La vida a muerte de Nina Simone publicó Global Rhythm en 2011. El libro, escrito por el periodista francés David Brun-Lambert, recorre la complicada existencia de la cantante, desde su infancia norteamericana a sus últimos días en Francia, y repasa los principales acontecimientos de su vida y su obra. Sin ser excepcional, ni profundizar demasiado en los temas tratados, aprovechándose en gran medida de otras publicaciones anteriores y con, aparentemente, no demasiada aportación personal, el libro es, pese a todo ello, como digo, una digna fuente de información sobre la diva y su lectura merece la pena pues permite hacerse una visión general de la peripecia vital de la artista.
Os transcribo aquí, también, el contenido íntegro de un reciente artículo sobre Nina Simone, publicado en El Mundo por el experto Julián Ruiz el pasado 21 de febrero.
Niña Nina
Negra, rebelde, bisexual, bipolar, quizá esquizofrénica, maravillosa... Hoy cumpliría 80 años.
En una reciente visita de Alicia Keys a nuestro país, nos decía con pasión que su 'nirvana' llegaría cuando pudiera tocar lo que hacía Nina Simone. “Empezaba a tocar al piano una pieza de música clásica y lo convertía en algo de blues o de jazz con una facilidad asombrosa. Siempre me dejó impresionada”.
Hace 53 años, tras el primer album de Nina, Little girl blue, el poeta y activista negro Langston Hughes escribió que “ella era extraña, como las obras de Jean Genet o Bertold Brecht, no tenían nada que ver con lo normal. Sus canciones eran como huevos crudos”.
Desde aquello, Langston y Nina siempre fueron amigos. Y activaron una pureza activista, junto con Lorraine Hansberry, escritora y una de las grandes heroínas del movimiento afro-americano en los años 60, cuando era casi suicida.
Como resultado, hoy podemos disfrutar de aquella maravillosa canción Missisipi goddam, su recreación del momento en el que atacaron con disparos y mataron al abogado Medgar Evers en una iglesia en Birmingham, en Alabama.
Es uno de los momentos cruciales de la vida de Nina Simone y el que ha impulsado una nueva biografía sobre la “princesa del soul”. Está escrita por otra mujer, Nadine Cohodas, gran especialista de Dinah Washington, otra epopeya de la música negra. Me gusta el título para Nina: “Princess Noire”, en francés.
Sí, porque Eunice Katheleen Waymon cumpliría mañana 80 años, de no haber muerto en su casa de Carry-Le-Rouet, cerca de Marsella, hace casi una década. Se hizo francesa, como decía ella misma. Prefirió luchar contra su cáncer de pecho, su bipolaridad, su “vientos de negra rara” en aquella casa de cara al mar. A veces decía en la intimidad que jamás había conocido bien su sexualidad. “He amado a todo el mundo”. Una vez despejó las dudas de por qué se había cambiado el nombre. Le gustaba la palabra “niña”, en spanish, como la llamaban en algunos tugurios más allá de Harlem, en sus inicios. Simone fue por Simone Signoret (ahí empezó su amor francés), a la que había visto en la película Casque d'or.
Quizá su sueño más hermoso siempre estaba destinado a un piano. Sólo tenía ocho años cuando recibió sus primeras lecciones en el Instituto Curtis de Filadelfia. Pero por ser negra, simplemente, le dijeron que se fuera, que no podía tocar. Con sólo 15 años empezó a tocar en bares, tan sólo para poder pagar sus clases de piano. Su madre no lo supo nunca.
El mismo año que se casaba con el beatnik Don Ross, grababa I loves you, Porgy de Gershwin, más o menos como se lo había oído a Billie Holliday, a la que tenía aprendida de memoria. Fue un éxito en un pequeño sello discográfico y fue el final de su matrimonio. No “estaba interesada en hombres”.
Por necesidades económicas puntuales, Simone vendió pronto por tan sólo 3.000 dólares los derechos de sus dos primeros álbumes, incluyendo My baby just care for me, que se convirtió, casi 30 años después, en un éxito enorme. Ha debido de perder más de dos millones de dólares. El caso es que Nina remontó y se casó con un policía detective de Nueva York, Andrew Stroud, que por algunos años ejerció de mánager. No duró mucho.
En 1965, Nina se enfadó muchísimo porque The Animals lograran un numero uno con una versión de Don't let me be misunderstood. No le gustaba que la “hubieran robado”. No le gustaba la versión.
Se politizó aún más. Escribió canciones activistas y asexuadas como Four women y la excepcional To be young, gifted and black. Algunas de ellas eran restos de poemas de su compañera Lorraine Hansberry, que había muerto en el año 65, con sólo 34 años. Nina la llamó “el gran amor de su vida”. Fue en aquella época cuando empezó a vestir como un hombre o con dashikis africanos para hombres. Era la época de mi álbum favorito de Nina, High priestess of soul, con la corona de Nefertiti en la portada y con el gospel maravilloso Take me to the water entre los surcos. Era su época de la RCA.
A mediados de los años 70 le diagnostican esquizofrenia. Empezó a rondar las cercanías del suicidio y a sufrir pérdidas de memoria. Los problemas los arrastraba con ella en hoteles y escenarios. Se volvió agria e insoportable con la que gente que iba a verla. Es famosa aquella frase: “Yo no llevo una sonrisa pintada en mi rostro como Louis Armstrong”. En algunos momentos llegó a decir que era la mismísima reencarnación de la reina Nefertiti.
Los problemas financieros se dispararon. Tuvo que abandonar los Estados Unidos en 1973 porque no pagaba los impuestos. Se escapó a vivir a Barbados, a Liberia. Hasta que en 1993 se estableció en Francia, poco después de haber ganado algo de dinero con su autobiografía I put a spell on you.
Allí, Nina Simone nos recordaba que había grabado 39 álbumes y que le habían pirateado nada menos que 70. Firmó su último disco en 1993, A single woman. Marry me es su última composición.
¿Que más nos queda de ella? Bueno, podría recomendar un buen documental, Nina Simone: la legende, hecho por los franceses. Desde hace siete años está parada una película sobre su vida, centrada en su relación sexual con su asistente Clifton Henderson, que murió hace nueve años. Pero la única hija de Nina, Simone Kelly se niega a que la actriz Zoe Saldana protagonice el filme. Nos quedan también frases definitorias. “El talento es una carga, no una felicidad”. Pero me quedo con lo que llegó a decir en un concierto en el Royal Albert Hall: “Yo no soy de este planeta. Yo no vengo de vosotros. No soy como vosotros”. Cantó una oscura versión de I put spell on you y se fue del escenario la maravillosa princesa negra.
Nina Simone. Joven, con talento y negra
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martes, 19 de febrero de 2013
NINA SIMONE. TENGO LA VIDA
El próximo jueves se cumplen ochenta años del nacimiento de Nina Simone, la controvertida, intensa, excesiva, genial diva de la música negra. Además, dentro de unos meses, el 21 de abril, más exactamente, hará diez de su muerte en la pequeña población de la Costa Azul francesa en la que residió los últimos y algo tortuosos años de su vida. Con este doble motivo, Buscando leones en las nubes dedica dos programas, el de esta semana y el de dentro de siete días a la excepcional cantante de jazz, blues y soul. Entre ambas emisiones saldrán al aire una treintena de sus piezas más representativas, algunas compuestas por ella misma, otras versiones de grandes éxitos del pop y el rock o recreaciones de standars muy conocidos; éstas, dulces baladas románticas, aquéllas himnos conmovedores y agresivos en pro de los derechos civiles; unas cuantas desenvolviéndose en un tono sosegado que propicia el lento y demorado adentramiento en las regiones más íntimas del alma, bastantes gritos desgarrados, denunciando la injusta situación de la mujer y la secular opresión de la raza negra. En concreto, en este primer programa podréis escuchar Wild is the wind, Just like a woman, Little girl blue, Don't let me be misunderstood, Don't smoke in bed, Solitaire, I loves you, porgy, The other woman, Ain't no use, Falling in love again, Here comes the sun, I wish I knew how it felt to be free, Don’t explain, I put a spell on you y Ain't got no/I got life.
Entre ellas, y para dar cuenta, siquiera de un modo superficial, impresionista, hecho de retazos, de pinceladas tenues, de la peculiar y exaltada biografía de la compositora, cantante y pianista, os ofrezco declaraciones de la propia artista, recogidas del libro La vida a muerte de Nina Simone, publicado por Global Rhythm en 2011. En el interesante volumen -pero no más, su lectura no depara grandes entusiasmos-, el periodista David Brun-Lambert repasa los acontecimientos más destacados de la siempre algo torturada existencia de Eunyce Waymon, la niña prodigio que aspira a convertirse en la primera gran intérprete negra de música clásica, sobre la que se centran los capítulos iniciales del libro, y, más adelante, ya convertida en Nina Simone, los vaivenes, las oscilaciones a veces brutales, los momentos alternativos de exultación y desgracia, de serenidad y hundimiento, de fortaleza, aparente seguridad y, a la vez, de conmovedora vulnerabilidad, de intensa creatividad y de desolada y enfermiza depresión, en los que se desenvuelve la vida de una mujer (más allá de su condición de artista) asediada por infinidad de fantasmas, desacertada en la elección de sus maridos, sufriente con sus múltiples amantes, desconcertada ante sus opciones vitales, obsesionada por sus problemas económicos, distante, aislada e incomprendida por su arrogancia y su difícil personalidad, finalmente desesperada -pese al reconocimiento y al éxito- por su persistente y definitiva soledad. La mayor parte de los textos que os ofrezco son “citas de citas”, es decir, menciones que recoge Brun-Lambert de otras obras, singularmente la propia autobiografía de la cantante, I put a spell on you (no traducida, que yo sepa, al castellano).
Además, para el próximo mes de mayo está previsto, al parecer, el estreno de un biopic de la diva. Con el título de Nina Simone, dirigida por Cynthia Mort y protagonizada por Zoe Saldana, quizá la cinta pueda recoger fielmente los aspectos más destacados de la vida y la obra de la extraordinaria -en todos los sentidos- cantante, y ayudarnos a una mejor comprensión de su figura.
Nina Simone. Tengo la vida
Nina Simone. Tengo la vida
martes, 12 de febrero de 2013
DESDE ESTA VENTANA TAN CERCA DE LAS NUBES
Hoy el programa que os ofrece Buscando leones en las nubes viene repleto de estupendas canciones e interesantes poemas que comparten un nexo común, el eje temático sobre el que gira la emisión de esta semana: las ventanas. Ventanas que permiten entrever interiores misteriosos, ventanas a través de las cuales contemplamos cuerpos que se aman, rostros cansados ante el espejo, hombres y mujeres derrotados, tristes, esperanzados, felices, ventanas que se abren a la vida, al amor, ventanas desde las que intuimos otras existencias posibles, ventanas que son límites, que son deseo y frustración, que esconden voluntades incumplidas, que son ensoñación y recuerdo, aspiración y promesa, ventanas tras las que se suceden nubes y lluvia, días sombríos y cielos azules, el resplandor luminoso del sol y la grisura insoportable de las ciudades mortecinas, ventanas que enmarcan noches oscuras, tardes tediosas, mañanas que insinúan la existencia de un paraíso que jamás se logrará, ventanas que nos protegen de la inclemencia de una vida que, pese a todo, añoramos y que, sin embargo, corre siempre más allá de ellas, ventanas que nos tientan con su ilusoria oferta de horizontes ilimitados, ventanas que nos seducen con el encantamiento alegre del frenético ritmo del mundo, ventanas que nos protegen del dolor de una felicidad inalcanzable. Ventanas que provocan reflexiones tan sugerentes y expresivas, tan melancólicas y desesperanzadas, tan soñadoras y tan tristes como las del poema de Cavafis, que os presento en traducción de José María Álvarez: En las habitaciones oscuras donde vivo/ pesados días, con qué anhelo contemplo a veces/ las ventanas.- Cuándo se abrirá/ una de ellas y qué ha de traerme-./ Pero esa ventana no se encuentra, o yo no sé/ hallarla. Y quizás mejor sea así./ Quizá esa luz fuese para mí otra tortura/ Quién sabe cuántas cosas nuevas mostraría.
Las ventanas, esas poderosas metáforas de nuestra deseante condición humana, protagonizan esta semana, pues, Buscando leones en las nubes y son un elemento esencial, definitorio casi, de la obra de Edward Hopper, algunos de cuyos cuadros ilustran muy convenientemente esta entrada.
El acercamiento literario al tema elegido aparece en las palabras de Charles Baudelaire, Juan Gelman, Andrés Trapiello, Cesare Pavese, Juan Luis Panero, Julia Uceda, Ana Rossetti, Mario Benedetti, Joan Margarit, Esperanza Ortega y José Luis García Martín. Entre ellas, espléndidas canciones interpretadas por Christina Rosenvinge, Lyambiko, Van Morrison, Eddi Reader, Townes van Zandt, Linda Rondstadt, Jane Birkin, Rigmor Gustafsson, Nina Becker, Jann Arden y Lhasa de Shela, a la que, desgraciadamente fallecida hace ahora tres años, homenajeamos con su Abro la ventana que aparece en la sección de vídeos.
Dejo aquí, para terminar, tres fragmentos de Ventanas de Manhattan, el libro de Antonio Muñoz Molina que ya mereció hace unos años un programa monográfico en Buscando leones en las nubes.
Me acuerdo de esa ventana frente a las torres art déco del Waldorf Astoria, iluminadas desde abajo por poderosos reflectores, envueltas en los torbellinos de la tormenta de nieve. Vivir bien cobijados y seguros, al amparo del temporal que azota el asfalto y las aceras diez pisos más abajo, las esquinas afiladas en las que salta el viento polar como un animal de presa, helando la cara y atravesando la ropa con una furia de agujas y cuchillas de hielo, traspasando los huesos del cráneo hasta el filo del desvanecimiento si uno no ha tenido la precaución de abrigarse la cabeza. La vida entera resumida en el espacio cúbico de una habitación de hotel, en la elementalidad narrativa de las leyendas sobre el origen del mundo: una mujer y un hombre temporalmente despojados de mañana y de ayer, de parentescos, de responsabilidades, de oficios, absueltos incluso por el temporal de nieve de las obligaciones del turismo, una mujer y un hombre solos en una habitación impersonal y confortable, como en esas habitaciones austeras que se ven tantas veces en los cuadros de Edward Hopper, con frecuencia desde un punto de vista situado en el exterior, al nivel de la calle o al de los trenes elevados que en otros tiempos cruzaban algunas avenidas a una altura de tres o cuatro pisos, mostrando a los viajeros reclinados junto a las ventanillas imágenes aisladas y veloces de la vida de la gente en el interior de los apartamentos. Alguien podría ver desde fuera, usando unos prismáticos en alguna de las ventanas del Waldorf Astoria, a esa mujer joven y desnuda que está conmigo en la habitación, seria y de pie frente a la ventana, como una mujer de Hopper, pelirroja, con una desnudez al mismo tiempo ensimismada y muy carnal, como olvidada de sí misma mientras contempla los copos de nieve que emergen de la oscuridad exterior traídos por el viento y se deshacen contra los cristales.
En mi tierra las ventanas mantienen con el exterior una relación difícil, de cautela y secreto: se abrían ventanas pequeñas en los muros muy gruesos, para resguardo contra el frío en casa sin calefacción, para protegerse en la penumbra de los calores del verano, y también porque el cristal salía caro. Había rejas en las ventanas, postigos, celosías heredadas de los harenes musulmanes, igual que la vocación de hermetismo de los muros encalados y muy altos, de la vivienda replegada sobre sí misma, abierta sólo al cielo desde el patio interior. Se entornaban las cortinas, se echaban las persianas, se aspiraba a ver sin ser vistos. Cuando a la caída de la tarde se iba a encender la luz, las mujeres decían: “Cierra antes los postigos, que no nos vea nadie”. Que un extraño nos pudiera ver desde la calle nos parecía una afrenta. La puerta de la calle no se cerraba en todo el día, pero era inimaginable que las ventanas no tuvieran rejas. Por eso me sorprenden y me gustan tanto las ventanas de Manhattan, anchas, rectangulares, despejadas, admitiendo espaciosamente el mundo exterior en los apartamentos, revelando en cada edificio, como en capítulos o estampas diversas, las vidas y tareas de quienes habitan al otro lado de cada una de ellas, los empleados en sus oficinas, los hombres solos o las mujeres solas que vuelven del trabajo y toman una cena rápida ante el televisor, la gente misteriosa que vive en los apartamentos más altos, de los que sólo se ve a veces un fragmento del techo con un ventilador, una luz que puede ser rosada o rojiza, como calculada para alumbrar quién sabe qué actos arrebatados o abominables.
Me he quedado horas junto a una ventana, sin hacer nada, mirando sólo hacia la calle, o hacia las ventanas del otro lado, capítulos o recuadros de existencias a las que me he ido habituando, sin desvelar nunca su enigma, viñetas de historias o decorados de escenas que sólo muy parcialmente sucedían ante mí. Por una ventana de la Octava Avenida, junto a la calle 14, veía frente a mí, en el tercer piso del edificio gigante de un banco, la ventana de una oficina en la que la luz tardaba mucho en apagarse, y en la que un hombre en mangas de camisa seguía trabajando en una mesa llena de papeles, consultando la pantalla de un ordenador y hablando al mismo tiempo por teléfono cuando los demás empleados ya se habían ido, desvelándose a veces hasta después de medianoche. Ese hombre solo, quizás angustiado por obligaciones o plazos, poseído por la pasión norteamericana del trabajo, esa única luz en tantos pisos de hileras de ventanas a oscuras, en el edificio tan grande, con torreones, arquerías románicas y almenas en la cima, como un castillo en la cumbre de una montaña negra y vertical o un monumento bárbaro al feudalismo del dinero.
Desde esta ventana tan cerca de las nubes
Desde esta ventana tan cerca de las nubes
martes, 5 de febrero de 2013
ESTE OTOÑO QUE TANTO TE QUIERO
En esta nueva emisión de Buscando leones en las nubes vamos a continuar con la segunda aproximación por este curso -en años anteriores ya hubo otras- al tema del amor, al que ya hicimos un primer acercamiento en el programa de la semana pasada. Y si hace siete días leíamos poemas de amor de escritores extranjeros que se expresaban en lenguas distintas al castellano, esta noche repetiremos el experimento pero con versos de poetas españoles también consagrados a nuestro recurrente leitmotiv, el amor. Unos versos debidos a la sensibilidad y la inteligencia, al talento y la creatividad de Félix Grande, Vicente Gallego, Luis García Montero, Tomás Segovia, José Luis García Martín, Javier Velaza, Carlos Barral, Amalia Iglesias, Abelardo Linares, José María Parreño y José Agustín Goytisolo.
Sus poemas se presentan envueltos en canciones hermosísimas, su sentido realzado gracias al arropamiento fantástico de la música; una música ecléctica como es habitual, excelente como es habitual, deliciosa como es habitual, elegida con la pretensión de haceros disfrutar, de emocionaros, de conmoveros. Música intimista, música seductora, música, en cualquier caso, bellísima, para complementar la intensidad de los poemas interpretada por Eric Clapton, Sting, Ben Folds, Vanessa da Mata, Mazzy Star, Emiliana Torrini (cuya muy delicada Today has been ok, protagoniza el vídeo que acompaña esta entrada), Micah P. Hinson, Dido, Iron & Wine, Allison Moorer y Van Morrison.
Como ilustración pictórica del tema de la emisión os dejo un espléndido cuadro de un prerrafaelita que me entusiasma desde hace más de treinta años, Sir Edward Burne-Jones (las paredes y las estanterías en mis cuartos de estudiante mostraban cuadros de algunos de los más destacados exponentes del romántico y a la vez revolucionario movimiento: Dante Gabriel Rossetti, John Everett Millais, el propio Burne-Jones, William Morris; y la sensual imagen de Jane Morris, esposa de este último y amante de Rossetti, me atrapaba desde muchos de ellos, visitando mis sueños -exagero un poco- con frecuencia). El título de la obra es El árbol de perdón y lo traigo hoy aquí, porque evoca, con su espléndida recreación de un mito precioso, la poderosa fuerza del amor. De las muchas versiones de la leyenda, hay una que me resulta especialmente atractiva: tras la conquista de Troya, Demofonte, el hijo de Teseo, se queda en la corte del rey de Tracia. Filis, la hija del rey, se enamora de él. Demofonte decide casarse con ella, pero antes debe retornar al Ática a resolver sus asuntos. Estos ocupan tan largos años que Filis, desesperada, acaba suicidándose. Los dioses se apiadan de ella y la convierten en un almendro. A su vuelta, Demofonte, lleno de remordimiento por haber abandonado a su enamorada, abraza al almendro. Entonces, el árbol florece y se encarna en Filis, que vuelve así para perdonar el olvido de su amante.
El cuadro protagoniza un episodio menor pero relevante (y que es el que me lo ha traído a la conciencia, avivando mi memoria estos días) en una magnífica película que acabo de ver recientemente: An education, dirigida en 2009 por Lone Scherfig a partir de una experiencia autobiográfica de la periodista Lynn Barber pasada por el tamiz del siempre interesante Nick Hornby, que firma el guión. Os la recomiendo vivamente.
Este otoño que tanto te quiero
Este otoño que tanto te quiero
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Sir Edward Burne-Jones
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